Es el superhéroe fundacional. Fue el primero en aparecer, en 1938 en la revista Action Comics. Fue objeto de un pionero análisis como icono pop en el ensayo de Umberto Eco El mito de Superman, incluido en Apocalípticos e integrados de 1964. Y en 1978 la película protagonizada por Christopher Reeve inauguró la era moderna del cine superheroico en una época en la que los efectos especiales todavía eran analógicos. Cuando llegaron los digitales vino el aluvión, la matraca de largometrajes de Marvel y DC, porque desde ese momento poner a un tío volando en la pantalla ya era casi tan sencillo y barato como dibujarlo en una viñeta.
Superman no es solo el primero de los superhéroes, sino también el más problemático. Por dos motivos conectados. En primer lugar, por su carácter todopoderoso, mesiánico, cuasidivino. En la película de 1978 no solo desviaba un misil nuclear y cerraba una falla sísmica, sino que en la apoteosis final, tras perder a su amada Lois Lane, le devolvía la vida dando varias vueltas a la Tierra para dar marcha atrás al tiempo. ¿Alguien da más? El personaje, un extraterrestre de Krypton con poderes muy superiores a los de los terrícolas, ejerce de salvador de la humanidad por encima del bien y del mal, y eso desprende un inquietante tufillo.
De este perfil de todopoderoso e irrefutable justiciero deriva el segundo gran problema, este ya no de carácter político o religioso, sino puramente narrativo. El tipo es tan perfecto que resulta difícil encontrarle las dobleces y flaquezas que enriquecen a otros superhéroes y permiten desarrollarlos hacia lecturas más adultas. Todos empezaron como criaturas unidimensionales en viñetas para adolescentes, pero cuando los adolescentes crecieron y la industria quiso seguir vendiéndoles cómics, se inventaron tramas más elaboradas, complejizando a los personajes. Sobre Batman siempre merodea la duda de si es un justiciero o un vengador. Peter Parker no deja de ser un adolescente, con sus problemas propios de esa edad, al que le picó una araña radioactiva que lo convirtió en Spiderman… Pero Superman es un boy scout al que resulta arduo buscarle claroscuros y tormentos.
No siempre fue así. En sus inicios, cuando lo dibujaba Joe Shuster y escribía los guiones Jerry Siegel, era algo más bronco y de guantazo fácil. Los creadores eran dos amigos judíos que crecieron en los años de la Gran Depresión e imaginaron un forzudo con poderes sobrenaturales, protector de los débiles, inspirado en Hércules y Sansón. Al principio luchaba contra delincuentes locales, pero cuando estalló la guerra se hizo patriota, combatió contra el nazismo y llegó a poner a disposición de la justicia a Hitler y a Stalin.
Después Shuster y Siegel malvendieron los derechos del personaje a DC y se pasaron el resto de sus vidas pleiteando con la editorial para que les dieran una pequeña parte de las millonarias ganancias que su creación les generaba. Ese fue durante mucho tiempo el lado sombrío de la industria del cómic: la explotación sin contemplaciones de dibujantes y guionistas.
Experimentos
A finales de los años cuarenta el personaje pasó a otras manos y se hizo más modosito e inocuo. En los cincuenta saltó de las viñetas a la pantalla en un serial protagonizado por Georges Reeves, cuyo suicido en 1959 está envuelto en dudas y misterios. Cuando el siguiente intérprete, Christopher Reeve, quedó tetrapléjico, afloró la sombra de la maldición. Su Superman fue la primera película de superhéroes que no provocaba risa floja o vergüenza ajena. Vista hoy, mantiene cierto encanto camp, con sus esforzados efectos especiales y Marlon Brando como padre galáctico. Lo mejor es el disparatado y tronchante Lex Luthor –archienemigo y némesis del protagonista– que compuso Gene Hackman.
A mediados de los años ochenta del siglo pasado se inició en los cómics la época de las reinterpretaciones adultas y complejas del universo de los superhéroes, que inauguraron obras como Watchmen de Alan Moore y Batman, el regreso del caballero oscuro de Frank Miller. También Superman tuvo con el tiempo sus reelaboraciones, entre las que destacan Las cuatro estaciones de Loeb y Salle y All-Star Superman de Grant Morrison y Frank Quitely. Hay además un par de experimentos muy sugestivos relacionados con el personaje. En cómic Superman: hijo rojo de Frank Millar, que imagina qué hubiera sucedido si en lugar de caer la nave con el superbebé en Kansas, lo hubiera hecho en la Unión Soviética. Y la película El hijo de David Yarovesky, que imagina que hubiera pasado si el bebé alienígena que cae en la propiedad de unos granjeros en lugar de ser un salvador de la humanidad hubiera sido un monstruo aniquilador.
En cine, después de cuatro largometrajes con Christopher Reeve, hubo una tentativa de Tim Burton con Nicholas Cage que no llegó a rodarse (¡pero se conservan imágenes de pruebas de vestuario con el actor ataviado con la capa y el traje de spandex!). En 2006 llegó la olvidable y olvidada Superman Returns de Bryan Singer, con Brandon Routh. Y en 2013 El hombre de acero de Zack Snyder, con Henry Cavill, un intento de reformular al personaje con mucha épica, tintes dramáticos y pinceladas sombrías. Esta es una de las dos fórmulas posibles para revitalizar el género superheroico. En esta línea, son infinitamente más interesantes la trilogía de Batman de Christopher Nolan y Logan de James Mangold, protagonizada por el Lobezno de la Patrulla X.
James Gunn, el director del nuevo Superman, está en las antípodas de esta tendencia. Su aproximación al género apuesta por el humor y la reivindicación del cómic como divertimento, sin ínfulas trascendentales. Una de sus primeras películas, Super, era directamente una parodia con un superhéroe inepto, y después vinieron las divertidas e iconoclastas tres entregas de Guardianes de la galaxia para Marvel, Escuadrón suicida para DC y la descacharrante serie El pacificador para Max (está a punto de llegar la segunda temporada).
Aires desmitificadores
Para Superman DC le ha dado carta blanca para imponer su sello. Sin embargo, hay un problema: que el juego que le daban los personajes de sus anteriores largometrajes no se lo permite el de Krypton, al que logra humanizar, pero no despojar de su solemnidad, por los aspectos mesiánicos antes apuntados.
La cinta arranca con aires desmitificadores presentando a un Superman al que han molido a palos y derrotado. Le da vida un muy plausible David Corensvet. A Lois Lane, la eterna novia y aguerrida reportera la interpreta Rachel Brosnahan, la de La maravillosa Sra. Maisiel. Aparecen otros secundarios clásicos, como Jimmy Olsen (Skyler Gisondo), el tímido fotógrafo de irresistible encanto para las féminas, que trabaja con Clark Kent (el disfraz humano de Superman en sus ratos de asueto) en el Daily Planet. ¡Noticia bomba, en este mundo hipertecnificado, en el que consiguen crear hasta universos de bolsillo, siguen existiendo los periódicos en papel!
Otro personaje que viene de los primeros tiempos es Lex Luthor (Nicholas Hoult), aquí convertido en una especie de Tecno Bro maquiavélico que manipula al gobierno para destruir a Superman. Otros secundarios –como el linterna verde Guy Gardner y Mister Terrific– pertenecen a etapas más recientes de los cómics. La película está repleta de guiños para iniciados, incluido el cameo de uno de los hijos de Christopher Reeve, lo cual es un bonito homenaje.
En conjunto, es un divertimento muy disfrutable, aunque lastrado por dos problemas. El primero: que todas las cintas de superhéroes desembocan en una batalla a tortas por los aires y una vez has visto una son todas iguales. El segundo: el encomiable intento de confrontar la ingenuidad ideológica del personaje con las complejidades políticas no está nada bien resuelto y su participación en una guerra entre dos imaginarios países remotos es un buen ejemplo de lo difícil que es construir una versión adulta de un mito tan simplón.
Como guinda, en el discurso final de Superman ante el derrotado Luthor se reivindica como alien (en inglés alienígena, pero también extranjero) merecedor de respeto, en una clara arremetida contra las políticas trumpistas. Las redes arden con esta y otras polémicas. Los fans de Superman son tan susceptibles y belicosos como los de La guerra de las galaxias. Los antiguos griegos tenían a los dioses del Olimpo, nosotros tenemos a los superhéroes.
Es el superhéroe fundacional. Fue el primero en aparecer, en 1938 en la revista Action Comics. Fue objeto de un pionero análisis como icono pop en
Es el superhéroe fundacional. Fue el primero en aparecer, en 1938 en la revista Action Comics. Fue objeto de un pionero análisis como icono pop en el ensayo de Umberto Eco El mito de Superman, incluido en Apocalípticos e integrados de 1964. Y en 1978 la película protagonizada por Christopher Reeve inauguró la era moderna del cine superheroico en una época en la que los efectos especiales todavía eran analógicos. Cuando llegaron los digitales vino el aluvión, la matraca de largometrajes de Marvel y DC, porque desde ese momento poner a un tío volando en la pantalla ya era casi tan sencillo y barato como dibujarlo en una viñeta.
Superman no es solo el primero de los superhéroes, sino también el más problemático. Por dos motivos conectados. En primer lugar, por su carácter todopoderoso, mesiánico, cuasidivino. En la película de 1978 no solo desviaba un misil nuclear y cerraba una falla sísmica, sino que en la apoteosis final, tras perder a su amada Lois Lane, le devolvía la vida dando varias vueltas a la Tierra para dar marcha atrás al tiempo. ¿Alguien da más? El personaje, un extraterrestre de Krypton con poderes muy superiores a los de los terrícolas, ejerce de salvador de la humanidad por encima del bien y del mal, y eso desprende un inquietante tufillo.
De este perfil de todopoderoso e irrefutable justiciero deriva el segundo gran problema, este ya no de carácter político o religioso, sino puramente narrativo. El tipo es tan perfecto que resulta difícil encontrarle las dobleces y flaquezas que enriquecen a otros superhéroes y permiten desarrollarlos hacia lecturas más adultas. Todos empezaron como criaturas unidimensionales en viñetas para adolescentes, pero cuando los adolescentes crecieron y la industria quiso seguir vendiéndoles cómics, se inventaron tramas más elaboradas, complejizando a los personajes. Sobre Batman siempre merodea la duda de si es un justiciero o un vengador. Peter Parker no deja de ser un adolescente, con sus problemas propios de esa edad, al que le picó una araña radioactiva que lo convirtió en Spiderman… Pero Superman es un boy scout al que resulta arduo buscarle claroscuros y tormentos.
No siempre fue así. En sus inicios, cuando lo dibujaba Joe Shuster y escribía los guiones Jerry Siegel, era algo más bronco y de guantazo fácil. Los creadores eran dos amigos judíos que crecieron en los años de la Gran Depresión e imaginaron un forzudo con poderes sobrenaturales, protector de los débiles, inspirado en Hércules y Sansón. Al principio luchaba contra delincuentes locales, pero cuando estalló la guerra se hizo patriota, combatió contra el nazismo y llegó a poner a disposición de la justicia a Hitler y a Stalin.
Después Shuster y Siegel malvendieron los derechos del personaje a DC y se pasaron el resto de sus vidas pleiteando con la editorial para que les dieran una pequeña parte de las millonarias ganancias que su creación les generaba. Ese fue durante mucho tiempo el lado sombrío de la industria del cómic: la explotación sin contemplaciones de dibujantes y guionistas.
A finales de los años cuarenta el personaje pasó a otras manos y se hizo más modosito e inocuo. En los cincuenta saltó de las viñetas a la pantalla en un serial protagonizado por Georges Reeves, cuyo suicido en 1959 está envuelto en dudas y misterios. Cuando el siguiente intérprete, Christopher Reeve, quedó tetrapléjico, afloró la sombra de la maldición. Su Superman fue la primera película de superhéroes que no provocaba risa floja o vergüenza ajena. Vista hoy, mantiene cierto encanto camp, con sus esforzados efectos especiales y Marlon Brando como padre galáctico. Lo mejor es el disparatado y tronchante Lex Luthor –archienemigo y némesis del protagonista– que compuso Gene Hackman.
A mediados de los años ochenta del siglo pasado se inició en los cómics la época de las reinterpretaciones adultas y complejas del universo de los superhéroes, que inauguraron obras como Watchmen de Alan Moore y Batman, el regreso del caballero oscuro de Frank Miller. También Superman tuvo con el tiempo sus reelaboraciones, entre las que destacan Las cuatro estaciones de Loeb y Salle y All-Star Superman de Grant Morrison y Frank Quitely. Hay además un par de experimentos muy sugestivos relacionados con el personaje. En cómic Superman: hijo rojo de Frank Millar, que imagina qué hubiera sucedido si en lugar de caer la nave con el superbebé en Kansas, lo hubiera hecho en la Unión Soviética. Y la película El hijo de David Yarovesky, que imagina que hubiera pasado si el bebé alienígena que cae en la propiedad de unos granjeros en lugar de ser un salvador de la humanidad hubiera sido un monstruo aniquilador.
En cine, después de cuatro largometrajes con Christopher Reeve, hubo una tentativa de Tim Burton con Nicholas Cage que no llegó a rodarse (¡pero se conservan imágenes de pruebas de vestuario con el actor ataviado con la capa y el traje de spandex!). En 2006 llegó la olvidable y olvidada Superman Returns de Bryan Singer, con Brandon Routh. Y en 2013 El hombre de acero de Zack Snyder, con Henry Cavill, un intento de reformular al personaje con mucha épica, tintes dramáticos y pinceladas sombrías. Esta es una de las dos fórmulas posibles para revitalizar el género superheroico. En esta línea, son infinitamente más interesantes la trilogía de Batman de Christopher Nolan y Logan de James Mangold, protagonizada por el Lobezno de la Patrulla X.
James Gunn, el director del nuevo Superman, está en las antípodas de esta tendencia. Su aproximación al género apuesta por el humor y la reivindicación del cómic como divertimento, sin ínfulas trascendentales. Una de sus primeras películas, Super, era directamente una parodia con un superhéroe inepto, y después vinieron las divertidas e iconoclastas tres entregas de Guardianes de la galaxia para Marvel, Escuadrón suicida para DC y la descacharrante serie El pacificador para Max (está a punto de llegar la segunda temporada).
Para Superman DC le ha dado carta blanca para imponer su sello. Sin embargo, hay un problema: que el juego que le daban los personajes de sus anteriores largometrajes no se lo permite el de Krypton, al que logra humanizar, pero no despojar de su solemnidad, por los aspectos mesiánicos antes apuntados.
La cinta arranca con aires desmitificadores presentando a un Superman al que han molido a palos y derrotado. Le da vida un muy plausible David Corensvet. A Lois Lane, la eterna novia y aguerrida reportera la interpreta Rachel Brosnahan, la de La maravillosa Sra. Maisiel. Aparecen otros secundarios clásicos, como Jimmy Olsen (Skyler Gisondo), el tímido fotógrafo de irresistible encanto para las féminas, que trabaja con Clark Kent (el disfraz humano de Superman en sus ratos de asueto) en el Daily Planet. ¡Noticia bomba, en este mundo hipertecnificado, en el que consiguen crear hasta universos de bolsillo, siguen existiendo los periódicos en papel!
Otro personaje que viene de los primeros tiempos es Lex Luthor (Nicholas Hoult), aquí convertido en una especie de Tecno Bro maquiavélico que manipula al gobierno para destruir a Superman. Otros secundarios –como el linterna verde Guy Gardner y Mister Terrific– pertenecen a etapas más recientes de los cómics. La película está repleta de guiños para iniciados, incluido el cameo de uno de los hijos de Christopher Reeve, lo cual es un bonito homenaje.
En conjunto, es un divertimento muy disfrutable, aunque lastrado por dos problemas. El primero: que todas las cintas de superhéroes desembocan en una batalla a tortas por los aires y una vez has visto una son todas iguales. El segundo: el encomiable intento de confrontar la ingenuidad ideológica del personaje con las complejidades políticas no está nada bien resuelto y su participación en una guerra entre dos imaginarios países remotos es un buen ejemplo de lo difícil que es construir una versión adulta de un mito tan simplón.
Como guinda, en el discurso final de Superman ante el derrotado Luthor se reivindica como alien (en inglés alienígena, pero también extranjero) merecedor de respeto, en una clara arremetida contra las políticas trumpistas. Las redes arden con esta y otras polémicas. Los fans de Superman son tan susceptibles y belicosos como los de La guerra de las galaxias. Los antiguos griegos tenían a los dioses del Olimpo, nosotros tenemos a los superhéroes.
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