No ha tenido mucha repercusión el discurso de aceptación del Premio Nobel por parte de Laszlo Krasznahorkai. Puede ser que el autor húngaro no sea especialmente popular ni leído de forma masiva. Tampoco le ha dado Dios el don de la simpatía, ni es que sea la alegría de la huerta. También es cierto que nos resistimos a oír la verdad cuando no es de nuestro gusto. El caso es que su discurso, opaco y pesimista, muy pesimista, nos ha dejado un poco fríos cuando no indiferentes.
El discurso del nobel de Literatura es siempre esperado con ansiedad, como un mensaje brillante, artístico y esperanzador lanzado por las plumas más brillantes de las letras universales. Disfrutamos con esos análisis, clarividentes y alentadores, del tiempo en el que vivimos, a cargo de la nueva mente privilegiada que pasa a formar parte del olimpo diseñado por la Academia Sueca hace 124 años.
Las palabras de Krasznahorkai sobre los ángeles y la dignidad humana no han tenido la acogida que tuvo aquel «Elogio de la lectura y la ficción» de Vargas Llosa; o el poderoso alegato de Annie Ernaux por la justicia social, la igualdad de género y la necesidad de dar voz a los olvidados; o aquel otro de Saramago sobre la responsabilidad del escritor. Por citar solo tres que me vienen a la memoria.
El propio Laszlo Krasznahorkai ha reconocido que su intención era escribir un discurso dedicado «a la esperanza», pero que sus «reservas de esperanza se habían agotado por completo», así que, dice, no le quedó más remedio que hablar de «los nuevos ángeles».
¿Y quiénes son esos ángeles? Pues, según el escritor, «no tienen nada que ver con los ángeles de antaño», «no tienen alas ni capas que los envuelvan dulcemente» y «aparecen de forma inquietante aquí y allá en todo tipo de situaciones de nuestra vida». Nos quedamos intrigados hasta que, por fin, nos deja ver la cara de los nuevos ángeles. Hasta les pone nombre. Son «los Elon Musk de este mundo y sus estructuras insanas que con sus planes demenciales se están adueñando del espacio y el tiempo de las personas».
No es Laszlo Krasznahorkai el único afectado por la epidemia de pesimismo que nos invade. El mismo Rob Riemen, siempre reconfortante con su entusiasmo por salvar la civilización europea, ha sido contagiado por cierto desánimo en su último libro, La palabra que vence a la muerte (Taurus, 2025), del que ya se ha hablado aquí.
«Ahora estamos viviendo en una era en la que los Gigantes Tecnológicos —escribe el pensador neerlandés, que no duda en señalar por su nombre a esas poderosas compañías— han convertido la distopía orwelliana en realidad, en una medida que ni el propio Orwell, con todo su poder de imaginación, hubiese creído posible […] Estos gigantes son el todopoderoso ‘Gran Hermano’, que observa a todos los seres humanos en cada momento del día sin parar y que lo sabe literalmente todo de ellos […] Nuevamente la humanidad se encuentra en una era que sin lugar a dudas podemos llamar ‘distópica’».
Riemen culpa a Internet, al teléfono móvil e, incluso, a los libros electrónicos de que ya no existan «el silencio y la concentración necesarios para leer La ilíada, Guerra y paz, Cien años de soledad, Conversación en la catedral, Los hermanos Karamazov, La montaña mágica o En busca del tiempo perdido». Leer un libro, según él, «se ha vuelto imposible para muchos y no es inconcebible que en un futuro no tan lejano el verdadero lector de libro sea, como los Padres del Desierto, tan solo una imagen que conocemos solo por los cuadros en nuestros museos».
Laszlo Krasznahorkai va más allá y hasta se atreve a decirnos a los seres humanos lo que no queremos oír: «Tú, con total y absoluta rapidez, comenzaste a no creer ya en nada, y, gracias a los dispositivos que tú mismo inventaste, destruyendo la imaginación, solo te queda ahora la memoria a corto plazo, y así has abandonado la noble y común posesión del conocimiento y la belleza y el bien moral…»
Unos pocos días después del discurso Krasznahorkai, llegó la noticia de que la revista Time —al no encontrar a un individuo concreto— había elegido como «persona del año» a «los arquitectos de la IA», los principales líderes tecnológicos que han impulsado la expansión de la Inteligencia Artificial. Los presenta subidos al andamio de la emblemática foto Lunch atop a Skyscraper, tomada durante la construcción del Edificio RCA del Rockefeller Center en Nueva York.
Los obreros han sido sustituidos por Elon Musk (X, Space X, Tesla,…), Sam Altman (Open AI), Mark Zuckerberg (Meta), Jensen Huang (Nvidia) o Lisa Su (Advanced Micro Devices),… hasta un total de ocho de los que Krasznahorkai llamaría poéticamente «ángeles sin alas» y Rob Riemen «gigantes tecnológicos».
Time justifica la elección de estos personajes porque «han provocado cambios enormes durante 2025, desde la manera en que consumimos contenido hasta decisiones políticas y tensiones geopolíticas». El discurso del nobel húngaro —al que, por si fuera poco, le ha tocado lidiar con Viktor Orban— se hace cada vez más claro y menos opaco y hasta más realista que pesimista.
No ha tenido mucha repercusión el discurso de aceptación del Premio Nobel por parte de Laszlo Krasznahorkai. Puede ser que el autor húngaro no sea especialmente
No ha tenido mucha repercusión el discurso de aceptación del Premio Nobel por parte de Laszlo Krasznahorkai. Puede ser que el autor húngaro no sea especialmente popular ni leído de forma masiva. Tampoco le ha dado Dios el don de la simpatía, ni es que sea la alegría de la huerta. También es cierto que nos resistimos a oír la verdad cuando no es de nuestro gusto. El caso es que su discurso, opaco y pesimista, muy pesimista, nos ha dejado un poco fríos cuando no indiferentes.
El discurso del nobel de Literatura es siempre esperado con ansiedad, como un mensaje brillante, artístico y esperanzador lanzado por las plumas más brillantes de las letras universales. Disfrutamos con esos análisis, clarividentes y alentadores, del tiempo en el que vivimos, a cargo de la nueva mente privilegiada que pasa a formar parte del olimpo diseñado por la Academia Sueca hace 124 años.
Las palabras de Krasznahorkai sobre los ángeles y la dignidad humana no han tenido la acogida que tuvo aquel «Elogio de la lectura y la ficción» de Vargas Llosa; o el poderoso alegato de Annie Ernaux por la justicia social, la igualdad de género y la necesidad de dar voz a los olvidados; o aquel otro de Saramago sobre la responsabilidad del escritor. Por citar solo tres que me vienen a la memoria.
El propio Laszlo Krasznahorkai ha reconocido que su intención era escribir un discurso dedicado «a la esperanza», pero que sus «reservas de esperanza se habían agotado por completo», así que, dice, no le quedó más remedio que hablar de «los nuevos ángeles».
¿Y quiénes son esos ángeles? Pues, según el escritor, «no tienen nada que ver con los ángeles de antaño», «no tienen alas ni capas que los envuelvan dulcemente» y «aparecen de forma inquietante aquí y allá en todo tipo de situaciones de nuestra vida». Nos quedamos intrigados hasta que, por fin, nos deja ver la cara de los nuevos ángeles. Hasta les pone nombre. Son «los Elon Musk de este mundo y sus estructuras insanas que con sus planes demenciales se están adueñando del espacio y el tiempo de las personas».
No es Laszlo Krasznahorkai el único afectado por la epidemia de pesimismo que nos invade. El mismo Rob Riemen, siempre reconfortante con su entusiasmo por salvar la civilización europea, ha sido contagiado por cierto desánimo en su último libro, La palabra que vence a la muerte (Taurus, 2025), del que ya se ha hablado aquí.
«Ahora estamos viviendo en una era en la que los Gigantes Tecnológicos —escribe el pensador neerlandés, que no duda en señalar por su nombre a esas poderosas compañías— han convertido la distopía orwelliana en realidad, en una medida que ni el propio Orwell, con todo su poder de imaginación, hubiese creído posible […] Estos gigantes son el todopoderoso ‘Gran Hermano’, que observa a todos los seres humanos en cada momento del día sin parar y que lo sabe literalmente todo de ellos […] Nuevamente la humanidad se encuentra en una era que sin lugar a dudas podemos llamar ‘distópica’».
Riemen culpa a Internet, al teléfono móvil e, incluso, a los libros electrónicos de que ya no existan «el silencio y la concentración necesarios para leer La ilíada, Guerra y paz, Cien años de soledad, Conversación en la catedral, Los hermanos Karamazov, La montaña mágica o En busca del tiempo perdido». Leer un libro, según él, «se ha vuelto imposible para muchos y no es inconcebible que en un futuro no tan lejano el verdadero lector de libro sea, como los Padres del Desierto, tan solo una imagen que conocemos solo por los cuadros en nuestros museos».
Laszlo Krasznahorkai va más allá y hasta se atreve a decirnos a los seres humanos lo que no queremos oír: «Tú, con total y absoluta rapidez, comenzaste a no creer ya en nada, y, gracias a los dispositivos que tú mismo inventaste, destruyendo la imaginación, solo te queda ahora la memoria a corto plazo, y así has abandonado la noble y común posesión del conocimiento y la belleza y el bien moral…»
Unos pocos días después del discurso Krasznahorkai, llegó la noticia de que la revista Time —al no encontrar a un individuo concreto— había elegido como «persona del año» a «los arquitectos de la IA», los principales líderes tecnológicos que han impulsado la expansión de la Inteligencia Artificial. Los presenta subidos al andamio de la emblemática foto Lunch atop a Skyscraper, tomada durante la construcción del Edificio RCA del Rockefeller Center en Nueva York.
Los obreros han sido sustituidos por Elon Musk (X, Space X, Tesla,…), Sam Altman (Open AI), Mark Zuckerberg (Meta), Jensen Huang (Nvidia) o Lisa Su (Advanced Micro Devices),… hasta un total de ocho de los que Krasznahorkai llamaría poéticamente «ángeles sin alas» y Rob Riemen «gigantes tecnológicos».
Time justifica la elección de estospersonajes porque «han provocado cambios enormes durante 2025, desde la manera en que consumimos contenido hasta decisiones políticas y tensiones geopolíticas». El discurso del nobel húngaro —al que, por si fuera poco, le ha tocado lidiar con Viktor Orban— se hace cada vez más claro y menos opaco y hasta más realista que pesimista.
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