El jueves 4 de diciembre a las diez u once de la noche españolas, el Departamento de Seguridad Nacional (el homólogo estadounidense a nuestro Ministerio del Interior) lanzó un mensaje por su cuenta de X. En él se veía un fotograma de la película Juez Dredd (1995), protagonizada por Sylvester Stallone. En ella, Dredd lleva su icónico casco mientras enarbola su pistola de servicio. Sobre él, un texto con serifa reza «JOIN.JUSTICE.GOV»; la dirección online para reclutar, según el texto del tuit, a «jueces de deportación».
Ofrecen un jugoso salario de seis cifras a cambio de «llevar justicia a inmigrantes ilegales criminales» para «salvar [el] país».
Dejando a un lado las políticas de inmigración del Gobierno estadounidense, la imagen de Dredd (independientemente de si es la versión del cómic, la de la película de 1995 o la de 2012) resulta, cuanto menos, desafortunada. Esto es siendo generosos con el equipo de redes sociales del Departamento —que ya ha hecho alarde en otras ocasiones de minimizar los presuntos impactos de sus actividades—, de manera que no se puede descartar inmediatamente que elegir a este personaje haya sido completamente inintencionado.
El juez Dredd, protagonista de su cómic homónimo y de dos películas (con una tercera presuntamente en preproducción), es una suerte de superpolicía y juez del futuro; alguien que libra una guerra abierta —casi campal— contra el crimen. Entre sus chascarrillos más famosos podemos encontrar perlas como «¡Yo soy la Ley!» u «800 millones de ciudadanos y cada uno de ellos [es] un criminal en potencia».
No es un juez draconiano, sino el hombre del saco de la ley
En este futuro imaginado, los miembros del Departamento de Justicia son jueces —valga la redundancia—, jurados y verdugos ambulantes que pasan sentencia en el momento, puesto que el crimen domina —supuestamente— todos los barrios de la ciudad bajo su protección, Mega-City One. Dredd y sus compañeros, al contrario que en cualquier sistema legal democrático y justo, parten desde la presunción de culpabilidad, no de la de inocencia.
Más que un juez severo, es un ‘hombre‘ que, a fuerza de dictar sentencias con su Lawgiver —su ya mencionada arma de servicio—, casi solo piensa en la muerte como solución para sus problemas. Su casco y gesto severo son sinónimo de «resolución ejecutiva» sin apelación. Bien es cierto que el personaje tiene muchos matices y no siempre mata a los delincuentes, pero la opción de usar el plomo para ‘solucionar’ los problemas que afligen a su ciudad está siempre en el podio de posibilidades.
‘Hijo’ de un artista español
Por ello, a lo largo de su extensísima carrera, la gente ha utilizado al personaje, de ascendencia angloespañola (E.P.D., el único, el mítico, el más grande, la leyenda, Carlos Ezquerra dibujó y diseñó la estética del personaje), como sinónimo de «fascista» en más de una ocasión. Dredd apareció en 1977, en un entorno cultural bastante revuelto —como señala Michael Molcher en su libro I am the law: how ‘Judge Dredd’ predicted the future— y fue, desde el principio, un ataque y crítica contra los policías violentos y los justicieros extralegales que Clint Eastwood y Charles Bronson interpretaban en televisión y la gran pantalla a finales de esa década y comienzos de la siguiente.
La tira, sinónimo cuasitotal de 2000 AD —la revista donde apareció por primera vez hace (casi) medio siglo—, empezó con historietas en las que se exploraba la relación de la ley con el pueblo. Si algunas de sus viñetas iniciales resultaban un tanto menos ‘sólidas’ que las que publica ahora Rebellion, la identidad del personaje —una respuesta al concepto de «ley y orden» tal y como se planteó por entonces— estaba plena y completamente anclada en lo que Wagner (y, posteriormente, Alan Grant, dos de los guionistas que más han influido en el personaje hasta la fecha) había planteado a petición de Pat Mills, el entonces editor de la cabecera.
Con este sólido y fértil suelo como punto de partida, el personaje se ha convertido en sinónimo de toda actividad negligente, cruel, mezquina o simplemente estúpida que puedan llevar a cabo los agentes de la policía en la supuesta ejecución de sus funciones: en el momento en el que uno se pasa de la raya, no tardan en llegar comparaciones al juez de Mega-City One —si no tramas abordando esos asuntos en el propio cómic—. Esto es a propósito y por diseño. Los autores de 2000 AD —un título con una historia más bien macarra y anclada en la sátira— tienden a escorar a la izquierda y, por tanto, a ser críticos con cualquier acción tomada por cualquier institución que no esté (o parezca) suficientemente legitimada.
La mezcla de ideas e historias del personaje y su mundo, por virtud de ser el producto de cientos de voces, llegó a su conclusión lógica en 2012. Es hacia el final del primer mandato de Obama cuando Al Ewing, Simon Spurrier y Rob Williams colaboraron con la guionización de Trifecta. Más tarde, entre 2018 y 2019 —durante el primer mandato de Donadl Trump—, Rob Williams remataría la faena con The small house. Estas historias presentaron a uno de los personajes más relevantes del canon de Megacity One: el director de la unidad de operaciones encubiertas de la megalópolis, el juez Smiley. Ante la necesidad de un equivalente más cercano y real para el público español: los GAL quedarían bastante cerca de lo que hacen sus hombres.
Un personaje que encarna la brutalidad policial y el autoritarismo
Aclarada la labor del juez Smiley; en la secuela de 2019, el director de operaciones encubiertas le diría —textualmente— a Dredd: «Somos fascistas».
Definiciones de «fascista» aparte (tema que, como todo término técnico político, es fuente de inacabables debates), Dredd y sus compañeros tienden a encarnar la imagen de este tipo de autoritario para gran parte de la población, independientemente de su alineación política personal —en parte debido a que Ezquerra se basara abiertamente en la estética de diversos regímenes totalitarios—. Así pues, que Williams pusiera en boca de un personaje tan rastrero y despreciable como Smiley esa frase, marcó un punto, quizás no de inflexión, pero sí un antes y un después en la tira.

Es cierto que los abusos de autoridad (tanto por parte del protagonista como de sus superiores en Mega-City One) han marcado la historia de la tira desde el principio, pero en 2019, por fin, se llamó a los jueces lo que representan como institución. O, al menos, como se les concibió.
Por eso, precisamente, resulta desafortunado —si no abiertamente mezquino— que una institución gubernamental elija no solo a un personaje conocido y reconocido por ser sinónimo de fascismo para su campaña de reclutamiento, sino a uno cuyo ethos se basa en el uso de las penas de muerte como panacea.
Valga la ironía, se ha elegido a un personaje con una extensa historia en la que, una y otra vez, su texto y subtexto ponen de manifiesto que quienes viven fuera de los límites de Mega-City One son personas merecedoras de los mismos derechos que aquellas que viven dentro de ellos. No solo eso, sino que el propio Dredd —engranaje del Departamento de Justicia por antonomasia—, ha hecho esta clase de observaciones en más de una ocasión. La propia máquina del autoritarismo del cómic plantea que su postura con la inmigración es equivocada y, en más de una ocasión, ha apostado por la inclusión e integración.
No solo eso: dada la inspiración del juez Dredd (entre muchos, Harry el Sucio) y que es alguien que apalea y ejecuta a la gente en la calle sin ninguna clase de procedimiento ni contrapesos reales —mucho menos miramientos ni remordimientos—, el mensaje que el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense está mandando —voluntaria o involuntariamente— es uno inquietante y cruel. Léase: al equiparar a sus jueces de deportaciones con un personaje conocido por considerar la violencia como la solución para casi todos —si no todos— sus problemas, podría llegarse a la conclusión de que lo que busca en sus candidatos es que hagan uso de la violencia contra sus reos y detenidos.
El jueves 4 de diciembre a las diez u once de la noche españolas, el Departamento de Seguridad Nacional (el homólogo estadounidense a nuestro Ministerio del
El jueves 4 de diciembre a las diez u once de la noche españolas, el Departamento de Seguridad Nacional (el homólogo estadounidense a nuestro Ministerio del Interior) lanzó un mensaje por su cuenta de X. En él se veía un fotograma de la película Juez Dredd (1995), protagonizada por Sylvester Stallone. En ella, Dredd lleva su icónico casco mientras enarbola su pistola de servicio. Sobre él, un texto con serifa reza «JOIN.JUSTICE.GOV»; la dirección online para reclutar, según el texto del tuit, a «jueces de deportación».
Ofrecen un jugoso salario de seis cifras a cambio de «llevar justicia a inmigrantes ilegales criminales» para «salvar [el] país».
Dejando a un lado las políticas de inmigración del Gobierno estadounidense, la imagen de Dredd (independientemente de si es la versión del cómic, la de la película de 1995 o la de 2012) resulta, cuanto menos, desafortunada. Esto es siendo generosos con el equipo de redes sociales del Departamento —que ya ha hecho alarde en otras ocasiones de minimizar los presuntos impactos de sus actividades—, de manera que no se puede descartar inmediatamente que elegir a este personaje haya sido completamente inintencionado.
El juez Dredd, protagonista de su cómic homónimo y de dos películas (con una tercera presuntamente en preproducción), es una suerte de superpolicía y juez del futuro; alguien que libra una guerra abierta —casi campal— contra el crimen. Entre sus chascarrillos más famosos podemos encontrar perlas como «¡Yo soy la Ley!» u «800 millones de ciudadanos y cada uno de ellos [es] un criminal en potencia».
En este futuro imaginado, los miembros del Departamento de Justicia son jueces —valga la redundancia—, jurados y verdugos ambulantes que pasan sentencia en el momento, puesto que el crimen domina —supuestamente— todos los barrios de la ciudad bajo su protección, Mega-City One. Dredd y sus compañeros, al contrario que en cualquier sistema legal democrático y justo, parten desde la presunción de culpabilidad, no de la de inocencia.
Más que un juez severo, es un ‘hombre‘ que, a fuerza de dictar sentencias con su Lawgiver —su ya mencionada arma de servicio—, casi solo piensa en la muerte como solución para sus problemas. Su casco y gesto severo son sinónimo de «resolución ejecutiva» sin apelación. Bien es cierto que el personaje tiene muchos matices y no siempre mata a los delincuentes, pero la opción de usar el plomo para ‘solucionar’ los problemas que afligen a su ciudad está siempre en el podio de posibilidades.
Por ello, a lo largo de su extensísima carrera, la gente ha utilizado al personaje, de ascendencia angloespañola (E.P.D., el único, el mítico, el más grande, la leyenda, Carlos Ezquerra dibujó y diseñó la estética del personaje), como sinónimo de «fascista» en más de una ocasión. Dredd apareció en 1977, en un entorno cultural bastante revuelto —como señala Michael Molcher en su libro I am the law: how ‘Judge Dredd’ predicted the future— y fue, desde el principio, un ataque y crítica contra los policías violentos y los justicieros extralegales que Clint Eastwood y Charles Bronson interpretaban en televisión y la gran pantalla a finales de esa década y comienzos de la siguiente.
La tira, sinónimo cuasitotal de 2000 AD —la revista donde apareció por primera vez hace (casi) medio siglo—, empezó con historietas en las que se exploraba la relación de la ley con el pueblo. Si algunas de sus viñetas iniciales resultaban un tanto menos ‘sólidas’ que las que publica ahora Rebellion, la identidad del personaje —una respuesta al concepto de «ley y orden» tal y como se planteó por entonces— estaba plena y completamente anclada en lo que Wagner (y, posteriormente, Alan Grant, dos de los guionistas que más han influido en el personaje hasta la fecha) había planteado a petición de Pat Mills, el entonces editor de la cabecera.
Con este sólido y fértil suelo como punto de partida, el personaje se ha convertido en sinónimo de toda actividad negligente, cruel, mezquina o simplemente estúpida que puedan llevar a cabo los agentes de la policía en la supuesta ejecución de sus funciones: en el momento en el que uno se pasa de la raya, no tardan en llegar comparaciones al juez de Mega-City One —si no tramas abordando esos asuntos en el propio cómic—. Esto es a propósito y por diseño. Los autores de 2000 AD —un título con una historia más bien macarra y anclada en la sátira— tienden a escorar a la izquierda y, por tanto, a ser críticos con cualquier acción tomada por cualquier institución que no esté (o parezca) suficientemente legitimada.
La mezcla de ideas e historias del personaje y su mundo, por virtud de ser el producto de cientos de voces, llegó a su conclusión lógica en 2012. Es hacia el final del primer mandato de Obama cuando Al Ewing, Simon Spurrier y Rob Williams colaboraron con la guionización de Trifecta. Más tarde, entre 2018 y 2019 —durante el primer mandato de Donadl Trump—, Rob Williams remataría la faena con The small house. Estas historias presentaron a uno de los personajes más relevantes del canon de Megacity One: el director de la unidad de operaciones encubiertas de la megalópolis, el juez Smiley. Ante la necesidad de un equivalente más cercano y real para el público español: los GAL quedarían bastante cerca de lo que hacen sus hombres.
Aclarada la labor del juez Smiley; en la secuela de 2019, el director de operaciones encubiertas le diría —textualmente— a Dredd: «Somos fascistas».
Definiciones de «fascista» aparte (tema que, como todo término técnico político, es fuente de inacabables debates), Dredd y sus compañeros tienden a encarnar la imagen de este tipo de autoritario para gran parte de la población, independientemente de su alineación política personal —en parte debido a que Ezquerra se basara abiertamente en la estética de diversos regímenes totalitarios—. Así pues, que Williams pusiera en boca de un personaje tan rastrero y despreciable como Smiley esa frase, marcó un punto, quizás no de inflexión, pero sí un antes y un después en la tira.

Es cierto que los abusos de autoridad (tanto por parte del protagonista como de sus superiores en Mega-City One) han marcado la historia de la tira desde el principio, pero en 2019, por fin, se llamó a los jueces lo que representan como institución. O, al menos, como se les concibió.
Por eso, precisamente, resulta desafortunado —si no abiertamente mezquino— que una institución gubernamental elija no solo a un personaje conocido y reconocido por ser sinónimo de fascismo para su campaña de reclutamiento, sino a uno cuyo ethos se basa en el uso de las penas de muerte como panacea.
Valga la ironía, se ha elegido a un personaje con una extensa historia en la que, una y otra vez, su texto y subtexto ponen de manifiesto que quienes viven fuera de los límites de Mega-City One son personas merecedoras de los mismos derechos que aquellas que viven dentro de ellos. No solo eso, sino que el propio Dredd —engranaje del Departamento de Justicia por antonomasia—, ha hecho esta clase de observaciones en más de una ocasión. La propia máquina del autoritarismo del cómic plantea que su postura con la inmigración es equivocada y, en más de una ocasión, ha apostado por la inclusión e integración.
No solo eso: dada la inspiración del juez Dredd (entre muchos, Harry el Sucio) y que es alguien que apalea y ejecuta a la gente en la calle sin ninguna clase de procedimiento ni contrapesos reales —mucho menos miramientos ni remordimientos—, el mensaje que el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense está mandando —voluntaria o involuntariamente— es uno inquietante y cruel. Léase: al equiparar a sus jueces de deportaciones con un personaje conocido por considerar la violencia como la solución para casi todos —si no todos— sus problemas, podría llegarse a la conclusión de que lo que busca en sus candidatos es que hagan uso de la violencia contra sus reos y detenidos.
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