‘Tiburón’, de bestseller a blockbuster gracias a Steven Spielberg

A principios de la década de los 70, Peter Benchley había tocado fondo. Padre de dos hijos, llevaba un par de años probando suerte como novelista, desde que el presidente Lyndon B. Johnson, para quien trabajaba como redactor de discursos, había decidido no postularse a la reelección. «Llevaba sin empleo fijo desde las cuatro de la tarde del 20 de enero de 1969, que era cuando el Servicio Secreto nos había echado sin contemplaciones, a mí y a una docena de colegas borrachines, de nuestro gigantesco despacho del Edificio de Oficinas Ejecutivas de Washington», recordaba el escritor.

En ese tiempo, había escrito una historia sobre unos piratas modernos que merodeaban el Caribe y otra sobre un tiburón que amenazaba con romper la veraniega temporada turística de Amity, una localidad isleña ficticia. Desesperado, presentó aquellos libros a su agente. «A mí me parecía que ninguna de las dos podría triunfar como novela», cuenta su esposa Wendy Benchley en el prólogo de la edición especial que acaba de publicar Planeta por el 50º aniversario de la película y que, con traducción de Javier Calvo, incluye archivos personales, reproducciones del manuscrito, fotografías del rodaje y el testimonio del propio autor sobre la escritura de la novela y su colaboración con Steven Spielberg. 

Por fortuna para ambos, la mujer se equivocó y, casi sin verlo venir, Benchley consiguió 7.500 dólares, con un anticipo de 1.000 por los primeros cuatro capítulos de una novela sobre tiburones sin título, que solo elegiría media hora antes de que se iniciara la producción del libro. Así fue como se llamó Jaws, en inglés. «Aunque a nadie le gustaba mucho, nadie tenía ninguna idea mejor, así que nadie puso objeciones. A fin de cuentas, lo que tenemos aquí es una primera novela, y las primeras novelas no las lee nadie», señaló el escritor.

Una escalada hacia el éxito

Tiburón se publicó en primavera de 1974 y hubo varios factores que se alinearon para que el éxito de aquella historia llegara. Spielberg, por supuesto, fue determinante, pero no el único. Benchley vendió los derechos cinematográficos por 150.000 dólares a la Universal Pictures antes de que este fuera incluso publicado, pero la película no se estrenó hasta 1975. La novela tenía, ya de por sí, varios elementos propios de un bestseller: era ligera, adictiva y, además de sus vibrantes escenas de acción, incluía un romance adúltero y una historia de política y mafia que no aparecerían en el film que la popularizó.

Hay que reconocerle al escritor, al menos, el mérito de haber concebido una historia donde la amenaza de una criatura extraña como un tiburón blanco era suficiente para construir esa tensión social en escalada en un apacible pueblo de veraneantes. ¿Qué pasaría si, de repente, tuvieran que cerrar las playas y perder toda la temporada? La crítica fue, por lo general, favorable. Entre otras, la favorita de su autor: «En una entrevista con Frank Mankiewick, de la National Public Radio, Fidel Castro había declarado que Tiburón no era una simple novelita popular, sino (y estoy parafraseando) una maravillosa metáfora sobre la corrupción del capitalismo».

Aun con todo, «Tiburón no fue el superventas gigantesco en el que lo ha convertido la leyenda. Fue ascendiendo lentamente por la lista de más vendidos del New Yorker Times Book Review, y aunque se mantuvo cuarenta y cuatro semanas en la lista, nunca llegó al número uno». Desplazado a un segundo puesto por la historia de un conejo titulado La colina de Watership, en tapa dura, las ventas alcanzaron los 120.000 ejemplares, algo que mejoró la edición de bolsillo: número uno durante meses en listas de todo el mundo, solo en Estados Unidos vendió más de nueve millones de ejemplares. Aquella popularidad sí coincidió con el estreno en 1975 de la película.

Un ‘primerizo’ Spielberg 

Considerada por muchos como una de las mejores películas de Steven Spielberg, cuando empezó la adaptación cinematográfica de Tiburón, tenía apenas 26 años y era su segundo largometraje, tras la incursión de The Sugarland Express (Loca evasión). Con un presupuesto inicial de 3,5 millones —que terminó disparándose a los 9—, el rodaje comenzó el 2 de mayo de 1974 en la isla Martha’s Vineyard de Massachusetts. 

Versionado por Carl Gottlieb —aunque originalmente el propio Benchley llegó a enviar dos borradores del guion—, el texto de la película se fue completando a lo largo de las nueve semanas que duró el rodaje. Cada escena era terminada la noche anterior durante la cena con el resto del equipo y muchos de los diálogos surgieron de aquellas veladas o de la reacción espontánea de algunos de sus intérpretes, entre los que se encontraban sus protagonistas: Richard Dreyfuss, Roy Scheider y Robert Shaw. Por ejemplo, muchas de las frases del personaje de Quint están inspiradas en el pescador local Craig Kinsbury, que interpretaba a su vez un pequeño papel como Ben Gardner.

Por su parte, para dar vida al escuálido, se diseñaron tres animales a tamaño real con un accionamiento neumático que necesitaba hasta catorce personas para articular todas sus partes. Su poca operatividad hizo que Spielberg se las ingeniara para darle un aspecto lo más temible y veraz posible a partir de otros recursos. Evitó usar el color rojo en los escenarios y el vestuario -salvo una pequeña excepción, que no hizo más que intensificar la toma-, con el objetivo de dar mayor impacto a la sangre (abundante) de sus malogrados personajes. 

Además, debido al aparatoso manejo de los tiburones de pega, muchas de las tomas fueron grabadas con sutiles insinuaciones a su presencia, bien con barriles flotantes que marcaban su ubicación, con la sombra oscura de algo en el agua o con la célebre aleta dorsal del animal. De hecho, no es hasta los minutos finales de la película que vemos por primera vez al impresionante pez de 7 metros de largo.

Un rodaje muy accidentado

Aunque siempre tuvo muy claro lo que quería hacer, Tiburón se convirtió en una pesadilla para el propio Spielberg. «Tuve días terribles y desesperados en los que creía que nadie me contrataría de nuevo y me imaginaba que sería mi última película de estudio», contó en el libro Spielberg: The First Ten Years.

Todo ello debido, en parte, al empeño del director por grabar en el mar, a pesar de que ninguno de ellos «entendía el agua». Rodar en el Atlántico lo complicó todo. Desde la vez en que casi pierden a uno de los tres tiburones, a los que habían apodado Bruce en honor al abogado de Spielberg, al momento en que el barco en el que rodaban, al que habían rebautizado como Orca, casi se les hunde por completo y tuvieron que desalojar a los actores mientras mantenían lejos del agua, como podían, el equipo de sonido (gracias al cual después obtendrían un Oscar). No se salvaron del agua las cámaras, que acabaron empapadas, aunque entre los muchos contratiempos, no fue este uno de ellos y, por suerte, lograron salvar las cintas.

Además de los inconvenientes propios, tuvieron que lidiar con las mareas. El movimiento marítimo a menudo estropeaba las escenas, la cámara iba hacia un lado, la barca hacia otro, lo que hacía que el encuadre cambiara por completo. Cuando no, se interponía al fondo del plano un velero de turistas, lo que arruinaba toda la toma. Debido a las circunstancias meteorológicas, no siempre se podía grabar. Y si se podía, en general, apenas conseguían rodar una o dos tomas por día. Aquello ralentizó el rodaje. «Pasábamos mucho tiempo intentando descubrir cómo hacer esta película, sentados durante siete u ocho horas», recordaba el director.

Debido a todo esto, el rodaje previsto se retrasó de los 50 días estimados a 150. Todos estaban deseando finalizar el trabajo y poder marcharse. Las condiciones fueron tan infernales, que, según cuentan, Spielberg no se presentó a rodar el último día por temor a que lo lanzaran al mar al acabar. Aquello, más tarde, se convertiría en un ritual que, dicen, mantendría con el resto de sus películas.

En defensa de los tiburones 

En cines, Tiburón recaudó 471 millones y fue la primera película en considerarse un blockbuster del verano. Sin embargo, el éxito de la película tuvo su cara B y a finales de los 70 se produjo una oleada de cacerías indiscriminadas de tiburones y de torneos de pesca. Algo que horrorizó al autor de la historia hasta el punto de que, junto a su esposa Wendy, dedicó el resto de su vida a la conservación marítima. «Una de las primeras lecciones que aprendí fue que los tiburones no solo no buscan y atacan a los humanos, sino que nos evitan siempre que pueden y casi nunca nos muerden. Ni siquiera les gusta cómo sabemos», afirmó después. 

En los años posteriores al estreno de la película, el número de tiburones grandes en las aguas al este de América del Norte disminuyó en un 50 por ciento, aproximadamente. Tampoco Spielberg se alegraría por ello. «Lamento profundamente, y hasta el día de hoy, la destrucción de la población de tiburones a causa del libro y la película. Lo lamento de verdad», dijo durante una entrevista de 2022.

Peter Benchley murió en 2006, pero aún podemos verle en Tiburón, en un pequeño cameo. «Visité el set, interpreté el papel del reportero de televisión que hay en la playa el 4 de julio, la prensa se empeñó en decir que yo tenía un conflicto continuo con Steven Spealberg —lo cual no era cierto, pero casi se hizo cierto a base de repetirlo—, y traté, entretanto y sin éxito, de vivir una vida normal», escribió.

 A principios de la década de los 70, Peter Benchley había tocado fondo. Padre de dos hijos, llevaba un par de años probando suerte como novelista,  

A principios de la década de los 70, Peter Benchley había tocado fondo. Padre de dos hijos, llevaba un par de años probando suerte como novelista, desde que el presidente Lyndon B. Johnson, para quien trabajaba como redactor de discursos, había decidido no postularse a la reelección. «Llevaba sin empleo fijo desde las cuatro de la tarde del 20 de enero de 1969, que era cuando el Servicio Secreto nos había echado sin contemplaciones, a mí y a una docena de colegas borrachines, de nuestro gigantesco despacho del Edificio de Oficinas Ejecutivas de Washington», recordaba el escritor.

En ese tiempo, había escrito una historia sobre unos piratas modernos que merodeaban el Caribe y otra sobre un tiburón que amenazaba con romper la veraniega temporada turística de Amity, una localidad isleña ficticia. Desesperado, presentó aquellos libros a su agente. «A mí me parecía que ninguna de las dos podría triunfar como novela», cuenta su esposa Wendy Benchley en el prólogo de la edición especial que acaba de publicar Planeta por el 50º aniversario de la película y que, con traducción de Javier Calvo, incluye archivos personales, reproducciones del manuscrito, fotografías del rodaje y el testimonio del propio autor sobre la escritura de la novela y su colaboración con Steven Spielberg. 

Por fortuna para ambos, la mujer se equivocó y, casi sin verlo venir, Benchley consiguió 7.500 dólares, con un anticipo de 1.000 por los primeros cuatro capítulos de una novela sobre tiburones sin título, que solo elegiría media hora antes de que se iniciara la producción del libro. Así fue como se llamó Jaws, en inglés. «Aunque a nadie le gustaba mucho, nadie tenía ninguna idea mejor, así que nadie puso objeciones. A fin de cuentas, lo que tenemos aquí es una primera novela, y las primeras novelas no las lee nadie», señaló el escritor.

Tiburón se publicó en primavera de 1974 y hubo varios factores que se alinearon para que el éxito de aquella historia llegara. Spielberg, por supuesto, fue determinante, pero no el único. Benchley vendió los derechos cinematográficos por 150.000 dólares a la Universal Pictures antes de que este fuera incluso publicado, pero la película no se estrenó hasta 1975. La novela tenía, ya de por sí, varios elementos propios de un bestseller: era ligera, adictiva y, además de sus vibrantes escenas de acción, incluía un romance adúltero y una historia de política y mafia que no aparecerían en el film que la popularizó.

Hay que reconocerle al escritor, al menos, el mérito de haber concebido una historia donde la amenaza de una criatura extraña como un tiburón blanco era suficiente para construir esa tensión social en escalada en un apacible pueblo de veraneantes. ¿Qué pasaría si, de repente, tuvieran que cerrar las playas y perder toda la temporada? La crítica fue, por lo general, favorable. Entre otras, la favorita de su autor: «En una entrevista con Frank Mankiewick, de la National Public Radio, Fidel Castro había declarado que Tiburón no era una simple novelita popular, sino (y estoy parafraseando) una maravillosa metáfora sobre la corrupción del capitalismo».

Aun con todo, «Tiburón no fue el superventas gigantesco en el que lo ha convertido la leyenda. Fue ascendiendo lentamente por la lista de más vendidos del New Yorker Times Book Review, y aunque se mantuvo cuarenta y cuatro semanas en la lista, nunca llegó al número uno». Desplazado a un segundo puesto por la historia de un conejo titulado La colina de Watership, en tapa dura, las ventas alcanzaron los 120.000 ejemplares, algo que mejoró la edición de bolsillo: número uno durante meses en listas de todo el mundo, solo en Estados Unidos vendió más de nueve millones de ejemplares. Aquella popularidad sí coincidió con el estreno en 1975 de la película.

Considerada por muchos como una de las mejores películas de Steven Spielberg, cuando empezó la adaptación cinematográfica de Tiburón, tenía apenas 26 años y era su segundo largometraje, tras la incursión de The Sugarland Express (Loca evasión). Con un presupuesto inicial de 3,5 millones —que terminó disparándose a los 9—, el rodaje comenzó el 2 de mayo de 1974 en la isla Martha’s Vineyard de Massachusetts. 

Versionado por Carl Gottlieb —aunque originalmente el propio Benchley llegó a enviar dos borradores del guion—, el texto de la película se fue completando a lo largo de las nueve semanas que duró el rodaje. Cada escena era terminada la noche anterior durante la cena con el resto del equipo y muchos de los diálogos surgieron de aquellas veladas o de la reacción espontánea de algunos de sus intérpretes, entre los que se encontraban sus protagonistas: Richard Dreyfuss, Roy Scheider y Robert Shaw. Por ejemplo, muchas de las frases del personaje de Quint están inspiradas en el pescador local Craig Kinsbury, que interpretaba a su vez un pequeño papel como Ben Gardner.

Por su parte, para dar vida al escuálido, se diseñaron tres animales a tamaño real con un accionamiento neumático que necesitaba hasta catorce personas para articular todas sus partes. Su poca operatividad hizo que Spielberg se las ingeniara para darle un aspecto lo más temible y veraz posible a partir de otros recursos. Evitó usar el color rojo en los escenarios y el vestuario -salvo una pequeña excepción, que no hizo más que intensificar la toma-, con el objetivo de dar mayor impacto a la sangre (abundante) de sus malogrados personajes. 

Además, debido al aparatoso manejo de los tiburones de pega, muchas de las tomas fueron grabadas con sutiles insinuaciones a su presencia, bien con barriles flotantes que marcaban su ubicación, con la sombra oscura de algo en el agua o con la célebre aleta dorsal del animal. De hecho, no es hasta los minutos finales de la película que vemos por primera vez al impresionante pez de 7 metros de largo.

Aunque siempre tuvo muy claro lo que quería hacer, Tiburón se convirtió en una pesadilla para el propio Spielberg. «Tuve días terribles y desesperados en los que creía que nadie me contrataría de nuevo y me imaginaba que sería mi última película de estudio», contó en el libro Spielberg: The First Ten Years.

Todo ello debido, en parte, al empeño del director por grabar en el mar, a pesar de que ninguno de ellos «entendía el agua». Rodar en el Atlántico lo complicó todo. Desde la vez en que casi pierden a uno de los tres tiburones, a los que habían apodado Bruce en honor al abogado de Spielberg, al momento en que el barco en el que rodaban, al que habían rebautizado como Orca, casi se les hunde por completo y tuvieron que desalojar a los actores mientras mantenían lejos del agua, como podían, el equipo de sonido (gracias al cual después obtendrían un Oscar). No se salvaron del agua las cámaras, que acabaron empapadas, aunque entre los muchos contratiempos, no fue este uno de ellos y, por suerte, lograron salvar las cintas.

Además de los inconvenientes propios, tuvieron que lidiar con las mareas. El movimiento marítimo a menudo estropeaba las escenas, la cámara iba hacia un lado, la barca hacia otro, lo que hacía que el encuadre cambiara por completo. Cuando no, se interponía al fondo del plano un velero de turistas, lo que arruinaba toda la toma. Debido a las circunstancias meteorológicas, no siempre se podía grabar. Y si se podía, en general, apenas conseguían rodar una o dos tomas por día. Aquello ralentizó el rodaje. «Pasábamos mucho tiempo intentando descubrir cómo hacer esta película, sentados durante siete u ocho horas», recordaba el director.

Debido a todo esto, el rodaje previsto se retrasó de los 50 días estimados a 150. Todos estaban deseando finalizar el trabajo y poder marcharse. Las condiciones fueron tan infernales, que, según cuentan, Spielberg no se presentó a rodar el último día por temor a que lo lanzaran al mar al acabar. Aquello, más tarde, se convertiría en un ritual que, dicen, mantendría con el resto de sus películas.

En cines, Tiburón recaudó 471 millones y fue la primera película en considerarse un blockbuster del verano. Sin embargo, el éxito de la película tuvo su cara B y a finales de los 70 se produjo una oleada de cacerías indiscriminadas de tiburones y de torneos de pesca. Algo que horrorizó al autor de la historia hasta el punto de que, junto a su esposa Wendy, dedicó el resto de su vida a la conservación marítima. «Una de las primeras lecciones que aprendí fue que los tiburones no solo no buscan y atacan a los humanos, sino que nos evitan siempre que pueden y casi nunca nos muerden. Ni siquiera les gusta cómo sabemos», afirmó después. 

En los años posteriores al estreno de la película, el número de tiburones grandes en las aguas al este de América del Norte disminuyó en un 50 por ciento, aproximadamente. Tampoco Spielberg se alegraría por ello. «Lamento profundamente, y hasta el día de hoy, la destrucción de la población de tiburones a causa del libro y la película. Lo lamento de verdad», dijo durante una entrevista de 2022.

Peter Benchley murió en 2006, pero aún podemos verle en Tiburón, en un pequeño cameo. «Visité el set, interpreté el papel del reportero de televisión que hay en la playa el 4 de julio, la prensa se empeñó en decir que yo tenía un conflicto continuo con Steven Spealberg —lo cual no era cierto, pero casi se hizo cierto a base de repetirlo—, y traté, entretanto y sin éxito, de vivir una vida normal», escribió.

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