La Europa de Spinoza: ninguna religión puede definir un continente

George Brassens, el juglar francés heredero de François Villon y de toda una estela de creadores libres e impertinentes, fue además un gran filósofo. Una de sus canciones más célebres, Morir por las ideas, es una burla despiadada —y muy graciosa— de todos los fanatismos. En uno de los momentos más lúcidos de la canción, explica que morir por una idea es una mala opción porque siempre existe la posibilidad de acabar en el más allá por las creencias equivocadas. “Si hay una cosa amarga, desoladora / es que al entregar el alma a dios / nos demos cuenta de que hemos tomado el camino equivocado / que nos hemos equivocado de ideas / morir por las ideas / de acuerdo, pero de muerte lenta”.

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 “La civilización europea es ante todo una civilización pluralista”, defendió Albert Camus ya en los años cincuenta cuando el proyecto de Unión apenas había arrancado  

George Brassens, el juglar francés heredero de François Villon y de toda una estela de creadores libres e impertinentes, fue además un gran filósofo. Una de sus canciones más célebres, Morir por las ideas, es una burla despiadada —y muy graciosa— de todos los fanatismos. En uno de los momentos más lúcidos de la canción, explica que morir por una idea es una mala opción porque siempre existe la posibilidad de acabar en el más allá por las creencias equivocadas. “Si hay una cosa amarga, desoladora / es que al entregar el alma a dios / nos demos cuenta de que hemos tomado el camino equivocado / que nos hemos equivocado de ideas / morir por las ideas / de acuerdo, pero de muerte lenta”.

Este rodeo viene a cuenta del último embiste que ha lanzado la ultraderecha contra cualquiera que se atreva a cuestionar la idea de que Europa solo puede ser cristiana. Un grupo de investigadores, que incluye a una prestigiosa profesora del CSIC, Mercedes García-Arenal, se han visto atacados políticamente por atreverse a estudiar la historia del Corán en Europa y sus diferentes traducciones entre los siglos XII y XIX.

Este proyecto, que cuenta con una subvención de la UE de 9,8 millones de euros, no solo ha dado empleo a 45 personas, sino que ha permitido conocer con mucha más claridad lo que somos los europeos: una mezcla de culturas y religiones, de idiomas y visiones del mundo, algo que la pujante ultraderecha rechaza como si solo hubiese una forma posible de ser europeos y el resto fuesen blasfemias (ya hemos pasado por eso en este cansado continente, sacudido por tantos fanatismos). No hay duda de la enorme influencia de la cristiandad en Europa, aunque se podría aplicar la teoría Brassens: ¿qué cristianismo elegimos entonces, porque podemos perfectamente escoger el credo equivocado?

Georges Brassens en la sala Olympia de París, en 1961.

Cuando en 1517 Lutero clavó sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg dando lugar a la reforma protestante, se produjo el cisma más profundo en la historia de la cristiandad, que sumió a Europa en una época de guerras y desastres que diezmó su población —coincidió, además, con la Pequeña Edad de Hielo que redujo dramáticamente las cosechas y empeoró las condiciones de vida—. El continente vivió una época de muerte y destrucción de la que solo empezó a recuperarse en 1648 con la Paz de Westfalia, que lanzó una idea entonces revolucionaria: los súbditos no tienen por qué compartir la religión de su príncipe. El concepto de que diferentes religiones pueden convivir en el mismo espacio era la única salida para que Europa no quedase sumida en una interminable matanza de San Bartolomé. Hay europeos católicos, protestantes, calvinistas, evangélicos, ortodoxos (con muchos cultos y patriarcas diferentes)… Pero también ateos, paganos, musulmanes, judíos, budistas… Una religión no puede definir un continente.

Ignorar la presencia musulmana en Europa y su influencia es orillar una parte de lo que somos (por no hablar de inventos tan útiles y perdurables como el cero). No solo por Al Andalus y el Imperio Otomano: millones de musulmanes viven actualmente en Europa y en algunos lugares de los Balcanes y Europa Oriental desde la Edad Media. Albert Camus, un francés de Argelia, siempre prefería hablar de Europa como un lugar imbricado en el mundo Mediterráneo, sabiendo que su cultura había crecido en las dos orillas del viejo mar. Y, como recuerda Eduardo Manzano Moreno en su libro España diversa (Crítica), la UE tiene incluso una capital fundada por los árabes: Madrid. Europa tampoco existiría sin el judaísmo, no solo por su profunda influencia en la Antigüedad y la Edad Media, sino porque la revolución científica y cultural de los siglos XIX y XX no se puede entender sin la aportación de esta minoría perseguida y machada por siglos de antisemitismo.

La obra 'El paso de la laguna Estigia' del pintor flamenco Joachim de Patinir.

Tampoco se puede ignorar la influencia del mundo pagano —los últimos paganos de Europa resistieron hasta el siglo XIV en los países bálticos y continuaron con sus cultos en secreto tras ser cristianizados—, que queda reflejada en que la mayoría de las fiestas importantes del calendario cristiano esconden una celebración mucho más antigua —al fin y al cabo, la Navidad no deja de ser una versión de las Saturnales romanas—. La cultura europea es Homero, pero también Santo Tomás de Aquino, el humor destructivo de Voltaire, pero también los monasterios medievales que se empeñaron en salvar los manuscritos del mundo grecolatino, Caravaggio que convirtió el fanatismo de la contrarreforma en arte y Patinir que reflejó la crisis de un mundo al borde del abismo, el gazpacho y las berenjenas con miel (uno de los muchos alimentos que introdujeron los árabes).

El Imperio romano no desapareció en el siglo V cuando Roma fue saqueada y prácticamente abandonada, sino que sobrevivió en Oriente hasta el siglo XV, con su capital en Constantinopla. Como escribe la erudita Judith Herrin en Bizancio. El imperio que hizo posible la Europa moderna (Debate), esta civilización “integró componentes paganos, cristianos, griegos, romanos, antiguos y medievales”. “También el mundo musulmán constituye un importante elemento de esta historia, como lo es la relación de amor-odio entre el cristianismo y el islam”, sostiene esta profesora del King’s College de London.

La cúpula del baptisterio de Parma (Italia).

La belleza de los frescos bizantinos de Ravena, las ermitas árabo-normandas de Palermo, las callejuelas del centro de Córdoba, los bazares que rodean la gran mezquita en el barrio viejo de Sarajevo, la sinagoga sefardí del centro de Sofía, el baptisterio de Parma con sus frescos románicos y su mármol rosa, el gazpacho y las berenjenas con miel… Esas mezclas son Europa. “La civilización europea es ante todo una civilización pluralista”, dijo Albert Camus en una entrevista sobre ‘El futuro de la Civilización europea’, recogida en el tomo III de sus obras completas en La Pleiade. Es un texto de los años cincuenta, cuando el proyecto de unión estaba arrancando y no se había firmado el Tratado de Roma. Pero acertó: el secreto del futuro estaba en el pluralismo. Vivimos afortunadamente en la Europa libre, heredera de Westfalia y de Spinoza, que tuvo el valor de defender en el siglo XVII la idea de que el mundo podía funcionar sin un dios. Claro que Europa no se puede entender sin el cristianismo, pero tampoco sin todas las demás religiones y culturas que han dejado su huella aquí. Europa son sus habitantes libres, no sus credos.

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