El Azkena Rock Festival cierra una edición más ecléctica de lo habitual

Tuvo cierta gracia que los elementos parecieran confabularse para que el Azkena Rock Festival (ARF), que se ha celebrado de jueves a sábado en Vitoria-Gasteiz, fuera lo más incómodo posible. Empezó con sol abrasador y terminó con lluvia helada. Así todo el mundo puede quejarse por algo. Pero incluso en esas circunstancias la organización cifraba en 47.000 las visitas totales al recinto, alrededor de 15.000 espectadores por día. Un año más, y ya van 23 nada menos, el certamen ha demostrado que tiene una parroquia fiel y sufrida, el sueño de cualquier organizador de festivales.

Seguir leyendo

 La cita reúne a 47.000 personas durante tres días en Vitoria para ver a Manic Street Preachers y Flaming Lips, entre otros  

Tuvo cierta gracia que los elementos parecieran confabularse para que el Azkena Rock Festival (ARF), que se ha celebrado de jueves a sábado en Vitoria-Gasteiz, fuera lo más incómodo posible. Empezó con sol abrasador y terminó con lluvia helada. Así todo el mundo puede quejarse por algo. Pero incluso en esas circunstancias la organización cifraba en 47.000 las visitas totales al recinto, alrededor de 15.000 espectadores por día. Un año más, y ya van 23 nada menos, el certamen ha demostrado que tiene una parroquia fiel y sufrida, el sueño de cualquier organizador de festivales.

Lo mejor que se puede decir del cartel de este año es que fue equilibrado, que no es poco. No estaría mal que algún año el ARF apostará más por el presente que por el pasado, después de años de vagar como en alma en pena. El rock, ese género paraguas bajo el que cabe casi todo, empieza a levantar cabeza, hay nuevos artistas con entidad y discurso, y si el festival quiere ser relevante en algún momento debería hacerse eco de ello. Pero los veteranos, el núcleo sobre el que se construye el Azkena cumplieron con nota y eso no siempre ha sido así.

Empezó fuerte esta edición. El jueves suele ser poco más que una toma de contacto, pero en 2025 había más público que nunca, atraídos quizás por un cartel más sólido de lo habitual en la primera jornada. Estaban Buzzcocks, más bien lo que queda de ellos, que es poco, pero bueno, mira, su repertorio es estupendo y actuaban a las siete de la tarde. Ni tan mal. Melissa Etheridge, veterana cantautora de Kansas, fue energética y voluntariosa, su directo fue de menos a más y convenció a muchos que habían ido para ver si era verdad un rumor que circulaba por el recinto: que Bruce Springsteen iba a aparecer como artista invitado. “Ha aterrizado hace un rato en Donosti”, comentaban algunos como prueba irrefutable de que iba a pasar algo que, por supuesto, no pasó.

Da igual, estas cosas tan tiernas, como de patio de vecinos, son las que hacen del ARF algo especial. Más en estos tiempos en los que parece que cualquier cosa que no llene dos estadios de fútbol es casi underground. Y entre toda la gente que pasó por el festival durante el fin de semana no hubiéramos hecho ni un Metropolitano. Ni falta que hace. Que esto no se entienda como una crítica. Los tiempos que corren han convertido al Azkena en un festival boutique. Vivir para ver.

The Flaming Lips durante su concierto en la última jornada del Azkena Rock de Vitoria.

Volviendo a lo que sí pasó. Lo de Dinosaur Jr. del jueves fue el desastre más maravilloso del año. La idea sonaba fenomenal: la formación original, esa que hubo una época en la que no se podía ni ver, celebrando el 30 aniversario de Without a Sound, su disco más popular. Lo alucinante es que llevan haciendo esto meses y en Vitoria parecía que no se sabían el disco. El líder, J. Mascis, es el rey de la desgana, el príncipe de “me da igual todo” y el marqués del barullo. Ellos dijeron que iban a tocar el disco entero y lo hicieron. En el mismo orden, sin mostrar ningún interés y con Mascis desafinando como un mapache que se hubiera pillado los testículos con un cajón. Como no recordaba las letras se las sacaban en paneles de un metro de largo. La presbicia, amigos. En muchos momentos la voz parecía estar en Burgos, el bajo de Lou Barlow en Murcia y Murph, el batería, actuaba como si no fuera con él lo de darle coherencia a ese follón. De tan bestialmente impreciso era estupendo. Tan fascinante como ver vídeos de caídas en YouTube. Hubo un puñado de ocasionales momentos de increíble brillantez cuando, a veces parecía que por error, tocaban la misma canción los tres. Viéndoles es fácil empatizar con ese aburrimiento que causa la perfección, ese cansancio de hacer las cosas bien, esa pereza de preocuparse por los detalles. Tú tira y que salga como dios quiera. Si sale bien, estupendo. Si no, a ver si con la siguiente hay más suerte. Un diez. Tras este fenómeno de la naturaleza lo de Lee Rocker, el bajista de los Stray Cats, fue tan agradable como darse una ducha fresquita después de una sauna. Un repaso canónico de algunos de los temas más populares de su banda y de clásicos del rockabilly. Como cierre, impecable.

El viernes no hubo sorpresas si exceptuamos el pequeño detalle de que el incendio de una empresa de Vitoria hizo que durante varias horas desde prácticamente cualquier punto de la ciudad se viera en el cielo una enorme nube de humo negro y parecía que se habían abierto las puertas del infierno. En el recinto todo transcurrió como se esperaba. Los PIL de John Lydon siempre han sido una buena idea con un desarrollo no tan bueno. Es gracioso ver a Lydon con la misma soberbia que tenía con 20 años pero con 50 kilos más. Había curiosidad por el nuevo proyecto de Ian Svenonius, Scape-ism, que resultó estar entre Suicide, Silver Apples y esas formas de predicador que son la marca de la casa. Turbonegro son una apisonadora, para gozo de sus fans, y John Fogerty estuvo estupendo con 80 años, pasando revista a un repertorio colosal con una banda de chavales, entre los que estaban dos de sus hijos, que le cubrían las obvias debilidades de la edad. Este festival parece hecho para él y era consciente de ello. Una ración de populismo del bueno nunca está mal.

Si el sábado por la noche la lluvia hubiera aguantado un rato más, quizás el de Manic Street Preachers hubiera sido uno de los conciertos del festival. Son tan profesionales y correctos que con un poco de calor del público podría haber sido memorable. Pero caía agua con saña y la audiencia estaba más preocupada por protegerse que por lo que pasaba en el escenario. Horas antes ese curioso fenómeno que son The Lemon Twigs, veinteañeros que parecen sacados de una película californiana de los setenta, hicieron un concierto tan bonito, tan elegante y tan retro que es muy difícil ponerles pegas. Como tampoco es posible decir nada malo de un tipo tan elegante como el inglés Richard Hawley.

Al anochecer, Flaming Lips demostraron que son otro grupo imperfectamente perfecto, si lo de Dinosaur Jr había sido todo desgana, lo de Flaming Lips es todo entrega. El grupo de Oklahoma es felicidad sin ironía, celebración y gozo. Son colores, confeti y globos gigantes. Mucha gente se preguntaba si pertenecen al Azkena, para parte del público habitual eso no es rock, es pop, anatema. Creo que se confunden. El rock no es una disciplina olímpica, es una forma de entender la música. El rock es sinceridad, no artificio y de eso Flaming Lips van sobrados. De cualquier manera, lo mejor del Azkena Rock Festival, en esta edición y en cualquier otra, es que se presta a este tipo de apasionadas discusiones bizantinas. Durante un fin de semana al año no hay nada más importante que eso. Ojalá siga así muchos años más.

 Feed MRSS-S Noticias

Noticias Similares