“Una tempestad en una taza de té”, dirían los ingleses, una minucia, una anomalía. Les supongo enterados del concepto del Hall of Fame, instituciones que reconocen méritos más allá de las cifras de venta o mediciones similares, generalmente como resultado de votaciones entre gente consagrada a determinada actividad. El Rock and Roll Hall of Fame es relativamente reciente, creado en tiempos de vacas gordas, allá por los años ochenta. Una idea desarrollada inicialmente con procedimientos un poco frívolos (y hablo con conocimiento de causa: por cortesía de Ahmet Ertegun, su principal inspirador, participé en las votaciones de los primeros años).
Es posiblemente la bajista más prolífica del pop clásico y ahora, por una cuestión semántica, rechaza ingresar en el celebrado Rock and Roll Hall of Fame
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Es posiblemente la bajista más prolífica del pop clásico y ahora, por una cuestión semántica, rechaza ingresar en el celebrado Rock and Roll Hall of Fame


“Una tempestad en una taza de té”, dirían los ingleses, una minucia, una anomalía. Les supongo enterados del concepto del Hall of Fame, instituciones que reconocen méritos más allá de las cifras de venta o mediciones similares, generalmente como resultado de votaciones entre gente consagrada a determinada actividad. El Rock and Roll Hall of Fame es relativamente reciente, creado en tiempos de vacas gordas, allá por los años ochenta. Una idea desarrollada inicialmente con procedimientos un poco frívolos (y hablo con conocimiento de causa: por cortesía de Ahmet Ertegun, su principal inspirador, participé en las votaciones de los primeros años).
Aunque muchos critiquen su opacidad, este Salón de la Fama funciona como potente palanca de promoción. Los artistas se matan por ingresar, ya sea por ego o por añadir unos galones muy útiles para subir el caché. Pocos han rechazado ese honor. Lo hicieron los Sex Pistols, claro, y una histórica del country como Dolly Parton quiso retirar su candidatura, alegando que ella no era rock en ningún concepto (con todo, fue elegida y —profesional ante todo— apareció vestida de látex y proclamándose rockera de corazón).
El repudio que hoy nos ocupa tiene como protagonista a Carol Kaye, bajista que todo el mundo ha escuchado, aunque pocos reconozcan su nombre. Criada en una familia disfuncional, fue precoz: a los 15 años se quedó embarazada y tuvo que profesionalizarse como guitarrista de jazz en bandas de diferentes tendencias. Su flexibilidad le abrió las puertas de los estudios de grabación. Tocó en éxitos de Ritchie Valens (La bamba) o del productor Phil Spector y de su epígono Sonny Bono (Sonny & Cher). Así se ganó una reputación como bajista imaginativa, capaz de cimentar un tema tan insinuante como These Boots are Made for Walkin’, de Nancy Sinatra.
Las aportaciones de Carol al pop de Los Ángeles resultan, literalmente, incalculables. Durante los sesenta, solía hacer tres sesiones al día, de donde salían un mínimo de tres canciones de diversos artistas. Fue favorita de Brian Wilson para las grabaciones de The Beach Boys. Con Ray Charles experimentó, tocando su instrumento con el pedal de fuzz. Su bajo podía ser el instrumento principal en grabaciones de Glenn Campbell (Wichita Lineman) o Mel Tormé.
Su soltura y su inventiva eran apreciadas por los compositores de bandas sonoras, de Lalo Schifrin a Quincy Jones, y por jazzmen audaces tipo Cannonball Adderley o Gábor Szabó. El problema: sus aportaciones terminaron subsumidas en la leyenda del Wrecking Crew, ese colectivo proteico que dominó el pop californiano. Que conste que ella misma aceptó esa identificación al participar en el famoso documental homónimo de 2008.
Pero, a los 90 años, Carol detesta ese nombre (“el Equipo de Demolición”) y reivindica la simple clasificación de músicos de estudio. Así que se niega a participar en la ceremonia del Rock and Roll Hall of Fame. Dos explicaciones: su antipatía hacia el baterista Hal Blaine, que popularizó aquel apelativo. Y su rechazo hacia las condiciones de ese particular Salón de la Fama, que no paga los viajes y exige que el homenajeado adquiera las (caras) entradas para sus invitados. ¿No lo habíamos mencionado? Casi todos los Halls of Fame son entidades con ánimo de lucro: es el american way,añaden.
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Periodista musical en radio, televisión y prensa escrita, ocupaciones evocadas en el libro ‘El mejor oficio del mundo’. Lo que no impide su dedicación ocasional a la novela negra, el cine, los comics, las series o la Historia.
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