El fútbol, deporte más popular del mundo, mueve multitudes y miles de millones de euros cada año. Su poder económico y su alcance global lo convierten en una poderosa herramienta para combatir desigualdades y retos sociales desde el nivel comunitario. En los Altos de Cazucá, un barrio marginado y desatendido a las afueras de la capital de Colombia, el fútbol se ha convertido en un potente motor de transformación social. La organización Tiempo de Juego lleva 18 años transformando el destino de más de 10.000 niños y jóvenes expuestos al riesgo de reclutamiento forzoso por redes de violencia y crimen.
El punto de partida
Mientras escribía una crónica sobre Cazucá, Andrés Wiesner quedó impactado por las duras condiciones de vida de los desplazados por el conflicto armado en el barrio a las afueras de Bogotá. Pero ¿cómo generar un cambio en la vida de niños en un lugar donde la violencia es rutinaria y el único poder se rige por la ley del más fuerte? «Una crónica periodística llega hasta cierto punto», dice Andrés, «pero tenía que hacer algo más… y lo único que se me ocurrió fue llevar un balón y organizar un partido para que los niños pudieran reírse y estar en un ambiente tranquilo».
Con el tiempo, más niños se unieron y lo que comenzó como una iniciativa espontánea se convirtió en una escuela de fútbol que se expandió de forma orgánica, ofreciendo un espacio de juego a cientos de niños cada semana. «En estos barrios, por malo que seas, quieres que tus hijos estén bien. Hasta los jefes de las pandillas querían que sus hijos participaran», explica Andrés.
Más allá del juego, el fútbol ofrece potentes lecciones de carácter y actitud. «El fútbol tiene muchos símiles en la vida. No solo porque se centra en el trabajo en equipo como motor del éxito, sino también porque enseña a perder con la cabeza en alto, y a ganar con humildad».
El liderazgo en manos de los más jóvenes
Un aspecto clave del éxito de Tiempo de Juego ha sido su enfoque en el empoderamiento de la juventud de un barrio desatendido. Desde los 12 años, los niños pueden convertirse en monitores voluntarios, y a los 18, muchos asumen roles como gestores comunitarios remunerados. Este modelo de liderazgo ha cambiado las aspiraciones de toda una generación.
«Antes, los líderes admirados eran los jefes de las pandillas. Ahora, los niños quieren ser como nuestros gestores, jóvenes que visten Adidas, viajan, estudian y representan un futuro diferente», explica Andrés.
Entre las historias más inspiradoras están las de los hermanos Villamil, campeones internacionales de atletismo y becados para estudiar nutrición y fisioterapia, y Erika, una joven con discapacidad auditiva que pasó de ser víctima de bullying a campeona de atletismo y oradora pública.
Tiempo de Juego ha fortalecido sus raíces en Cazucá, hasta convertirse en una parte intrínseca de la comunidad, donde los propios niños asumen el liderazgo y siguen vinculados en su crecimiento en su juventud.
Un terreno de cambio social más allá del fútbol
Tiempo de Juego ha trascendido el deporte para convertirse en un verdadero ecosistema de transformación social. Más allá de la academia de fútbol, la organización ha creado una panadería, talleres de serigrafía, un estudio de música, una productora audiovisual y una sala de formación en competencias digitales operados por jóvenes de la comunidad.
Además, han integrado un enfoque de género que ha reducido a cero la tasa de embarazos adolescentes en Cazucá, un logro impresionante en una comunidad donde una de cada cuatro niñas quedaba embarazada antes de los 16 años. «Les enseñamos que tener un hijo debe ser su decisión, no algo que suceda por desconocimiento», afirma Andrés.
El alcance de Tiempo de Juego también ha llegado a centros penitenciarios juveniles con su programa Cambio de Juego. Allí, mediante actividades deportivas y artísticas, ayudan a los jóvenes a reintegrarse a la sociedad y no recaer en la criminalidad. Además, cuentan con «CazuCasa», un espacio que brinda apoyo jurídico y psicológico a quienes regresan a sus comunidades.
Sostenibilidad e impacto global
Tiempo de Juego ya ha construido tres canchas de fútbol profesional en Cazucá: «Queremos seguir aportando infraestructura y consolidarnos como un laboratorio de cambio social que otros puedan imitar». Para garantizar su sostenibilidad, Tiempo de Juego combina cooperación internacional, eventos de recaudación y la venta de metodologías a empresas privadas. Su ambición es consolidarse como un modelo replicable de cambio social y atraer inversión de impacto que reconozca el ahorro en costos sociales que generan. «Si demostramos que evitamos embarazos adolescentes y reincidencia delictiva, estamos ahorrando enormes costos sociales a los que nos financian», explica Andrés.
El modelo de Tiempo de Juego ha sido replicado en otras comunidades y reconocido a nivel internacional. La metodología también ha cruzado fronteras. Como miembro de la red «Fútbol por la Paz», Tiempo de Juego promueve partidos donde no gana quien más goles anota, sino quien más puntos suma cumpliendo reglas de juego limpio.
Asimismo, Tiempo de Juego es parte de Common Goal, una iniciativa global que destina el 1% de los ingresos del fútbol profesional a proyectos de desarrollo social. En 2023, esta red apoyó a 193 organizaciones en más de 100 países, impactando a casi 2 millones de jóvenes.
Un balón que sigue rodando
«Tiempo de Juego me hace ver la Cazucá y la Colombia que me sueño», asegura Andrés Wiesner, el periodista que plantó las primeras semillas de este proyecto con algo tan sencillo como un balón y una cancha improvisada. A pesar de sus logros, la tarea está lejos de terminar. «Trabajamos con 3.000 niños en un barrio de 100.000 habitantes. En un país con millones de jóvenes sin oportunidades, necesitamos que iniciativas como esta sean parte de políticas públicas», afirma Andrés.
Tiempo de Juego demuestra que, con voluntad y algo tan sencillo como un balón, se pueden transformar barrios olvidados y empoderar a una nueva generación para transformar sus comunidades incluso cuando parece que nadie más ve por ellos. Andrés concluye: «Si tienes la oportunidad de aportar algo a quienes más lo necesitan, hazlo. Eso cambia vidas y, al final, también transforma la tuya». El fútbol, con su inmenso poder cultural y financiero, ofrece una oportunidad única para cerrar la brecha entre sus vastos recursos y su enorme potencial de impacto social. No podemos dejarla escapar.
El fútbol, deporte más popular del mundo, mueve multitudes y miles de millones de euros cada año. Su poder económico y su alcance global lo convierten
El fútbol, deporte más popular del mundo, mueve multitudes y miles de millones de euros cada año. Su poder económico y su alcance global lo convierten en una poderosa herramienta para combatir desigualdades y retos sociales desde el nivel comunitario. En los Altos de Cazucá, un barrio marginado y desatendido a las afueras de la capital de Colombia, el fútbol se ha convertido en un potente motor de transformación social. La organización Tiempo de Juego lleva 18 años transformando el destino de más de 10.000 niños y jóvenes expuestos al riesgo de reclutamiento forzoso por redes de violencia y crimen.
Mientras escribía una crónica sobre Cazucá, Andrés Wiesner quedó impactado por las duras condiciones de vida de los desplazados por el conflicto armado en el barrio a las afueras de Bogotá. Pero ¿cómo generar un cambio en la vida de niños en un lugar donde la violencia es rutinaria y el único poder se rige por la ley del más fuerte? «Una crónica periodística llega hasta cierto punto», dice Andrés, «pero tenía que hacer algo más… y lo único que se me ocurrió fue llevar un balón y organizar un partido para que los niños pudieran reírse y estar en un ambiente tranquilo».
Con el tiempo, más niños se unieron y lo que comenzó como una iniciativa espontánea se convirtió en una escuela de fútbol que se expandió de forma orgánica, ofreciendo un espacio de juego a cientos de niños cada semana. «En estos barrios, por malo que seas, quieres que tus hijos estén bien. Hasta los jefes de las pandillas querían que sus hijos participaran», explica Andrés.
Más allá del juego, el fútbol ofrece potentes lecciones de carácter y actitud. «El fútbol tiene muchos símiles en la vida. No solo porque se centra en el trabajo en equipo como motor del éxito, sino también porque enseña a perder con la cabeza en alto, y a ganar con humildad».
Un aspecto clave del éxito de Tiempo de Juego ha sido su enfoque en el empoderamiento de la juventud de un barrio desatendido. Desde los 12 años, los niños pueden convertirse en monitores voluntarios, y a los 18, muchos asumen roles como gestores comunitarios remunerados. Este modelo de liderazgo ha cambiado las aspiraciones de toda una generación.
«Antes, los líderes admirados eran los jefes de las pandillas. Ahora, los niños quieren ser como nuestros gestores, jóvenes que visten Adidas, viajan, estudian y representan un futuro diferente», explica Andrés.
Entre las historias más inspiradoras están las de los hermanos Villamil, campeones internacionales de atletismo y becados para estudiar nutrición y fisioterapia, y Erika, una joven con discapacidad auditiva que pasó de ser víctima de bullying a campeona de atletismo y oradora pública.
Tiempo de Juego ha fortalecido sus raíces en Cazucá, hasta convertirse en una parte intrínseca de la comunidad, donde los propios niños asumen el liderazgo y siguen vinculados en su crecimiento en su juventud.
Tiempo de Juego ha trascendido el deporte para convertirse en un verdadero ecosistema de transformación social. Más allá de la academia de fútbol, la organización ha creado una panadería, talleres de serigrafía, un estudio de música, una productora audiovisual y una sala de formación en competencias digitales operados por jóvenes de la comunidad.
Además, han integrado un enfoque de género que ha reducido a cero la tasa de embarazos adolescentes en Cazucá, un logro impresionante en una comunidad donde una de cada cuatro niñas quedaba embarazada antes de los 16 años. «Les enseñamos que tener un hijo debe ser su decisión, no algo que suceda por desconocimiento», afirma Andrés.
El alcance de Tiempo de Juego también ha llegado a centros penitenciarios juveniles con su programa Cambio de Juego. Allí, mediante actividades deportivas y artísticas, ayudan a los jóvenes a reintegrarse a la sociedad y no recaer en la criminalidad. Además, cuentan con «CazuCasa», un espacio que brinda apoyo jurídico y psicológico a quienes regresan a sus comunidades.
Tiempo de Juego ya ha construido tres canchas de fútbol profesional en Cazucá: «Queremos seguir aportando infraestructura y consolidarnos como un laboratorio de cambio social que otros puedan imitar». Para garantizar su sostenibilidad, Tiempo de Juego combina cooperación internacional, eventos de recaudación y la venta de metodologías a empresas privadas. Su ambición es consolidarse como un modelo replicable de cambio social y atraer inversión de impacto que reconozca el ahorro en costos sociales que generan. «Si demostramos que evitamos embarazos adolescentes y reincidencia delictiva, estamos ahorrando enormes costos sociales a los que nos financian», explica Andrés.
El modelo de Tiempo de Juego ha sido replicado en otras comunidades y reconocido a nivel internacional. La metodología también ha cruzado fronteras. Como miembro de la red «Fútbol por la Paz», Tiempo de Juego promueve partidos donde no gana quien más goles anota, sino quien más puntos suma cumpliendo reglas de juego limpio.
Asimismo, Tiempo de Juego es parte deCommon Goal, una iniciativa global que destina el 1% de los ingresos del fútbol profesional a proyectos de desarrollo social. En 2023, esta red apoyó a 193 organizaciones en más de 100 países, impactando a casi 2 millones de jóvenes.
«Tiempo de Juego me hace ver la Cazucá y la Colombia que me sueño», asegura Andrés Wiesner, el periodista que plantó las primeras semillas de este proyecto con algo tan sencillo como un balón y una cancha improvisada. A pesar de sus logros, la tarea está lejos de terminar. «Trabajamos con 3.000 niños en un barrio de 100.000 habitantes. En un país con millones de jóvenes sin oportunidades, necesitamos que iniciativas como esta sean parte de políticas públicas», afirma Andrés.
Tiempo de Juego demuestra que, con voluntad y algo tan sencillo como un balón, se pueden transformar barrios olvidados y empoderar a una nueva generación para transformar sus comunidades incluso cuando parece que nadie más ve por ellos. Andrés concluye: «Si tienes la oportunidad de aportar algo a quienes más lo necesitan, hazlo. Eso cambia vidas y, al final, también transforma la tuya». El fútbol, con su inmenso poder cultural y financiero, ofrece una oportunidad única para cerrar la brecha entre sus vastos recursos y su enorme potencial de impacto social. No podemos dejarla escapar.
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