«El demonio» quiso asesinar a Pi y Margall

Hoy vamos con un intento frustrado de magnicidio. Tas los episodios dedicados a los asesinatos de Cánovas y del general Prim, el que vamos a contar hoy tuvo un final feliz para la víctima, y no tanto para el asesino. Es más, como veréis, tuvo su parte cómica. Hablamos del asesinato de Francisco Pi y Margall a manos de un tipo llamado «El demonio».

Nos situamos en la España de mayo de 1874. El año anterior había sido el más convulso de la historia de España hasta el momento, con un cambio de régimen de la Monarquía a la República, y cinco gobiernos; uno de ellos, entre junio y julio de 1873, fue el de Francisco Pi y Margall, nacido en Barcelona, aunque afincado en Madrid desde la década de 1840, que sostenía un socialismo federal proceden del francés Pierre-Joseph Proudhon. Su fórmula para España era la federal, que se conseguiría, estuvo diciendo desde 1868, de abajo arriba, desde el más pequeño pueblo hasta la reconstrucción de la nación, a través de una revolución que impusiera el pacto sinalagmático, conmutativo y bilateral. Era una fórmula utópica irrealizable para la España real y constituida, pero que movilizaba a algunos segmentos de las capas populares, siempre dispuestos a la revolución contra sus compatriotas.

El caso es que el gobierno de Pi y Margall fue un desastre. Llegó a la presidencia el 18 de junio tras la dimisión de Estanislao Figueras, pero es que antes, el 23 de abril, había dado un golpe de Estado al disolver por la fuerza la Comisión Permanente de las Cortes y la Asamblea Nacional. Sin embargo, cuando Pi y Margall fue elegido presidente y no permitió la federación de abajo arriba, los federales de provincias prepararon el alzamiento cantonal. Pi no quiso enfrentarse a los cantonales. Les hizo lo que llamó «guerra telegráfica» porque pensaba que si enviaba al Ejército para poner orden, el partido federal se quedaría sin su apoyo popular, que era su única fuerza. Grave error, porque no impidió la rebelión cantonal que metió otra guerra en España junto a la que se libraba en Cuba y la carlista. Fracasado, Pi y Margall dimitió el 18 de julio de 1873.

Luego vinieron otras dos presidencias, el golpe de Estado de Pavía en la madrugada del 3 de enero, y la República de Serrano. Los primeros meses de aquel 1874, Pi y Margall se dedicó a escribir la historia de su gobierno y a construir el partido federal. Mientras, en las calles de Madrid se vitoreaba al general Pavía, se festejaba el fin de la rebelión cantonal, y crecían los partidarios de la restauración de los Borbones. Las obras que se representaban en los teatros madrileños parecían premonitorias: en el teatro Apolo, «No matéis al alcalde», y en el teatro Romea, «Nadie se muere hasta que Dios quiere».

A primera hora de la mañana del 3 de mayo de 1874, el Demonio se presentó en el domicilio de Pi y Margall, en el número 2 de la calle Preciados de Madrid. Era una vivienda grande, en un lugar céntrico muy propicio para recibir a los amigos políticos. Pi vivía con su mujer y sus tres hijos, que ese día habían salido con su tío Joaquín. Le asistían dos criadas. A pesar de haber sido ministro y Presidente de la República, nadie guardaba su casa ni su persona. Cualquiera podía acceder a ella, incluido un asesino de nombre tan truculento como «El demonio».

No se sabe el nombre del asesino, tan solo su apodo: «El demonio». Era un presbítero nacido en Orense en la década de 1840, de ideología carlista. Al parecer frecuentaba extrañas sociedades secretas donde anunció a bombo y platillo que tenía el propósito de asesinar a Francisco Pi y Margall. Nadie debió hacerle caso, y menos en 1874.

«El demonio» había rondado varios días el portal, pero sin atreverse a más. El 3 de mayo llamó a la puerta. Le abrió una criada. El demonio no vestía el hábito de sacerdote, sino una chaqueta de paño y una gorra de pana. El motivo fingido era que deseaba obtener una recomendación para el ministerio de Gracia y Justicia. Le acomodaron en una sala, y esperó varias horas a ser atendido. Ya eran las doce. Las criadas pasaron al comedor a servir el almuerzo. Llegado el momento, en plena comida, Pi fue informado de la razón de aquella visita. Parecía la típica escena de la empleomanía española. El expresidente no le conocía de nada, y sin verle firmó la recomendación.

En ese momento el Demonio irrumpió en el comedor donde almorzaba el federal, y dijo: «¡Ahora va Vd. a dejar de vivir: Ave María purísima!». Sacó un revólver, apuntó a la cabeza de Pi y Margall y disparó. El proyectil se incrustó en la pared. Pi se tiró al suelo. Las criadas comenzaron a gritar por las ventanas. «El demonio» dio un salto para acercarse y volvió a disparar. Falló. Pi levantó la cabeza, se incorporó y tomó la puerta del comedor para cerrarla. El agresor fue por el pasillo para entrar por otra puerta. El expresidente de la República, aquel que comandara todas las fuerzas de orden público, se dio cuenta de la maniobra y corrió para trabar la otra entrada. No le dio tiempo: «El demonio» consiguió meter el revólver por un resquicio. Forcejearon. El presbítero volvió a disparar sin éxito. Fue entonces cuando comenzaron a oírse las voces de los vecinos que se acercaban y del gentío curioso que se agolpaba en la calle. «El demonio» entendió su fracaso, acercó el revólver a su sien derecha, y se descerrajó un tiro.

Los primeros en llegar fueron la policía y las autoridades judiciales. El cadáver de «El demonio» yacía en el pasillo, en una postura imposible, con la cabeza sobre un charco de sangre. Portaba una cédula de vecindad de Orense en la que decía ser presbítero. Entre sus papeles había una certificación médica de un manicomio de Valencia por haber padecido enajenación mental, algo que evidentemente no superó.

Al poco tiempo, apareció el gobernador de Madrid, el conservador José Luis Albareda. Enseguida llegaron los amigos y correligionarios de la víctima; entre ellos los expresidentes Salmerón y Figueras. Pi y Margall no se alteró en exceso. Era famosa su frialdad; no en vano, el propio Nicolás Salmerón le denominó, no sin cierta sorna, “el hombre de mármol”. Al día siguiente, el expresidente continuó sus tareas cotidianas.

La prensa no le dedicó gran espacio, en parte por la censura a la libertad de expresión impuesta por la dictadura del general Serrano. La noticia ocupó la mitad de una columna en la tercera página (de cuatro) de La Correspondencia de España, el diario de mayor tirada del país, y de La Iberia, afecto a Sagasta. El conservador La Época destiló una ironía castiza en el relato, mientras que el serranista La Política habló de suceso «trágico y misterioso». La Discusión, órgano de Castelar, rival encarnecido de Pi y Margall, le dedicó al asunto un suelto en una página pérdida. De «El demonio» , -‘O Demo’, como le llamaban en su pueblo-, no se supo más. El caso quedó bajo secreto de sumario, y el país se dedicó a cosas más importantes.

Por cierto, Juan del Sarto, un escritor de comienzos del siglo XX, publicó el 12 de julio de 1930, en la serie La novela política, el cuento titulado El Demonio intenta asesinar a Pi y Margall, que hemos tomado para este podcast de Historia Canalla. Juan del Sarto acababa su relato escribiendo: «Y, efectivamente, mientras don Francisco Pi y Margall quedaba en el mundo para bien de sus puros ideales republicanos y para honra de España, allí estaba el Demonio espantosamente triste –ahora más triste que nunca- mientras no se personaba en el lugar del suceso la Justicia, oliendo a muerto».

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 Hoy vamos con un intento frustrado de magnicidio. Tas los episodios dedicados a los asesinatos de Cánovas y del general Prim, el que vamos a contar  

Hoy vamos con un intento frustrado de magnicidio. Tas los episodios dedicados a los asesinatos de Cánovas y del general Prim, el que vamos a contar hoy tuvo un final feliz para la víctima, y no tanto para el asesino. Es más, como veréis, tuvo su parte cómica. Hablamos del asesinato de Francisco Pi y Margall a manos de un tipo llamado «El demonio».

Nos situamos en la España de mayo de 1874. El año anterior había sido el más convulso de la historia de España hasta el momento, con un cambio de régimen de la Monarquía a la República, y cinco gobiernos; uno de ellos, entre junio y julio de 1873, fue el de Francisco Pi y Margall, nacido en Barcelona, aunque afincado en Madrid desde la década de 1840, que sostenía un socialismo federal proceden del francés Pierre-Joseph Proudhon. Su fórmula para España era la federal, que se conseguiría, estuvo diciendo desde 1868, de abajo arriba, desde el más pequeño pueblo hasta la reconstrucción de la nación, a través de una revolución que impusiera el pacto sinalagmático, conmutativo y bilateral. Era una fórmula utópica irrealizable para la España real y constituida, pero que movilizaba a algunos segmentos de las capas populares, siempre dispuestos a la revolución contra sus compatriotas.

El caso es que el gobierno de Pi y Margall fue un desastre. Llegó a la presidencia el 18 de junio tras la dimisión de Estanislao Figueras, pero es que antes, el 23 de abril, había dado un golpe de Estado al disolver por la fuerza la Comisión Permanente de las Cortes y la Asamblea Nacional. Sin embargo, cuando Pi y Margall fue elegido presidente y no permitió la federación de abajo arriba, los federales de provincias prepararon el alzamiento cantonal. Pi no quiso enfrentarse a los cantonales. Les hizo lo que llamó «guerra telegráfica» porque pensaba que si enviaba al Ejército para poner orden, el partido federal se quedaría sin su apoyo popular, que era su única fuerza. Grave error, porque no impidió la rebelión cantonal que metió otra guerra en España junto a la que se libraba en Cuba y la carlista. Fracasado, Pi y Margall dimitió el 18 de julio de 1873.

Luego vinieron otras dos presidencias, el golpe de Estado de Pavía en la madrugada del 3 de enero, y la República de Serrano. Los primeros meses de aquel 1874, Pi y Margall se dedicó a escribir la historia de su gobierno y a construir el partido federal. Mientras, en las calles de Madrid se vitoreaba al general Pavía, se festejaba el fin de la rebelión cantonal, y crecían los partidarios de la restauración de los Borbones. Las obras que se representaban en los teatros madrileños parecían premonitorias: en el teatro Apolo, «No matéis al alcalde», y en el teatro Romea, «Nadie se muere hasta que Dios quiere».

A primera hora de la mañana del 3 de mayo de 1874, el Demonio se presentó en el domicilio de Pi y Margall, en el número 2 de la calle Preciados de Madrid. Era una vivienda grande, en un lugar céntrico muy propicio para recibir a los amigos políticos. Pi vivía con su mujer y sus tres hijos, que ese día habían salido con su tío Joaquín. Le asistían dos criadas. A pesar de haber sido ministro y Presidente de la República, nadie guardaba su casa ni su persona. Cualquiera podía acceder a ella, incluido un asesino de nombre tan truculento como «El demonio».

No se sabe el nombre del asesino, tan solo su apodo: «El demonio». Era un presbítero nacido en Orense en la década de 1840, de ideología carlista. Al parecer frecuentaba extrañas sociedades secretas donde anunció a bombo y platillo que tenía el propósito de asesinar a Francisco Pi y Margall. Nadie debió hacerle caso, y menos en 1874.

«El demonio» había rondado varios días el portal, pero sin atreverse a más. El 3 de mayo llamó a la puerta. Le abrió una criada. El demonio no vestía el hábito de sacerdote, sino una chaqueta de paño y una gorra de pana. El motivo fingido era que deseaba obtener una recomendación para el ministerio de Gracia y Justicia. Le acomodaron en una sala, y esperó varias horas a ser atendido. Ya eran las doce. Las criadas pasaron al comedor a servir el almuerzo. Llegado el momento, en plena comida, Pi fue informado de la razón de aquella visita. Parecía la típica escena de la empleomanía española. El expresidente no le conocía de nada, y sin verle firmó la recomendación.

En ese momento el Demonio irrumpió en el comedor donde almorzaba el federal, y dijo: «¡Ahora va Vd. a dejar de vivir: Ave María purísima!». Sacó un revólver, apuntó a la cabeza de Pi y Margall y disparó. El proyectil se incrustó en la pared. Pi se tiró al suelo. Las criadas comenzaron a gritar por las ventanas. «El demonio» dio un salto para acercarse y volvió a disparar. Falló. Pi levantó la cabeza, se incorporó y tomó la puerta del comedor para cerrarla. El agresor fue por el pasillo para entrar por otra puerta. El expresidente de la República, aquel que comandara todas las fuerzas de orden público, se dio cuenta de la maniobra y corrió para trabar la otra entrada. No le dio tiempo: «El demonio» consiguió meter el revólver por un resquicio. Forcejearon. El presbítero volvió a disparar sin éxito. Fue entonces cuando comenzaron a oírse las voces de los vecinos que se acercaban y del gentío curioso que se agolpaba en la calle. «El demonio» entendió su fracaso, acercó el revólver a su sien derecha, y se descerrajó un tiro.

Los primeros en llegar fueron la policía y las autoridades judiciales. El cadáver de «El demonio» yacía en el pasillo, en una postura imposible, con la cabeza sobre un charco de sangre. Portaba una cédula de vecindad de Orense en la que decía ser presbítero. Entre sus papeles había una certificación médica de un manicomio de Valencia por haber padecido enajenación mental, algo que evidentemente no superó.

Al poco tiempo, apareció el gobernador de Madrid, el conservador José Luis Albareda. Enseguida llegaron los amigos y correligionarios de la víctima; entre ellos los expresidentes Salmerón y Figueras. Pi y Margall no se alteró en exceso. Era famosa su frialdad; no en vano, el propio Nicolás Salmerón le denominó, no sin cierta sorna, “el hombre de mármol”. Al día siguiente, el expresidente continuó sus tareas cotidianas.

La prensa no le dedicó gran espacio, en parte por la censura a la libertad de expresión impuesta por la dictadura del general Serrano. La noticia ocupó la mitad de una columna en la tercera página (de cuatro) de La Correspondencia de España, el diario de mayor tirada del país, y de La Iberia, afecto a Sagasta. El conservador La Época destiló una ironía castiza en el relato, mientras que el serranista La Política habló de suceso «trágico y misterioso». La Discusión, órgano de Castelar, rival encarnecido de Pi y Margall, le dedicó al asunto un suelto en una página pérdida. De «El demonio» , -‘O Demo’, como le llamaban en su pueblo-, no se supo más. El caso quedó bajo secreto de sumario, y el país se dedicó a cosas más importantes.

Por cierto, Juan del Sarto, un escritor de comienzos del siglo XX, publicó el 12 de julio de 1930, en la serie La novela política, el cuento titulado El Demonio intenta asesinar a Pi y Margall, que hemos tomado para este podcast de Historia Canalla. Juan del Sarto acababa su relato escribiendo: «Y, efectivamente, mientras don Francisco Pi y Margall quedaba en el mundo para bien de sus puros ideales republicanos y para honra de España, allí estaba el Demonio espantosamente triste –ahora más triste que nunca- mientras no se personaba en el lugar del suceso la Justicia, oliendo a muerto».

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