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El hábito hace al monje

La indumentaria es un auxiliar de la ciencia histórica, la forma de vestir revela la personalidad del personaje, explica su conexión con la realidad que le rodea. Durante la Revolución Francesa, en la primera etapa, cuando se pretendía hacer la Revolución con el rey y Luís XVI seguía en el trono, se presentó ante el monarca un nuevo ministro del Interior que era hombre de extracción burguesa y no llevaba hebillas de plata en los zapatos, como era preceptivo para los cortesanos.

«¡Ya todo está perdido!», comentó un aristócrata al contemplar horrorizado semejante falta al protocolo. Y diez meses después le cortaron la cabeza en la guillotina al rey Luis XVI, degradado a «ciudadano Capeto». Precisamente los partidarios más radicales de la Revolución, los que paseaban por las calles las cabezas de nobles pinchadas en sus picas, se llamaron «sans-culottes», que en francés quiere decir literalmente «sin calzones», porque la aristocracia vestía calzón corto, mientras que el pueblo llevaba pantalones.

Pero demos un salto de más de un siglo, de la Revolución Francesa de 1789 a la conmoción que sufrió Gran Bretaña en 1924, cuando todos creyeron que había llegado la hora de la Revolución Inglesa porque los laboristas alcanzaron el poder y su líder, Ramsay MacDonald, fue nombrado primer ministro. Actualmente, se contempla a los laboristas británicos como una fuerza política social-demócrata, casi más de centro que de izquierda. Pero en la segunda década del siglo XX la opinión pública británica les veía, y ellos mismos se consideraban, la encarnación británica de los bolcheviques soviéticos. 

«La cosecha de tantas generaciones de sufrimientos y martirio ha sido al fin recogida, es la Bandera Roja que ondea sobre el Palacio Imperial en San Petersburgo», dijo tras la caída del zarismo en 1917 Ramsay MacDonald, líder del Partido Laborista, en la abarrotada sala de conciertos Albert Hall de Londres, donde se celebró la fiesta laborista por el triunfo de la revolución rusa.

La identificación de las masas obreras británicas con el poder soviético era tan fuerte que el rey Jorge V se negó a dar asilo a su querido primo, el zar Nicolás II, por miedo a que eso desencadenara la revolución en Inglaterra. Ese miedo supondría, por cierto, la muerte de Nicolás II y toda la Familia Imperial, asesinados por los bolcheviques.

Para el establishment británico no había realmente diferencia entre los laboristas y los bolcheviques que habían implantado la dictadura del proletariado en Rusia. El Civil Service, la burocracia profesional que, hasta muy alto nivel, hacía –y hace- funcionar los ministerios independientemente del partido que gobierne, tomó medidas para boicotear las órdenes del nuevo primer ministro. El servicio secreto, el famoso Intelligence Service, fue más lejos. Se organizó para pasar a la clandestinidad e iniciar una guerra subversiva contra el gobierno bolchevique de Red Mac (el Rojo Mac), como apodaban a MacDonald.

Red Mac era en efecto un ave rara en el mundo de la alta política británica. Era un escocés hijo ilegítimo de un granjero y una criada, a los 15 años se puso a trabajar, no tenía estudios superiores, no había ido jamás a la universidad, pero desde los 19 años fue un agitador político en diversas organizaciones de la izquierda radical. En 1911 se había convertido en líder del Partido Laborista. Era un animal político de verbo incendiario que muchos considerarían un oportunista.

La costumbre, que en el Reino Unido hace de Constitución, es que tras unas elecciones o una moción de censura, el monarca llame al jefe político que tiene más bazas para ser respaldado como primer ministro en el Parlamento y le encargue formar gobierno. El 22 de enero de 1924, Jorge V no tuvo más remedio que llamar a MacDonald, tras la perdida de una moción de confianza del primer ministro conservador. Por primera vez el rey iba a recibir en palacio a un rojo, a un líder obrero. Pero el rojo apareció transmutado en un auténtico gentleman, luciendo con insólita prestancia la levita, el pantalón rallado y el sombrero de copa.

«La levita lo dice todo»

La crónica parlamentaria que el prestigioso diario The Guardian publicó al día siguiente explica lo inexplicable, cómo el país pasó de la inquietud prerrevolucionaria a la tranquilidad, tal cual cuadra con la flema británica: «… Uno podría verse tentado a decir que la única señal externa del cambio de gobierno en la breve sesión de hoy de la Cámara de los Comunes fue la levita del Sr. Ramsay MacDonald, una prenda rara vez vista hoy en día, incluso en Westminster… La levita lo decía todo… Ni una sola sílaba escapó de los labios del nuevo primer ministro durante toda la sesión, pero verlo con su significativo atuendo fue suficiente».

Imagen
El laborista Ramsay MacDonald, el Rojo Mac, con «traje de Corte» y espada al cinto.

Ramsay MacDonald había aceptado las reglas del juego, no quería hacer la revolución, no pretendía derrocar la monarquía, solamente quería gobernar la primera potencia del mundo, lo que haría en dos etapas diferentes. E inmediatamente se adaptó a los usos del establishment británico, se convirtió en un dandy, e incluso llevaba con soltura el obsoleto «traje de Corte», con bicornio emplumado y espada al cinto. El rey lo invitaba en vacaciones al castillo de Balmoral y, sarcasmos de la Historia, se alojaba en la habitación que en otro tiempo había sido del «primo Nicky», es decir, el zar Nicolás II, al que las amenazas de Red Mac había impedido encontrar refugio en Inglaterra y salvarse del asesinato.

Pero la Historia es complicada y raramente se rige por reglas exactas. Lo que aquí y ahora significa una cosa, quiere decir la contraria en otro contexto. Dos años antes de que se formara el primer gobierno laborista en Gran Bretaña, Italia, o habría que decir el mundo, tuvo el primer gobierno fascista de la Historia.

El fascismo era una ideología política nueva que había inventado un agitador socialista llamado Benito Mussolini. Su nacimiento formal fue el 9 de noviembre de 1921, cuando Mussolini fundó en Italia el Partido Nacional Fascista. Antes de cumplir un año, el 28 de octubre de 1922, Mussolini inició un golpe de Estado, un asalto al poder lanzando a sus milicias hacia la capital en la Marcha sobre Roma. Empresarios y terratenientes le dieron 20 millones de liras para sufragar el golpe, pero la Marcha sobre Roma fue una farsa. Resulta que los poderes fácticos, el capital, el rey y la Iglesia Católica, a la que había prometido devolverle la soberanía de un Estado Pontificio -el Vaticano- estaban de acuerdo en entregarle el poder, viendo en Mussolini un seguro frente a la amenaza comunista, que era lo que aterrorizaba a las clases medias y altas y a los católicos.

Para tranquilizar a esa clientela, el antiguo socialista que era Mussolini se presentó ante el rey para recibir el encargo de gobierno vestido con levita, chistera e incluso botines blancos sobre los zapatos. Era la misma jugada que luego haría Ramsay MacDonald en Londres, pero no significaba que aceptase las reglas del juego democrático, como hizo Red Mac. Aunque el primer gobierno de Mussolini fue una coalición nacional con todos los partidos burgueses, poco a poco fue arrinconando a sus socios y acaparando poder. En 1924 introdujo una ley electoral abusiva para favorecer a los fascistas, y luego empezó el acoso de los diputados de oposición, que culminaron con el asesinato del socialista Matteoti. Al año siguiente diría: «Si el fascismo es una asociación de malhechores, el jefe soy yo», e implantó la dictadura. A partir de entonces siempre se le vio con uniforme militar y puñal al cinto.

Mussolini e il Re: vent'anni di "cordiale" odio reciproco - il Giornale
Mussolini se presenta ante el rey con levita y botines blancos.

Adolf Hitler consideraba a Mussolini su maestro. No necesitó hacer una Marcha sobre Berlín para que le encargasen formar gobierno, pero los poderes fácticos de Alemania recurrieron a él por las mismas razones, para que frenase el comunismo. Al igual que Mussolini comenzaría formando un gobierno de coalición con los partidos burgueses, y al igual que el italiano, se revistió con la indumentaria de la burguesía, la levita y la chistera en los actos oficiales, el frac en las recepciones… Pero ya se sabe cómo terminó aquello.

 La indumentaria es un auxiliar de la ciencia histórica, la forma de vestir revela la personalidad del personaje, explica su conexión con la realidad que le  

La indumentaria es un auxiliar de la ciencia histórica, la forma de vestir revela la personalidad del personaje, explica su conexión con la realidad que le rodea. Durante la Revolución Francesa, en la primera etapa, cuando se pretendía hacer la Revolución con el rey y Luís XVI seguía en el trono, se presentó ante el monarca un nuevo ministro del Interior que era hombre de extracción burguesa y no llevaba hebillas de plata en los zapatos, como era preceptivo para los cortesanos.

«¡Ya todo está perdido!», comentó un aristócrata al contemplar horrorizado semejante falta al protocolo. Y diez meses después le cortaron la cabeza en la guillotina al rey Luis XVI, degradado a «ciudadano Capeto». Precisamente los partidarios más radicales de la Revolución, los que paseaban por las calles las cabezas de nobles pinchadas en sus picas, se llamaron «sans-culottes», que en francés quiere decir literalmente «sin calzones», porque la aristocracia vestía calzón corto, mientras que el pueblo llevaba pantalones.

Pero demos un salto de más de un siglo, de la Revolución Francesa de 1789 a la conmoción que sufrió Gran Bretaña en 1924, cuando todos creyeron que había llegado la hora de la Revolución Inglesa porque los laboristas alcanzaron el poder y su líder, Ramsay MacDonald, fue nombrado primer ministro. Actualmente, se contempla a los laboristas británicos como una fuerza política social-demócrata, casi más de centro que de izquierda. Pero en la segunda década del siglo XX la opinión pública británica les veía, y ellos mismos se consideraban, la encarnación británica de los bolcheviques soviéticos. 

«La cosecha de tantas generaciones de sufrimientos y martirio ha sido al fin recogida, es la Bandera Roja que ondea sobre el Palacio Imperial en San Petersburgo», dijo tras la caída del zarismo en 1917 Ramsay MacDonald, líder del Partido Laborista, en la abarrotada sala de conciertos Albert Hall de Londres, donde se celebró la fiesta laborista por el triunfo de la revolución rusa.

La identificación de las masas obreras británicas con el poder soviético era tan fuerte que el rey Jorge V se negó a dar asilo a su querido primo, el zar Nicolás II, por miedo a que eso desencadenara la revolución en Inglaterra. Ese miedo supondría, por cierto, la muerte de Nicolás II y toda la Familia Imperial, asesinados por los bolcheviques.

Para el establishment británico no había realmente diferencia entre los laboristas y los bolcheviques que habían implantado la dictadura del proletariado en Rusia. El Civil Service, la burocracia profesional que, hasta muy alto nivel, hacía –y hace- funcionar los ministerios independientemente del partido que gobierne, tomó medidas para boicotear las órdenes del nuevo primer ministro. El servicio secreto, el famoso Intelligence Service, fue más lejos. Se organizó para pasar a la clandestinidad e iniciar una guerra subversiva contra el gobierno bolchevique de Red Mac (el Rojo Mac), como apodaban a MacDonald.

Red Mac era en efecto un ave rara en el mundo de la alta política británica. Era un escocés hijo ilegítimo de un granjero y una criada, a los 15 años se puso a trabajar, no tenía estudios superiores, no había ido jamás a la universidad, pero desde los 19 años fue un agitador político en diversas organizaciones de la izquierda radical. En 1911 se había convertido en líder del Partido Laborista. Era un animal político de verbo incendiario que muchos considerarían un oportunista.

La costumbre, que en el Reino Unido hace de Constitución, es que tras unas elecciones o una moción de censura, el monarca llame al jefe político que tiene más bazas para ser respaldado como primer ministro en el Parlamento y le encargue formar gobierno. El 22 de enero de 1924, Jorge V no tuvo más remedio que llamar a MacDonald, tras la perdida de una moción de confianza del primer ministro conservador. Por primera vez el rey iba a recibir en palacio a un rojo, a un líder obrero. Pero el rojo apareció transmutado en un auténtico gentleman, luciendo con insólita prestancia la levita, el pantalón rallado y el sombrero de copa.

La crónica parlamentaria que el prestigioso diario The Guardian publicó al día siguiente explica lo inexplicable, cómo el país pasó de la inquietud prerrevolucionaria a la tranquilidad, tal cual cuadra con la flema británica: «… Uno podría verse tentado a decir que la única señal externa del cambio de gobierno en la breve sesión de hoy de la Cámara de los Comunes fue la levita del Sr. Ramsay MacDonald, una prenda rara vez vista hoy en día, incluso en Westminster… La levita lo decía todo… Ni una sola sílaba escapó de los labios del nuevo primer ministro durante toda la sesión, pero verlo con su significativo atuendo fue suficiente».

Imagen
El laborista Ramsay MacDonald, el Rojo Mac, con «traje de Corte» y espada al cinto.

Ramsay MacDonald había aceptado las reglas del juego, no quería hacer la revolución, no pretendía derrocar la monarquía, solamente quería gobernar la primera potencia del mundo, lo que haría en dos etapas diferentes. E inmediatamente se adaptó a los usos del establishment británico, se convirtió en un dandy, e incluso llevaba con soltura el obsoleto «traje de Corte», con bicornio emplumado y espada al cinto. El rey lo invitaba en vacaciones al castillo de Balmoral y, sarcasmos de la Historia, se alojaba en la habitación que en otro tiempo había sido del «primo Nicky», es decir, el zar Nicolás II, al que las amenazas de Red Mac había impedido encontrar refugio en Inglaterra y salvarse del asesinato.

Pero la Historia es complicada y raramente se rige por reglas exactas. Lo que aquí y ahora significa una cosa, quiere decir la contraria en otro contexto. Dos años antes de que se formara el primer gobierno laborista en Gran Bretaña, Italia, o habría que decir el mundo, tuvo el primer gobierno fascista de la Historia.

El fascismo era una ideología política nueva que había inventado un agitador socialista llamado Benito Mussolini. Su nacimiento formal fue el 9 de noviembre de 1921, cuando Mussolini fundó en Italia el Partido Nacional Fascista. Antes de cumplir un año, el 28 de octubre de 1922, Mussolini inició un golpe de Estado, un asalto al poder lanzando a sus milicias hacia la capital en la Marcha sobre Roma. Empresarios y terratenientes le dieron 20 millones de liras para sufragar el golpe, pero la Marcha sobre Roma fue una farsa. Resulta que los poderes fácticos, el capital, el rey y la Iglesia Católica, a la que había prometido devolverle la soberanía de un Estado Pontificio -el Vaticano- estaban de acuerdo en entregarle el poder, viendo en Mussolini un seguro frente a la amenaza comunista, que era lo que aterrorizaba a las clases medias y altas y a los católicos.

Para tranquilizar a esa clientela, el antiguo socialista que era Mussolini se presentó ante el rey para recibir el encargo de gobierno vestido con levita, chistera e incluso botines blancos sobre los zapatos. Era la misma jugada que luego haría Ramsay MacDonald en Londres, pero no significaba que aceptase las reglas del juego democrático, como hizo Red Mac. Aunque el primer gobierno de Mussolini fue una coalición nacional con todos los partidos burgueses, poco a poco fue arrinconando a sus socios y acaparando poder. En 1924 introdujo una ley electoral abusiva para favorecer a los fascistas, y luego empezó el acoso de los diputados de oposición, que culminaron con el asesinato del socialista Matteoti. Al año siguiente diría: «Si el fascismo es una asociación de malhechores, el jefe soy yo», e implantó la dictadura. A partir de entonces siempre se le vio con uniforme militar y puñal al cinto.

Mussolini e il Re: vent'anni di "cordiale" odio reciproco - il Giornale
Mussolini se presenta ante el rey con levita y botines blancos.

Adolf Hitler consideraba a Mussolini su maestro. No necesitó hacer una Marcha sobre Berlín para que le encargasen formar gobierno, pero los poderes fácticos de Alemania recurrieron a él por las mismas razones, para que frenase el comunismo. Al igual que Mussolini comenzaría formando un gobierno de coalición con los partidos burgueses, y al igual que el italiano, se revistió con la indumentaria de la burguesía, la levita y la chistera en los actos oficiales, el frac en las recepciones… Pero ya se sabe cómo terminó aquello.

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