Al cuerpo espigado y con presencia de Tomeu Bibiloni lo acompaña al hablar, como sombra, el grave y cálido tono de voz que le ha dado trabajo más de 20 años. El barítono español, que ha actuado en algunos de los teatros de ópera más importantes del mundo —del Liceo de Barcelona a la National Opera de Ámsterdam—, se convirtió este miércoles en la voz más escuchada del Teatro Real. En la segunda función de la nueva producción de La Traviata que se representa estos días, Bibiloni cumplió 300 representaciones sobre sus tablas, más que cualquier otro cantante en la historia del emblemático espacio madrileño. No recuerda la primera función, pero conserva inalterable el recuerdo de su primer ensayo. De Diálogo de Carmelitas, la ópera de Francis Poulenc, en el ya muy lejano 2006. “Fue el primer día que entré [al Teatro Real]. Hacía una escena donde estábamos tres cantantes. Pensé que estaríamos solo nosotros, el director musical y el director de escena. Pero fue abrir la puerta y ver una sala enorme donde había como 20 personas, entre regidores, gente de utilería, de maquillaje, de no sé qué. Y claro, impresiona. Si ya solo entrar a este teatro impresiona”, contaba el domingo pasado, en vísperas del estreno.
El barítono español, que esta semana cumple 300 representaciones en el Teatro Real en el reparto de ‘La Traviata’, es el cantante con más actuaciones en la historia del emblemático coliseo madrileño
Al cuerpo espigado y con presencia de Tomeu Bibiloni lo acompaña al hablar, como sombra, el grave y cálido tono de voz que le ha dado trabajo más de 20 años. El barítono español, que ha actuado en algunos de los teatros de ópera más importantes del mundo —del Liceo de Barcelona a la National Opera de Ámsterdam—, se convirtió este miércoles en la voz más escuchada del Teatro Real. En la segunda función de la nueva producción de La Traviata que se representa estos días, Bibiloni cumplió 300 representaciones sobre sus tablas, más que cualquier otro cantante en la historia del emblemático espacio madrileño. No recuerda la primera función, pero conserva inalterable el recuerdo de su primer ensayo. De Diálogo de Carmelitas, la ópera de Francis Poulenc, en el ya muy lejano 2006. “Fue el primer día que entré [al Teatro Real]. Hacía una escena donde estábamos tres cantantes. Pensé que estaríamos solo nosotros, el director musical y el director de escena. Pero fue abrir la puerta y ver una sala enorme donde había como 20 personas, entre regidores, gente de utilería, de maquillaje, de no sé qué. Y claro, impresiona. Si ya solo entrar a este teatro impresiona”, contaba el domingo pasado, en vísperas del estreno.
Ahora, casi 20 años después de aquella primera experiencia, Bibiloni (Palma de Mallorca, 49 años), que interpreta al barón Douphol en la ópera de Verdique cierra la temporada en el Real, camina por los laberínticos pasillos tras bambalinas del coliseo madrileño como si fueran los de su casa. Sirve de guía para ir de un lugar a otro mientras saluda a quien se encuentra por el camino. “Los que visitan el teatro por primera vez se sorprenden siempre cuando descubren todo lo que sucede aquí”, cuenta, “es una pequeña ciudad”. Y él está ya empadronado.
El barítono lleva su carrera entera dedicada a los roles secundarios, alejados de los reflectores principales y las grandes alabanzas, pero imprescindibles para el espectáculo. Ha cantado en La Traviata, Rigoletto, Madama Butterfly o Don Giovani, acompañando a las grandes figuras del espectáculo: Nina Stemme, Javier Camarena o Nadine Sierra. “Cuando conoces a uno de los grandes siempre te impresiona. Pero son cercanos porque al final ellos están en una situación tan vulnerable como nosotros. Sales al escenario y no tienes nada que te sostenga, y en eso estamos todos, tengas una frase o 100″, dice. Recuerda con especial afecto a Leo Nucci, barítono como él, con quien cantó Rigoletto en dos producciones distintas. “Lo tenía todo. Su manera de actuar, su manera de estar, su manera de cantar. Era como que no podías dejar de mirarle e intentar que te traspasara algo”.
No le da mucha importancia al tricentenario que celebra. “Yo creo que es una anécdota. No lo veo como un récord o algo a lo que hay que llegar. Para mí lo importante es seguir aquí después de 20 años, cantando y en activo. Esto lo que demuestra es que el sacrificio y el estudio sirven, no te digo para hacer 300 funciones en un sitio, pero sí para continuar estando en este mundo”, cuenta. Tan anecdótico le parece el número que no reparó en él hasta que alguien del teatro madrileño se lo dijo — “luego lo comprobé y efectivamente”, aclara —. Tampoco en que con esa cifra es el cantante que más ha cantado en la historia del espacio. “No es algo que piense mucho, pero me acuerdo de la primera vez que vine aquí a ver una ópera y en la vida me hubiera imaginado que cantaría y mucho menos que sería el que más ha cantado hasta ahora”, dice. ¿Lo tendrá más presente estos días? “Está bien acordarse de lo que uno ha hecho, pero ya está hecho. Lo que me interesa es lo que voy a hacer ahora. Seguir haciendo funciones aquí, o donde sea”.
Es el exitoso ejemplo del grueso de la profesión de cantante lírico, igual de entregado que los grandes divos de la ópera, pero sin el glamur que a ellos acompaña. Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, explica su importancia: “Un teatro importante y sólido se distingue porque tiene muy bien cuidados los papeles pequeños y medianos. Contratar a una diva para hacer de diva está al alcance cualquiera. Esos papeles que parecen pequeños son igual de importantes que los otros, y tienen que estar igual de bien escogidos para lo que hace falta dramatúrgica y musicalmente en la producción”.
Son roles cortos, habitualmente agrupados bajo el calificativo de partiquinos, que suelen ser puertas de entrada al mundo de la ópera para los jóvenes cantantes. Aunque, como explica Matabosch, “un teatro como este se puede permitir que alguien crezca y pise escenarios en algunos de esos papeles, pero hay otros con los que no se puede arriesgar”. Para esos otros se requiere, sigue el director del Real, “solidez y experiencia”, además de seguridad y constancia. Ahí es donde entra y ha entrado durante años Bibiloni, “un cantante excelente al que en un momento dado le podría caer perfectamente un papel protagonista”, cuenta Matabosch.

¿Por qué no lo ha hecho? “Al final haces lo que te piden. Y es verdad, no todo el mundo puede aspirar a ser uno de los grandes divos y divas”, responde el barítono. Y lo dice sin complejos: “Una cosa es la persona que canta Violetta en La Traviata y otra cosa es el que canta al barón [el personaje que él interpreta]. Es otra liga. Yo creo que no se puede comparar. Cada uno sabe el sitio donde tiene que estar y dónde puede estar y dónde quiere estar, que a veces corresponde y otras veces no. En mi caso, yo sí, yo estoy a gusto, estoy muy a gusto con lo que hago”.
Está acostumbrado a trabajar más que nadie. Él, como sus compañeros comprimarios (el término utilizado en el mundo de la ópera para los secundarios), comienza los ensayos semanas antes que los protagonistas y, a diferencia de ellos, que suelen alternar, actúa en todas las funciones de la temporada, unas 20 sin apenas descanso cuando son largas —“De hecho, a veces son mejores contratos esos, de 18 funciones, que los de cuatro de los protagonistas”, tercia Matabosch—. No persigue la fama y nunca se ha sentido menospreciado por lo que hace: “Yo creo que aunque cantes una frase o cantes Violetta que no se calla en toda la ópera, lo importante es ponerle el mismo entusiasmo y la misma preparación. Hay que estar satisfecho con el trabajo que haces. Luego si te lo reconocen o no, es muy secundario. Es normal que los protagonistas sean los que llaman más la atención, seguramente porque cantan más tiempo, porque el rol que tienen en la ópera evidentemente seduce más”.
Tampoco hace alarde de la complejidad de una profesión de sacrificios a los que ya se ha “acostumbrado”, ni de la incertidumbre que, como la mayoría de intérpretes en España, vive constantemente con la ausencia de contratos fijos. “Al final nos acostumbramos a todo. Si lo piensas mucho te da un poco de vértigo, pero hay que vivir día a día. Si vas viendo que vas teniendo trabajo, todo bien”. Es su caso, pero ¿y si algún día no hay más? “Ya buscaremos otra cosa”. Y con esa ligereza responde a todo.
Tal vez en eso radica el secreto de su éxito. Pero tiene otro secreto: “Lo que yo creo que no funciona es intentar hacer lo mismo que otra persona. Empeñarte en eso. Evidentemente admiras a mucha gente y de cada uno te puedo decir qué admiro, pero no hay que querer ser como alguien sino encontrar tu camino. Encontrar cómo eres tú y aceptar tu tipo de voz, lo que puedes hacer y lo que no”.
Ni en el día que cumple las 300 representaciones, Bibiloni acaparará el protagonismo. Su celebración, inadvertida para el público, terminará siendo un reflejo de su carrera: en la sombra, tras bambalinas del Teatro Real y con un pequeño brindis en su nombre acompañado por el elenco y trabajadores del teatro. Él llevará palmeritas de una panadería aledaña a su casa y las compartirá con esos “profesionales que no se ven, pero que son imprescindibles” y a los que admira. Ya lo esperan sobre esas tablas 13 funciones más, de Romeo y Julieta, el próximo año. Las transitará en segundo plano, escuchando las ovaciones a sus compañeros protagonistas, mientras sigue construyendo un récord que para ellos es inalcanzable.
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