‘Un hombre cualquiera’: suspense amoroso entre la cotidianidad gris

Un hombre cualquiera en una ciudad cualquiera. Antonio Mathis vive en piloto automático. El mismo trabajo de siempre, la misma rutina de siempre, la misma novia con la que no se atreve a casarse… El tiempo pasa, tiene ya cuarenta años, y el futuro se presenta tan triste y monótono, carente de cualquier tipo de emoción, como lo ha sido su pasado y lo es su presente.

Vive en una ciudad tan gris como él, la Turín industrial de 1950, con la única compañía de unos cínicos y vagos compañeros de trabajo. Un día, sin embargo, lo que parece un encuentro casual acaba por trastocarle la vida. Parece que surge una especie de amor imprevisto y prohibido que provocará un profundo cambio: se siente dispuesto a arriesgarse y a cambiar de vida, por primera vez en su existencia. «Soy un cobarde», anota en su diario, paralizado ante aquel riesgo al que no está acostumbrado.

Durante varias semanas esperará a la hora del encuentro con Serena, aunque él todavía no sabe que se llama así, una novicia veinte años más joven que se encuentra a diario en la parada del tranvía y que, sin palabras, irá dejando pistas al oficinista con el fin de animarle a que rompa el muro de silencio que separa a ambos.

Por una vez, Mathis siente la necesidad de actuar, incitado por las insinuaciones silenciosas de la monja, que esconde, tras miradas y encuentros furtivos, una promesa ambigua de amor y erotismo. Una historia de intriga en la gran ciudad, de suspense en lo cotidiano, que atrapa al lector hasta que nuestro antihéroe consigue al final romper su timidez para hablar con la amada. Se materializa entonces un idilio con una chica provinciana e ingenua, deseosa de escapar del encierro en el que se encuentra dentro de la orden religiosa. Es Serena quien mueve los hilos y, quizá, da pábulo a las imaginaciones del oficinista.

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Un hombre cualquiera
Giovanni Arpino

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Celebrada por Eugenio Montale como una obra maestra, Un hombre cualquiera nos adentra de manera brillante en la conciencia de un tipo del montón, cuya existencia se ve trastornada por una pasión inesperada. Publicada en 1959, esta novela vendió más de cien mil ejemplares en un año y consagró a Giovanni Arpino como un nombre imprescindible de la literatura italiana del siglo XX.

Sin embargo, Arpino no es conocido en España. Editado por Gatopardo ediciones, esta nueva edición cuenta con un prólogo de Antonio Muñoz Molina, que incide en el porqué de este desconocimiento en nuestro país de una figura de gran interés literario. Para Muñoz Molina, Arpino destaca por la «extrema contención de su escritura», lo que le ha alejado de ser alabado por los críticos.  El estilo del italiano «parece transparente, de una claridad tan pura que casi resulta dolorosa, como el frío de una mañana de invierno». Su técnica, dice, resulta tan eficaz que parece que se diría que no la tuviera.

Con la estructura simple de un breve diario. Se nos presenta, ya lo hemos dicho, un hombre mediocre en una ciudad industrial, que nos recuerda a la Turín de Pavese, una ciudad de edificios, grúas y un frío en blanco y negro.  La estirpe de este oficinista, cuya liberación va observándose también en el lenguaje que va brotando en el diario, donde se vuelcan las pasiones de un corazón hasta hace poco desapasionado y muerto, entronca con otros empleados invisibles como él.

Como el caso del Bartleby, de Herman Melville, o del Bernardo Soares, de Fernando Pessoa, es uno de tantos oficinistas anónimos que pueblan las grandes urbes. Resulta curioso como comparte muchas similitudes con este segundo personaje: Mathis trabaja, igual que él y que Fernando Pessoa, en una firma exportadora como redactor de cartas en varias lenguas, rondan los cuarenta años, viven solos y van a comer a un restaurante barato. No conocía Arpino el Libro del desasosiego de Pessoa pero, según Muñoz Molina, comparten un aliento común: la soledad, la escritura como afirmación íntima de esa soledad, la conciencia propia que se revela en el silencio y el acto secreto de escribir para nadie en un cuaderno.

Bernardo Soares suscribiría las siguientes palabras que Arpino pone en boca de su protagonista: «Nunca he comprendido, nunca he aprendido ni osado; tengo cuarenta años y me veo incapaz de tomar una decisión y de afrontar las cosas con la entereza necesaria. Siempre me he ocultado».

 Un hombre cualquiera en una ciudad cualquiera. Antonio Mathis vive en piloto automático. El mismo trabajo de siempre, la misma rutina de siempre, la misma novia  

Un hombre cualquiera en una ciudad cualquiera. Antonio Mathis vive en piloto automático. El mismo trabajo de siempre, la misma rutina de siempre, la misma novia con la que no se atreve a casarse… El tiempo pasa, tiene ya cuarenta años, y el futuro se presenta tan triste y monótono, carente de cualquier tipo de emoción, como lo ha sido su pasado y lo es su presente.

Vive en una ciudad tan gris como él, la Turín industrial de 1950, con la única compañía de unos cínicos y vagos compañeros de trabajo. Un día, sin embargo, lo que parece un encuentro casual acaba por trastocarle la vida. Parece que surge una especie de amor imprevisto y prohibido que provocará un profundo cambio: se siente dispuesto a arriesgarse y a cambiar de vida, por primera vez en su existencia. «Soy un cobarde», anota en su diario, paralizado ante aquel riesgo al que no está acostumbrado.

Durante varias semanas esperará a la hora del encuentro con Serena, aunque él todavía no sabe que se llama así, una novicia veinte años más joven que se encuentra a diario en la parada del tranvía y que, sin palabras, irá dejando pistas al oficinista con el fin de animarle a que rompa el muro de silencio que separa a ambos.

Por una vez, Mathis siente la necesidad de actuar, incitado por las insinuaciones silenciosas de la monja, que esconde, tras miradas y encuentros furtivos, una promesa ambigua de amor y erotismo. Una historia de intriga en la gran ciudad, de suspense en lo cotidiano, que atrapa al lector hasta que nuestro antihéroe consigue al final romper su timidez para hablar con la amada. Se materializa entonces un idilio con una chica provinciana e ingenua, deseosa de escapar del encierro en el que se encuentra dentro de la orden religiosa. Es Serena quien mueve los hilos y, quizá, da pábulo a las imaginaciones del oficinista.

Celebrada por Eugenio Montale como una obra maestra, Un hombre cualquiera nos adentra de manera brillante en la conciencia de un tipo del montón, cuya existencia se ve trastornada por una pasión inesperada. Publicada en 1959, esta novela vendió más de cien mil ejemplares en un año y consagró a Giovanni Arpino como un nombre imprescindible de la literatura italiana del siglo XX.

Sin embargo, Arpino no es conocido en España. Editado por Gatopardo ediciones, esta nueva edición cuenta con un prólogo de Antonio Muñoz Molina, que incide en el porqué de este desconocimiento en nuestro país de una figura de gran interés literario. Para Muñoz Molina, Arpino destaca por la «extrema contención de su escritura», lo que le ha alejado de ser alabado por los críticos.  El estilo del italiano «parece transparente, de una claridad tan pura que casi resulta dolorosa, como el frío de una mañana de invierno». Su técnica, dice, resulta tan eficaz que parece que se diría que no la tuviera.

Con la estructura simple de un breve diario. Se nos presenta, ya lo hemos dicho, un hombre mediocre en una ciudad industrial, que nos recuerda a la Turín de Pavese, una ciudad de edificios, grúas y un frío en blanco y negro.  La estirpe de este oficinista, cuya liberación va observándose también en el lenguaje que va brotando en el diario, donde se vuelcan las pasiones de un corazón hasta hace poco desapasionado y muerto, entronca con otros empleados invisibles como él.

Como el caso del Bartleby, de Herman Melville, o del Bernardo Soares, de Fernando Pessoa, es uno de tantos oficinistas anónimos que pueblan las grandes urbes. Resulta curioso como comparte muchas similitudes con este segundo personaje: Mathis trabaja, igual que él y que Fernando Pessoa, en una firma exportadora como redactor de cartas en varias lenguas, rondan los cuarenta años, viven solos y van a comer a un restaurante barato. No conocía Arpino el Libro del desasosiego de Pessoa pero, según Muñoz Molina, comparten un aliento común: la soledad, la escritura como afirmación íntima de esa soledad, la conciencia propia que se revela en el silencio y el acto secreto de escribir para nadie en un cuaderno.

Bernardo Soares suscribiría las siguientes palabras que Arpino pone en boca de su protagonista: «Nunca he comprendido, nunca he aprendido ni osado; tengo cuarenta años y me veo incapaz de tomar una decisión y de afrontar las cosas con la entereza necesaria. Siempre me he ocultado».

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