Uno de los elementos que más fascinan a los turistas que visitan nuestro país en estos días es sin duda el de las procesiones de Semana Santa. Las procesiones, pasos y cofradías constituyen un fenómeno único en el mundo, una maravillosa mezcolanza de tradición, arte y devoción popular.
En efecto, los centros de las ciudades de toda España se abarrotan durante la Semana Santa para ver pasar crucificados, vírgenes y tronos. Y, sin ningún ánimo de menospreciar al resto, Andalucía sea tal vez el centro de esta secular costumbre. En palabras de Machado: «¡Oh, la saeta, el cantar / al Cristo de los gitanos, / siempre con sangre en las manos, / siempre por desenclavar! / ¡Cantar del pueblo andaluz, / que todas las primaveras / anda pidiendo escaleras / para subir a la cruz! / ¡Cantar de la tierra mía, / que echa flores / al Jesús de la agonía, / y es la fe de mis mayores!».
Y de un sevillano, Machado, a otra, Luisa Roldán, nuestra protagonista de esta semana. ¿Y quién fue esta mujer? Pues toda una pionera, ya que fue la primera mujer española dedicada a la escultura, desplegando su actividad como imaginera de la Semana Santa andaluza en pleno Siglo de Oro.
Luisa Roldán, la primera escultora española de la historia
Como ya hemos dicho, Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, más conocida como La Roldana, nació en Sevilla en 1652, la cuarta en una familia que llegaría a ser de nueve hermanos. El padre de aquella numerosa camada era Pedro Roldán, un conocido escultor de la Sevilla del siglo XVII. Este tenía muchos encargos en la ciudad hispalense, por lo que muy pronto involucró a varios de sus hijos e hijas en su taller. Desde muy joven, Luisa comenzó a destacar entre sus hermanos. Sin ir más lejos, en 1671, salió del taller de los Roldán una escultura de Fernando III el Santo que todavía hoy se conserva en la catedral de Sevilla, una pieza que se atribuye a padre e hija.
En efecto, Pedro y su hija Luisa congeniaban bien con las gubias y escofinas, pero tuvieron una gran desavenencia precisamente poco después de esculpir aquel San Fernando. La joven Luisa se enamoró de uno de los aprendices de su padre, Luis Antonio de los Arcos, y se casó con él pese a la férrea oposición de su padre. Tan férrea que el caso de Luisa tuvo incluso que dejarse en manos de un juez, que dictaminó que la joven viviese en otra casa hasta contraer nupcias.
Luisa, entonces, se desvincula del taller de su padre y comienza a tallar directamente con su marido. Ambos trabajaron intensamente durante aquellos años, produciendo un número de obras realmente desbordante. Los expertos apuntan a que la aportación de Luisa fue fundamental, probablemente muy superior a la de su marido, sin embargo, este era quien firmaba los contratos, a la usanza de la época. Durante esos años, Luisa fue madre cuatro veces, de tres niñas y un niño, pero todos ellos murieron en su niñez o su juventud.
Luisa Roldán, artista de la Semana Santa
En aquella etapa, la relación de Luisa con su padre fue sanando. De hecho, ambos colaboraron a la hora de esculpir el paso del Santísimo Cristo de la Hermandad de la Exaltación de Sevilla, que hoy en día sigue saliendo el Jueves Santo. En concreto, Luisa se encargó de modelar a los cuatro ángeles que adornan la efigie, y probablemente también a los dos ladrones que son crucificados junto a Jesucristo.

Además de su contribución en este paso, hoy en día se le atribuyen también dos Dolorosas sevillanas, la de la Hermandad de los Panaderos (que sale a la calle el Miércoles Santo) y, por encima de todo, la Esperanza Macarena, una de las imágenes más universales de la Semana Santa en España, y que procesiona en la madrugá del Viernes Santo.
Sin ser nada despreciable su etapa sevillana, La Roldana terminó de consolidarse como una de las grandes imagineras de su época cuando se mudó a Cádiz a principios de la década de 1680. En la ciudad trimilenaria, Luisa ejecutó numerosos encargos de cofradías, iglesias, conventos y ayuntamientos. Destacan varios ecce homo, como el de la catedral de Cádiz, así como varias figuras para su monumento de Semana Santa; también un San Servando y un San Germán para el Ayuntamiento de la ciudad; una Dolorosa de Puerto Real; una Sagrada Familia para un convento; y otras imágenes religiosas.
Escultora de cámara del rey
Llegados a este punto, Luisa, junto a su marido, era ya una de las escultoras más importantes del panorama de su tiempo. Es por eso que dio el salto a la Corte en 1689. En Madrid, la imaginera sevillana continuó tallando importantes piezas en madera y, sobre todo, se hizo muy popular por otras esculturas de menor tamaño y de barro cocido, muy demandadas entre la nobleza.
Esa fama cristalizó un año después de llegar Luisa a Madrid. Y es que Carlos II le concedió un honor que ninguna mujer había recibido hasta entonces ni recibió otra después de ella: fue nombrada escultora de cámara, es decir, la escultora de la Corte, del rey. Después de la muerte de Carlos II, mantuvo ese cargo con el cambio de dinastía a los Borbones, es decir, con Felipe V.
En estos años, un encargo destaca por encima del resto: la talla de San Miguel venciendo al demonio, que fue destinada a decorar el monasterio de El Escorial. En esta imagen, Luisa se autorretrata en el rostro del arcángel, mientras que al diablo le esculpe la cara de su esposo. La Roldana murió en Madrid en 1706, el mismo día en que la prestigiosa Accademia di San Luca de Roma la nombraba académica de mérito.
[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a comercial@theobjective.com]
Uno de los elementos que más fascinan a los turistas que visitan nuestro país en estos días es sin duda el de las procesiones de Semana
Uno de los elementos que más fascinan a los turistas que visitan nuestro país en estos días es sin duda el de las procesiones de Semana Santa. Las procesiones, pasos y cofradías constituyen un fenómeno único en el mundo, una maravillosa mezcolanza de tradición, arte y devoción popular.
En efecto, los centros de las ciudades de toda España se abarrotan durante la Semana Santa para ver pasar crucificados, vírgenes y tronos. Y, sin ningún ánimo de menospreciar al resto, Andalucía sea tal vez el centro de esta secular costumbre. En palabras de Machado: «¡Oh, la saeta, el cantar / al Cristo de los gitanos, / siempre con sangre en las manos, / siempre por desenclavar! / ¡Cantar del pueblo andaluz, / que todas las primaveras / anda pidiendo escaleras / para subir a la cruz! / ¡Cantar de la tierra mía, / que echa flores / al Jesús de la agonía, / y es la fe de mis mayores!».
Y de un sevillano, Machado, a otra, Luisa Roldán, nuestra protagonista de esta semana. ¿Y quién fue esta mujer? Pues toda una pionera, ya que fue la primera mujer española dedicada a la escultura, desplegando su actividad como imaginera de la Semana Santa andaluza en pleno Siglo de Oro.
Como ya hemos dicho, Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, más conocida como La Roldana, nació en Sevilla en 1652, la cuarta en una familia que llegaría a ser de nueve hermanos. El padre de aquella numerosa camada era Pedro Roldán, un conocido escultor de la Sevilla del siglo XVII. Este tenía muchos encargos en la ciudad hispalense, por lo que muy pronto involucró a varios de sus hijos e hijas en su taller. Desde muy joven, Luisa comenzó a destacar entre sus hermanos. Sin ir más lejos, en 1671, salió del taller de los Roldán una escultura de Fernando III el Santo que todavía hoy se conserva en la catedral de Sevilla, una pieza que se atribuye a padre e hija.
En efecto, Pedro y su hija Luisa congeniaban bien con las gubias y escofinas, pero tuvieron una gran desavenencia precisamente poco después de esculpir aquel San Fernando. La joven Luisa se enamoró de uno de los aprendices de su padre, Luis Antonio de los Arcos, y se casó con él pese a la férrea oposición de su padre. Tan férrea que el caso de Luisa tuvo incluso que dejarse en manos de un juez, que dictaminó que la joven viviese en otra casa hasta contraer nupcias.
Luisa, entonces, se desvincula del taller de su padre y comienza a tallar directamente con su marido. Ambos trabajaron intensamente durante aquellos años, produciendo un número de obras realmente desbordante. Los expertos apuntan a que la aportación de Luisa fue fundamental, probablemente muy superior a la de su marido, sin embargo, este era quien firmaba los contratos, a la usanza de la época. Durante esos años, Luisa fue madre cuatro veces, de tres niñas y un niño, pero todos ellos murieron en su niñez o su juventud.
En aquella etapa, la relación de Luisa con su padre fue sanando. De hecho, ambos colaboraron a la hora de esculpir el paso del Santísimo Cristo de la Hermandad de la Exaltación de Sevilla, que hoy en día sigue saliendo el Jueves Santo. En concreto, Luisa se encargó de modelar a los cuatro ángeles que adornan la efigie, y probablemente también a los dos ladrones que son crucificados junto a Jesucristo.

Además de su contribución en este paso, hoy en día se le atribuyen también dos Dolorosas sevillanas, la de la Hermandad de los Panaderos (que sale a la calle el Miércoles Santo) y, por encima de todo, la Esperanza Macarena, una de las imágenes más universales de la Semana Santa en España, y que procesiona en la madrugá del Viernes Santo.
Sin ser nada despreciable su etapa sevillana, La Roldana terminó de consolidarse como una de las grandes imagineras de su época cuando se mudó a Cádiz a principios de la década de 1680. En la ciudad trimilenaria, Luisa ejecutó numerosos encargos de cofradías, iglesias, conventos y ayuntamientos. Destacan varios ecce homo, como el de la catedral de Cádiz, así como varias figuras para su monumento de Semana Santa; también un San Servando y un San Germán para el Ayuntamiento de la ciudad; una Dolorosa de Puerto Real; una Sagrada Familia para un convento; y otras imágenes religiosas.
Llegados a este punto, Luisa, junto a su marido, era ya una de las escultoras más importantes del panorama de su tiempo. Es por eso que dio el salto a la Corte en 1689. En Madrid, la imaginera sevillana continuó tallando importantes piezas en madera y, sobre todo, se hizo muy popular por otras esculturas de menor tamaño y de barro cocido, muy demandadas entre la nobleza.
Esa fama cristalizó un año después de llegar Luisa a Madrid. Y es que Carlos II le concedió un honor que ninguna mujer había recibido hasta entonces ni recibió otra después de ella: fue nombrada escultora de cámara, es decir, la escultora de la Corte, del rey. Después de la muerte de Carlos II, mantuvo ese cargo con el cambio de dinastía a los Borbones, es decir, con Felipe V.
En estos años, un encargo destaca por encima del resto: la talla de San Miguel venciendo al demonio, que fue destinada a decorar el monasterio de El Escorial. En esta imagen, Luisa se autorretrata en el rostro del arcángel, mientras que al diablo le esculpe la cara de su esposo. La Roldana murió en Madrid en 1706, el mismo día en que la prestigiosa Accademia di San Luca de Roma la nombraba académica de mérito.
[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a [email protected]]
Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE