
Peridis tiene otro nombre (José María Pérez) pero esta es su seña de identidad. Dibujante (toda la vida en EL PAÍS) y artista de otras materias (el románico, la restauración, el patrimonio cultural, la amistad), es como Kim de la India, el amigo de todo el mundo… Es de Aguilar de Campoo y de toda la geografía que él ha conseguido juntar, por ejemplo, en la Enciclopedia del Románico, cuyos volúmenes son su orgullo. Esa enciclopedia, el recuerdo de sus padres, la pasión que tiene por el periódico de su vida, convierten a Peridis en un héroe nacional de la alegría de contar. Aquí habla de todo ello, como si lo estuviera dibujando, a raíz de la salida de sus memorias noveladas (El tesoro del Convento Caído, Espasa), que coincide también con la emisión del episodio que le dedica el programa En primicia, serie sobre los grandes periodistas españoles [realizada por RTVE junto a la LACOproductora, productora audiovisual de PRISA, empresa editora de EL PAÍS]. En los primeros años de este periódico, Peridis regalaba galletas a los redactores. Por eso se hace difícil tratarle de usted como manda el Libro de Estilo de EL PAÍS…
El dibujante, que publica unas memorias noveladas y protagoniza la última entrega de la serie ‘En primicia’, cuenta cómo fue su llegada a Madrid y el inicio de su carrera
Peridis tiene otro nombre (José María Pérez) pero esta es su seña de identidad. Dibujante (toda la vida en EL PAÍS) y artista de otras materias (el románico, la restauración, el patrimonio cultural, la amistad), es como Kim de la India, el amigo de todo el mundo… Es de Aguilar de Campoo y de toda la geografía que él ha conseguido juntar, por ejemplo, en la Enciclopedia del Románico, cuyos volúmenes son su orgullo. Esa enciclopedia, el recuerdo de sus padres, la pasión que tiene por el periódico de su vida, convierten a Peridis en un héroe nacional de la alegría de contar. Aquí habla de todo ello, como si lo estuviera dibujando, a raíz de la salida de sus memorias noveladas (El tesoro del Convento Caído, Espasa), que coincide también con la emisión del episodio que le dedica el programa En primicia,serie sobre los grandes periodistas españoles [realizada por RTVE junto a la LACOproductora, productora audiovisual de PRISA, empresa editora de EL PAÍS]. En los primeros años de este periódico, Peridis regalaba galletas a los redactores. Por eso se hace difícil tratarle de usted como manda el Libro de Estilo de EL PAÍS…
Pregunta. Es un benefactor. Pero se peleaba con los chicos. Una vez sintió que había malherido a uno.
Respuesta. Carlitos. Andábamos jugando y para despedirnos nos insultábamos. Entonces cogí una cachoteja que le cayó en la sien.
P. ¿De tantas cosas se acuerda?
R. Es que la infancia es impresionante. Y he vivido mucho fuera de aquel ámbito. Todo quedó allí guardado. Aquí están todas las sensaciones, la atmósfera. El libro cuenta todo. Es una infancia absolutamente proustiana. He vuelto a ella para restaurarla y, en cierta manera, para vivirla otra vez. Y para contarla. O sea, que soy dos veces proustiano.
P. Lo ha escrito para encontrarse con ese niño.
R. Sí, sí. Siempre buscas en la vida al niño que fuiste.
P. Y la mirada que tuvo.
R. La clave en la vida es conservar el corazón y la mirada del niño que fuiste. Es el niño que buscaba amistad. Vivía en las afueras del pueblo, éramos la última casa; buscaba amigos, que era como respirar. Donde vayas, dice el dicho, haz amigos.
P. El padre también le explicaba lo importante que era el trato con los parientes.
R. Sí, con mi tío Laureano. Que debía ser agradecido, me escribía mi padre. Mi tío era un cura muy severo. Había sufrido mucho en la guerra, en Santander. Estuvo a punto de ser fusilado. Y aquello le cambió el carácter. Mi madre me dijo que cuando mi tío llegó al pueblo estaba en el chasis. Era después de que Franco conquistara Santander. Mi madre casi no lo reconoce, sin sotana y en el esqueleto. De joven era muy jovial, pero la guerra le cambió el carácter.
P. Su padre le decía que lo cuidara. ¿Es una advertencia que llevó toda la vida?
R. Me dijo que fuera agradecido, que nos había ayudado mucho. Era el benefactor de la familia. Yo llegaba a Madrid y necesitaba un padre severo. Tenía que labrarme un porvenir y ayudar a salir adelante, como tantos emigrantes. El que va primero va de cabeza de puente.
P. En Madrid, despistado, encontró una pandilla de amigos que le salvó el futuro.
R. Me iba ya de la casa de mi tío, había encontrado un trabajo y de pronto, extraviado, me encontré en la calle Arenal con dos compañeros de los maristas de Palencia. Me gritaron “¡Pérez, Pérez, Pérez!”. Me perdí, les dije. Me llevaron al Hogar del Empleado, en la calle Cadarso. Tenía capilla, cine-club, gimnasio, un maestro. El maestro era José Ramón, el de las caricaturas que hizo años después la campaña que llevó a Felipe González a la presidencia del Gobierno.
P. ¿Cómo se encontró en esta ciudad?
R. Yo llegué a Madrid cuando nació la niña dos millones. En el momento en que sumé un poco, ella sumó más. Éramos dos millones de habitantes. Una ciudad inmensa. Recién venido del pueblo. Donde más lejos había estado era en Palencia. Madrid era grande y gris, y parecía fea, triste. Era una ciudad triste, de supervivientes.

P. ¿Cómo evolucionó? ¿Qué es ahora Madrid para usted?
R. Ahora es una ciudad fantástica, una ciudad que ha crecido. Pero entonces tenía algo que aún mantiene ahora: la vida de los barrios y el vecindario. La gente se llama de don y de doña. Y era un lugar de oportunidades. Era también el tiempo del Madrid de las Cinco Copas. El estadio estaba al lado de la casa de mi tío y yo veía a Di Stéfano como aquí ahora, a esta distancia. En Palencia había radiado los partidos en los maristas, y me dieron aquí un pase para asistir a los entrenamientos. Iba a mecanografía, a contabilidad, para encontrar trabajo de chupatintas.
P. Y encontró trabajo.
R. En un sitio fantástico. En el barrio de las Letras, calle de Quevedo esquina Cervantes, enfrente de la casa de Lope de Vega. Pero yo quería ser caricaturista. Y luego también fui arquitecto. La arquitectura ha sido parte muy importante de mi vida.
P. ¿Y por qué caricaturista?
R. Porque desde niño se me daba bien el dibujo. Me encantaban las caricaturas. Un sastre de mi pueblo tenía una que le hizo Córdoba, famoso entonces. Con carota y sin careta llamaba sus dibujos. Ahí aparecían Bernabéu, Celia Gámez, Panizo, Chicote. Todos los famosos de la época.
P. Esa pasión le obligaba a mirar.
R. Lo que he hecho toda mi vida. Y me puse a hacer álbumes de futbolistas. Me enamoré de la línea con Cronos, que era un caricaturista de Marca, de trazo continuo. El trazo continuo me subyugó desde niño.
P. Muchos años en la caricatura y nunca nadie se sintió ofendido.
R. No tanto. Tierno Galván se enfadó, y lo dijo en un libro al que invité a que escribiera. Le ponía barba si era Galván y Tierno si no era tal. No le gustaba salir con barba, entonces maté al Galván y solo hacía a Tierno, yo no quería disgustarle. Cuando hay una ventana como la caricatura en un periódico de carácter nacional, sobre todo si es EL PAÍS, lo que más pesa es no salir. Si sales estás en primera división.
P. Por cierto, ¿cuál fue el caricaturizado más tierno?
R. Felipe González. En la Transición era el más cercano. Era socialdemócrata, europeo, correligionario de Olof Palme… Olof Palme, que era el de la hucha a favor de los luchadores por la libertad en España, fue por el que tuve más devoción. Lo mataron pronto, lo mató un fanático.
P. EL PAÍS le abrió la puerta enseguida…
R. Desde el primer número. Hasta hoy. Esa fue mi suerte. Estar ahí, además, cuando empezó la Transición. Cuando murió Franco yo ya me había preparado para salir en un periódico, porque nunca había dejado de hacer caricatura. Me aceptaron en Informaciones, donde estaban Jesús de la Serna, Juan Luis Cebrián, Martín Prieto… Les gustaron mis dibujos por lo novedoso. Y vi que saldría EL PAÍS, un diario liberal progresista. “Este es mi periódico”, me dije.
P. Y se hizo amigo de todo EL PAÍS. Iba por las tardes con obsequios…
R. ¿Qué mejor podía hacer que ir repartiendo galletas de Aguilar de Campoo como el que reparte la comunión? Me gustaba ir a la redacción, me interesaba lo que se hacía. Era un fanático del periódico, como lo fui de Informaciones… Era el máximo periódico en aquel momento. Iba conquistando la libertad de expresión a marchas forzadas.
P. ¿Cómo fue variando su idea de los periodistas?
R. Yo los veía con admiración. Éramos un colectivo que estaba luchando en aquel momento por conquistar ámbitos de libertad. Y al periodismo le tocaba conquistar ese lugar, que es el de la libertad de pensamiento. Entonces yo me veía en un barco que iba a la conquista de unas américas que eran la libertad. Y además los que estaban allí eran de mis años.
P. ¿Cómo identifica este momento de su país?
R. Es un momento peligroso porque puede abrir un retroceso oscuro. Aparentemente, no violento, pero violentando los derechos y las libertades que se han conseguido. Es un tiempo que no ayuda a la política. Vivimos un momento de desguace, descorazonador, porque los escándalos desmoralizan a la sociedad y ahora son bastante generalizados. Me recuerda este momento aquello que decía Ortega y Gasset: “No es esto, no es esto”.
P. ¿El futuro?
R. Ya hicimos la Transición. Les toca a los jóvenes. No tienen muchas oportunidades y muchos se quedan descolgados. No tienen acceso a la vivienda. No les llega el bienestar económico. Hay incertidumbre. Ahora vivimos tiempos inciertos.
P. Al final de su libro tiene una frase que atrae un título de Knut Hamsun, La última alegría. ¿Cuál es, Peridis, la última alegría?
R. No hay última alegría… Estoy abierto a cualquier alegría que me venga. La última alegría es la primera alegría.
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