Entre los temas que en todo Occidente levantan pasiones y reacciones viscerales, la inmigración lleva camino de ocupar el lugar más preeminente del podio, si no lo ha hecho ya. Sin ella resulta incomprensible, no solo el actual auge de muchos partidos que hasta hace bien poco eran marginales (y hoy, prominentes y decisivos), sino las características más llamativas de la política de nuestro tiempo: populismo, nacionalismo, xenofobia, deriva autocrática y fake news.
El problema estriba en que cualquiera que se arriesgue a plantear el tema, sea donde fuere (aquí mismo, sin ir más lejos) se convierte como poco en sospechoso, cuando no en blanco de las iras de todos aquellos que ya tienen conformada una opinión al respecto y no admiten el menor cuestionamiento. Quien sostenga algo distinto de lo que esos sectores quieren oír, será visto, no ya como equivocado, sino como enemigo o caballo de Troya. O, en el mejor de los casos, quedará relegado al ominoso pelotón de los ingenuos, o sea, los «tontos útiles».
Digo todo esto no tanto por las consideraciones que exponga yo aquí cuanto por el autor y el libro que me van a servir de referencia. Se trata de un voluminoso volumen (600 páginas) de un profesor holandés, Hein de Haas, catedrático de la Universidad de Ámsterdam, que en su versión española lleva el título de Los mitos de la inmigración y el subtítulo de 22 falsos mantras sobre el tema que más nos divide (Península, traducción de Juanjo Estrella).
Consciente –¿cómo no?– de que pisa terreno minado y de que le lloverán críticas (y algo más) desde todos los ángulos, el profesor de Haas intenta pertrecharse de, al menos, tres salvoconductos para tan procelosa travesía: primero y más importante, declara su intención de mantenerse al margen de la controversia política, hasta donde es posible y siempre que se entienda aquella en el sentido restrictivo de lucha partidista. Su libro, dice, muestra «que las ideas de ambos bandos [derecha e izquierda] representan unas opiniones parciales, simplistas (…) que se desmoronan ante el peso de las pruebas».
Ahí está la clave fundamental, el peso de las pruebas, y ello determina las otras dos salvaguardas a las que acabo de aludir. Porque Haas propugna, para hacer frente a la simplificación y la demagogia, un enfoque científico del problema, usando para ello todas las armas que le proporcionan las ciencias sociales, en especial la sociología, la geografía, la economía y la historia. Y, en tercer lugar, como consecuencia inmediata, llena su obra de un casi abrumador contenido empírico, no solo con múltiples datos, sino con cuadros, mapas y gráficos que le sirven para ilustrar con cifras absolutas y relativas sus argumentaciones.
Argumentos polémicos
El corolario puede quedar sintetizado en esta frase del propio Haas: su intención no es plantear «la migración ni como problema que haya que solucionar ni como solución a ningún problema». ¡Magnífico!, exclamamos. Pero si recapacitamos, vemos que resistirse a entrar en el barro es impecable desde un punto de vista ético, pero poco operativo en última instancia ante un problema de estas características. Aunque fuera posible mantenerse au dessus de la mêlée, como dicen los franceses, las limitaciones de esta postura saltan a la vista.
Por lo pronto, encontramos que la propia estructura del libro en la línea de deshacer mitos conduce a un terreno polémico que contradice en parte las exigencias antedichas. Entre los 22 mitos que intenta combatir el catedrático holandés –no puedo entrar en todos ellos, como es fácil comprender, por obvias razones de espacio– hay de todo, desde tinglados ideológicos que se deshacen con un soplo hasta aseveraciones, todo lo discutibles que se quiera, que solo de modo muy laxo encajan en el concepto de mito. Pues si se emplea este en la acepción de falsedad, hay planteamientos quizá parciales o algo simplistas pero que no dejan tener un poso de verdad.
En el primer bloque, bajo el epígrafe de «Mitos de la migración» encontramos las proclamas menos discutibles, pero aun así Haas, llevado por su celo desmitificador, desdeña o minusvalora en mi opinión matices importantes. Intentaré ser lo más objetivo posible intentando que mi valoración no distorsione la debida fidelidad al libro. El primer mito, «La migración se encuentra en máximos históricos» recibe como respuesta, fundamentada empíricamente, que «la migración internacional se mantiene en cifras bajas y estables» (solo emigra el 3% de la población mundial). Pero, como es obvio, esa estimación global es compatible con la existencia de una fortísima presión migratoria en zonas concretas.
Algo muy parecido puede decirse de los siguientes mitos, como que «las fronteras se han descontrolado», que «el mundo se enfrenta a una crisis de refugiados» o que «nuestras sociedades son más diversas que nunca». Haas refuta como ajenas a la realidad esas opiniones, pero incluso aceptando sus datos y conclusiones en términos globales, la percepción variará mucho según el rincón del globo que se considere. Limitándome a la última estimación citada, un ciudadano español argüiría que nuestro país ha pasado en pocos años de 40 a casi 50 millones de habitantes (uso cifras redondas) y no precisamente porque haya aumentado la tasa de natalidad entre las españolas. Otra cosa distinta es si esto es bueno o malo.
Demagogia y buenismo
Más interés tienen, en mi opinión, las reflexiones que generan los siguientes mitos por cuanto aquí se desmontan medidas políticas sostenidas con más voluntarismo que eficacia: «El desarrollo en los países pobres reducirá la emigración», «La emigración es una huida desesperada de la miseria» o «No necesitamos trabajadores migrantes». Dejando aparte esta última, que se desmonta por sí sola, con respecto a las anteriores Haas señala, siempre con un despliegue aplastante de datos y cifras, que no emigran por lo general los más desesperados, sino los más pudientes y que las ayudas al desarrollo en los países pobres, lejos de cortar la emigración, la incentivan, por cuanto aumenta el número de personas que, más y mejor informadas, buscan mejorar sus condiciones de vida.
El segundo bloque aborda los mitos más sensibles, los que aparecen continuamente en los rifirrafes políticos y que constituyen el material del que se nutre el radicalismo y la demagogia de algunos sectores. Algunos de ellos son redundantes, porque convergen en última instancia en la culpabilidad del inmigrante per se: los inmigrantes «roban trabajos», no se integran, «disparan los índices de delincuencia», etc. Podría parecer que el análisis se escora aquí a una crítica acerba a los postulados de la extrema derecha, pero Haas equilibra la balanza desmontando los mitos buenistas de la izquierda.
Sorprenderá, por tanto, que los dos últimos mitos (insisto: falsedades) de este bloque sean la creencia de que «la inmigración es beneficiosa para todos» y que «los inmigrantes son necesarios para resolver los problemas de unas sociedades envejecidas». No es así. La inmigración, argumenta Haas, siempre con datos bien explicados, «beneficia sobre todo a los ricos» (maticemos: clases altas y medias) y por sí sola no puede resolver todos los problemas del envejecimiento. Los inmigrantes también envejecen y además adoptan en pocos años las costumbres de la sociedad en la que se instalan, teniendo cada vez menos hijos.
El lector que haya llegado hasta aquí y afronte el tercer bloque de mitos, no se sorprenderá ya de cómo Haas deshace creencias acendradas y políticas establecidas. Así, «las fronteras se están cerrando». En la práctica, dice, no es así, pues las políticas liberalizadoras siguen siendo predominantes. «Los conservadores son más duros con la inmigración». Tampoco: los datos no muestran brecha apreciable entre políticas de izquierda y derecha. Aunque quizá lo más interesante desde el punto de vista práctico sea la negación de la eficacia de las restricciones fronterizas que muchos consideran la panacea: por el contrario, escribe, tales medidas no detienen la inmigración, solo la hacen más precaria y clandestina.
Quiero pensar que algunas de estas afirmaciones pueden servir de revulsivo y de acicate para darle otra vuelta al tema. Eso es lo que pretende este libro. No se trata de que el lector asienta a todo lo que aquí se dice –sería absurdo e inviable–, sino de cuestionar ideas preconcebidas, tópicos, verdades a medias. No diría yo que son mitos todo lo que reluce, como pretende el autor, pero lo incuestionable en cualquier caso es que necesitamos plantearnos la inmigración en serio, para que las medidas políticas que se implementen no sean palos de ciego o produzcan el efecto opuesto al pretendido. El libro del profesor holandés puede ser un buen punto de partida.
Entre los temas que en todo Occidente levantan pasiones y reacciones viscerales, la inmigración lleva camino de ocupar el lugar más preeminente del podio, si no
Entre los temas que en todo Occidente levantan pasiones y reacciones viscerales, la inmigración lleva camino de ocupar el lugar más preeminente del podio, si no lo ha hecho ya. Sin ella resulta incomprensible, no solo el actual auge de muchos partidos que hasta hace bien poco eran marginales (y hoy, prominentes y decisivos), sino las características más llamativas de la política de nuestro tiempo: populismo, nacionalismo, xenofobia, deriva autocrática y fake news.
El problema estriba en que cualquiera que se arriesgue a plantear el tema, sea donde fuere (aquí mismo, sin ir más lejos) se convierte como poco en sospechoso, cuando no en blanco de las iras de todos aquellos que ya tienen conformada una opinión al respecto y no admiten el menor cuestionamiento. Quien sostenga algo distinto de lo que esos sectores quieren oír, será visto, no ya como equivocado, sino como enemigo o caballo de Troya. O, en el mejor de los casos, quedará relegado al ominoso pelotón de los ingenuos, o sea, los «tontos útiles».
Digo todo esto no tanto por las consideraciones que exponga yo aquí cuanto por el autor y el libro que me van a servir de referencia. Se trata de un voluminoso volumen (600 páginas) de un profesor holandés, Hein de Haas, catedrático de la Universidad de Ámsterdam, que en su versión española lleva el título de Los mitos de la inmigración y el subtítulo de 22 falsos mantras sobre el tema que más nos divide (Península, traducción de Juanjo Estrella).
Consciente –¿cómo no?– de que pisa terreno minado y de que le lloverán críticas (y algo más) desde todos los ángulos, el profesor de Haas intenta pertrecharse de, al menos, tres salvoconductos para tan procelosa travesía: primero y más importante, declara su intención de mantenerse al margen de la controversia política, hasta donde es posible y siempre que se entienda aquella en el sentido restrictivo de lucha partidista. Su libro, dice, muestra «que las ideas de ambos bandos [derecha e izquierda] representan unas opiniones parciales, simplistas (…) que se desmoronan ante el peso de las pruebas».
Ahí está la clave fundamental, el peso de las pruebas, y ello determina las otras dos salvaguardas a las que acabo de aludir. Porque Haas propugna, para hacer frente a la simplificación y la demagogia, un enfoque científico del problema, usando para ello todas las armas que le proporcionan las ciencias sociales, en especial la sociología, la geografía, la economía y la historia. Y, en tercer lugar, como consecuencia inmediata, llena su obra de un casi abrumador contenido empírico, no solo con múltiples datos, sino con cuadros, mapas y gráficos que le sirven para ilustrar con cifras absolutas y relativas sus argumentaciones.
El corolario puede quedar sintetizado en esta frase del propio Haas: su intención no es plantear «la migración ni como problema que haya que solucionar ni como solución a ningún problema». ¡Magnífico!, exclamamos. Pero si recapacitamos, vemos que resistirse a entrar en el barro es impecable desde un punto de vista ético, pero poco operativo en última instancia ante un problema de estas características. Aunque fuera posible mantenerse au dessus de la mêlée, como dicen los franceses, las limitaciones de esta postura saltan a la vista.
Por lo pronto, encontramos que la propia estructura del libro en la línea de deshacer mitos conduce a un terreno polémico que contradice en parte las exigencias antedichas. Entre los 22 mitos que intenta combatir el catedrático holandés –no puedo entrar en todos ellos, como es fácil comprender, por obvias razones de espacio– hay de todo, desde tinglados ideológicos que se deshacen con un soplo hasta aseveraciones, todo lo discutibles que se quiera, que solo de modo muy laxo encajan en el concepto de mito. Pues si se emplea este en la acepción de falsedad, hay planteamientos quizá parciales o algo simplistas pero que no dejan tener un poso de verdad.
En el primer bloque, bajo el epígrafe de «Mitos de la migración» encontramos las proclamas menos discutibles, pero aun así Haas, llevado por su celo desmitificador, desdeña o minusvalora en mi opinión matices importantes. Intentaré ser lo más objetivo posible intentando que mi valoración no distorsione la debida fidelidad al libro. El primer mito, «La migración se encuentra en máximos históricos» recibe como respuesta, fundamentada empíricamente, que «la migración internacional se mantiene en cifras bajas y estables» (solo emigra el 3% de la población mundial). Pero, como es obvio, esa estimación global es compatible con la existencia de una fortísima presión migratoria en zonas concretas.
Algo muy parecido puede decirse de los siguientes mitos, como que «las fronteras se han descontrolado», que «el mundo se enfrenta a una crisis de refugiados» o que «nuestras sociedades son más diversas que nunca». Haas refuta como ajenas a la realidad esas opiniones, pero incluso aceptando sus datos y conclusiones en términos globales, la percepción variará mucho según el rincón del globo que se considere. Limitándome a la última estimación citada, un ciudadano español argüiría que nuestro país ha pasado en pocos años de 40 a casi 50 millones de habitantes (uso cifras redondas) y no precisamente porque haya aumentado la tasa de natalidad entre las españolas. Otra cosa distinta es si esto es bueno o malo.
Más interés tienen, en mi opinión, las reflexiones que generan los siguientes mitos por cuanto aquí se desmontan medidas políticas sostenidas con más voluntarismo que eficacia: «El desarrollo en los países pobres reducirá la emigración», «La emigración es una huida desesperada de la miseria» o «No necesitamos trabajadores migrantes». Dejando aparte esta última, que se desmonta por sí sola, con respecto a las anteriores Haas señala, siempre con un despliegue aplastante de datos y cifras, que no emigran por lo general los más desesperados, sino los más pudientes y que las ayudas al desarrollo en los países pobres, lejos de cortar la emigración, la incentivan, por cuanto aumenta el número de personas que, más y mejor informadas, buscan mejorar sus condiciones de vida.
El segundo bloque aborda los mitos más sensibles, los que aparecen continuamente en los rifirrafes políticos y que constituyen el material del que se nutre el radicalismo y la demagogia de algunos sectores. Algunos de ellos son redundantes, porque convergen en última instancia en la culpabilidad del inmigrante per se: los inmigrantes «roban trabajos», no se integran, «disparan los índices de delincuencia», etc. Podría parecer que el análisis se escora aquí a una crítica acerba a los postulados de la extrema derecha, pero Haas equilibra la balanza desmontando los mitos buenistas de la izquierda.
Sorprenderá, por tanto, que los dos últimos mitos (insisto: falsedades) de este bloque sean la creencia de que «la inmigración es beneficiosa para todos» y que «los inmigrantes son necesarios para resolver los problemas de unas sociedades envejecidas». No es así. La inmigración, argumenta Haas, siempre con datos bien explicados, «beneficia sobre todo a los ricos» (maticemos: clases altas y medias) y por sí sola no puede resolver todos los problemas del envejecimiento. Los inmigrantes también envejecen y además adoptan en pocos años las costumbres de la sociedad en la que se instalan, teniendo cada vez menos hijos.
El lector que haya llegado hasta aquí y afronte el tercer bloque de mitos, no se sorprenderá ya de cómo Haas deshace creencias acendradas y políticas establecidas. Así, «las fronteras se están cerrando». En la práctica, dice, no es así, pues las políticas liberalizadoras siguen siendo predominantes. «Los conservadores son más duros con la inmigración». Tampoco: los datos no muestran brecha apreciable entre políticas de izquierda y derecha. Aunque quizá lo más interesante desde el punto de vista práctico sea la negación de la eficacia de las restricciones fronterizas que muchos consideran la panacea: por el contrario, escribe, tales medidas no detienen la inmigración, solo la hacen más precaria y clandestina.
Quiero pensar que algunas de estas afirmaciones pueden servir de revulsivo y de acicate para darle otra vuelta al tema. Eso es lo que pretende este libro. No se trata de que el lector asienta a todo lo que aquí se dice –sería absurdo e inviable–, sino de cuestionar ideas preconcebidas, tópicos, verdades a medias. No diría yo que son mitos todo lo que reluce, como pretende el autor, pero lo incuestionable en cualquier caso es que necesitamos plantearnos la inmigración en serio, para que las medidas políticas que se implementen no sean palos de ciego o produzcan el efecto opuesto al pretendido. El libro del profesor holandés puede ser un buen punto de partida.
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