«¿Pero quién demonios eres tú para proclamar cuáles son los mejores libros del año? ¿Es que acaso te los has leído todos?»… Son preguntas que los críticos tenemos que oír siempre por estas fechas, como si fuera una añadida tradición navideña, y son más o menos racionales, fruto de una curiosidad o de una incredulidad legítimas, aunque no veo que se las hagan a los jurados de los premios nacionales (entre los cuales hay políticas, subsecretarios, concejales y delegadas a quienes jamás ha visto nadie con un libro en la mano), a los señores que dan premios de traducción, etcétera.
Sea como sea, y aunque lo de las listas (o, en general, las comparaciones) nunca me ha parecido algo que haya que tomarse en absoluto en serio, en este 2024 decidí desde el principio hacer un mínimo experimento personal del que poder dar cuenta ahora: se trataba de ir mostrando mes a mes, a través de las redes sociales, lo que iba leyendo, para que quien quisiera pudiera ir comprobando cómo no es tan extraordinario llegar hasta estas fechas del balance habiendo leído, en mi caso, exactamente 111 libros de prosa en español (o traducidos desde lenguas españolas, como los de Manuel Rivas, Berta Dávila, Karmele Jaio o Alba Dedeu, entre otros). Aunque, por ese afán de especialización, no he leído apenas prosa extranjera (ni siquiera los nuevos libros de Cartarescu, Kallifatides o Anne Michaels, aunque sí las de Auster y Gospodínov), no me ha dado tiempo a leer, y de veras que lo lamento, los de Sabina Urraca, Galder Reguera, Leila Guerriero, Pedro Ugarte, Gabriela Wiener, Rubén Abella, Jorge Freire, Soledad Puértolas, Diego Trelles Paz o Andrés Pérez Perruca, y seguro que alguno de ellos alteraría el «decálogo» que propongo aquí abajo, pero me parece que ese corpus es suficiente como para empezar a hacer una recapitulación panorámica.
Yo no leo especialmente rápido, ni mucho menos, y leo a conciencia, con lapicero, subrayando y anotando y, solotildista fanático como soy, añadiendo la tilde a todos los «sólo» que no la llevan (cada vez que lo hago siento que estoy salvando la Civilización), pero como básicamente me dedico a esto, y lo hago varias horas al día, el resultado no es en absoluto asombroso, creo yo, sino natural, casi discreto. Quiero decir que podría haber leído sin problemas algún título más. Creo que dedico menos horas a la lectura que lo que muchos trabajadores (incluidos muchos escritores) dedican a ver series.
Sobre los libros de poesía que más me han gustado hablaré otro día, pero entre esos 111 de prosa que he leído por completo hasta hoy hay que descartar para esta lista recuperaciones como Los idiotas prefieren la montaña de Aloma Rodríguez o Un hombre bajo el agua de Juan Manuel Gil…, que he releído en sus nuevas ediciones, o Primero estaba el mar de Tomás González y el diario de Rosa Chacel, que he leído por vez primera. Y, dado que hablamos de narrativa, de libros que contengan algún grado consciente de ficción, tampoco cuentan los ensayos «puros» como Ni una, ni grande, ni libre de Nicolás Sesma, La ligereza de Juan Cárdenas, o incluso, con más dudas, La última frase, de Camila Cañeque.
Los libros que más me han gustado, son éstos, más o menos por orden de preferencia:
Gustavo Faverón Patriau, Minimosca (Candaya)
No nos engañemos: la de 2024 no ha sido una cosecha especialmente maravillosa en lo que a la ficción en nuestros idiomas se refiere, pero justo cuando terminaba el año ha aparecido por fin una novela que ha de quedar como un acontecimiento literario de verdadera importancia. Minimosca es una inspiradísima celebración de la propia capacidad de imaginar, una exaltación de la ficción en su sentido mas profundo y más libre, pero también, en alguna de sus muchas corrientes internas, una reconstrucción deliberadamente loca de la historia de la literatura moderna, desde Melville y Hawthorne (y sus dobles…) a Vallejo o Duchamp. Este de Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) es un libro que, más que «enganchar», te envuelve, te inmoviliza, te obliga a implicarte y te hace disfrutar de una forma primitiva y a la vez ilustrada. En este año han salido muchos libros buenos, y varios muy buenos, pero Minimosca es la única verdadera obra maestra que yo he leído.
Sara Barquinero, Los Escorpiones (Lumen)
Ovación cerrada también para la gigantesca, adictiva y muy meritoria superposición de cinco novelas que Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) ha ofrecido en Los Escorpiones, una desmesura extrañamente equilibrada, llena de talento, de osadía y de trabajo. Alianza entre cierta documentación y, sobre todo, mucha imaginación, Los Escorpiones fue la primera gran alegría de un 2024 que ha sido un poco «el año de los buenos tochos» (el de Fresán, el de Uclés, el diario de Benítez Ariza, el Fractal de Trapiello, el de Juan Manuel de Prada, la biografía de Pla (Josep) que hizo Pla (Xavier), la nueva edición de Guerra en España de Juan Ramón Jiménez, el de Pérez Perruca, el del propio Faverón…).
Luis Landero, La última función (Tusquets)
Las novelas y ensayos de Luis Landero siempre, invariablemente, proporcionan placer lector, pero la que publicó cuando apenas empezaba 2024 es especialmente bonita, un homenaje a un amigo que acaba convertido en una novela casi gallega de tan mágica, de tan tierna, de tan musical y redonda.
Mariana Sández, La vida en miniatura (Impedimenta)
Buenísima y enigmática esta segunda novela de la argentina Mariana Sández, en la que una mujer sin grandes ambiciones lleva a cabo una modesta decisión que acaba convertida en un viaje tan aparentemente anodino como trascendental para ella. Tiene más de serenidad ansiosa que de ansiedad serena, y funciona.
Andrés Trapiello, Me piden que regrese (Destino)
Una novela de otro tiempo, en varios sentidos, y la mejor hasta hoy de Andrés Trapiello. Grandes personajes y grandes situaciones en un contexto gris, atravesado por las consecuencias de esa «noche de los Cuatro Caminos» a la que el autor ha dedicado tantas páginas. Un poco de calor en medio del frío del primer franquismo en Madrid.
José Moreno, Gagarin o la triste certeza de viajar solo (La Navaja Suiza)
Creo que éste ha sido el mejor libro de cuentos de 2024, en el que el gaditano José Moreno capta maravillosamente la esencia del relato norteamericano, no para escribir con esa plantilla sino para llegar a otros sitios, mucho más cercanos y nuestros de lo que parece insinuar el título.
Xita Rubert, Los hechos de Kay Biscayne (Anagrama)
Como conté en THE OBJECTIVE, esta segunda novela de Xita Rubert es aún más extraña y convincente que la primera, aunque la autora, una vez más, hace que la distorsión sea la normalidad y que lo extraño acabe asimilándose y dándose por bueno. Una novela de campus que se ha saltado las clases.
Jon Bilbao, Matamonstruos (Impedimenta)
Un cierre sublime a la serie novelística española reciente más osada, inesperada y literariamente compleja. Lo que Jon Bilbao ha logrado, al cabo, con las aventuras de John Dunbar, es levantar un gran homenaje, radicalmente literario, a su propia vida, a su familia, a Ribadesella, a su formación, a su propia imaginación… y con todo ello se contribuye a explicar la vida y la creación en general, las de todos.
Tania Padilla, Presente (Sr. Scott)
Otra gran sorpresa. Como ya expliqué por aquí en su día, éste es un libro radicalmente personal, de balance vital íntimo, que consigue importar a cualquiera, incluso a aquellos que hasta este mismo momento no sabíamos nada de su autora. Es un «yo soy el tema de mi libro» extremo, pero se hace con tal seriedad, con tal desnudez y con tal claridad que impresiona.
Sergio del Molino, Los alemanes (Alfaguara)
Del Molino culmina tal vez con esta novela un tema al que ya le había dado algunas vueltas en forma, primero, de reportaje periodístico, y después de ensayo. La presencia en Zaragoza de una considerable colonia de alemanes, procedentes de Camerún, da lugar a una trama de conflictos familiares, rebeldías juveniles y mucho desarraigo psicológico.
Quiero aplaudir también, aparte, a las que a mi juicio son las tres mejores óperas primas del año: los cuentos de Ser de fuera (Sexto Piso), de Raquel Delgado, El libro de los días de Stanislaus Joyce (Anagrama), de Diego Garrido, y Carnada (Tránsito), de la uruguaya Eugenia Ladra. Y mencionar Pómulo y lejanía (Consonni), de Stefanía Caro, tal vez el libro más curioso y misterioso de 2024.
Me han gustado también mucho Borracha menor (Caballo de Troya) de Sofía Balbuena, El niño (Tusquets) de Fernando Aramburu, Ponme otra copa, Servando (Sloper) de Sergio Mayor, Ropa de casa (Seix Barral) de Ignacio Martínez de Pisón, El tiempo de los lirios (Periférica) de Vicente Valero, La península de las casas vacías (Siruela) de David Uclés, Ballenas invisibles (Barlin) de Paula Díaz Altozano, La playa (Pre-Textos) de Marina Perezagua, El mejor libro del mundo (Destino) de Manuel Vilas, Paisaje nacional (Alianza) de Millanes Rivas, Mapa de soledades (Seix Barral) de Juan Gómez Bárcena, Una historia particular (Alfaguara) de Manuel Vicent, Si una mañana de verano, un viajero (Alfaguara) de José Carlos Llop, Mala estrella (Blackie Books) de Julia Viejo, No volverán tus ojos a mirarme (Tusquets) de Marta Barrio, El afuera (Anagama) de Margarita García Robayo, Posfacio (Pez de Plata) de Miguel Herráez, La vida por delante (Páginas de Espuma) de Magalí Etchebarne, Un puñado de flechas (Anagrama) de María Gainza y Cruce de vías (Candaya) de José Antonio Garriga Vela (que son columnas del periódico, sí, pero contienen mucha más ficción que los citados libros testimoniales de Pisón, Vicent, Balbuena, Valero o Llop). Si la lista no fuese de diez sino de treinta, éstos son los que habrían entrado.
No he visto que nadie se haya acordado en sus listas de En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez, que, al margen de cuál sea su valor, ha sido, objetivamente, uno de los «acontecimientos literarios» del año, y sobre el cual tengo una sospecha: con esto de los libros las expectativas son fundamentales, y yo diría que fueron los de Random House los que durante lustros han alimentado y puesto en circulación el rumor de que esta novela inédita era malísima. Al margen de que fuese o no verdad que GGM hubiese prohibido su publicación póstuma, les convenía que todos creyéramos que debía de ser un espanto, porque lo cierto es que en primavera la agarramos con todos los prejuicios y nos encontramos con una novelita muy solvente, mucho más que correcta, una historia con buenos momentos, un bonito clima general y un resultado, en fin, notable.
Por último, yo diría que los más altos representantes de la literatura-que-se-empeñan-en-presentar-como-buena-pero-en-realidad-está-muy-pero-que-muy-lejos-de-serlo fueron, en este 2024, Pequeño hablante (Anagrama) de Andrés Neuman, Los guapos (Anagrama) de Esther García Llovet, Ocaso y restauración (Random House) de Eva Baltasar, Presentes (Alfaguara) de Paco Cerdà, Victoria (Planeta) de Paloma Sánchez-Garnica o Clara y confusa (Anagrama) de Cynthia Rimsky.
Deseo de todo corazón que 2025 sea bueno en todo para todos y todas, y que sea así tanto en lo literario, lo editorial, lo librero y lo libresco, como en asuntos aún más importantes. Por aquí seguiremos directamente atentos a los primeros y velando en lo que se pueda por los segundos.
«¿Pero quién demonios eres tú para proclamar cuáles son los mejores libros del año? ¿Es que acaso te los has leído todos?»… Son preguntas que los
«¿Pero quién demonios eres tú para proclamar cuáles son los mejores libros del año? ¿Es que acaso te los has leído todos?»… Son preguntas que los críticos tenemos que oír siempre por estas fechas, como si fuera una añadida tradición navideña, y son más o menos racionales, fruto de una curiosidad o de una incredulidad legítimas, aunque no veo que se las hagan a los jurados de los premios nacionales (entre los cuales hay políticas, subsecretarios, concejales y delegadas a quienes jamás ha visto nadie con un libro en la mano), a los señores que dan premios de traducción, etcétera.
Sea como sea, y aunque lo de las listas (o, en general, las comparaciones) nunca me ha parecido algo que haya que tomarse en absoluto en serio, en este 2024 decidí desde el principio hacer un mínimo experimento personal del que poder dar cuenta ahora: se trataba de ir mostrando mes a mes, a través de las redes sociales, lo que iba leyendo, para que quien quisiera pudiera ir comprobando cómo no es tan extraordinario llegar hasta estas fechas del balance habiendo leído, en mi caso, exactamente 111 libros de prosa en español (o traducidos desde lenguas españolas, como los de Manuel Rivas, Berta Dávila, Karmele Jaio o Alba Dedeu, entre otros). Aunque, por ese afán de especialización, no he leído apenas prosa extranjera (ni siquiera los nuevos libros de Cartarescu, Kallifatides o Anne Michaels, aunque sí las de Auster y Gospodínov), no me ha dado tiempo a leer, y de veras que lo lamento, los de Sabina Urraca, Galder Reguera, Leila Guerriero, Pedro Ugarte, Gabriela Wiener, Rubén Abella, Jorge Freire, Soledad Puértolas, Diego Trelles Paz o Andrés Pérez Perruca, y seguro que alguno de ellos alteraría el «decálogo» que propongo aquí abajo, pero me parece que ese corpus es suficiente como para empezar a hacer una recapitulación panorámica.
Yo no leo especialmente rápido, ni mucho menos, y leo a conciencia, con lapicero, subrayando y anotando y, solotildista fanático como soy, añadiendo la tilde a todos los «sólo» que no la llevan (cada vez que lo hago siento que estoy salvando la Civilización), pero como básicamente me dedico a esto, y lo hago varias horas al día, el resultado no es en absoluto asombroso, creo yo, sino natural, casi discreto. Quiero decir que podría haber leído sin problemas algún título más. Creo que dedico menos horas a la lectura que lo que muchos trabajadores (incluidos muchos escritores) dedican a ver series.
Sobre los libros de poesía que más me han gustado hablaré otro día, pero entre esos 111 de prosa que he leído por completo hasta hoy hay que descartar para esta lista recuperaciones como Los idiotas prefieren la montaña de Aloma Rodríguez o Un hombre bajo el agua de Juan Manuel Gil…, que he releído en sus nuevas ediciones, o Primero estaba el mar de Tomás González y el diario de Rosa Chacel, que he leído por vez primera. Y, dado que hablamos de narrativa, de libros que contengan algún grado consciente de ficción, tampoco cuentan los ensayos «puros» como Ni una, ni grande, ni libre de Nicolás Sesma, La ligereza de Juan Cárdenas, o incluso, con más dudas, La última frase, de Camila Cañeque.
Los libros que más me han gustado, son éstos, más o menos por orden de preferencia:
No nos engañemos: la de 2024 no ha sido una cosecha especialmente maravillosa en lo que a la ficción en nuestros idiomas se refiere, pero justo cuando terminaba el año ha aparecido por fin una novela que ha de quedar como un acontecimiento literario de verdadera importancia. Minimosca es una inspiradísima celebración de la propia capacidad de imaginar, una exaltación de la ficción en su sentido mas profundo y más libre, pero también, en alguna de sus muchas corrientes internas, una reconstrucción deliberadamente loca de la historia de la literatura moderna, desde Melville y Hawthorne (y sus dobles…) a Vallejo o Duchamp. Este de Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) es un libro que, más que «enganchar», te envuelve, te inmoviliza, te obliga a implicarte y te hace disfrutar de una forma primitiva y a la vez ilustrada. En este año han salido muchos libros buenos, y varios muy buenos, pero Minimosca es la única verdadera obra maestra que yo he leído.
Ovación cerrada también para la gigantesca, adictiva y muy meritoria superposición de cinco novelas que Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) ha ofrecido en Los Escorpiones, una desmesura extrañamente equilibrada, llena de talento, de osadía y de trabajo. Alianza entre cierta documentación y, sobre todo, mucha imaginación, Los Escorpiones fue la primera gran alegría de un 2024 que ha sido un poco «el año de los buenos tochos» (el de Fresán, el de Uclés, el diario de Benítez Ariza, el Fractal de Trapiello, el de Juan Manuel de Prada, la biografía de Pla (Josep) que hizo Pla (Xavier), la nueva edición de Guerra en España de Juan Ramón Jiménez, el de Pérez Perruca, el del propio Faverón…).
Las novelas y ensayos de Luis Landero siempre, invariablemente, proporcionan placer lector, pero la que publicó cuando apenas empezaba 2024 es especialmente bonita, un homenaje a un amigo que acaba convertido en una novela casi gallega de tan mágica, de tan tierna, de tan musical y redonda.
Buenísima y enigmática esta segunda novela de la argentina Mariana Sández, en la que una mujer sin grandes ambiciones lleva a cabo una modesta decisión que acaba convertida en un viaje tan aparentemente anodino como trascendental para ella. Tiene más de serenidad ansiosa que de ansiedad serena, y funciona.
Una novela de otro tiempo, en varios sentidos, y la mejor hasta hoy de Andrés Trapiello. Grandes personajes y grandes situaciones en un contexto gris, atravesado por las consecuencias de esa «noche de los Cuatro Caminos» a la que el autor ha dedicado tantas páginas. Un poco de calor en medio del frío del primer franquismo en Madrid.
Creo que éste ha sido el mejor libro de cuentos de 2024, en el que el gaditano José Moreno capta maravillosamente la esencia del relato norteamericano, no para escribir con esa plantilla sino para llegar a otros sitios, mucho más cercanos y nuestros de lo que parece insinuar el título.
Como conté en THE OBJECTIVE, esta segunda novela de Xita Rubert es aún más extraña y convincente que la primera, aunque la autora, una vez más, hace que la distorsión sea la normalidad y que lo extraño acabe asimilándose y dándose por bueno. Una novela de campus que se ha saltado las clases.
Un cierre sublime a la serie novelística española reciente más osada, inesperada y literariamente compleja. Lo que Jon Bilbao ha logrado, al cabo, con las aventuras de John Dunbar, es levantar un gran homenaje, radicalmente literario, a su propia vida, a su familia, a Ribadesella, a su formación, a su propia imaginación… y con todo ello se contribuye a explicar la vida y la creación en general, las de todos.
Otra gran sorpresa. Como ya expliqué por aquí en su día, éste es un libro radicalmente personal, de balance vital íntimo, que consigue importar a cualquiera, incluso a aquellos que hasta este mismo momento no sabíamos nada de su autora. Es un «yo soy el tema de mi libro» extremo, pero se hace con tal seriedad, con tal desnudez y con tal claridad que impresiona.
Del Molino culmina tal vez con esta novela un tema al que ya le había dado algunas vueltas en forma, primero, de reportaje periodístico, y después de ensayo. La presencia en Zaragoza de una considerable colonia de alemanes, procedentes de Camerún, da lugar a una trama de conflictos familiares, rebeldías juveniles y mucho desarraigo psicológico.
Quiero aplaudir también, aparte, a las que a mi juicio son las tres mejores óperas primas del año: los cuentos de Ser de fuera (Sexto Piso), de Raquel Delgado, El libro de los días de Stanislaus Joyce (Anagrama), de Diego Garrido, y Carnada (Tránsito), de la uruguaya Eugenia Ladra. Y mencionar Pómulo y lejanía (Consonni), de Stefanía Caro, tal vez el libro más curioso y misterioso de 2024.
Me han gustado también mucho Borracha menor (Caballo de Troya) de Sofía Balbuena, El niño (Tusquets) de Fernando Aramburu, Ponme otra copa, Servando (Sloper) de Sergio Mayor, Ropa de casa (Seix Barral) de Ignacio Martínez de Pisón, El tiempo de los lirios (Periférica) de Vicente Valero, La península de las casas vacías (Siruela) de David Uclés, Ballenas invisibles (Barlin) de Paula Díaz Altozano, La playa (Pre-Textos) de Marina Perezagua, El mejor libro del mundo (Destino) de Manuel Vilas, Paisaje nacional (Alianza) de Millanes Rivas, Mapa de soledades (Seix Barral) de Juan Gómez Bárcena, Una historia particular (Alfaguara) de Manuel Vicent, Si una mañana de verano, un viajero (Alfaguara) de José Carlos Llop, Mala estrella (Blackie Books) de Julia Viejo, No volverán tus ojos a mirarme (Tusquets) de Marta Barrio, El afuera (Anagama) de Margarita García Robayo, Posfacio (Pez de Plata) de Miguel Herráez, La vida por delante (Páginas de Espuma) de Magalí Etchebarne, Un puñado de flechas (Anagrama) de María Gainza y Cruce de vías (Candaya) de José Antonio Garriga Vela (que son columnas del periódico, sí, pero contienen mucha más ficción que los citados libros testimoniales de Pisón, Vicent, Balbuena, Valero o Llop). Si la lista no fuese de diez sino de treinta, éstos son los que habrían entrado.
No he visto que nadie se haya acordado en sus listas de En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez, que, al margen de cuál sea su valor, ha sido, objetivamente, uno de los «acontecimientos literarios» del año, y sobre el cual tengo una sospecha: con esto de los libros las expectativas son fundamentales, y yo diría que fueron los de Random House los que durante lustros han alimentado y puesto en circulación el rumor de que esta novela inédita era malísima. Al margen de que fuese o no verdad que GGM hubiese prohibido su publicación póstuma, les convenía que todos creyéramos que debía de ser un espanto, porque lo cierto es que en primavera la agarramos con todos los prejuicios y nos encontramos con una novelita muy solvente, mucho más que correcta, una historia con buenos momentos, un bonito clima general y un resultado, en fin, notable.
Por último, yo diría que los más altos representantes de la literatura-que-se-empeñan-en-presentar-como-buena-pero-en-realidad-está-muy-pero-que-muy-lejos-de-serlo fueron, en este 2024, Pequeño hablante (Anagrama) de Andrés Neuman, Los guapos (Anagrama) de Esther García Llovet, Ocaso y restauración (Random House) de Eva Baltasar, Presentes (Alfaguara) de Paco Cerdà, Victoria (Planeta) de Paloma Sánchez-Garnica o Clara y confusa (Anagrama) de Cynthia Rimsky.
Deseo de todo corazón que 2025 sea bueno en todo para todos y todas, y que sea así tanto en lo literario, lo editorial, lo librero y lo libresco, como en asuntos aún más importantes. Por aquí seguiremos directamente atentos a los primeros y velando en lo que se pueda por los segundos.
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