Caravaggio, el instante entre la vida y la muerte

En un lienzo apaisado aparecen, próximas al espectador, seis figuras empujadas contra el primer plano, sus rostros están disueltos en una oscuridad densa, la atmósfera claustrofóbica es de culpabilidad y fatalidad. Los dos protagonistas, de medio cuerpo, están alumbrados por una luz blanca. A la izquierda, la coraza sitúa la escena en el siglo XVII, a pesar de ser Atila, rey de los hunos. Su rostro, marcado por las arrugas, fija la mirada en la flecha que acaba de disparar a la joven que está a su lado. Ella adquiere la palidez de una estatua eterna, es Santa Úrsula. Por detrás de su cuello, un rostro quiere presenciar el disparo, es el último autorretrato de Caravaggio.

El intrincado coro de manos de los personajes parece escribir la secuencia: las de Atila que disparan el arco, la de un espectador que trata de detener la punta y las de la joven mártir que, mientras está muriendo, enmarca con las suyas la flecha que, vibrando aún, entra en su pecho haciendo brotar un hilo de sangre. Este cuadro, como el fotograma de un asesinato filmado por Pasolini, es el Martirio de Santa Úrsula, el último cuadro que, en junio de 1610, Caravaggio pintó en Nápoles diez semanas antes de morir. 

Hoy esta obra cierra la exposición del Palazzo Barberini Caravaggio 2025 con la que Roma celebra el Jubileo de la Esperanza. Se trata de una reunión de 24 cuadros del pintor lombardo. Entre todos ellos el Martirio de Úrsula nos atrapa con su carga, engulléndolo todo como un agujero negro.

«Tenía intención de enviarle el cuadro de Santa Úrsula esta semana, pero para asegurarme de que se enviaba bien seco, lo puse ayer al sol, lo que, en lugar de secar el barniz, lo reblandeció, ya que Caravaggio lo había aplicado bastante espeso; volveré a pasarme por casa del mencionado Caravaggio para que me dé su opinión sobre lo que debo hacer para estar seguro de no estropearlo. El signor Damiano lo ha visto y ha quedado maravillado, como todos los que lo han visto».

En esta carta, fechada el 11 de mayo de 1610, Lanfranco Massa, intermediario del pintor, informa al príncipe Marcantonio Doria de lo sucedido a su cuadro. La misiva confirma también su autoría, cronología, el encargo y la iconografía, además de documentar la historia temprana de su conservación. En 1980, el descubrimiento de esta carta en el archivo Doria D’Angri por el historiador del arte Vincenzo Pacelli tuvo un profundo impacto.

Restauración histórica

El lienzo, enviado semanas más tarde, llegó a Génova el 18 de junio de 1610, donde permanecería hasta 1832 cuando, tras complejas vicisitudes hereditarias, regresó a Nápoles. Colgado en el palacio Doria d’Angri, antes de ser trasladado a la residencia familiar de Éboli, se pierde todo recuerdo de su autor. Posteriormente, el edificio fue vendido, junto con todo su contenido, a los barones Romano Avezzano, a quienes más tarde la Banca Commerciale Italiana adquirió el cuadro como obra de Mattia Preti. 

Antes de formar parte de Caravaggio 2025, la obra ha sido objeto de una histórica restauración que ha desvelado detalles insospechados. Han resurgido tres nuevas figuras, la más sorprendente es la punta de la nariz de un soldado y el perímetro de su casco, justo a la derecha de Atila. Así como nuevos detalles de la figura con sombrero, que podría ser un peregrino y un elemento hasta ahora confuso: el yelmo situado encima de la cabeza de Úrsula. La restauración también ha devuelto al lienzo sus colores originales y su tamaño.

La carta de Massa a Doria cuenta también que todos cuantos vieron el cuadro quedaron maravillados. De acuerdo con su manera tardía de pintar, Caravaggio volcó en él la profundidad de la tragedia humana, el despliegue de gestos y una poderosa iluminación. El brillo de la armadura es conseguido a base de aplicar pinceladas blancas en dos direcciones diferentes, casi cruzadas, y las decoraciones doradas están construidas a partir de tonos oscuros y medios que llegan hasta un blanco brillante en su punto de máximo resplandor. El vestido de Úrsula revela detalles de delicados bordados en oro. Con su capacidad para imprimir intensidad, el pintor evitó reflejar el asesinato de las 11.000 vírgenes seguidoras de Úrsula que en otras representaciones, -de Vittore Carpaccio o Hans Membling-, la acompañaban, para condensar la brutalidad entre los dos actores principales.

La acción se desarrolla en una tienda de campaña cuyas telas actúan como fondo oscuro. La presencia del negro en Caravaggio viene de Tintoretto y Giorgione. La luz y la oscuridad tienen un valor muy simbólico para el pintor, cuya conexión es con Venecia, más que con la noche, como explica María Cristina Terzhagi. Nuestros ojos se desplazan por el lienzo. Ningún detalle superfluo está permitido. Entramos en la narración en su punto álgido: la muerte en vivo de una joven de apenas 20 años. Caravaggio inventa para ella una presencia solitaria, aislada en un espacio masculino, pero firme en la aceptación de la muerte como precio por su fe. El tiempo aquí ya no es lineal, parece retorcerse sobre sí mismo entre la coral de manos y ojos.

Caravaggio se autorretrata en un segundo plano pálido e impotente. Está viviendo su momento más difícil. Sin embargo, por terribles que parecieran las circunstancias, existían motivos para la esperanza y la posibilidad de regresar a la Ciudad Eterna estaba más cerca que nunca. El cuadro zarpó de Nápoles con destino a Génova el 27 de mayo de 1610. Seis semanas después, Caravaggio embarcó en una faluca hacia Roma. Lo que sucedió aún hoy resulta controvertido. Las fuentes dicen que cuando Caravaggio desembarcó en Palo (puerto más cercano a Roma), fue detenido por error y separado de sus pertenencias. La faluca que transportaba cuanto poseía siguió navegando por la costa hasta la ciudad de Porto Ercole. Tanto Baglione como Bellori describen al artista corriendo por la playa bajo el sol abrasador, presa del pánico y la desesperación, tratando de alcanzar la embarcación. Al llegar a Porto Ercole, controlado por españoles, Caravaggio, debilitado y enfermo, se hundió en una fiebre maligna que lo mató en pocos días. Tenía 38 años.

 En un lienzo apaisado aparecen, próximas al espectador, seis figuras empujadas contra el primer plano, sus rostros están disueltos en una oscuridad densa, la atmósfera claustrofóbica  

En un lienzo apaisado aparecen, próximas al espectador, seis figuras empujadas contra el primer plano, sus rostros están disueltos en una oscuridad densa, la atmósfera claustrofóbica es de culpabilidad y fatalidad. Los dos protagonistas, de medio cuerpo, están alumbrados por una luz blanca. A la izquierda, la coraza sitúa la escena en el siglo XVII, a pesar de ser Atila, rey de los hunos. Su rostro, marcado por las arrugas, fija la mirada en la flecha que acaba de disparar a la joven que está a su lado. Ella adquiere la palidez de una estatua eterna, es Santa Úrsula. Por detrás de su cuello, un rostro quiere presenciar el disparo, es el último autorretrato de Caravaggio.

El intrincado coro de manos de los personajes parece escribir la secuencia: las de Atila que disparan el arco, la de un espectador que trata de detener la punta y las de la joven mártir que, mientras está muriendo, enmarca con las suyas la flecha que, vibrando aún, entra en su pecho haciendo brotar un hilo de sangre. Este cuadro, como el fotograma de un asesinato filmado por Pasolini, es el Martirio de Santa Úrsula, el último cuadro que, en junio de 1610, Caravaggio pintó en Nápoles diez semanas antes de morir. 

Hoy esta obra cierra la exposición del Palazzo Barberini Caravaggio 2025 con la que Roma celebra el Jubileo de la Esperanza. Se trata de una reunión de 24 cuadros del pintor lombardo. Entre todos ellos el Martirio de Úrsula nos atrapa con su carga, engulléndolo todo como un agujero negro.

«Tenía intención de enviarle el cuadro de Santa Úrsula esta semana, pero para asegurarme de que se enviaba bien seco, lo puse ayer al sol, lo que, en lugar de secar el barniz, lo reblandeció, ya que Caravaggio lo había aplicado bastante espeso; volveré a pasarme por casa del mencionado Caravaggio para que me dé su opinión sobre lo que debo hacer para estar seguro de no estropearlo. El signor Damiano lo ha visto y ha quedado maravillado, como todos los que lo han visto».

En esta carta, fechada el 11 de mayo de 1610, Lanfranco Massa, intermediario del pintor, informa al príncipe Marcantonio Doriade lo sucedido a su cuadro. La misiva confirma también su autoría, cronología, el encargo y la iconografía, además de documentar la historia temprana de su conservación. En 1980, el descubrimiento de esta carta en el archivo Doria D’Angri por el historiador del arte Vincenzo Pacelli tuvo un profundo impacto.

El lienzo, enviado semanas más tarde, llegó a Génova el 18 de junio de 1610, donde permanecería hasta 1832 cuando, tras complejas vicisitudes hereditarias, regresó a Nápoles. Colgado en el palacio Doria d’Angri, antes de ser trasladado a la residencia familiar de Éboli, se pierde todo recuerdo de su autor. Posteriormente, el edificio fue vendido, junto con todo su contenido, a los barones Romano Avezzano, a quienes más tarde la Banca Commerciale Italiana adquirió el cuadro como obra de Mattia Preti. 

Antes de formar parte de Caravaggio 2025, la obra ha sido objeto de una histórica restauración que ha desvelado detalles insospechados. Han resurgido tres nuevas figuras, la más sorprendente es la punta de la nariz de un soldado y el perímetro de su casco, justo a la derecha de Atila. Así como nuevos detalles de la figura con sombrero, que podría ser un peregrino y un elemento hasta ahora confuso: el yelmo situado encima de la cabeza de Úrsula. La restauración también ha devuelto al lienzo sus colores originales y su tamaño.

La carta de Massa a Doria cuenta también que todos cuantos vieron el cuadro quedaron maravillados. De acuerdo con su manera tardía de pintar, Caravaggio volcó en él la profundidad de la tragedia humana, el despliegue de gestos y una poderosa iluminación. El brillo de la armadura es conseguido a base de aplicar pinceladas blancas en dos direcciones diferentes, casi cruzadas, y las decoraciones doradas están construidas a partir de tonos oscuros y medios que llegan hasta un blanco brillante en su punto de máximo resplandor. El vestido de Úrsula revela detalles de delicados bordados en oro. Con su capacidad para imprimir intensidad, el pintor evitó reflejar el asesinato de las 11.000 vírgenes seguidoras de Úrsula que en otras representaciones, -de Vittore Carpaccio o Hans Membling-, la acompañaban, para condensar la brutalidad entre los dos actores principales.

La acción se desarrolla en una tienda de campaña cuyas telas actúan como fondo oscuro. La presencia del negro en Caravaggio viene de Tintoretto y Giorgione. La luz y la oscuridad tienen un valor muy simbólico para el pintor, cuya conexión es con Venecia, más que con la noche, como explica María Cristina Terzhagi. Nuestros ojos se desplazan por el lienzo. Ningún detalle superfluo está permitido. Entramos en la narración en su punto álgido: la muerte en vivo de una joven de apenas 20 años. Caravaggio inventa para ella una presencia solitaria, aislada en un espacio masculino, pero firme en la aceptación de la muerte como precio por su fe. El tiempo aquí ya no es lineal, parece retorcerse sobre sí mismo entre la coral de manos y ojos.

Caravaggio se autorretrata en un segundo plano pálido e impotente. Está viviendo su momento más difícil. Sin embargo, por terribles que parecieran las circunstancias, existían motivos para la esperanza y la posibilidad de regresar a la Ciudad Eterna estaba más cerca que nunca. El cuadro zarpó de Nápoles con destino a Génova el 27 de mayo de 1610. Seis semanas después, Caravaggio embarcó en una faluca hacia Roma. Lo que sucedió aún hoy resulta controvertido. Las fuentes dicen que cuando Caravaggio desembarcó en Palo (puerto más cercano a Roma), fue detenido por error y separado de sus pertenencias. La faluca que transportaba cuanto poseía siguió navegando por la costa hasta la ciudad de Porto Ercole. Tanto Baglione como Bellori describen al artista corriendo por la playa bajo el sol abrasador, presa del pánico y la desesperación, tratando de alcanzar la embarcación. Al llegar a Porto Ercole, controlado por españoles, Caravaggio, debilitado y enfermo, se hundió en una fiebre maligna que lo mató en pocos días. Tenía 38 años.

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