Bukowski más allá del mito: el rescate del escritor

En 1978, invitado estrella en el programa literario Apostrophes de la televisión francesa, Charles Bukowski, en evidente estado de ebriedad, se levanta en mitad de la emisión y abandona el plató ante la mirada perpleja del presentador, Bernard Pivot. Al día siguiente, sus libros se agotan en las librerías francesas. Es un momento televisivo celebérrimo, aunque con orgullo patrio podemos afirmar que lo supera el de Arrabal hablando del milenarismo con una cogorza de campeonato en un programa de Sánchez Dragó y besuqueando a uno de los invitados antes de salir tambaleándose.

La espantada etílica de Bukowski en Apostrophes ayuda a cincelar su leyenda de escritor maldito, al igual que la reiterada presencia de botellas –de cerveza, vino u otros alcoholes– en sus apariciones públicas. Se suman las frases sentenciosas y las declaraciones desafiantes, el aire bravucón y retador del personaje, la franqueza pornográfica con la que hablaba de sexo y mujeres. Todo ello conforma el perfil de poeta del arroyo y literato de la low life de Los Ángeles, que acabó teniendo un punto caricaturesco, lo cual lleva a Abel Debritto a afirmar que «Bukowski fue objeto de burla y desprecio por parte de un gran número de autores y críticos, quienes consideraban que su obra no era más que el producto de un sátiro beodo e ignorante que no sabía escribir».

Este comentario procede de Bukowski: rey del undergroud (Punto de Vista Editores), un sugestivo ensayo biográfico que se centra en la prolongada relación del escritor con la prensa alternativa y en su periplo editorial desde la marginalidad hasta el éxito internacional. El autor, Abel Debritto, propone en este volumen una visión matizada de Bukowski, que aparca la mitología que envuelve al personaje, del que reivindica su calidad literaria y su conocimiento de la tradición heredada, alejándolo por tanto del habitual retrato grotesco que lo presenta como un escritor troglodita.

Desde el fallecimiento de Bukowski, Debritto se ha convertido en su principal valedor y ha puesto empeño en el rescate de inéditos que añaden matices de complejidad al autor. El estudioso espigó entre su correspondencia con escritores y editores las cartas en las que abordaba asuntos literarios y el resultado fue el magnífico volumen La enfermedad de escribir (Anagrama, 2020), al que ahora se une en la misma editorial Bukowski. Ensayos y relatos. Son casi 900 páginas que reúnen tres libros póstumos: Fragmentos de un cuaderno manchado de vino y Ausencia del héroe, ya publicados, y un tercero, La matemática del aliento y la ruta, inédito hasta ahora en español. Este último reúne una serie de crónicas, reseñas, prólogos y entrevistas.

Siempre vehemente, con abundantes exabruptos y alguna metedura de pata –dice que Cervantes escribió el Quijote con 80 años–, el escritor habla de su concepción de la literatura y de sus maestros: «Me gustan Céline, Hemingway al principio, Dostoievski, los primeros relatos de Gorki (…) Más adelante encontré a John Fante, Knut Hamsun». En cambio, lanza una puya contra Norman Mailer: «Escribió una novela y se convirtió en un periodista inteligente. Participa en programas, tiene polémicas con las militantes de la liberación de la mujer, ya no es un creador, no es más que un periodista».

Vida y literatura

Uno de los textos más relevantes de este libro es el titulado Sobre la matemática del aliento y la ruta, publicado en la Small Press Review en 1973, en el que perfila su propuesta estética: «Cuando el estilo está desarrollado se lo considera algo sencillo, pero el estilo no solo se desarrolla a través de un método; se desarrolla por medio del sentimiento, es como llevar un pincel a un lienzo de cierta manera, y si no vives siguiendo el sendero de la intensidad y el flujo, el estilo se desvanece». Y más adelante añade: «El genio podría definirse como la habilidad para decir cosas profundas de una manera sencilla, o incluso decir algo sencillo de una manera todavía más sencilla». Y sobre Hemingway apunta: «Estudió las corridas de toros en busca de la forma y el significado, la valentía y el fracaso y la ruta. Yo voy a los combates de boxeo y a las carreras de caballos por la misma razón».

La obra de Bukowski se sitúa en la estela de una larga tradición literaria estadounidense que tiene su estandarte en Hemingway y su idea de que la vida llegue a la página de la forma más directa posible. Sin embargo, más allá de este vínculo directo entre vida y literatura, hay en Hemingway –tantas veces vilipendiado como macho alfa literario– un virtuosismo compositivo que brilla de forma especial en sus cuentos, en los que pone en práctica la técnica del desplazamiento de foco y la llamada teoría de iceberg. Hemingway es un escritor mucho más sofisticado de lo que parece a primera vista.

En la misma liga juegan narradores que vienen del periodismo como Ring Lardner, autores pulp de prosa afilada como Jim Thompson en sus mejores momentos, narradores viscerales como Henry Miller o John Fante, y más delante Jack Kerouac y los beats, Raymond Carver, Richard Ford… Son autores que materializan el ideal planteado en el siglo XIX por Emerson en su ensayo El poeta americano, en el que abogaba por una literatura estadounidense alejada de las filigranas europeas, una literatura vigorosa y veraz, que en su época representaba la poesía de Walt Whitman.

Bukowski es en cierto modo el último eslabón de este linaje literario, pero su figura sigue siendo controvertida. Para unos, un genio; para otros, un mero pornógrafo de baratillo, un falócrata borracho sin talento alguno. La labor de Debritto en estos años ha consistido en reivindicar la calidad literaria de Bukowski y en contextualizar su figura en el entorno del underground de la costa oeste.

Recuperación de John Fante

Bukowski malvivió trabajando como cartero y escribiendo relatos en revistas porno para ganar unos dólares extra; sufrió reiterados rechazos de sus textos en todo tipo de publicaciones hasta que se abrió camino como poeta, narrador y cronista en la prensa alternativa, incluidas muchas revistas mimeografiadas. Y saltó al mundo editorial gracias el editor John Martin y la Black Sparrow Press.

Para que se pudiera consagrar a la escritura, Martin le ofreció una asignación inicial de cien dólares mensuales, que fue aumentado progresivamente hasta convertirse en 10.000 dólares mensuales, más unas abundantes liquidaciones de derechos de autor anuales. En los años ochenta, el 40% de la facturación de Black Sparrow Press provenía de los libros de Bukowski. Fue él, autor estelar de la editorial, quien convenció a Martin de rescatar al olvidado John Fante, al que consideraba su maestro.

En los años setenta, Bukowski empezó a triunfar a lo grande y a mediados de esa década se convirtió en un fenómeno en Europa. Arrasó en Alemania y Francia a partir de 1974, y llegó a España unos años después, en 1978. Lo hizo de la mano de Anagrama. El editor Jorge Herralde relata en Por orden alfabético la visita al escritor en su casa de Los Ángeles. Bukowski se convirtió en el autor estrella de la colección Contraseñas. Todavía hoy, sus libros se siguen reeditando a buen ritmo.

 En 1978, invitado estrella en el programa literario Apostrophes de la televisión francesa, Charles Bukowski, en evidente estado de ebriedad, se levanta en mitad de la  

En 1978, invitado estrella en el programa literario Apostrophes de la televisión francesa, Charles Bukowski, en evidente estado de ebriedad, se levanta en mitad de la emisión y abandona el plató ante la mirada perpleja del presentador, Bernard Pivot. Al día siguiente, sus libros se agotan en las librerías francesas. Es un momento televisivo celebérrimo, aunque con orgullo patrio podemos afirmar que lo supera el de Arrabal hablando del milenarismo con una cogorza de campeonato en un programa de Sánchez Dragó y besuqueando a uno de los invitados antes de salir tambaleándose.

La espantada etílica de Bukowski en Apostrophes ayuda a cincelar su leyenda de escritor maldito, al igual que la reiterada presencia de botellas –de cerveza, vino u otros alcoholes– en sus apariciones públicas. Se suman las frases sentenciosas y las declaraciones desafiantes, el aire bravucón y retador del personaje, la franqueza pornográfica con la que hablaba de sexo y mujeres. Todo ello conforma el perfil de poeta del arroyo y literato de la low life de Los Ángeles, que acabó teniendo un punto caricaturesco, lo cual lleva a Abel Debritto a afirmar que «Bukowski fue objeto de burla y desprecio por parte de un gran número de autores y críticos, quienes consideraban que su obra no era más que el producto de un sátiro beodo e ignorante que no sabía escribir».

Este comentario procede de Bukowski: rey del undergroud (Punto de Vista Editores), un sugestivo ensayo biográfico que se centra en la prolongada relación del escritor con la prensa alternativa y en su periplo editorial desde la marginalidad hasta el éxito internacional. El autor, Abel Debritto, propone en este volumen una visión matizada de Bukowski, que aparca la mitología que envuelve al personaje, del que reivindica su calidad literaria y su conocimiento de la tradición heredada, alejándolo por tanto del habitual retrato grotesco que lo presenta como un escritor troglodita.

Desde el fallecimiento de Bukowski, Debritto se ha convertido en su principal valedor y ha puesto empeño en el rescate de inéditos que añaden matices de complejidad al autor. El estudioso espigó entre su correspondencia con escritores y editores las cartas en las que abordaba asuntos literarios y el resultado fue el magnífico volumen La enfermedad de escribir (Anagrama, 2020), al que ahora se une en la misma editorial Bukowski. Ensayos y relatos. Son casi 900 páginas que reúnen tres libros póstumos: Fragmentos de un cuaderno manchado de vino y Ausencia del héroe, ya publicados, y un tercero, La matemática del aliento y la ruta, inédito hasta ahora en español. Este último reúne una serie de crónicas, reseñas, prólogos y entrevistas.

Siempre vehemente, con abundantes exabruptos y alguna metedura de pata –dice que Cervantes escribió el Quijote con 80 años–, el escritor habla de su concepción de la literatura y de sus maestros: «Me gustan Céline, Hemingway al principio, Dostoievski, los primeros relatos de Gorki (…) Más adelante encontré a John Fante, Knut Hamsun». En cambio, lanza una puya contra Norman Mailer: «Escribió una novela y se convirtió en un periodista inteligente. Participa en programas, tiene polémicas con las militantes de la liberación de la mujer, ya no es un creador, no es más que un periodista».

Uno de los textos más relevantes de este libro es el titulado Sobre la matemática del aliento y la ruta, publicado en la Small Press Review en 1973, en el que perfila su propuesta estética: «Cuando el estilo está desarrollado se lo considera algo sencillo, pero el estilo no solo se desarrolla a través de un método; se desarrolla por medio del sentimiento, es como llevar un pincel a un lienzo de cierta manera, y si no vives siguiendo el sendero de la intensidad y el flujo, el estilo se desvanece». Y más adelante añade: «El genio podría definirse como la habilidad para decir cosas profundas de una manera sencilla, o incluso decir algo sencillo de una manera todavía más sencilla». Y sobre Hemingway apunta: «Estudió las corridas de toros en busca de la forma y el significado, la valentía y el fracaso y la ruta. Yo voy a los combates de boxeo y a las carreras de caballos por la misma razón».

La obra de Bukowski se sitúa en la estela de una larga tradición literaria estadounidense que tiene su estandarte en Hemingway y su idea de que la vida llegue a la página de la forma más directa posible. Sin embargo, más allá de este vínculo directo entre vida y literatura, hay en Hemingway –tantas veces vilipendiado como macho alfa literario– un virtuosismo compositivo que brilla de forma especial en sus cuentos, en los que pone en práctica la técnica del desplazamiento de foco y la llamada teoría de iceberg. Hemingway es un escritor mucho más sofisticado de lo que parece a primera vista.

En la misma liga juegan narradores que vienen del periodismo como Ring Lardner, autores pulp de prosa afilada como Jim Thompson en sus mejores momentos, narradores viscerales como Henry Miller o John Fante, y más delante Jack Kerouac y los beats, Raymond Carver, Richard Ford… Son autores que materializan el ideal planteado en el siglo XIX por Emerson en su ensayo El poeta americano, en el que abogaba por una literatura estadounidense alejada de las filigranas europeas, una literatura vigorosa y veraz, que en su época representaba la poesía de Walt Whitman.

Bukowski es en cierto modo el último eslabón de este linaje literario, pero su figura sigue siendo controvertida. Para unos, un genio; para otros, un mero pornógrafo de baratillo, un falócrata borracho sin talento alguno. La labor de Debritto en estos años ha consistido en reivindicar la calidad literaria de Bukowski y en contextualizar su figura en el entorno del underground de la costa oeste.

Bukowski malvivió trabajando como cartero y escribiendo relatos en revistas porno para ganar unos dólares extra; sufrió reiterados rechazos de sus textos en todo tipo de publicaciones hasta que se abrió camino como poeta, narrador y cronista en la prensa alternativa, incluidas muchas revistas mimeografiadas. Y saltó al mundo editorial gracias el editor John Martin y la Black Sparrow Press.

Para que se pudiera consagrar a la escritura, Martin le ofreció una asignación inicial de cien dólares mensuales, que fue aumentado progresivamente hasta convertirse en 10.000 dólares mensuales, más unas abundantes liquidaciones de derechos de autor anuales. En los años ochenta, el 40% de la facturación de Black Sparrow Press provenía de los libros de Bukowski. Fue él, autor estelar de la editorial, quien convenció a Martin de rescatar al olvidado John Fante, al que consideraba su maestro.

En los años setenta, Bukowski empezó a triunfar a lo grande y a mediados de esa década se convirtió en un fenómeno en Europa. Arrasó en Alemania y Francia a partir de 1974, y llegó a España unos años después, en 1978. Lo hizo de la mano de Anagrama. El editor Jorge Herralde relata en Por orden alfabético la visita al escritor en su casa de Los Ángeles. Bukowski se convirtió en el autor estrella de la colección Contraseñas. Todavía hoy, sus libros se siguen reeditando a buen ritmo.

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