José Antonio Morante Camacho es el nombre del torero que tiene enajenados a los aficionados a los toros. Su salida a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas el pasado día 8 figura ya entre los momentos realmente emotivos de la larga historia de esta plaza. Morante de la Puebla, que así se anuncia en los carteles, ha traspasado las fronteras de la torería andante y se ha transfigurado en un acontecimiento.
El torero sevillano es reconocido como el artista total tras sus incontestables triunfos en San Isidro y la Feria de Abril
José Antonio Morante Camacho es el nombre del torero que tiene enajenados a los aficionados a los toros. Su salida a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas el pasado día 8 figura ya entre los momentos realmente emotivos de la larga historia de esta plaza. Morante de la Puebla, que así se anuncia en los carteles, ha traspasado las fronteras de la torería andante y se ha transfigurado en un acontecimiento.
Pero quién es ese hombre con aspecto taciturno, callado, atormentado por nubarrones en su personalidad, bohemio, tradicional, que es capaz de asombrar con su misterio.
Nacido en la localidad sevillana de La Puebla del Río, 45 años, padre de tres hijos, matador de toros desde 1997, artista excelso desde la cuna, es reconocido hoy como el dios indiscutible del arte del toreo moderno.
Es un hombre controvertido, singular y extraño, en lucha permanente con fantasmas síquicos que le han obligado a someterse a duros y largos tratamientos médicos que han influido gravemente en su carrera y le han entristecido el semblante.
Es un torero obsesionado con el arte, que añora la tradición y rechaza la modernidad, admirador de Joselito El Gallo y su época, un ser humano del siglo XXI encerrado en una lámpara de principios del XX; y en algún momento flirteó con Vox, y en este periódico afirmó que “políticamente no soy un erudito para decidir lo que está bien o mal, pero sí comulgo con la política de contención que defiende. Es necesario frenar los ideales globales que pretenden acabar con la identidad de los pueblos”.

El pasado domingo, cuando el presidente de la corrida que se celebraba en Las Ventas mostró el pañuelo blanco que le concedía la segunda oreja de la tarde y le abría la Puerta Grande, la primera de su carrera, Morante se acercó a la barrera y se fundió en un abrazo con su mozo de espada, su primo Juan Carlos, con quien compartió siendo un niño su ilusión de torero, y jugó al toro en las calles de su pueblo.
Morante se abrazó a su infancia, y, desde aquel entonces, ha estado comprometido con el sueño de alcanzar la gloria vestido de luces.
Valorado desde su adolescencia como propietario del misterio del toreo, no le ha sido fácil esbozar la amplia sonrisa del triunfo que lo entronizara como rey indiscutible de los toreros.
Abrió la Puerta del Príncipe de La Maestranza de Sevilla el 19 de abril de 1999, con tan solo 19 años, y desde entonces ha debido atravesar un largo y duro desierto en el que nunca perdió su condición de artista, pero tampoco encontró la confirmación de su supuesta genialidad.
Seguido por una legión de fieles morantistas, respetado y valorado por las empresas, pasaban los años sin que Morante de la Puebla alcanzara el refrendo de los triunfos sonados en las plazas más importantes.
En 2004 convocó en Sevilla a los medios de comunicación para anunciar su reaparición tras un percance, y sorprendió con la noticia de que padecía serios problemas síquicos, y que viajaría a EE UU para someterse a un tratamiento de terapia electroconvulsiva (conocida vulgarmente como electroshock).

Desde entonces, Morante ya no fue el mismo o, quizá, lo que cambió fue la percepción pública sobre su figura. Reapareció al año siguiente, pero volvió a colgar el traje de luces en 2007, esta vez porque había perdido la ilusión después de cortar una sola oreja en la encerrona con seis toros en la Corrida de Beneficencia de Madrid; y en 2017, de nuevo se retiró temporalmente “porque los presidentes y veterinarios me han aburrido”.
Y así, entre pinceladas inolvidables de toreo a la verónica, pasajes puntuales de su especialísima tauromaquia, una carrera irregular y constantes cambios de apoderado, llegó a su vida Pedro Jorge Marques, un odontólogo portugués, fiel seguidor del torero. Se hicieron inseparables amigos, hasta el punto de que Morante le montó una clínica en La Puebla del Río, y, a cambio, Pedro Jorge se convirtió en su acompañante y consejero en los buenos y malos momentos, y en su representante ante las empresas desde 2021.
No es fácil discernir sobre la influencia del nuevo apoderado, pero lo cierto es que en octubre de ese año, en la Feria de San Miguel de Sevilla, Morante desorejó a un toro de Juan Pedro Domecq e inició una remontada personal y artística que continuó en la Feria de Abril del año siguiente (temporada en la que llegó a torear en 103 corridas), y alcanzó su punto culminante el 26 de abril de 2023 en Sevilla, la tarde gloriosa en la que cortó las dos orejas y el rabo a un toro de Domingo Hernández.
Pero los problemas de salud mental seguían ahí.
En 2024, sus trastornos de personalidad le obligaron a suspender la temporada hasta en tres ocasiones. Durante el invierno, se sometió a un nuevo tratamiento en Portugal, siempre en compañía de Pedro Jorge Marques, en marzo de 2025 reconoció en una entrevista en Abc que había pensado en la muerte como alivio y que su enfermedad era “compleja, triste y dolorosa”.
Morante se anunció, no obstante, cinco tardes en el abono sevillano de este año y dos en la Feria de San Isidro, y su vuelta no ha podido ser más exitosa. Faenas para el recuerdo en La Maestranza, y dos comparecencias inolvidables en Madrid.
¿Qué ha sucedido para un cambio tan radical desde 2021?
Posiblemente, no lo sepa nadie, ni siquiera el torero. Quizá, porque no es más que un inconmensurable artista en el cuerpo de un simple ser humano.
Lo cierto es que Morante de la Puebla ha confirmado que es un torero genial, diferente, capaz de protagonizar las más bellas obras con un capote o una muleta en las manos; posee el don de la armonía, es valiente como pocos, derrocha ilusión, pasión y compromiso, y sus formas clásicas y personalísimas de interpretar el toreo conmueven a las masas y marcan lejanas distancias con sus compañeros.
Lo que sucedió el pasado domingo en Las Ventas refrenda el convencimiento de que Morante de la Puebla es un revolucionario del toreo moderno.
Después de cautivar a todos los presentes, cientos de jóvenes lo alzaron en hombros y así paralizaron el tráfico en la calle de Alcalá con la firme determinación de llevarlo hasta el hotel Wellington, donde se alojaba, y que está a algo más de dos kilómetros de distancia de la plaza.
Las fuerzas del orden impidieron tan largo traslado, pero el torero se vio obligado a salir al balcón de su habitación para saludar a sus admiradores. En bata y con una copa en la mano, les dijo: “Os quiero, os quiero; esto ha sido un sueño para mí, compartido con todos vosotros. Muchas gracias”.
Hay quienes mantienen que Morante es el mejor torero de la historia (él mismo lo ha desmentido al recordar que Joselito el Gallo, su ídolo, ya lo fue con solo 16 años), pero es verdad que su presencia en la fiesta de los toros, al menos hoy, es un acontecimiento espectacular y glorioso que arrastra multitudes, y la eleva a cotas innegables de belleza.
¿Y el futuro?
El futuro es una incógnita. El pasado 30 de mayo, el propio torero reconocía en este periódico que “estoy bien, más o menos. Sigo luchando con mi cabecilla. No estoy recuperado totalmente, pero ahí vamos, dándole a la pelota hacia adelante”.
Lo de la pelota lo diría por su hijo José Antonio, brillante y estilista jugador de la cantera del Real Betis Balompié, que fue de los primeros, entre muchos jóvenes, que el pasado domingo se lanzó al ruedo para sacar a hombros a su padre.
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