La hispanidad, concepto recreado por Juan Valera, uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX, es bueno para recordar el legado español en América y las profundas raíces que nos unen con los pueblos americanos. Somos iguales en muchos sentidos. Sin embargo, en esta familia que formamos unos y otros ha habido momentos de gran tensión y conflicto que alimentaron la hispanofobia como elemento identitario de unos nacionalismos imaginados al margen y en contra de lo español. Esa retórica hizo mucho daño. Hasta el día de hoy se oyen tópicos sobre la presencia española en América como un compendio de robos y genocidio, cuando la realidad, como ya se está asentado, fue muy distinta. Hubo conflictos, como decía, que propiciaron que desde las instituciones americanas se extendiera ese discurso nacionalista antiespañol.
¿Qué presencia tenía España a mediados del siglo XIX en el continente americano? A pesar de que las relaciones oficiales no eran las mejores, la presencia de españoles al otro lado del Atlántico era muy numerosa. El número de españoles en Perú, sobre todo vascos y valencianos, había aumentado mucho en las décadas de 1850 y 1860 debido a varios planes gubernamentales de colonización rural. Estos inmigrantes enseguida vieron que el trato recibido por el gobierno peruano no era el prometido. A esto se sumó otro problema, como era la ausencia de protección consular española. Y es que la Madre Patria aún no había reconocido a la mayor parte de las repúblicas hispanoamericanas. En esta tesitura, los colonos españoles sufrieron violencia xenófoba por parte de los peruanos sin que recibieran la protección de las autoridades. Las noticias del acoso llegaron a Madrid, y Calderón Collantes, ministro de Estado, ordenó en 1860 que hubiera presencia naval en la zona para intimidar y no perder prestigio. Escribió lo siguiente: «urge que los gobiernos de Chile, Bolivia, Perú y el Ecuador vean ondear en sus puertos el pabellón de guerra español». De esta manera, los buques españoles con destino a las Filipinas siguieron la ruta del cabo de Hornos.
La presencia militar española en el mundo aumentó justamente en esas fechas. A la guerra de África y la de Vietnam, a la que dedicamos un episodio de Historia Canalla, se unió la cuestión de Santo Domingo, que pidió el 18 de marzo de 1860 la reincorporación a la corona española para casi inmediatamente iniciar su segunda guerra de independencia. No acabó ahí, España envió tropas a la guerra de México en 1861, con un general Prim que finalmente se echó atrás al ver el plan de Napoleón III en aquel país americano.
Con este panorama, descendió el interés en España por el choque con Perú hasta que en agosto de 1863, un campesino vasco fue asesinado a manos de peruanos, y otros españoles fueron heridos en Talambo. La colonia española en el Perú apeló a la protección de la escuadra y muchos compatriotas fueron evacuados a El Callao, al amparo de las baterías de los buques.
Eusebio Salazar y Mazarredo, enviado español en Bolivia, indicó a la flota que invadiera las islas Chincha, frente a El Callao, y así lo hicieron. Conseguida la ocupación, sencilla por tratarse de un archipiélago dedicado a la producción de guano, el gobierno español comenzó a negociar. Informó al gobierno de Perú que devolvería las islas Chincha si recibía una disculpa y una indemnización por los ataques a los españoles. Mientras llegaba la respuesta, otros cuatro buques de guerra se acercaron a la zona, sumando así siete buques de línea, dos bergantines y varias corbetas y naves de avituallamiento.
El gobierno peruano reunió en Lima a diplomáticos de Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela, que instaron al comandante español a devolver las islas Chincha. Ante la negativa, la hispanofobia se desató en Chile y Ecuador, lo que provocó una oleada de patriotismo indignado en los periódicos españoles llamando a la guerra. El nuevo presidente del gobierno español, el general Narváez, no era amigo de conflictos bélicos, y envió a negociar a José Manuel Pareja, nacido en Perú, exministro de Marina y amigo suyo. A pesar de esto, Narváez no bajó la guardia y destacó dos buques de guerra más, incluida la fragata acorazada Numancia, que estaba sin terminar, por ser la mejor que tenía entonces España.
José Manuel Pareja consiguió una disculpa y una indemnización, y devolvió las islas Chincha. Pero la prensa española se ofendió por la escasa cuantía, y los periódicos peruanos consideraron que el acuerdo era una humillación y agitó la hispanofobia.
Tras el éxito en Perú, José Manuel Pareja se dirigió con la flota a Chile a exigir un tratado igual, y el 24 de septiembre de 1865 bloqueó las costas chilenas. Al día siguiente, Chile declaró la guerra a España. Los buques españoles estaban en malas condiciones después de no tocar tierra en tres años. Uno de ellos había sufrido un incendio, y la tripulación estaba diezmada por el escorbuto. En estas condiciones, los chilenos lograron emboscar y apresar al Covadonga. José Manuel Pareja, sintiéndose humillado y fracasado, se suicidó el 29 de noviembre. El mando recayó en Casto Méndez Núñez, capitán del Numancia. El gobierno español ordenó entonces buscar una victoria o bombardear puertos chilenos; solo así, decía, podría firmarse la paz en condiciones. Perú declaró la guerra a España el 13 de diciembre, que unió sus fuerzas a las chilenas.
El primer encuentro fue en Abtao, que no se saldó con victoria española, a pesar de que solo hubo un bombardeo mutuo con una docena de muertos entre los aliados, y ningún español. Crecidos por la batalla, Ecuador se unió a Chile y Perú en enero de 1866, y Bolivia en marzo. En respuesta, la escuadra española bombardeó la plaza de Valparaíso el 31 de ese mes. El ataque recibió muchas críticas porque se trataba de una ciudad abierta. La guerra no tenía sentido, y los buques españoles estaban al límite. Méndez Núñez decidió entonces poner fin a aquello e irse. Eso sí, para dejar bien alto el pabellón y no tener problemas con el gobierno, dijo aquello de «Más vale honra sin buques, que buques sin honra». Eligió una fecha emblemática, el 2 de mayo, y bombardeó sin previo aviso el puerto fortificado de El Callao, que era la plaza con mejores defensas de toda América del Sur. Los peruanos contraatacaron, con la batalla correspondiente. Los buques españoles, sin daños serios, emprendieron el retorno a la Península.
La noticia llegó a Madrid a principios de junio de 1866. El gobierno de O’Donnell aprovechó la ocasión para presentarlo como una victoria y dar por terminado el conflicto –lo que no sucedió hasta la firma del tratado de paz en 1871-. La guerra no reportó nada a España; todo lo contrario: empeoró las relaciones con los países americanos, y agentes chilenos fueron a Cuba a instigar la guerra de independencia que estalló dos años después. El gasto del mantenimiento de la flota fue inmenso y los estragos causados al comercio irritaron a todos.
Tampoco pensemos en los países hispanoamericanos como un bloque hermanado y solidario. Ni mucho menos. Entre 1836 y 1839 estalló la Guerra de la Confederación que enfrentó a Perú y Bolivia con Chile y Argentina. En 1864 comenzó la guerra llamada de la Triple Alianza, que constituyeron Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay, por territorios del Río de la Plata, y que duró hasta 1870. Luego vino otra guerra en el Pacífico, esta vez de Perú y Bolivia contra Chile, que habían sido aliados contra España, por territorios del desierto de Atacama, y que tuvo lugar entre 1879 y 1884. El resultado fue que Chile dejó a Bolivia sin salida al mar. ¿Y Argentina? Las guerras civiles en Argentina se extendieron durante 66 años, desde 1814 hasta 1880. Y México encadenó dos guerras entre 1857 y 1867, primero entre liberales y conservadores y luego contra la presencia francesa, después de haber perdido la guerra contra Estados Unidos en 1848, en la que cedió más del 50% de su territorio al vecino del norte. No es que mal de muchos nos consuele, es que los datos quitan complejos.
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La hispanidad, concepto recreado por Juan Valera, uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX, es bueno para recordar el legado español en América y las
La hispanidad, concepto recreado por Juan Valera, uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX, es bueno para recordar el legado español en América y las profundas raíces que nos unen con los pueblos americanos. Somos iguales en muchos sentidos. Sin embargo, en esta familia que formamos unos y otros ha habido momentos de gran tensión y conflicto que alimentaron la hispanofobia como elemento identitario de unos nacionalismos imaginados al margen y en contra de lo español. Esa retórica hizo mucho daño. Hasta el día de hoy se oyen tópicos sobre la presencia española en América como un compendio de robos y genocidio, cuando la realidad, como ya se está asentado, fue muy distinta. Hubo conflictos, como decía, que propiciaron que desde las instituciones americanas se extendiera ese discurso nacionalista antiespañol.
¿Qué presencia tenía España a mediados del siglo XIX en el continente americano? A pesar de que las relaciones oficiales no eran las mejores, la presencia de españoles al otro lado del Atlántico era muy numerosa. El número de españoles en Perú, sobre todo vascos y valencianos, había aumentado mucho en las décadas de 1850 y 1860 debido a varios planes gubernamentales de colonización rural. Estos inmigrantes enseguida vieron que el trato recibido por el gobierno peruano no era el prometido. A esto se sumó otro problema, como era la ausencia de protección consular española. Y es que la Madre Patria aún no había reconocido a la mayor parte de las repúblicas hispanoamericanas. En esta tesitura, los colonos españoles sufrieron violencia xenófoba por parte de los peruanos sin que recibieran la protección de las autoridades. Las noticias del acoso llegaron a Madrid, y Calderón Collantes, ministro de Estado, ordenó en 1860 que hubiera presencia naval en la zona para intimidar y no perder prestigio. Escribió lo siguiente: «urge que los gobiernos de Chile, Bolivia, Perú y el Ecuador vean ondear en sus puertos el pabellón de guerra español». De esta manera, los buques españoles con destino a las Filipinas siguieron la ruta del cabo de Hornos.
La presencia militar española en el mundo aumentó justamente en esas fechas. A la guerra de África y la de Vietnam, a la que dedicamos un episodio de Historia Canalla, se unió la cuestión de Santo Domingo, que pidió el 18 de marzo de 1860 la reincorporación a la corona española para casi inmediatamente iniciar su segunda guerra de independencia. No acabó ahí, España envió tropas a la guerra de México en 1861, con un general Prim que finalmente se echó atrás al ver el plan de Napoleón III en aquel país americano.
Con este panorama, descendió el interés en España por el choque con Perú hasta que en agosto de 1863, un campesino vasco fue asesinado a manos de peruanos, y otros españoles fueron heridos en Talambo. La colonia española en el Perú apeló a la protección de la escuadra y muchos compatriotas fueron evacuados a El Callao, al amparo de las baterías de los buques.
Eusebio Salazar y Mazarredo, enviado español en Bolivia, indicó a la flota que invadiera las islas Chincha, frente a El Callao, y así lo hicieron. Conseguida la ocupación, sencilla por tratarse de un archipiélago dedicado a la producción de guano, el gobierno español comenzó a negociar. Informó al gobierno de Perú que devolvería las islas Chincha si recibía una disculpa y una indemnización por los ataques a los españoles. Mientras llegaba la respuesta, otros cuatro buques de guerra se acercaron a la zona, sumando así siete buques de línea, dos bergantines y varias corbetas y naves de avituallamiento.
El gobierno peruano reunió en Lima a diplomáticos de Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela, que instaron al comandante español a devolver las islas Chincha. Ante la negativa, la hispanofobia se desató en Chile y Ecuador, lo que provocó una oleada de patriotismo indignado en los periódicos españoles llamando a la guerra. El nuevo presidente del gobierno español, el general Narváez, no era amigo de conflictos bélicos, y envió a negociar a José Manuel Pareja, nacido en Perú, exministro de Marina y amigo suyo. A pesar de esto, Narváez no bajó la guardia y destacó dos buques de guerra más, incluida la fragata acorazada Numancia, que estaba sin terminar, por ser la mejor que tenía entonces España.
José Manuel Pareja consiguió una disculpa y una indemnización, y devolvió las islas Chincha. Pero la prensa española se ofendió por la escasa cuantía, y los periódicos peruanos consideraron que el acuerdo era una humillación y agitó la hispanofobia.
Tras el éxito en Perú, José Manuel Pareja se dirigió con la flota a Chile a exigir un tratado igual, y el 24 de septiembre de 1865 bloqueó las costas chilenas. Al día siguiente, Chile declaró la guerra a España. Los buques españoles estaban en malas condiciones después de no tocar tierra en tres años. Uno de ellos había sufrido un incendio, y la tripulación estaba diezmada por el escorbuto. En estas condiciones, los chilenos lograron emboscar y apresar al Covadonga. José Manuel Pareja, sintiéndose humillado y fracasado, se suicidó el 29 de noviembre. El mando recayó en Casto Méndez Núñez, capitán del Numancia. El gobierno español ordenó entonces buscar una victoria o bombardear puertos chilenos; solo así, decía, podría firmarse la paz en condiciones. Perú declaró la guerra a España el 13 de diciembre, que unió sus fuerzas a las chilenas.
El primer encuentro fue en Abtao, que no se saldó con victoria española, a pesar de que solo hubo un bombardeo mutuo con una docena de muertos entre los aliados, y ningún español. Crecidos por la batalla, Ecuador se unió a Chile y Perú en enero de 1866, y Bolivia en marzo. En respuesta, la escuadra española bombardeó la plaza de Valparaíso el 31 de ese mes. El ataque recibió muchas críticas porque se trataba de una ciudad abierta. La guerra no tenía sentido, y los buques españoles estaban al límite. Méndez Núñez decidió entonces poner fin a aquello e irse. Eso sí, para dejar bien alto el pabellón y no tener problemas con el gobierno, dijo aquello de «Más vale honra sin buques, que buques sin honra». Eligió una fecha emblemática, el 2 de mayo, y bombardeó sin previo aviso el puerto fortificado de El Callao, que era la plaza con mejores defensas de toda América del Sur. Los peruanos contraatacaron, con la batalla correspondiente. Los buques españoles, sin daños serios, emprendieron el retorno a la Península.
La noticia llegó a Madrid a principios de junio de 1866. El gobierno de O’Donnell aprovechó la ocasión para presentarlo como una victoria y dar por terminado el conflicto –lo que no sucedió hasta la firma del tratado de paz en 1871-. La guerra no reportó nada a España; todo lo contrario: empeoró las relaciones con los países americanos, y agentes chilenos fueron a Cuba a instigar la guerra de independencia que estalló dos años después. El gasto del mantenimiento de la flota fue inmenso y los estragos causados al comercio irritaron a todos.
Tampoco pensemos en los países hispanoamericanos como un bloque hermanado y solidario. Ni mucho menos. Entre 1836 y 1839 estalló la Guerra de la Confederación que enfrentó a Perú y Bolivia con Chile y Argentina. En 1864 comenzó la guerra llamada de la Triple Alianza, que constituyeron Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay, por territorios del Río de la Plata, y que duró hasta 1870. Luego vino otra guerra en el Pacífico, esta vez de Perú y Bolivia contra Chile, que habían sido aliados contra España, por territorios del desierto de Atacama, y que tuvo lugar entre 1879 y 1884. El resultado fue que Chile dejó a Bolivia sin salida al mar. ¿Y Argentina? Las guerras civiles en Argentina se extendieron durante 66 años, desde 1814 hasta 1880. Y México encadenó dos guerras entre 1857 y 1867, primero entre liberales y conservadores y luego contra la presencia francesa, después de haber perdido la guerra contra Estados Unidos en 1848, en la que cedió más del 50% de su territorio al vecino del norte. No es que mal de muchos nos consuele, es que los datos quitan complejos.
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