Ha terminado la entrevista y Diego A. Manrique (Burgos, 75 años) cuenta, relajado, lo bien que se lo pasa su único nieto, de nueve años, viendo con el abuelo ¡Qué noche la de aquel día!, la película de 1965 dirigida por Richard Lester y protagonizada por The Beatles. “Se parte de risa con las secuencias de las seguidoras corriendo detrás de The Beatles”, cuenta. Precisamente a su nieto está dedicado el nuevo libro del especialista musical más respetado del periodismo español. “La presente recopilación está dedicada a Andrés Manrique y su generación, que tal vez en el futuro sientan curiosidad por las raras obsesiones de sus mayores”, escribe. Esa rara obsesión no es solo la música: es vivirla con la pasión y la voracidad de este hombre que llegó de un pueblo de Burgos, Villarcayo, a Madrid en 1979. Manrique, colaborador de EL PAÍS, acaba de publicar El mejor oficio del mundo (editorial Efe Eme), una selección de textos que publicó en Cuadernos Efe Eme. Afilados, inteligentes y didácticos, por medio de estas aventuras se recorren 50 años del oficio de periodista musical. La cita es en el vestíbulo de un hotel del centro de Madrid, ciudad donde vive.
El crítico de música publica un libro con sus aventuras de medio siglo de oficio, donde su estilo incisivo y didáctico ha acompañado a miles de musiqueros
Ha terminado la entrevista y Diego A. Manrique (Burgos, 75 años) cuenta, relajado, lo bien que se lo pasa su único nieto, de nueve años, viendo con el abuelo ¡Qué noche la de aquel día!, la película de 1965 dirigida por Richard Lester y protagonizada por The Beatles. “Se parte de risa con las secuencias de las seguidoras corriendo detrás de The Beatles”, cuenta. Precisamente a su nieto está dedicado el nuevo libro del especialista musical más respetado del periodismo español. “La presente recopilación está dedicada a Andrés Manrique y su generación, que tal vez en el futuro sientan curiosidad por las raras obsesiones de sus mayores”, escribe. Esa rara obsesión no es solo la música: es vivirla con la pasión y la voracidad de este hombre que llegó de un pueblo de Burgos, Villarcayo, a Madrid en 1979. Manrique, colaborador de EL PAÍS, acaba de publicar El mejor oficio del mundo (editorial Efe Eme), una selección de textos que publicó en Cuadernos Efe Eme. Afilados, inteligentes y didácticos, por medio de estas aventuras se recorren 50 años del oficio de periodista musical. La cita es en el vestíbulo de un hotel del centro de Madrid, ciudad donde vive.
Pregunta. El mejor oficio del mundo. ¿Hay motivos para celebrar el oficio de periodista musical?
Respuesta. Yo creo que sí. Es un oficio maravilloso. Si te gusta la música puedes escribir sobre ella, puedes llegar a conocer, aunque sea fugazmente, a las estrellas, y entras en el carrusel que había antes, que ya no lo hay, de los discos gratis, de entradas para conciertos, y formar parte de lo que decía la discográfica Immediate Records: “Contentos de ser parte de la industria de la felicidad humana”. Ahora muchas cosas ya se han acabado: no recibes discos, tienes que pelearte por las entradas… Bueno, el libro es un recordatorio de una época.
P. ¿Qué diferencia ve entre el periodismo musical de antes y el de ahora?
R. Hay una cosa que me asombra y es que ahora las multinacionales no tienen departamento de prensa. Es decir: los periodistas no contamos. Claro, no contamos hasta que dices algo en contra de ellas o sus artistas y entonces se ponen como unas fieras. Está claro que el mundo digital ha disminuido la importancia del papel escrito. Pero actualmente hay blogs y páginas webs del máximo nivel.
P. Siempre ha criticado al periodista musical hincha, ese que se hace fanático de tal o cual grupo. En el libro cuenta aventuras con músicos, con los que incluso comparte sustancias. ¿No le hace eso ser también hincha?
R. No lo creo. Yo era vecino de Andrés Calamaro y nos veíamos con mucha frecuencia, pero no comparto muchas de las cosas que ha hecho en décadas. Hay un momento delicado, cuando te encuentras con un músico y te dice: “¿Has escuchado mi disco”. “Sí, la semana que viene publico la crítica”. “Y qué dice”. Uuuuum. Normalmente nunca les gusta lo que escribes. El periodista hincha es el que se mete en una zona y ahí es todo maravilloso y no hay ningún tipo de filtro. Eso se notó tremendamente en España a mediados de los noventa con la aparición del indie. El indie español tenía serios problemas: el ombliguismo, cantantes flojos, falta de profesionalidad… Pero eso los críticos jamás se lo reprochaban. Existía una falta de criterio profesional. Por ejemplo: durante muchos años Los Planetas grababan grandes discos, pero hacían conciertos horrorosos. Sin embargo, nadie lo reflejaba. No, no es nada bueno tener amistades con los artistas.
Creo que Joaquín Sabina cambió mucho cuando dejó de estar con músicos y pasó a estar con poetas»
P. ¿Le ha reprendido algún artista?
R. Solo uno en todos estos años: Luis Eduardo Aute. Hice una crítica de su concierto y me llamó por la mañana. El tono fue muy educado, pero no le gustó mi texto. Pero normalmente el artista se la guarda e intenta putearte de alguna manera.
P. Cuenta en el libro que una noche compartió “vicios” con Joaquín Sabina en la casa del músico. ¿Qué buscaba en esas ocasiones de intimidad: pasar un buen rato o sonsacar información?
R. Joaquín Sabina es uno de los personajes más divertidos del mundo, con una capacidad de seducir asombrosa, y no estás esperando que te revele ninguna maravilla. Además, tiene un sentido de la hospitalidad notable. Nunca te lo pasabas mal con él, aunque hace tiempo que no coincidimos. Creo que cambió mucho cuando dejó de estar con músicos y pasó a estar con poetas. Pero niego la mayor: no es frecuente intimar con los artistas. Una cosa es tomarte unas copas con ellos y otra ir a su casa o que vengan a la mía. Hay que tomar distancia con los artistas. Estar cerca de ellos te proporciona cierta información, pero al mismo tiempo deudas.

P. ¿Como cuáles?
R. Estuve entrevistando a Miguel Bosé en su casa y al final me dijo: “Hace mucho que no nos veíamos. Date un baño en mi piscina. Te puedo dejar un traje de baño. [risas]”. Dije que no, porque esa es la típica cosa que un artista siempre te va a recordar: “Ese se vino a bañar a mi piscina”.
P. Alguien me habló de que usted dijo: “Miguel Bosé es mal artista y mala persona”. ¿Es cierto?
R. Sí, es cierto. Lo de mal artista es una apreciación subjetiva que yo defiendo. Lo de mala persona, como hemos podido comprobar en los tiempos del confinamiento, pues ha demostrado serlo. Le sentó muy mal el estrellato, porque antes de ser famoso era un chico muy amable. Si eres Lou Reed puedo entender que se te suba a la cabeza porque has dejado una gran obra; pero Miguel no ha dejado una gran obra, ni mucho menos.
P. Se cumplen 15 años de su salida de Radio 3. Lo justificaron como un “reajuste del organigrama”, que supongo que será un eufemismo. ¿Por qué se prescinde de usted en Radio 3?
R. Yo en ese tiempo, además de hacer El ambigú, era director adjunto de Radio 3 bajo la dirección de Lara López. Era un trabajo que me gustaba porque consistía en hacer básicamente lo que siempre hago: escuchar la radio y detectar meteduras de pata o ver cómo se podía potenciar la emisora. Entonces el director de Radio Nacional, Benigno Moreno, me dijo que prescindía de mi por cuestiones económicas.
Si eres Lou Reed puedo entender que se te suba a la cabeza porque ha dejado una gran obra, pero Miguel Bosé no ha dejado una gran obra, ni mucho menos»
P. ¿Cobraba mucho?
R. No recuerdo que fuera para tirar cohetes, aunque sí, cobraba… Pero el tema económico era una conversación perfectamente civilizada. Lo siguiente que pasa es que recibo una llamada del departamento de Recursos Humanos que me dice que voy a estar un mes fuera de la emisora. Eso significaba que cortaban mi relación laboral de 20 años. Y eso era una putada tremenda, porque perdía todo tipo de derechos. Tenía que desaparecer en agosto y volver en septiembre con un nuevo contrato. Eso me llevó a rebelarme, a ponerme burro, lo cual no es en absoluto recomendable. Fue una jugada tremendamente sucia. Siempre me quedé con la duda de si fue una decisión de Benigno Moreno o del departamento de Recursos Humanos, que buscaba que perdiera derechos. Cuando los llevé a juicio, lo gané y se reconoció que llevaba muchos años. Una situación antipática en la que ellos se portaron mal y yo también me porté mal.
P. ¿Cuál sospecha que era la razón principal para ponerle en esa situación: que iban a por usted por que le consideraban incómodo o era solo un tema económico?
R. Era una cuestión económica y posiblemente los de Recursos Humanos vieron una oportunidad. Me quitaban de director adjunto y me ofrecieron seguir con El ambigú. Pero que te pidan que interrumpas un mes… Eso es mucha mala baba, porque suponía renunciar a mis derechos. Me encontré solo, sin que Benigno ni Lara me atendieran e hice lo peor que se podía hacer: montar el escándalo.
P. ¿En qué medida montó el escándalo?
R. Los oyentes se indignaron y montaron campañas, recogieron firmas… Y eso es una actitud comprensible, pero nada práctica.

P. Con la perspectiva de los 15 años que han pasado, ¿cree que midió mal sus fuerzas, consideraba en aquella época que con esta presión ellos podían recular?
R. No, no. En RTVE no se recula. Eso es furia ciega. No fue uno de mis momentos más brillantes y yo no buscaba que se rectificara porque allí no se rectifica nunca. Lo mío fue un desahogo egodesatado.
P. ¿Pero entró a algún despacho y se puso a despotricar?
R. No, no. Fueron movilizaciones por internet, cartas… Utilicé el recurso del pataleo, que no es práctico en ningún caso. Tenía que haberme callado y haber esperado que las aguas se calmaran.
P. ¿Cuántas veces ha lamentado no haber gestionado esto con más calma?
R. Sí, lo debí gestionar con más discreción. Pero, bueno, uno viene de tierra de conquistadores. Vengo de un lugar donde hay muchos castillos, y eso quiere decir que era zona de conflicto entre musulmanes y cristianos. Sí, tengo cierto espíritu peleón.
No fue uno de mis momentos más brillantes. Lo mío fue un desahogo egodesatado», dice sobre su salida de Radio 3
P. ¿Todavía le duele no hacer radio?
R. Sí, sí. Escribiendo de música puedes explorar lo que sientes y lo que significa la música, hacer televisión es complicado porque es un proceso que mueve a muchas personas, y la radio es el medio mágico, porque hablas y a continuación suena la música. Es el paquete completo. Así que, sí, añoro la radio.
P. ¿Era mejor la Radio 3 de los noventa que la de ahora?
R. No sé qué decirle. Ahora tiene programas espléndidos… Pero antes era diferente porque la mayor parte de los que hacíamos Radio 3 veníamos del principio de la emisora. Teníamos un peso específico que quizá no tengan los nuevos, aunque lo están haciendo muy bien.
P. El otro día escuché a Aitana en Radio 3.
R. Eso fue otro problema de Radio 3: teníamos una relación insana con el mainstrean. No es indispensable que se ponga a Aitana, pero debemos poner de vez en cuando a Aitana o a sus equivalentes. Porque si no parece que estamos viviendo en un planeta ajeno alejado totalmente de la realidad. Yo creo que sí está bien poner música que pueda estar en Los40. Siempre se aprende algo y el contraste enriquece. Deberíamos haber sido más desprejuiciados y romper con los prejuicios de los oyentes. Eso es un problema general de la crítica musical: que funciona a un nivel superior que no tiene nada que ver con la realidad.
P. ¿Por qué su generación de periodistas, la que apareció en los ochenta, apoyó a los grupos de la Movida y de alguna manera dejó de lado el rock? En otras palabras: ¿por qué Nacha Pop sí, y Barón Rojo no?
R. Tiene que ver básicamente con las letras. Las letras de Carolina Cortés para Barón Rojo son de una demagogia asombrosa: los rockeros van al infierno, el poder está contra nosotros… Mientras que las de la nueva ola eran cuestiones más íntimas, no eran tan rotundas y no eran demagógicas. Yo llego a Madrid en 1979 y ese mismo día tocan los Zombies en la sala El Sol. Y allí me encuentro a chavalitos muy jóvenes, con un gran entusiasmo y con canciones ricas. Ahora es difícil emocionarse con Chica de ayer, pero narra la incapacidad de amar de Antonio Vega y cómo no conecta profundamente con la chica en cuestión. Y Radio Futura era profético con eso de “el futuro ya está aquí”. Todo eso estaba mucho más con mi interés. Eran grupos que sonaban muy mal, pero que planteaban cuestiones vitales y emocionales más cercanas a mi que lo que hacía Obús.
Deberíamos haber sido más desprejuiciados y romper con los prejuicios de los oyentes. Eso es un problema general de la crítica musical: que funciona a un nivel superior que no tiene nada que ver con la realidad»
P. Hace unas semanas Kiko Veneno dijo en este periódico: “La música española no tiene una industria que la defienda”. ¿Está de acuerdo?
R. Creo que cada uno cuenta la feria como le ha ido; pero, vamos, Kiko ha tenido muchas oportunidades. La industria española no es más mala que, por ejemplo, la industria periodística. Es una industria lenta en reacciones y que quizá no tenga demasiada imaginación. Pero todo es más complejo. Por ejemplo, los grupos de los ochenta no hicieron nada por conquistar América. Optaron por la comodidad de las contrataciones de los ayuntamientos, pero no hacen lo que en América se llama “picar piedra”. Sí lo hicieron Héroes del Silencio y les funcionó de puta madre tanto en Latinoamérica como en Europa. Yo creo que no es tanto problema de las discográficas como de la tendencia a la comodidad de muchos músicos.
P. Si me permite, un repaso a nombres y temas de actualidad. ¿Qué opina de Taylor Swift?
R. Me impresiona la forma en la que defiende sus derechos y su obra. Y me quedo maravillado con este tipo de fenómenos, por la capacidad que tienen para arrastrar masas. Hay algo en ella que explica que conecta de forma tan tremenda. ¿Lo entiendo? No lo entiendo del todo, pero no hay nada que me ofenda en Taylor Swift.
P. ¿Rosalía?
R. Me cae muy bien, y los dos primeros discos [Los Ángeles y El mal querer] me parecen soberbios. En Motomamiya está dentro de otra dimensión y está funcionando en esquemas caribeños, y ahí entra en competencia con millones de artistas que igual no tienen su background musical, pero que lo hacen muy bien. Tengo la sensación de que hemos perdido a una estrella nacional para ganar una estrella internacional.
P. ¿Bad Bunny?
R. He escuchado poco, aunque me agrada, y tengo la deuda de escucharlo más. Nunca tuve problemas con el reguetón. De hecho, ponía en El ambigú reguetón en los años noventa. Me parecía una mutación maravillosa de cómo el reggae jamaicano había prendido en determinados barrios de Puerto Rico, Panamá y República Dominicana. Y era realmente atractivo.
He oído montones de historias con gente que tenía unos comportamientos guarrísimos, y no hablo solo de músicos. Sí, habría justificación [para una investigación sobre acoso sexual en la música española]“.
P. La semana pasada llenó el Metropolitano el dúo de hip hop Natos y Waor, este sábado hará lo mismo Lola Índigo y la semana que viene Dellafuente, dos días. Músicos jóvenes, españoles y del llamado género urbano. ¿Qué reflexión se puede hacer de esto?
R. Pues que existe un público que nada tiene que ver con mi generación, que no escucha lo que escuchamos. Es otra masa de gente, otro tipo de cultura y otro tipo de educación que se nos ha escapado. Quizá no hayamos sido lo suficientemente didácticos para explica a esta generación que The Beatles representó la historia ejemplar del rock: en solo siete años hicieron 327 cosas diferentes. Además, entiendo que rompan con lo que les dicen sus profesores y sus hermanos mayores.
P. ¿Cree que hay justificación, según lo que ha visto y vivido, para hacer una investigación dentro de la música sobre acoso sexual?
R. He oído montones de historias con gente que tenía unos comportamientos guarrísimos, y no hablo solo de músicos. Sí, habría justificación.
P. ¿Conserva relaciones largas con músicos?
R. Mantengo relaciones a distancia. Es muy peligroso ser íntimo de los artistas, porque en algún momento tienes que decir cosas feas y lo llevan muy mal. No buscarte enemigos es de psicología práctica.
P. Dígame artistas insoportables con los que se haya encontrado…
R. El caso de Lou Reed, que era un borde total. Pero la última vez que lo entrevisté terminó acariciándome la rodilla, y no en un sentido sexual, sino simplemente porque se sentía bien hablando. Van Halen estuvieron pitorreándose de mí durante toda la entrevista; al final, David Lee Roth, el cantante, se me acerca y me dice, en español: “Te pido disculpas porque son muy tontos”. Pero no sabría decirte mucha gente que haya resultado desagradable.
P. Hace unos 15 años tuvo un problema de salud serio. ¿Cómo se encuentra?
R. El envejecer consiste en enterarte de que palabras que nunca se te aplicaban, ahora se te aplican. Ciática, por ejemplo. Pero yo no tengo ciática: tengo una inflamación [risas]. O infarto: no me di cuenta de que sufrí uno hasta pasado un tiempo.
P. ¿Sigue sin beber desde entonces?
R. El alcohol lo he dejado y no lo echo de menos, aunque cada vez que veo el Baileys… Es que está muy rico… La dinámica de la noche te obligaba a beber, y según bebías se prolongaba la noche. Al día siguiente era horroroso. Se me hace inimaginable cómo mantenía la productividad en aquellos tiempos. A veces acababas en casas y decías: “Dónde estoy y quién es esta persona que está a mi lado”. Esa parte del estilo de vida del rock and roll no la defiendo.
P. ¿Y fumar, también lo dejó?
R. Sigo fumando. Me fastidia que no pueda fumar en un local. Me parece absolutamente impresentable. Creo que se podría organizar de alguna manera, poniendo zona para fumadores y no fumadores. Me fastidia mucho. El tabaco es el más insidioso de los vicios. Un famoso vicioso como Joaquín Sabina me dijo: “Tío, puedes dejar la farlopa, el porro… Pero el tabaco no lo puedes dejar”. Y es cierto.

P. Dedica el libro a su nieto Andrés, de nueve años. ¿Cómo le ha cambiado la vida por ser abuelo?
R. Viene una generación que no tiene nada que ver con los que van a los conciertos de Aitana o Lola Índigo ni con los que íbamos a ver a U2. Son misteriosos. A mi nieto le encanta ver las películas de The Beatles. Es una generación que no tiene los compromisos que teníamos nosotros, que eran malsanos: eso de que el rock era por esencia superior a todas las demás músicas. Están mucho más liberados, no tienen que definirse por los gustos musicales, mientras que en mi tiempo los gustos musicales definían quiénes éramos y quiénes eran tus amigos. El que el rock haya perdido el carácter de cohesionador generacional me parce sano.
P. Y personalmente, ¿cómo le ha sentado la existencia de su nieto?
R. Es ver la magia de alguien que tiene una capacidad y una energía ilimitadas y que te sorprende continuamente. La demostración de la magia de la vida, de cómo se enfrentan con el mundo como si fuera una pizarra vacía.
P. ¿Se siente mayor según qué cosas dentro de su profesión?
R. No, porque si algo tiene de maravilloso esta profesión es que te hace vivir en una juventud perpetua. Tienes que mantener los ojos y los oídos abiertos y cada poco tiempo hay algo que te cambia todos los esquemas. Evidentemente hay músicas que no son para mí, pero puedo apreciar su grandeza, su imaginación o su brillantez de ejecución. Y yo estoy ahí, eso también es para mí, aunque no dé el perfil. Hemos pasado por muchos terremotos. Por ejemplo, Nirvana no eran para mí, pero lo viví con pasión; y Lola Índigo, Aitana y demás, no son para mí, sin embargo, hay cosas de ellas que sí que me gustan.
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