No es que Mark Frost (Brooklyn, Nueva York, 71 años) crea en lo sobrenatural, es que no podría no hacerlo. El cocreador de Twin Peaks, el escritor que se convirtió en novelista —como siempre había soñado— en 1993, un año después de que el clásico entre los clásicos de la televisión llegase a su aparente final —la tercera temporada esperó, pacientemente, los 25 años que David Lynch le prometió a Laura Palmer (Sheryl Lee) que esperaría, y no se estrenó hasta 2017—, está convencido de que “el misterio nos mantiene unidos, bajo la superficie”. Tiene “cientos” de pruebas, dice. Todas ellas parecen sacadas de un guion que podría haber coescrito con su “buen amigo”, su “socio”, David Lynch, fallecido el pasado enero. “Nos entendimos a la perfección desde el principio. Le echo mucho de menos, pero, ¿sabe? Aun a ratos siento que está aquí, conmigo. No temía a la muerte. Se ha ido, pero no va a irse nunca, de alguna forma”, dice.
El guionista y director publica su primera novela en España, ‘La lista de los siete’, un ‘thriller’ victoriano protagonizado por Arthur Conan Doyle
No es que Mark Frost (Brooklyn, Nueva York, 71 años) crea en lo sobrenatural, es que no podría no hacerlo. El cocreador de Twin Peaks, el escritor que se convirtió en novelista —como siempre había soñado— en 1993, un año después de que el clásico entre los clásicos de la televisión llegase a su aparente final —la tercera temporada esperó, pacientemente, los 25 años que David Lynch le prometió a Laura Palmer (Sheryl Lee) que esperaría, y no se estrenó hasta 2017—, está convencido de que “el misterio nos mantiene unidos, bajo la superficie”. Tiene “cientos” de pruebas, dice. Todas ellas parecen sacadas de un guion que podría haber coescrito con su “buen amigo”, su “socio”, David Lynch, fallecido el pasado enero. “Nos entendimos a la perfección desde el principio. Le echo mucho de menos, pero, ¿sabe? Aun a ratos siento que está aquí, conmigo. No temía a la muerte. Se ha ido, pero no va a irse nunca, de alguna forma”, dice.
Cuando descuelga la videollamada es un soleado día de junio en Los Ángeles. Es temprano por la mañana. Hay un jarrón con rosas —rojas y de un rosa pálido— a su espalda, en lo que parece la isla de una cocina impolutamente blanca. Han pasado tres décadas desde que publicó su primera novela, La lista de los siete (Impedimenta), recién llegada a las librerías españolas, pero cuando habla de ella es como si retrocediera en el tiempo, dice. Y recuerda exactamente quién era cuando pensó: “Después de aquello que había pasado con Twin Peaks, debía encontrar una salida propia, porque ¿desde dónde vuelves a empezar cuando te pasa algo así?“. Rememora así el éxito de la serie que convirtió al agente Cooper (un Kyle MacLachlan para siempre atrapado en su coche, contándole a Diane, vía grabadora, todo lo que le estaba pasando en la rarísima Twin Peaks) en todo mito televisivo, y le dio al humor absurdo, y terrorífico, otra dimensión.
“La idea para la novela se me ocurrió jugando al Scrabble”, confiesa Frost. El protagonista es nada menos que Arthur Conan Doyle, el autor de los casos de Sherlock Holmes. Aún no ha publicado ninguno de ellos, es solo un joven médico que asiste, de vez en cuando, a sesiones espiritistas. Y un día participa en una que acaba en un horrendo asesinato y una persecución que da comienzo a una aventura victoriana ligada a la lista de esos “siete” entre los que se cuenta el mismísimo Bram Stoker, el autor de Drácula, y que parece haber sido escrita en el siglo XIX. “Amo a Dickens. Mi familia es inglesa. He crecido leyendo literatura británica del siglo XIX”, admite Frost. Aunque, ¿qué hay de la partida de Scrabble? “Formé la palabra Sherlock y de repente pensé, ¿y si Doyle hubiera conocido a alguien que le inspirara a su famoso detective y nunca se lo hubiera contado a nadie?“, revela.
¿Por qué no se lo habría contado a nadie?, se preguntó a continuación, y así surgió la trama. De ella tira el todopoderoso personaje en cuestión: Jack Sparks, un enigmático aventurero que dice ser agente especial al servicio de la Reina Victoria. “De esa época me gusta que invocar a los espíritus fuese un entretenimiento intelectual”, dice Frost, que coloca al lector tras los pasos —la trepidante huida— de ese aún nada experimentado Arthur Conan Doyle, el jovencito que quiere creer y que tal vez se meta en un buen lío si accede a echar una mano a los siete para lograr poseer al príncipe Edward —demonio mediante— para dominar el mundo. Pero, ¿y si no lo hace? ¿No le deberá la Reina Victoria algo para siempre? La novela tuvo una secuela, y Frost no descarta terminar la trilogía: “Siempre pensé en hacerlo, para poder escribir sobre Doyle después de que su hijo muriera en la guerra y realmente se volviese adicto a las sesiones de espiritismo”.
El guionista, director, y desde 1993, sobre todo escritor —la próxima primavera, dice, publicará su novela número 15— asegura que la figura del detective siempre le ha atraído y considera que Doyle, en tanto doctor, era doblemente atractivo porque “los médicos son un tipo de detectives”. La lista de siete ha estado a punto de llegar al cine en infinidad de ocasiones. “La vez que más cerca estuvo —de hecho, escribí enseguida la secuela pensando en que ya estaba— se fastidió porque arrestaron al que iba a ser el actor principal (Hugh Grant) por contratar los servicios de una prostitute”, dice, en alusión al revuelo que se montó cuando el intérprete fue pillado in fraganti por la policía de Los Ángeles, el 27 de junio de 1995. En todos los proyectos de adaptación, el director siempre es Guillermo del Toro, a quien Frost espera volver a tratar de llevar a su terreno después del estreno de Frankenstein. ¿Tan difíciles se han puesto las cosas en Hollywood que el cocreador de Twin Peaks no puede poner en marcha una serie espiritista sobre Arthur Conan Doyle? “Más bien es que todo ha cambiado”, contesta.

“Cuando propusimos Twin Peaks solo existían tres cadenas. Nadie apostaba por la televisión en Hollywood. Había mucha libertad. Hicimos lo que quisimos. No pensamos que pudiese gustarle a nadie más que a nosotros, ¡solo un loco habría predicho lo que pasó!“. Puede que Twin Peaks sea la primera obra de arte catódica en ese sentido. “La obra de dos amigos que se entendían muy bien”, apostilla Frost. “Ahora tienes más oportunidades, pero tienes que saber aprovecharlas. Puedes hacer algo nutritivo para la humanidad, o algo completamente vacío”, dice. Eso es lo que ha cambiado. Eso, y la velocidad. “La idea del tiempo y el espacio es otra. Vivimos en una especie de Casa de la Risa repleta de espejos deformantes. Las redes sociales nos están llevando a un lugar malvado, y no ayuda que estén en manos de gente a la que le trae sin cuidado la humanidad, gente rota como Musk y Zuckerberg”, afirma.
Esa gente “está imponiendo su versión de la realidad”, en un mundo cada vez más tumultuoso y confuso, en el que “los seres humanos han dejado de escucharse”. “Hay tanto ruido que ni siquiera podemos conectar con la idea del misterio”, ese Más Allá que, a juzgar por sus “cientos” de experiencias, es una especie de Más Acá presente en todo momento, aunque solo para aquellos que están dispuestos a prestarle atención. Él lo está. Por eso, aquella vez, durante un rodaje en Nueva Orleans, al despertar de una pequeña siesta en un colchón, descubrió tres páginas manuscritas de William Faulkner en las que detallaba como “Mark Frost”, uno de los personajes de Mosquitos, su clásico cómico, se levantaba de una siesta. Resultó que Faulkner había vivido en aquella misma casa. Que había sido allí donde había escrito Mosquitos. “La vida está llena de cosas así, pero tiene que producirse algún tipo de conexión profunda con el mundo, y hoy esa conexión es casi imposible”.
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