Maura, el PP y Vox: la lección necesaria

El primero en conmemorar a Antonio Maura, del que ahora se cumplen cien años de su muerte, fue el PP de José María Aznar. Los populares celebraron un encuentro del que salió un libro titulado Antonio Maura, en el aniversario del Gobierno Largo, publicado en 2009. Luego, en su colección de biografías, José María Marco publicó una obra dedicada al político conservador. Esto ocurrió hace décadas. Ahora es Vox quien celebra a Maura, aunque con menos boato. Convocaron una jornada en el Congreso de los Diputados citando a reconocidos especialistas. Por lo demás, los políticos de la derecha española no recuerdan a Maura, o quizá lo han echado al olvido.

El liderazgo de Antonio Maura estuvo ligado a un proyecto político al que llamó la «revolución desde arriba». Su influencia fue tan grande que marcó la política de su tiempo. Alejandro Lerroux, el Emperador del Paralelo, el populista del radicalismo obrerista, decía que la política se hacía «con Maura, contra Maura o alrededor de Maura», evidenciando que el político conservador fue una figura inevitable incluso para sus adversarios.

Maura asumió el liderazgo del Partido Conservador en un momento de crisis profunda. Tras el Desastre del 98 y el asesinato de Cánovas, el sistema de la Restauración se encontraba agotado, y el universo intelectual y político coincidía en la decadencia del sistema y en la necesidad de la regeneración.

El reto que enfrentaba Maura ya no se limitaba a garantizar la estabilidad monárquica, sino a dotar de eficacia al Estado, sanear las costumbres públicas y educar cívicamente al pueblo. El político mallorquín se mostró más vehemente que Francisco Silvela y mejor preparado para enfrentarse a los riesgos de la revolución social. Maura buscó fundar una derecha moderna, reformista y respetuosa con las reglas del parlamentarismo liberal.

Maura encarnó un elemento crucial del conservadurismo que partía de las ideas de Edmund Burke frente a la Revolución Francesa. Creía que las reformas eran la única manera de evitar el proceso revolucionario y conservar aquello que funcionara. Quería evitar que los revolucionarios se llevaran por delante la sociedad entera. Aunque era consciente de los muchos defectos de la historia de España, buscó la preservación y la continuidad de un legado, demostrando que el suicidio del espíritu español no era la única actitud posible.

El proyecto de Maura se definió como una política reformista que preconizaba la democratización sin rupturas del régimen constitucional. Su plan era una afirmación rotunda y clara de la política, entendida como la posibilidad de encontrar fórmulas de entendimiento razonables, el respeto a los demás y la conciencia de la continuidad.

El ideario de Maura se inspiró en la familia, la religión, las costumbres y la moderación. Estaba convencido de que la decadencia de España era fundamentalmente moral, más allá de lo económico o político. Por ello, su programa abogaba por restaurar la autoridad moral del Estado. Su ideario, sustentado en la fe y en la ley, se resumía en la frase: «la política conservadora es democrática o no es conservadora».

Un eje central de su proyecto fue combatir las raíces del mal: la corrupción electoral, el caciquismo y la pasividad del pueblo. Maura buscó activamente la limpieza del sufragio. Así, como ministro de Gobernación bajo Silvela, entre 1899 y 1900, gestionó las elecciones de mayo de 1903, consideradas las más limpias de la Restauración hasta ese momento, al indicar a los gobernadores que cumplieran la ley, y terminar con las subvenciones a la prensa. Este intento de garantizar unas elecciones limpias tuvo una relevancia simbólica mayor de la que suele destacarse, ya que, aunque el caciquismo no desapareció, demostró que era posible debilitar la manipulación electoral y desafiar la lógica del turno pacífico.

Maura defendió la necesidad de un pueblo educado en la libertad. Su concepto central era la «Ciudadanía». Maura apeló a la «masa neutra» de españoles que se inhibían en las elecciones, creyendo en la existencia de un sujeto cívico responsable y un Estado con el deber de formar conciencia. Este proyecto implicaba que el liderazgo conservador debía modernizarse y movilizarse. Los mauristas imitaron las formas de acción política de la izquierda: organizaron mítines al aire libre (y no solo en pequeños espacios), hicieron campañas de propaganda, crearon periódicos de masas, y establecieron centros instructivos en barrios pobres. Maura y los mauristas fueron un punto de inflexión en las formas de hacer política de las derechas.

Su Gobierno largo, entre 1907 y 1909, fue el momento más ambicioso del regeneracionismo conservador. En este periodo, Maura articuló un conjunto coherente de reformas para poner las bases del Estado social y reconstruir la confianza ciudadana. En coherencia con su catolicismo, buscó conciliar orden y justicia social, catalizando y aplicando lo propuesto en la Rerum Novarum de León XIII. Su programa incluyó legislación protectora del trabajo, persecución de la usura, medidas de fomento industrial y una política administrativa más racionalizada. Maura concibió la cuestión social como un problema que requería una acción estatal continua y técnica, y no limitada al asistencialismo. Su programa fue uno de los primeros intentos sistemáticos de dotar a España de un Estado que asumiera responsabilidades en la protección social.

La figura de Maura era compleja como líder. Se trataba de un hombre austero y reflexivo, caracterizado por la coherencia entre sus palabras y sus actos. Era un gran orador que utilizaba sentencias incisivas que se convirtieron en consignas políticas, como la exigencia de «Luz y taquígrafos» y el llamado al «descuaje del caciquismo». No obstante, Maura exhibía contradicciones, aparecía como clerical y aconfesional, caudillista y demócrata. Esta complejidad se tradujo en contradicciones internas que impidieron la plena realización de su proyecto.

La paradoja definitoria de Maura fue la de ser un líder limpio pero sin partido, aunque pudo organizar uno propio a través del maurismo. Maura inspiró este movimiento, pero se negó a dirigirlo. Este fracaso en articular una contrafigura en el conservadurismo frente al socialismo de Pablo Iglesias fue considerado una derrota.

A juicio de algunos historiadores, el proyecto de Maura encalló debido a problemas internos, incluyendo su catolicismo, su obsesión por lograr un Estado no partidista y su visión demasiado optimista del nacionalismo catalán conservador. Además, a pesar de su clara conciencia sobre el desarrollo gradual de la democracia, no llegó a articular un partido político moderno ni siquiera después de la quiebra del consenso de la Monarquía constitucional.

La firmeza de Maura, que según Azorín ennobleció la política, le atrajo tanto seguidores entusiastas como una oposición radical que terminó por frenar sus iniciativas. La izquierda parlamentaria, aliada con los liberales, se volcó en la campaña del «¡Maura, no!». Aquella estrategia de veto no ofrecía una alternativa real, sino que consistía en negar la legitimidad del adversario y expulsarlo del sistema político. Al impedir el intento de Maura de abrir el régimen liberal hacia la democratización, la izquierda —ya distanciada del liberalismo— frustró la única propuesta seria de reforma democrática.

El fracaso de esa vía desembocó en el colapso del sistema, primero con la dictadura de Primo de Rivera y más tarde con la consolidación de la política de exclusión en la Segunda República. En coherencia con sus principios, Maura denunció el golpe de 1923 por instaurar un régimen contrario al parlamentarismo, aunque muchos de sus seguidores terminaron colaborando con el dictador.

El legado de Maura es de confianza en la sociedad española en un momento de pesimismo. Afirmó la vigencia del liberalismo justo cuando parecía acabado, convencido de que la monarquía constitucional y parlamentaria era la única garantía para la transición a la democracia liberal.

Maura fue un referente del conservadurismo, y la juventud conservadora que se identificó con él fue la escuela en la que se formaron los futuros líderes de todas las corrientes de las derechas. Aunque el maurismo apenas ejerció el poder, preparó el futuro de la derecha española que hoy, sin embargo, prácticamente desconoce el proyecto y el liderazgo de aquel hombre.

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 El primero en conmemorar a Antonio Maura, del que ahora se cumplen cien años de su muerte, fue el PP de José María Aznar. Los populares  

El primero en conmemorar a Antonio Maura, del que ahora se cumplen cien años de su muerte, fue el PP de José María Aznar. Los populares celebraron un encuentro del que salió un libro titulado Antonio Maura, en el aniversario del Gobierno Largo, publicado en 2009. Luego, en su colección de biografías, José María Marco publicó una obra dedicada al político conservador. Esto ocurrió hace décadas. Ahora es Vox quien celebra a Maura, aunque con menos boato. Convocaron una jornada en el Congreso de los Diputados citando a reconocidos especialistas. Por lo demás, los políticos de la derecha española no recuerdan a Maura, o quizá lo han echado al olvido.

El liderazgo de Antonio Maura estuvo ligado a un proyecto político al que llamó la «revolución desde arriba». Su influencia fue tan grande que marcó la política de su tiempo. Alejandro Lerroux, el Emperador del Paralelo, el populista del radicalismo obrerista, decía que la política se hacía «con Maura, contra Maura o alrededor de Maura», evidenciando que el político conservador fue una figura inevitable incluso para sus adversarios.

Maura asumió el liderazgo del Partido Conservador en un momento de crisis profunda. Tras el Desastre del 98 y el asesinato de Cánovas, el sistema de la Restauración se encontraba agotado, y el universo intelectual y político coincidía en la decadencia del sistema y en la necesidad de la regeneración.

El reto que enfrentaba Maura ya no se limitaba a garantizar la estabilidad monárquica, sino a dotar de eficacia al Estado, sanear las costumbres públicas y educar cívicamente al pueblo. El político mallorquín se mostró más vehemente que Francisco Silvela y mejor preparado para enfrentarse a los riesgos de la revolución social. Maura buscó fundar una derecha moderna, reformista y respetuosa con las reglas del parlamentarismo liberal.

Maura encarnó un elemento crucial del conservadurismo que partía de las ideas de Edmund Burke frente a la Revolución Francesa. Creía que las reformas eran la única manera de evitar el proceso revolucionario y conservar aquello que funcionara. Quería evitar que los revolucionarios se llevaran por delante la sociedad entera. Aunque era consciente de los muchos defectos de la historia de España, buscó la preservación y la continuidad de un legado, demostrando que el suicidio del espíritu español no era la única actitud posible.

El proyecto de Maura se definió como una política reformista que preconizaba la democratización sin rupturas del régimen constitucional. Su plan era una afirmación rotunda y clara de la política, entendida como la posibilidad de encontrar fórmulas de entendimiento razonables, el respeto a los demás y la conciencia de la continuidad.

El ideario de Maura se inspiró en la familia, la religión, las costumbres y la moderación. Estaba convencido de que la decadencia de España era fundamentalmente moral, más allá de lo económico o político. Por ello, su programa abogaba por restaurar la autoridad moral del Estado. Su ideario, sustentado en la fe y en la ley, se resumía en la frase: «la política conservadora es democrática o no es conservadora».

Un eje central de su proyecto fue combatir las raíces del mal: la corrupción electoral, el caciquismo y la pasividad del pueblo. Maura buscó activamente la limpieza del sufragio. Así, como ministro de Gobernación bajo Silvela, entre 1899 y 1900, gestionó las elecciones de mayo de 1903, consideradas las más limpias de la Restauración hasta ese momento, al indicar a los gobernadores que cumplieran la ley, y terminar con las subvenciones a la prensa. Este intento de garantizar unas elecciones limpias tuvo una relevancia simbólica mayor de la que suele destacarse, ya que, aunque el caciquismo no desapareció, demostró que era posible debilitar la manipulación electoral y desafiar la lógica del turno pacífico.

Maura defendió la necesidad de un pueblo educado en la libertad. Su concepto central era la «Ciudadanía». Maura apeló a la «masa neutra» de españoles que se inhibían en las elecciones, creyendo en la existencia de un sujeto cívico responsable y un Estado con el deber de formar conciencia. Este proyecto implicaba que el liderazgo conservador debía modernizarse y movilizarse. Los mauristas imitaron las formas de acción política de la izquierda: organizaron mítines al aire libre (y no solo en pequeños espacios), hicieron campañas de propaganda, crearon periódicos de masas, y establecieron centros instructivos en barrios pobres. Maura y los mauristas fueron un punto de inflexión en las formas de hacer política de las derechas.

Su Gobierno largo, entre 1907 y 1909, fue el momento más ambicioso del regeneracionismo conservador. En este periodo, Maura articuló un conjunto coherente de reformas para poner las bases del Estado social y reconstruir la confianza ciudadana. En coherencia con su catolicismo, buscó conciliar orden y justicia social, catalizando y aplicando lo propuesto en la Rerum Novarum de León XIII. Su programa incluyó legislación protectora del trabajo, persecución de la usura, medidas de fomento industrial y una política administrativa más racionalizada. Maura concibió la cuestión social como un problema que requería una acción estatal continua y técnica, y no limitada al asistencialismo. Su programa fue uno de los primeros intentos sistemáticos de dotar a España de un Estado que asumiera responsabilidades en la protección social.

La figura de Maura era compleja como líder. Se trataba de un hombre austero y reflexivo, caracterizado por la coherencia entre sus palabras y sus actos. Era un gran orador que utilizaba sentencias incisivas que se convirtieron en consignas políticas, como la exigencia de «Luz y taquígrafos» y el llamado al «descuaje del caciquismo». No obstante, Maura exhibía contradicciones, aparecía como clerical y aconfesional, caudillista y demócrata. Esta complejidad se tradujo en contradicciones internas que impidieron la plena realización de su proyecto.

La paradoja definitoria de Maura fue la de ser un líder limpio pero sin partido, aunque pudo organizar uno propio a través del maurismo. Maura inspiró este movimiento, pero se negó a dirigirlo. Este fracaso en articular una contrafigura en el conservadurismo frente al socialismo de Pablo Iglesias fue considerado una derrota.

A juicio de algunos historiadores, el proyecto de Maura encalló debido a problemas internos, incluyendo su catolicismo, su obsesión por lograr un Estado no partidista y su visión demasiado optimista del nacionalismo catalán conservador. Además, a pesar de su clara conciencia sobre el desarrollo gradual de la democracia, no llegó a articular un partido político moderno ni siquiera después de la quiebra del consenso de la Monarquía constitucional.

La firmeza de Maura, que según Azorín ennobleció la política, le atrajo tanto seguidores entusiastas como una oposición radical que terminó por frenar sus iniciativas. La izquierda parlamentaria, aliada con los liberales, se volcó en la campaña del «¡Maura, no!». Aquella estrategia de veto no ofrecía una alternativa real, sino que consistía en negar la legitimidad del adversario y expulsarlo del sistema político. Al impedir el intento de Maura de abrir el régimen liberal hacia la democratización, la izquierda —ya distanciada del liberalismo— frustró la única propuesta seria de reforma democrática.

El fracaso de esa vía desembocó en el colapso del sistema, primero con la dictadura de Primo de Rivera y más tarde con la consolidación de la política de exclusión en la Segunda República. En coherencia con sus principios, Maura denunció el golpe de 1923 por instaurar un régimen contrario al parlamentarismo, aunque muchos de sus seguidores terminaron colaborando con el dictador.

El legado de Maura es de confianza en la sociedad española en un momento de pesimismo. Afirmó la vigencia del liberalismo justo cuando parecía acabado, convencido de que la monarquía constitucional y parlamentaria era la única garantía para la transición a la democracia liberal.

Maura fue un referente del conservadurismo, y la juventud conservadora que se identificó con él fue la escuela en la que se formaron los futuros líderes de todas las corrientes de las derechas. Aunque el maurismo apenas ejerció el poder, preparó el futuro de la derecha española que hoy, sin embargo, prácticamente desconoce el proyecto y el liderazgo de aquel hombre.

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