El viaje de Eduardo Lago por las entrañas de la literatura

Eduardo Lago (Madrid, 1954) ha vivido una década dentro de una novela. El resultado es La estela de Selkirk (Galaxia Gutenberg), un artefacto literario muy especial, pleno de sugerencia, que cada lector desplegará según sus posibilidades y gustos a partir de una estructura de múltiples capas. Hay mucho juego literario –los personajes tienen, con intención muy concreta, nombres como Zhivago, Bernhard, Walser…–, pero también viajes a lugares fascinantes y una compleja intriga con secretos muy oscuros.

Pero sobre todo ello sobrevuela una misión casi podríamos decir que suicida (más adelante veremos hasta qué punto…), sobre todo para un escritor: «La estela de Selkirk es un intento de llegar al núcleo al primigenio de la imaginación, de explorar el lugar del que surgen las historias», sostiene Lago en la cafetería Barbieri del centro de Madrid. Mientras saborea un té y el ambiente inspirador del local, remonta las fuentes de su historia: «La novela vino a mí por casualidad cuando me encontré en una revista un artículo de Jonathan Franzen sobre el archipiélago de Juan Fernández, donde se encuentra la isla originaria de la historia de Robinson Crusoe: Selkirk. Me entraron unos deseos irreprimibles de ir. Me costó dos años conseguirlo…»

De esto hace una década. Cuando pudo completar la travesía, una historia lo poseyó dictándole en el momento del rapto sus condiciones: la trama debía manar espontáneamente de los distintos destinos a los que viajara. Hydra, Lisboa, Berlín, el Báltico, Goa, Macao, Valparaíso, la Selva Negra… La imaginación solo podía propiciar chispazos aceleradores y añadir detalles. La forma literaria en la que se vertió todo este material incidía en la misma idea circular: un escritor llamado Jimmy Zhivago intuye el valor narrativo del encargo que le ha hecho un desconocido a raíz de un viaje a la isla de Kilkirk y acude a la editorial Pink Cave con la propuesta de una novela aún por escribir y cuyo proceso de escritura irá desvelándole a la editora al más puro estilo Sherezade.

La editorial se atreve a contratarlo para escribir una novela sobre algo apenas ha comenzado a suceder. No todas lo hubieran hecho. Y no solo en el caso del Zhivago de la ficción. Eduardo Lago saltó al primer plano literario en 2006, cuando ganó el Premio Nadal y el Nacional de la Crítica con la novela Llámame Brooklyn (Destino). Sin embargo, sus siguientes novelas, Siempre supe que volvería a verte y Aurora Lee las publicó en la editorial Malpaso, y para esta nueva aventura, vital en más de un sentido, buscaba algo especial. «Pasé por bastantes editoriales hasta que el editor de Galaxia Gutenberg me contestó con una carta muy alentadora. Fue muy importante, porque la novela contiene ingredientes que invitan de manera inmediata al rechazo editorial. No estoy pontificando ni metiéndome con el mundo editorial, pero creo, como Max Aub que ‘vender es venderse’. Hay que ser absolutamente fiel a uno mismo, a no ser que seas un tipo de escritor profesional y busques una cifra mínima de ventas».

No es la única coincidencia entre Zhivago y Lago. Un interesantísimo «Epílogo» ejerce de making of al estilo cinematográfico, desvelando las claves del proceso de escritura, aunque el autor reclama el derecho a disfrutar de la historia en sí misma, del placer, por ejemplo, de visitar lugares con un aura especia, descritos de esta guisa: «En la arena hay grupos de butacas dobles cubiertas por toldos de lona blanquiazul, ocupadas por parejas de ancianos. A lo largo del paseo que bordea la orilla del mar va gente vestida con prendas de abrigo. Es uno de los efectos secundarios de esta forma de escritura: el pasado regresa recuperando momentos que creía borrados para siempre. O será la idea del Báltico de la que me habló Lex en el café de Georgstraße».

Capas de lectura

El placer aumenta cuando, en otra capa de lectura, estos lugares desvelan su capacidad de parir la trama en forma de una red prodigiosa de personajes, historias, coincidencias… Por ejemplo: «Pensé en los individuos por cuya causa había tenido que viajar a Berlín, a fin de reconstruir su historia. Tratando de imaginármelos en la ciudad probé a trazar posibles itinerarios seguidos por ellos […] Berlín se presentaba ante mí como un enigma que de momento no sabía cómo descifrar, y la única manera de intentarlo era tratar de seguir los pasos de quienes que me habían llevado hasta allí […] Contemplaba el plano de Berlín como si tuviera delante un folio en blanco en el que no sabía qué escribir».

La estela de Selkirk también va revelando tremendas oscuridades de una Europa aún por cicatrizar y una historia de amor contada con la elegancia de otros tiempos, además de otras sorpresas que el narrador se va encontrando por el camino. Hasta llegar a una última dimensión que es ya sugerencia pura. La literatura en sí. «La clave está en alcanzar una suerte de región intermedia, semitransparente, para la que no hay nombre. Cuando le pregunté a Czesław Miłosz cómo nace un poema, me habló de algo misterioso que le llegaba no sabía exactamente de dónde ni de quién… Y recuerdo también que Phillip Roth me dijo que todos los días bajaba a un lugar extraño como quien baja a una mina, y ahí se pasaba toda la jornada de escritura peleando con las palabras».

Lago es Licenciado en Filosofía Pura por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Literatura Española por The Graduate School and University Center de City University of New York. Desde 1987 reside en Nueva York, donde ha ejercido como catedrático de Literaturas Hispánicas en el Sarah Lawrence College. En el periodismo cultural español se le considera el gran experto en literatura estadounidense. Su conocimiento de la literatura es enciclopédico, desbordante… Pero quería dar un paso más: «Empecé a bajar a ese lugar del que me hablaban otros escritores mucho más importantes que yo… Y regresaba con mi botín en forma de historias». Hasta quedar fascinado con ese «lugar primigenio de la imaginación»: además de recolectar, se detenía «a ver qué sucedía allí y cómo se transformaba la realidad, porque en ese lugar se produce una transacción muy interesante entre ficción y no ficción».

Cuando el tiempo y la literatura lleva la conversación en el Barbieri a cierto punto de complicidad, Lago saca de su bolsa de viaje el libro que está leyendo: Lo santo, escrito en 1917 por Rudolf Otto: «Explora lo que él le llama lo numinoso, el núcleo de la imaginación… Yo he escrito toda mi vida, desde muy pequeño, pero sin muchos afanes de publicar: me tomo las cosas con mucha calma, ni quiero ni puedo sacar una novela cada año, pero en este caso, me sucedieron tantas cosas en el viaje a las islas que se convirtió en un viaje por el interior de mí mismo tan profundo… Un crítico me dijo que en Jimmy Zivago hay una búsqueda muy difícil y muy torturada de algo que no se sabe exactamente qué es. Me pasé 10 años escribiendo esta novela y, cuando ya estaba lista para salir al mundo, me preguntaba si se iba a entender».

Cuestión de vida o muerte

Como si fuera el Oráculo de Delfos, ese extraño templo al que acceden los escritores nos interpela hasta el límite. ¿Quién es Jimmy Zhivago? ¿Quién es Eduardo Lago? Ambos habitan La estela de Silkirk. Así, sus historias se detienen en sendos capítulos cuando irrumpe la pérdida de un ser cercano. Después la vida continúa, torrente imparable. La necesidad de explicarse hace de la escritura una cuestión de vida o muerte. Literal. «La idea del suicidio me rondaba la cabeza, no literalmente, pero sí como un recordatorio de que mi vida carecía por completo de sentido si lo único que se lo daba era la novela y no avanzaba», se desahoga en la novela Jimmy Zhivago cuando la trama se estanca.

Ya con el libro publicado, Lago recuerda tres meses oscuros en Berlín: «No pasaba nada, la novela no avanzaba y me decía, un poco en broma, que si mi vida no tenía sentido sin la novela…» ¿Un «poco» en broma? «Es exactamente como lo sentía yo, excepto que no había una amenaza real de que fuera a acabar con mi vida». Al contrario, la idea de suicidio surge precisamente por una necesidad irrefrenable de aumentar la vida. «Mi traductor al inglés me dijo algo muy misterioso: ‘Tú escribes para la posteridad’. Quiere decir que mi novela, si subsiste, porque creo que es muy posible que caiga en el más completo olvido, se entenderá con el tiempo. No estoy diciendo que sea imposible entenderla ahora, pero… Cuando la estaba escribiendo, bromeaba con mis amigos que esta era mi novela póstuma, porque no estaba seguro de que pudiera terminarla. Hay una relación con el tiempo, con una sustancia misteriosa…»

Eduardo Lago, en definitiva, ha viajado por un lugar que pocos osan transitar y, cual Prometeo, nos ha traído de vuelta, envuelto en historias, retazos del misterio inefable que lo habita. Ahora le espera lo más parecido a Itaca. Se acaba de jubilar de su trabajo en la universidad, se ha casado con su pareja de más de tres décadas y vuelve a España 40 años después. «La presentación de La estela de Silkirk en varias ciudades ha sido catártica. Ahora tengo que vaciar mi despacho de la universidad y ver el destino que le dedico a mi biblioteca; y, luego, ordenar mi vida y viajar un poco al centro de mí mismo».

Aunque tiene en cartera varios textos sobre su expertise literaria, la primera parada de ese viaje es la despedida que merece Nueva York: «Empecé hace tres años una novela que he titulado provisionalmente New York, New York, New York, protagonizada por un escritor de obituarios, uno de mis trabajos habituales: me llaman y me dicen ha muerto Paul Auster, ha muerto David Foster Wallace, ha muerto Cormac McCarthy… Pero no sé cómo va a evolucionar». Habrá que bajar a la mina.

 Eduardo Lago (Madrid, 1954) ha vivido una década dentro de una novela. El resultado es La estela de Selkirk (Galaxia Gutenberg), un artefacto literario muy especial,  

Eduardo Lago (Madrid, 1954) ha vivido una década dentro de una novela. El resultado es La estela de Selkirk (Galaxia Gutenberg), un artefacto literario muy especial, pleno de sugerencia, que cada lector desplegará según sus posibilidades y gustos a partir de una estructura de múltiples capas. Hay mucho juego literario –los personajes tienen, con intención muy concreta, nombres como Zhivago, Bernhard, Walser…–, pero también viajes a lugares fascinantes y una compleja intriga con secretos muy oscuros.

Pero sobre todo ello sobrevuela una misión casi podríamos decir que suicida (más adelante veremos hasta qué punto…), sobre todo para un escritor: «La estela de Selkirk es un intento de llegar al núcleo al primigenio de la imaginación, de explorar el lugar del que surgen las historias», sostiene Lago en la cafetería Barbieri del centro de Madrid. Mientras saborea un té y el ambiente inspirador del local, remonta las fuentes de su historia: «La novela vino a mí por casualidad cuando me encontré en una revista un artículo de Jonathan Franzen sobre el archipiélago de Juan Fernández, donde se encuentra la isla originaria de la historia de Robinson Crusoe: Selkirk. Me entraron unos deseos irreprimibles de ir. Me costó dos años conseguirlo…»

De esto hace una década. Cuando pudo completar la travesía, una historia lo poseyó dictándole en el momento del rapto sus condiciones: la trama debía manar espontáneamente de los distintos destinos a los que viajara. Hydra, Lisboa, Berlín, el Báltico, Goa, Macao, Valparaíso, la Selva Negra… La imaginación solo podía propiciar chispazos aceleradores y añadir detalles. La forma literaria en la que se vertió todo este material incidía en la misma idea circular: un escritor llamado Jimmy Zhivago intuye el valor narrativo del encargo que le ha hecho un desconocido a raíz de un viaje a la isla de Kilkirk y acude a la editorial Pink Cave con la propuesta de una novela aún por escribir y cuyo proceso de escritura irá desvelándole a la editora al más puro estilo Sherezade.

La editorial se atreve a contratarlo para escribir una novela sobre algo apenas ha comenzado a suceder. No todas lo hubieran hecho. Y no solo en el caso del Zhivago de la ficción. Eduardo Lago saltó al primer plano literario en 2006, cuando ganó el Premio Nadal y el Nacional de la Crítica con la novela Llámame Brooklyn (Destino). Sin embargo, sus siguientes novelas, Siempre supe que volvería a verte y Aurora Lee las publicó en la editorial Malpaso, y para esta nueva aventura, vital en más de un sentido, buscaba algo especial. «Pasé por bastantes editoriales hasta que el editor de Galaxia Gutenberg me contestó con una carta muy alentadora. Fue muy importante, porque la novela contiene ingredientes que invitan de manera inmediata al rechazo editorial. No estoy pontificando ni metiéndome con el mundo editorial, pero creo, como Max Aub que ‘vender es venderse’. Hay que ser absolutamente fiel a uno mismo, a no ser que seas un tipo de escritor profesional y busques una cifra mínima de ventas».

No es la única coincidencia entre Zhivago y Lago. Un interesantísimo «Epílogo» ejerce de making of al estilo cinematográfico, desvelando las claves del proceso de escritura, aunque el autor reclama el derecho a disfrutar de la historia en sí misma, del placer, por ejemplo, de visitar lugares con un aura especia, descritos de esta guisa: «En la arena hay grupos de butacas dobles cubiertas por toldos de lona blanquiazul, ocupadas por parejas de ancianos. A lo largo del paseo que bordea la orilla del mar va gente vestida con prendas de abrigo. Es uno de los efectos secundarios de esta forma de escritura: el pasado regresa recuperando momentos que creía borrados para siempre. O será la idea del Báltico de la que me habló Lex en el café de Georgstraße».

El placer aumenta cuando, en otra capa de lectura, estos lugares desvelan su capacidad de parir la trama en forma de una red prodigiosa de personajes, historias, coincidencias… Por ejemplo: «Pensé en los individuos por cuya causa había tenido que viajar a Berlín, a fin de reconstruir su historia. Tratando de imaginármelos en la ciudad probé a trazar posibles itinerarios seguidos por ellos […] Berlín se presentaba ante mí como un enigma que de momento no sabía cómo descifrar, y la única manera de intentarlo era tratar de seguir los pasos de quienes que me habían llevado hasta allí […] Contemplaba el plano de Berlín como si tuviera delante un folio en blanco en el que no sabía qué escribir».

La estela de Selkirk también va revelando tremendas oscuridades de una Europa aún por cicatrizar y una historia de amor contada con la elegancia de otros tiempos, además de otras sorpresas que el narrador se va encontrando por el camino. Hasta llegar a una última dimensión que es ya sugerencia pura. La literatura en sí. «La clave está en alcanzar una suerte de región intermedia, semitransparente, para la que no hay nombre. Cuando le pregunté a Czesław Miłosz cómo nace un poema, me habló de algo misterioso que le llegaba no sabía exactamente de dónde ni de quién… Y recuerdo también que Phillip Roth me dijo que todos los días bajaba a un lugar extraño como quien baja a una mina, y ahí se pasaba toda la jornada de escritura peleando con las palabras».

Lago es Licenciado en Filosofía Pura por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Literatura Española por The Graduate School and University Center de City University of New York. Desde 1987 reside en Nueva York, donde ha ejercido como catedrático de Literaturas Hispánicas en el Sarah Lawrence College. En el periodismo cultural español se le considera el gran experto en literatura estadounidense. Su conocimiento de la literatura es enciclopédico, desbordante… Pero quería dar un paso más: «Empecé a bajar a ese lugar del que me hablaban otros escritores mucho más importantes que yo… Y regresaba con mi botín en forma de historias». Hasta quedar fascinado con ese «lugar primigenio de la imaginación»: además de recolectar, se detenía «a ver qué sucedía allí y cómo se transformaba la realidad, porque en ese lugar se produce una transacción muy interesante entre ficción y no ficción».

Cuando el tiempo y la literatura lleva la conversación en el Barbieri a cierto punto de complicidad, Lago saca de su bolsa de viaje el libro que está leyendo: Lo santo, escrito en 1917 por Rudolf Otto: «Explora lo que él le llama lo numinoso, el núcleo de la imaginación… Yo he escrito toda mi vida, desde muy pequeño, pero sin muchos afanes de publicar: me tomo las cosas con mucha calma, ni quiero ni puedo sacar una novela cada año, pero en este caso, me sucedieron tantas cosas en el viaje a las islas que se convirtió en un viaje por el interior de mí mismo tan profundo… Un crítico me dijo que en Jimmy Zivago hay una búsqueda muy difícil y muy torturada de algo que no se sabe exactamente qué es. Me pasé 10 años escribiendo esta novela y, cuando ya estaba lista para salir al mundo, me preguntaba si se iba a entender».

Como si fuera el Oráculo de Delfos, ese extraño templo al que acceden los escritores nos interpela hasta el límite. ¿Quién es Jimmy Zhivago? ¿Quién es Eduardo Lago? Ambos habitan La estela de Silkirk. Así, sus historias se detienen en sendos capítulos cuando irrumpe la pérdida de un ser cercano. Después la vida continúa, torrente imparable. La necesidad de explicarse hace de la escritura una cuestión de vida o muerte. Literal. «La idea del suicidio me rondaba la cabeza, no literalmente, pero sí como un recordatorio de que mi vida carecía por completo de sentido si lo único que se lo daba era la novela y no avanzaba», se desahoga en la novela Jimmy Zhivago cuando la trama se estanca.

Ya con el libro publicado, Lago recuerda tres meses oscuros en Berlín: «No pasaba nada, la novela no avanzaba y me decía, un poco en broma, que si mi vida no tenía sentido sin la novela…» ¿Un «poco» en broma? «Es exactamente como lo sentía yo, excepto que no había una amenaza real de que fuera a acabar con mi vida». Al contrario, la idea de suicidio surge precisamente por una necesidad irrefrenable de aumentar la vida. «Mi traductor al inglés me dijo algo muy misterioso: ‘Tú escribes para la posteridad’. Quiere decir que mi novela, si subsiste, porque creo que es muy posible que caiga en el más completo olvido, se entenderá con el tiempo. No estoy diciendo que sea imposible entenderla ahora, pero… Cuando la estaba escribiendo, bromeaba con mis amigos que esta era mi novela póstuma, porque no estaba seguro de que pudiera terminarla. Hay una relación con el tiempo, con una sustancia misteriosa…»

Eduardo Lago, en definitiva, ha viajado por un lugar que pocos osan transitar y, cual Prometeo, nos ha traído de vuelta, envuelto en historias, retazos del misterio inefable que lo habita. Ahora le espera lo más parecido a Itaca. Se acaba de jubilar de su trabajo en la universidad, se ha casado con su pareja de más de tres décadas y vuelve a España 40 años después. «La presentación de La estela de Silkirk en varias ciudades ha sido catártica. Ahora tengo que vaciar mi despacho de la universidad y ver el destino que le dedico a mi biblioteca; y, luego, ordenar mi vida y viajar un poco al centro de mí mismo».

Aunque tiene en cartera varios textos sobre su expertise literaria, la primera parada de ese viaje es la despedida que merece Nueva York: «Empecé hace tres años una novela que he titulado provisionalmente New York, New York, New York, protagonizada por un escritor de obituarios, uno de mis trabajos habituales: me llaman y me dicen ha muerto Paul Auster, ha muerto David Foster Wallace, ha muerto Cormac McCarthy… Pero no sé cómo va a evolucionar». Habrá que bajar a la mina.

 Noticias de Cultura: Última hora de hoy en THE OBJECTIVE

Noticias Similares