Última hora del ‘caso Dreyfus’

Algunas historias, capaces de sintetizar las dinámicas sociales, políticas y culturales de cada momento, permiten explicar el mundo de forma cíclica. El caso Dreyfus, juicio, condena y rehabilitación de un militar judío acusado injustamente de alta traición, vuelve recurrentemente a la escena pública francesa, dividida desde entonces entre los dreyfusianos y sus adversarios. Más de 125 años después del comienzo de aquella infamia, guiada por una trepidante exposición que recuerda su figura en el Museo de Arte e Historia del Judaísmo de París, Francia se propone cerrar la herida elevando al rango de general a Dreyfus y enterrando sus restos en el Panteón, donde descansan los héroes de la nación. El mundo actual, sin embargo, seguirá explicándose a través de los elementos que causaron la dolorosa fractura.

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 Francia elevará a general al capitán judío falsamente acusado de alta traición y propondrá su panteonización 125 años después de su condena, justo cuando los elementos que la provocaron siguen agitando el mundo y dividiendo a la sociedad  

Retrato de Émile Zola sobre el texto de su artículo J'accuse, en la portada de 'L'Aurore' el 13 de enero de 1898. (Dibujo de Ernest Pignon-Ernest).

Algunas historias, capaces de sintetizar las dinámicas sociales, políticas y culturales de cada momento, permiten explicar el mundo de forma cíclica. El caso Dreyfus, juicio, condena y rehabilitación de un militar judío acusado injustamente de alta traición, vuelve recurrentemente a la escena pública francesa, dividida desde entonces entre los dreyfusianos y sus adversarios. Más de 125 años después del comienzo de aquella infamia, guiada por una trepidante exposición que recuerda su figura en el Museo de Arte e Historia del Judaísmo de París, Francia se propone cerrar la herida elevando al rango de general a Dreyfus y enterrando sus restos en el Panteón, donde descansan los héroes de la nación. El mundo actual, sin embargo, seguirá explicándose a través de los elementos que causaron la dolorosa fractura.

La tormenta explotó en 1898, cuando el capitán Dreyfus, alsaciano y judío, con un leve acento alemán que terminó de complicarle la vida, fue acusado de alta traición por, supuestamente, espiar para Alemania. Todavía frágil, la Tercera República vivía el auge de un antisemitismo muy de moda después de la publicación en 1886 de La Francia judía, un bestseller de Édouard Drummond. Periódicos como La libre parole o Le petit parisien, comenzaron a publicar artículos alentando al odio hebreo, creando un caldo de cultivo en el que Dreyfus y su caso se envenenaron cada vez más: sin pruebas concluyentes, con un juicio a puerta cerrada y falsos testigos. El 22 de diciembre de 1894, Dreyfus fue declarado culpable, desposeído de sus honores como militar en una humillante ceremonia en el patio de la Escuela Militar y enviado a la isla del Diablo, en la Guyana francesa, en condiciones deplorables: grilletes, una celda pequeña con un clima tropical y un régimen de aislamiento total que no logró romperle.

Imagen de la degradación del Capitán Dreyfus el 5 de enero de 1895 (Sargento Beal).

El caso Dreyfus es un cóctel donde se mezclaron el antisemitismo, la violencia latente de una sociedad en plena campaña de atentados del anarquismo, un populismo imperante y la difusión de todo tipo de bulos a través de una prensa que aumentaba su capacidad de distribución a lomos de las innovaciones tecnológicas. ¿A alguien le suena un contexto parecido?

La exposición Alfred Dreyfus, verdad y justicia retrata de una forma trepidante los entresijos de un caso a partir del que debe descifrarse la Francia moderna, pero también el mundo actual. “Fue un momento en el que muchos intentaron recuperar un poder perdido, pero lo hicieron desde el resentimiento. Los monárquicos, los antisemitas, los nacionalistas… Y para ello difundieron falsedades a través de la prensa. Se buscaba un golpe mediático, impacto. Como tratan de hacerlo hoy algunas webs con el clickbait”, compara Philippe Oriol, historiador, experto en el caso y comisario de la exposición (puede verse hasta el 31 de agosto).

La ilustración 'El traidor. Degradación de Alfred Dreyfus', de Henri Meyer en la portada de 'Le Petit Journal', el 13 de enero de 1895.

La prensa se construía, se articulaba, fundamentalmente, a través de la opinión. Y el libelo, tan en boga entonces, señala Oriol, constituía lo que hoy sería un ejército de haters avant la lettre: “Gente que criticaba sin tener la menor idea de lo que estaba hablando”. Pero el caso Dreyfus se transformó en una de esas bisagras de la historia. También para el propio periodismo. En un momento en el que se publicaban 8.000 periódicos en Francia, se consolidaron los reportajes, las entrevistas. La información. Se fundó la primera escuela de periodismo en Francia y una parte de la prensa se focalizó en la verdad. O, al menos, en lo hechos que podían contrastar.

La sociedad, las tertulias, las familias, el Parlamento se dividieron entre los detractores y los partidarios de Dreyfus. Aquellos que buscaban la verdad y los que prefirieron una construcción narrativa adaptada para su causa (se falsearon las pruebas, los informes). Una ficción que transformase su resentimiento en ideología. “Los dreyfusianos representaban la modernidad, la República, reconocer la realidad de Francia como un cruce de caminos geográficos, con una población diversa. En el otro lado de la mesa se sentaba el nacionalismo, el conservadurismo, el antisemitismo. Hoy seguimos viéndoles en esos debates absurdos en torno a la identidad, a los jugadores del equipo nacional que, según algunos, no son dignos de representar a nuestro país”, apunta Oriol.

Una de las primeras en entender el veneno que el caso inoculaba en la sociedad y que perduraría hasta hoy fue Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, publicado a finales de los años cuarenta. “El caso pudo sobrevivir en sus implicaciones políticas porque dos de sus elementos cobraron más importancia durante el siglo XX. El primero es el odio a los judíos; el segundo es el recelo hacia la misma República, hacia el Parlamento y la maquinaria estatal”, escribió. Hoy solo habría que añadir a judíos la palabra extranjeros.

Retrato de Alfred Dreyfus en uniforme (teniente), realizado por Aron Gerschel.

El caso Dreyfus, sin embargo, también fue capaz de revelar un lado luminoso de la sociedad francesa. La famosa carta abierta del escritor Émile Zola al presidente de la República, acusando al Gobierno de antisemitismo y encarcelamiento ilegal, contribuyó a la revisión del caso y a su posterior liberación. “Yo acuso al teniente general Paty de Clam como fabricante del error judicial…; acuso al general Mercier, por haberse hecho cómplice…; acuso al general Billot por haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus y no haberlas utilizado, con un fin político…; acuso al primer consejo de guerra por haber condenado a un acusado fundándose en un documento secreto y al segundo por haber cubierto esta ilegalidad”, culminaba el escritor Émile Zola su artículo-manifiesto en L’Aurore (13/1/1898), obra cumbre de la redención del capitán y del propio error cometido y pieza fundacional del periodismo moderno.

Una parte importante de la sociedad se sumó a Zola y abrazó los valores de justicia y libertad. “Y usaron también la prensa, porque hubo periódicos que contaron la verdad”, analiza Vincent Duclert, historiador y gran autoridad sobre el asunto Dreyfus. “La lección es que es posible luchar contra una amenaza de este tipo, contra el riesgo de la tiranía. Y se hace amplificando la importancia de esos valores, dándoles sentido. Ser solidario, abierto. Y demostrar que cada país tiene una tradición de combate democrático que puede invocar. Para Francia, el caso Dreyfus es hoy muy importante y demuestra que se puede vencer al ultranacionalismo y al antisemitismo”.

El asunto explica el nacimiento de la Francia moderna y de tantas ideas que germinaron luego, como la de la creación de un estado hebreo, preconizada por Theodor Herzl, apoyado en el caso, al que asistió como corresponsal en París de Neue Freie Presse. Fue el momento en que los intelectuales tomaron partido político. También el nacimiento de leyes revolucionarias como la norma sobre las Asociaciones de 1901, o la que estableció la separación de la Iglesia y el Estado en 1905 (el origen del laicismo francés). Pero, sobre todo, el advenimiento de las formaciones políticas.

'Tras la rehabilitación de Dreyfus' (1906).

El presidente de la República, Émile Loubet, concedió a Dreyufus finalmente el perdón, y la Corte de Casación reconoció su inocencia en 1906. El capitán no solo recuperó la libertad, sino que reingresó en el ejército con rango de comandante. Pero el partido Acción Francesa pasó años denunciando que se le había liberado injustamente y luchando para que la infamia no perdiese su vigor. Sus allegados, sin embargo, siempre encontraron aquella rehabilitación como algo insuficiente. Hasta este mes, cuando el Parlamento puso en marcha la iniciativa para elevar su figura al rango de general y escribir la penúltima página de esta historia.

Un vistazo a la Asamblea actual, donde parte de la ultraderecha podría reconocerse en aquel movimiento que impulsó el escritor Charles Maurras, pone de relieve la división que subyace todavía. Aunque solo falte el trámite del Senado para aprobar la propuesta de nombrar general al capitán Dreyfus. El diputado macronista Charles Sitzenstuhl, uno de los artífices de la moción, evocó así el caso en el Parlamento. “Hubo una presión extraordinaria de la prensa y de los movimientos nacionalistas y antisemitas, que se tradujo en un juicio sin pruebas y en la absurda persistencia de su acusación”. Nada nuevo.

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