Hace siete años, durante su etapa como investigador en la Universidad de Oxford, David Catalunya (Valencia, 43 años) se topó por casualidad con una mención al órgano de la Basílica de la Natividad de Belén. “Llevaba varias semanas documentándome para un artículo académico sobre instrumentos y tecnología medieval”, recrea el musicólogo aquella tarde lluviosa en su despacho con vistas al Christ Church College de Oxford, en una de cuyas aulas dio clase Lewis Carroll. “En un viejo libro encontré una referencia a un órgano de la época de las cruzadas que fue descubierto en Tierra Santa a comienzos del siglo XX. De pronto, se me abrieron las puertas a un mundo al que muy pocos han tenido acceso”.
Un equipo de investigadores liderado por David Catalunya ha conseguido hacer sonar, tras 800 años de silencio, un tesoro musical de la época de las cruzadas que sirvió para la liturgia en la Basílica de la Natividad de Belén
Hace siete años, durante su etapa como investigador en la Universidad de Oxford, David Catalunya (Valencia, 43 años) se topó por casualidad con una mención al órgano de la Basílica de la Natividad de Belén. “Llevaba varias semanas documentándome para un artículo académico sobre instrumentos y tecnología medieval”, recrea el musicólogo aquella tarde lluviosa en su despacho con vistas al Christ Church College de Oxford, en una de cuyas aulas dio clase Lewis Carroll. “En un viejo libro encontré una referencia a un órgano de la época de las cruzadas que fue descubierto en Tierra Santa a comienzos del siglo XX. De pronto, se me abrieron las puertas a un mundo al que muy pocos han tenido acceso”.
Fascinado por el hallazgo, Catalunya siguió tirando del hilo y desempolvando antiguos tratados. “Salvo la primera noticia de Jeremy Montagu y un breve párrafo en el libro de Peter Williams, la falta de un estudio profundo sobre este material lo había convertido en leyenda”, dice. El hechizo surtió efecto. “Tuve una especie de presentimiento, y me lancé a la aventura siguiendo una corazonada”. Tras varios intercambios de correos y una sesión por videoconferencia con un fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa de Jerusalén, consiguió los permisos para investigar en el museo de la institución, que desde 1217 se encarga de la tutela y administración de los lugares cristianos de la región.

Nada más acceder al convento de San Salvador, por un laberinto de pasillos y escaleras estrechas, Catalunya llegó a una pequeña sala cerrada con llave. Allí los frailes le mostraron unas reliquias que encajaban con la descripción que les había hecho. “En un viejo baúl, protegido por telas, aparecieron decenas de tubos de cobre sin catalogar”, rememora en una cafetería junto a la muralla de la Ciudad Vieja de Jerusalén. “Inmediatamente, sentí una conexión profunda con aquel instrumento”. Y no cualquier instrumento, sino un órgano construido casi cuatro siglos antes que el ejemplar de 1435 de la basílica de Valère, en los Alpes suizos, y que se considera el más antiguo de la tradición occidental.
Todo parece indicar que el órgano de Belén fue traído en barco desde Europa por cruzados franceses y utilizado para la liturgia durante aproximadamente un siglo. “Tras la invasión musulmana del siglo XII, capitaneada por Saladino, fue desmantelado y ocultado para protegerlo de la destrucción”, cuenta el musicólogo. “El instrumento pertenece a un periodo de una efervescencia cultural y política verdaderamente apasionante. Y fue en esta época cuando el órgano se convirtió en un elemento identitario de la cristiandad latina”. En 1906, durante una excavación arqueológica en el jardín de la basílica, aparecieron 222 tubos y un carrillón de trece campanas, que fueron trasladados a Jerusalén.

Hasta ahora nadie había reparado en un tesoro musical llamado a reescribir la historia de la organología europea. Así lo atestiguan los dos expertos holandeses que acompañan a Catalunya en su cuarto viaje a Tierra Santa. “No todos los días uno tiene el privilegio de presenciar un unicornio”, reconoce el maestro organero Winold van der Putten, que ha construido instrumentos a partir de pinturas de Jan Van Eyck. A su lado, con un micrómetro en una mano y un tubo en la otra, interviene el no menos eminente Koos van de Linde: “A falta de planos, nosotros analizamos la relación entre las partes, pues los órganos de este periodo se basan en modelos matemáticos que aspiran a la divina proporción”.
Apenas se ven turistas estos días por el casco histórico de Jerusalén. “He tenido que sortear muchos obstáculos”, confiesa el investigador durante un paseo improvisado por el zoco Khan al-Zeit que lleva a la Basílica del Santo Sepulcro. “La pandemia me obligó a paralizar el proyecto y a punto estuve de cancelar esta última visita tras el misil de los rebeldes hutíes que impactó cerca del Aeropuerto Ben Gurion”. Dice esto y señala una vieja escalera de cedro libanés olvidada en uno de los ventanales del templo. “Lleva ahí más de tres siglos y nadie se ha atrevido a moverla por miedo a las consecuencias. Con el órgano pasa un poco lo mismo: debes acercarte a él con el más profundo de los respetos”.

A la mañana siguiente, cuando nos volvemos a encontrar en la sala del museo reservada al órgano, Catalunya luce unas imponentes ojeras. “Llevo toda la noche en vela”, se excusa. “Pero es que ha ocurrido algo extraordinario… casi un milagro”. Luego explica que, a última hora de la tarde anterior, tras medir y ordenar los últimos tubos a partir de los grabados de las aberturas, el equipo probó a colocar los ocho cilindros metálicos mejor conservados en un pequeño fuelle que reproduce el mecanismo de ventilación del órgano. “Una sensación indescriptible me invadió al escuchar el sonido potente y pleno, por momentos casi angelical, de este mítico instrumento sepultado por el tiempo”.
Su proyecto, que ha sido acogido por el Instituto Complutense de Ciencias Musicales, nació con la idea de elaborar una réplica del órgano de Belén para recuperar su realidad sonora. “Nuestra mayor sorpresa ha sido descubrir que algunos de estos tubos, que tienen casi mil años de antigüedad, continúan sonando como si hubieran sido fabricados ayer”, señala Catalunya, que apunta al clima seco de la región como factor determinante para su extraordinario estado de conservación. “Por primera vez en la historia moderna podemos escuchar un sonido musical medieval sin pasar por una recreación, el mismísimo sonido que escucharon los cruzados”, enfatiza. “Es una ventana al pasado única en el mundo”.

En la casa de peregrinos de las Hermanas del Santo Rosario, durante un último desayuno a base de pan zaatar y humus, Catalunya y su equipo celebran el éxito de la expedición entre brindis de café soluble. “Sirva esto de homenaje al anónimo monje que tanto se esforzó por preservar el instrumento”, reflexiona el musicólogo valenciano como preámbulo a una interesante hipótesis sobre los 120 tubos (de un total de 324) que el heroico clérigo latino no tuvo tiempo de enterrar. “Sabía muy bien lo que hacía, pues escogió los más importantes”, sugiere. “La elección delata prisa y, al mismo tiempo, un cuidado minucioso, como si esperara que, tarde o temprano, alguien volviera a hacer sonar el órgano”.
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