El Último de la Fila: sobre caer en las garras de Ticketmaster, el sacrilegio de regresar y la verdadera historia de ‘Insurrección’

La venta de entradas para la gira de regreso en 2026 de El Último de la Fila después de 28 años de su separación va como un cañón. El plan de realizar nueve concierto en estadios ya ha aumentado a 12 por la alta demanda. El próximo lunes 16 se ponen a la venta los boletos para el recital de Madrid, donde actúan el 23 de mayo de 2026 en el estadio Metropolitano. Manolo García (Barcelona, 69 años) y Quimi Portet (Barcelona, 67 años) viven este momento con excitación, pero también luchando contra sus contradicciones. Las exponen en este encuentro realizado en Madrid.

Seguir leyendo

 “Tenemos una actitud un poco irresponsable aún hoy. La gente nos ve y dice: ‘Qué les pasa a esos señores”, afirma el dúo, que amplía las fechas de su gira de regreso por la alta demanda  

La venta de entradas para la gira de regreso en 2026 de El Último de la Fila después de 28 años de su separación va como un cañón. El plan de realizar nueve concierto en estadios ya ha aumentado a 12 por la alta demanda. El próximo lunes 16 se ponen a la venta los boletos para el recital de Madrid, donde actúan el 23 de mayo de 2026 en el estadio Metropolitano. Manolo García (Barcelona, 69 años) y Quimi Portet (Barcelona, 67 años) viven este momento con excitación, pero también luchando contra sus contradicciones. Las exponen en este encuentro realizado en Madrid.

Pregunta. En una entrevista de 2016, Manolo García dijo sobre una hipotética reunión de El Último de la Fila: “Estuvo muy bien, ahí queda y no habrá vuelta jamás, y este jamás es serio. Volver sería un pequeño sacrilegio”.

Manolo García. Es que soy un bocazas [risas]. Pero últimamente ya decía: “Es improbable, pero no imposible”. La idea para mí era: no vuelvas al lugar donde fuiste feliz. Yo fui muy feliz, y pensé ingenuamente que El Último iba a durar toda la vida. Pero las cosas se agotan por ley natural. Hicimos cosas muy bonitas juntos. Pero todo termina. Y de ahí venía mi frase de: “Nunca jamás”. Pero donde dije digo, digo Diego…

Quimi Portet. ¿Que por qué volvemos? A mí el hecho de que nos apetezca ya me parece suficientísimo. Es que cuando estamos juntos lo pasamos muy bien, como cuando revisamos las 24 canciones para el disco Desbarajuste piramidal (2023); y cuando hicimos los conciertos en 2016 de Los Rápidos y Los Burros [anteriores grupos de García y Portet] en La Riviera y en Razzmatazz fue brutal.

M. G. Si hay risa es que todo tiene sentido.

Q. P. Es que cuando nos vemos recuperamos muy rápido las risas. Y profesionalmente también. Recuperamos muy rápido la posibilidad de componer, de ensayar. Así que si existe eso, por qué no vamos a hacer unos conciertos más.

P. Apelando a su sinceridad: ¿cuánto de importante es el dinero en esta gira?

M. G. El dinero nunca nos ha nublado la vista ni la razón. Una vez cubiertas las necesidades básicas, mi aspiración en la vida no es el dinero, es la libertad y hacer lo que me dé la gana y abstraerme del mundanal ruido y de todos los disparates a los que se nos someten a los ciudadanos. Puede parecer que en principio todos los grupos vuelven por dinero… Pero no es ni de lejos la razón por la que volvemos.

Q. P. Es una pregunta muy difícil de responder sin ser ni frívolo ni vanidoso. Y también diré que es una pregunta capciosa, con perdón. Por supuesto que aquí hay una operación profesional importante y una producción grande para llenar estadios. Pero siendo sincero, te diré que no es ningún caso de necesidad lo que ha generado este proyecto. El proyecto lo ha generado que Manolo y yo comentábamos en las sobremesas: “Oye, tenemos que hacer unos conciertos”. Eso empieza ahí, y luego ya entramos en el campo profesional.

Quimi Portet y Manolo García, fotografiados en noviembre de 1995.

P. Ahí va otra pregunta capcioso…

[Risas de los dos] Q. P. Venga, dale.

P. Aprovechando el título de una de sus canciones. ¿cómo tiene uno su patria en sus zapatos cuando durante unos meses está en manos de Ticketmaster?

M. G. Las maneras de hacer de todos los oficios han cambiado muchísimo. La tecnología se ha hecho una herramienta indispensable. Creo que era mucho más bonito y más adecuado ir a las tiendas de discos a comprar tu entrada, a esas largas colas de los grandes almacenes donde la gente hacía amistades, se echaba novia o novio, compartía su pasión por la banda por la que querían comprar la entrada. Pero ha entrado en juego la tecnología y unas empresas que lo hacen más fácil…

P. Ya, pero aquí ocurre que Ticketmaster pertenece a la promotora Live Nation y sus prácticas han recibido una demanda antimonopolio del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Y como bien saben, siempre surgen quejas de los usuarios cuando se ponen a la venta boletos para conciertos masivos: gastos de gestión, precios dinámicos, reventa…

M. G. Perdona, pero tú cómo lo harías. Es que es imposible. Cuando vas a recintos tan grandes… Es imposible. No es plato de nuestro gusto, para nada. Y eso lo hemos hablado Quimi y yo.

Q. P. Lo que sí hemos puesto son precios atípicos, de 65 a 90 euros, y ahí es donde podemos llegar nosotros. Y solo son unos pocos conciertos. No estregamos nuestra vida a ellos [Ticketmaster]. Y, además, este proyecto funciona así.

P. Quieren decir que entregan su alma al diablo durante un par de meses.

M. G. El alma queda fuera de esta ecuación. Aquí el damnificado es el aficionado a la música, que acude a unas taquillas virtuales donde puede pasar de todo y con empresas que no sabes dónde están. Aquí tienen mucho que decir los gobiernos, los ministerios de Cultura… Por qué no se regula todo esto. La reventa estaba penada por la ley, pero ahora qué ha pasado. Habría que hacer estas preguntas a otras personas. Nosotros solo somos músicos, no podemos responder a esto. Yo personalmente no estoy nada de acuerdo con esto, me parece horrible lo de la reventa, que se abuse y que se juegue con el cariño que se puede tener por una banda para que alguien pague el triple. Me parece muy feo que haya gente que se enriquezca con estas situaciones. Lo hemos hablado, le hemos dado vueltas… Pero no podemos hacer nada. Si tú con conciencia social has puesto de 65 a 90 euros y de repente hay alguien que la compra a 300, lo único que puedo hacer es lamentarlo. Yo no quiero que alguien pague 300 euros por ver a El Último de la Fila. La vida es cara para todo el mundo. Vivimos en un mundo donde pocas democracias cuidan a la población. Importan las élites, las ganancias, la macroeconomía, el engaño. Lo nuestro es una cuestión puntual y tenemos que pasar por el tubo.

Q. P. Es un ecosistema que no es el nuestro. Pero no hay otra forma de plantearse estos conciertos de otra forma. Si no lo hacemos así, no hacemos estos conciertos. Es fuerte, pero es así.

P. ¿Cuál fue el hecho diferencial de El Último de la Fila, por qué fueron especiales?

M. G. Veníamos de una España gris y casposa, tras una larga dictadura. Entonces empiezas a tocar la guitarra y te sientes libre y ves un mundo de brillo y placer. Nos metimos en el rock and roll y éramos unos peludos que nos sentíamos libres. Nos conocimos y nos dimos cuenta rápidamente de que la suma de nuestras energías personales y musicales daba un resultado rápido. Canciones como Sara, Lápiz y tinta, Llanto de pasión… Surgían sin mucho esfuerzo. Era una alegría y una fiesta.

Q. P. Era lúdico y con mucho humor. Y todavía sentimos eso, a pesar de nuestra edad provecta. Tenemos una actitud un poco irresponsable aún hoy. La gente nos ve y dice: “Qué les pasa a esos señores”. El humor es lo que nos une. La seducción se basa en el humor. Hay un punto de recuperar una inmadurez que es fantástica, de dejarse de hostias y reírte de lo que da risa, y de lo que no da risa más todavía. Eso se traduce en lo profesional en algo altamente creativo y satisfactorio. Porque es creativo, pero no duele.

Quimi Portet (en el ángulo inferior) y Manolo García en un concierto de El último de la Fila en Madrid, en 1989.

P. Qué ocurre cuando disienten.

Q. P. Tenemos muy pocos momentos de disentimiento, porque el que lo tiene claro lo dice tan vehementemente que el otro ya entiende que no es un diálogo, que es una orden. Y eso es un placer. Eso no se da en muchos colectivos y menos en el mundo de la música.

P. En los noventa, Quimi Portet dijo una frase que me gustaría saber si le parece que sigue vigente: “España es un país de pintores, no de músicos”.

Q. P. Es cierto, sí. Italia es un país de músicos. La música popular actual la inventaron los italianos. Claro que Italia también anda bien de pintores. A los italianos los vamos a dejar aparte, porque hasta nos quitan las novias [risas]. Pero España es un país de pintores, no de músicos. Hay músicos excelentes, pero no es un territorio con una tradición de música popular contemporánea brillante como puede ser Inglaterra, Italia o Estados Unidos.

P. Cómo surgió la fórmula El Último de la Fila, con esa combinación tan original de pop de tradición inglesa, la voz aflamencada, los ritmos árabes…

Q. P. Manolo tuvo mucho contacto con la tradición española, con Joselito, Bambino, Juanito Valderrama… Yo desconocía ese mundo. Mi madre era una snob y para mí la música popular catalana era Otis Redding, Sam and Dave… Yo tenía seis años y no era consciente de que aquello era extranjero. Era música que sonaba todo el día en casa. No entendía las letras, pero me hacían algo fantástico en la mente y en el cuerpo. La simple elección de vocales y consonantes y acentos de Otis Redding me decían cosas, como que la vida iba a ser algo fantástico y que iba a dar besos con lengua a muchas chicas. En la medida en que nuestros grupos iban fracasando [Los Rápidos, Los Burros] y los músicos nos abandonaban nos compramos un magnetofón y comenzamos a grabar como dúo. Y en el momento en que nos quedamos nosotros dos aparece un campo inmenso de nieve sin pisar donde meter las pezuñas a nuestro placer. ¿Antonio Molina al ritmo tribal de Can? Pues perfecto. Ahí apareció una exploración de nuestras inquietudes musicales, sumadas a la risa, al humor y al profundo respeto que nos profesamos, y salió una cosa curiosa: salió Dulces sueños, Lejos de las leyes de los hombres… Que tienen todo: krautrock, pop, cosas morunas…

P. ¿Cómo se puede escribir algo como “dónde estabas entonces cuando tanto te necesité” [parte de la letra de su clásico Insurrección] en un cuarto de baño?

M. G. Por la emergencia. La prontitud viene de la necesidad. Una pared de dos metros yo no la salto ni loco; ahora, si me persigue un toro salto tres metros. Es que nos quedaba una hora de estudio. Quimi estaba en la mesa de sonido, con el bajo, con la guitarra, y yo sumé el minutaje de lo que teníamos [para su segundo disco, Enemigos de lo ajeno -1986-, con el que comenzó su éxito popular] y dije: “Quimi, el disco es muy corto, nos falta una canción”. Y Quimi: “Cómo, no jodas. Qué hacemos ahora”. Nos echaban del estudio, que era uno muy pequeño en Madrid. Era todo muy precario en esa época y éramos unos pringaos. Entonces me acordé: “Quimi, tu tenías un riff muy bonito de guitarra que un día me tocaste en una habitación de hotel de Murcia”. Quimi empezó a tocarlo y sonaba muy guapo. Así que me encerré en el baño a escribir la letra, para estar solo y concentrarme. Y surgió Insurrección.

Portada del segundo disco de El Último de la Fila, 'Enemigos de lo ajeno' (1986), donde se incluyen 'Insurrección', 'Aviones plateados' o 'Mi patria en mis zapatos'.

P. De una vez por todas, ¿de qué trata la letra de Insurrección? Porque existen varias teorías: una de ellas dice que fue una reprimenda a su compañía de discos, ya que no les daban apenas presupuesto para grabar.

M. G. Históricamente las compañías siempre han ido a lo suyo y los enfrentamientos con los artistas eran abundantes. La letra trata de eso, sí.

Q. P. Es una canción muy bonita porque es muy simple. No llega a los tres minutos, como antiguamente era la música pop. Lo dice todo en muy poco tiempo. Solo tiene dos partes. Los acordes son de primero de guitarra; bueno no: de preparatorio de primaria. Son fáciles, simples, elegantes (con perdón). De repente algo muy simple tiene una capacidad de evocación y de emoción increíbles. Y en esa canción se da eso. Pero es algo intangible, porque si no, nos pasaríamos la vida componiendo canciones de dos minutos en Do mayor y el Fa.

Concierto de El Último de la Fila en noviembre de 1995.

P. ¿Ha cambiado el mundo de la música a peor o a mejor?

M. G. En general, la propuesta ahora es mucho más frívola, más lúdicamente hueca, salvo honrosas excepciones. Claro que hay autores que tienen una propuesta reivindicativa, participativa, de reflexión, de empuje. Pero en general la industria ha derivado hacia el consumo rápido, de usar y tirar. Y el consumo de la población igual, porque hay mucha diversificación del consumo de ocio y todo es panpan [mueve la mano indicando rapidez]. Y no digamos ya llevar millones de canciones en el móvil. Ya no existe ese amor a un disco, a un Rumours [álbum de Fleetwood Mac] o un Hotel California [de The Eagles], o un disco de Aute o de Serrat. Esa posibilidad la han alejado de nosotros, porque parece ser que piensan que no es interesante, que lo interesante es que la gente esté atontolinada. Creo que ha ido a peor. Hay cosas buenas, pero… Se ve, por ejemplo, cuando vuelve Oasis y hay ese furor. Eso es porque la gente quiere canciones, quiere pasión, quiere corazón… No quiere vacuidad: lo que importa es que tengas móvil, redes, y que estén todos atontolinados con los TikTok y las chorradas. La gente está harta de los vídeos de gatitos, la gente necesita vida real, porque es lo único que tenemos. Lo otro que se lo metan por el orto, como dicen en Argentina.

Q. P. Yo creo que en la música popular cada generación intenta ser lo más irritadora posible con la anterior. O sea, el rock era altamente irritante para los padres de los peludos. Pero después llegaron los de la new wave con los sintetizadores e irritaban muchísimo a los rockeros… Hay que aceptar que somos ahora de una edad altamente irritable.

M. G. Pues fíjate que en todo eso que estás diciendo hay un componente común a todos esas corrientes y es la reivindicación, la lucha, el oponerte al sistema político. Y ahora está bastante anulado, aplacado. Esa es la diferencia con los tiempos pasados.

 Feed MRSS-S Noticias

Noticias Similares