‘Bravo’, retrato fotográfico de un tiempo suspendido entre un río que separa EE UU de México

Al río Bravo se lo conoce así por su corriente fuerte e indómita en tramos montañosos. Pero si algo le caracteriza es su doble estatus: como caudal y frontera al mismo tiempo. Nace en las montañas de San Juan, en Colorado, Estados Unidos —donde lleva el nombre de río Grande, reflejando una longitud que alcanza los 3.000 kilómetros—. Fluye en dirección sur atravesando Nuevo México hasta formar un linde natural con el territorio mexicano. Es en estas tierras fronterizas donde ha posado su cámara Felipe Romero Beltrán (Bogotá, Colombia, 1992) para dar forma a su ensayo fotográfico, Bravo: un testimonio, austero y evocador, que habla del tiempo de espera de quienes buscan cruzar a la otra orilla para emprender una nueva vida.

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 La Fundación Mapfre en Madrid expone el trabajo del fotógrafo colombiano Felipe Romero Beltrán, que posa su cámara en un territorio de constantes tensiones y migraciones  

Al río Bravo se lo conoce así por su corriente fuerte e indómita en tramos montañosos. Pero si algo le caracteriza es su doble estatus: como caudal y frontera al mismo tiempo. Nace en las montañas de San Juan, en Colorado, Estados Unidos —donde lleva el nombre de río Grande, reflejando una longitud que alcanza los 3.000 kilómetros—. Fluye en dirección sur atravesando Nuevo México hasta formar un linde natural con el territorio mexicano. Es en estas tierras fronterizas donde ha posado su cámara Felipe Romero Beltrán (Bogotá, Colombia, 1992) para dar forma a su ensayo fotográfico, Bravo: un testimonio, austero y evocador, que habla del tiempo de espera de quienes buscan cruzar a la otra orilla para emprender una nueva vida.

Este proyecto obtuvo el premio KBr PhotoAward, se expone en la Fundación Mapfre, en Madrid, hasta el 24 de agosto y forma parte de la programación del festival PHotoEspaña. Comisariada por Victoria del Val, la exposición reúne más de 50 fotografías. Escuetas naturalezas muertas y coloridos paisajes interiores, donde, a pesar de no estar presente la figura humana, su huella es palpable; un rastro que resuena con la misma rotundidad que la galería de retratos que completa la muestra.

'San Juan Bautista. Visita de Nina' (2021-2024), fotografía del trabajo 'Bravo'.

Entre finales de 2020 y 2024, Romero Beltrán se desplazó varias veces a una franja limítrofe, que se extiende 270 kilómetros, adonde, de forma constante, llegan migrantes de Colombia, Honduras, El Salvador o Guatemala. Allí se desarrolla la última etapa de un duro y largo viaje, y el comienzo de un periodo de indefinición, que puede prolongarse meses, incluso años, a la espera del momento adecuado para atravesar el río; una ocasión que, en algunos casos, podría no llegar jamás.

“Fui conociendo a personas que se encontraban allí por razones muy distintas”, cuenta el fotógrafo. “Algunos eran hijos de migrantes que, años atrás, intentaron cruzar y terminaron por establecerse allí. Otros habían atravesado todo el continente y al llegar a la frontera comprendieron que no era el momento, y siguen esperando. No es una espera trágica ni sufrida, sino vital, como quien dice: ‘Algún día cruzaré, pero mientras tanto, la vida continúa”.

El fotógrafo volvió una y otra vez a los mismos espacios y territorios para construir un cuerpo de trabajo que responde no solo a sus inquietudes sociopolíticas, sino también a las visuales, donde resuenan muchas de las características que ya se advertían en anteriores trabajos. No es la primera vez que un río articula su mirada: ya lo hizo en Magdalena (2017-2020), en Colombia, centrado en el accidente geográfico con el mismo nombre que, en uno de sus tramos más conflictivos, arrastra los cuerpos de quienes han sido silenciados por mafias, guerrillas y paramilitares.

'Sofá y mesa. Casa de Rebeca' (2021-2024), imagen perteneciente al proyecto 'Bravo',

Pero, si bien en este primer proyecto el caudal funcionaba como un espacio central, en Bravo, el río prácticamente no aparece; adquiere la función de un límite. “Mi interés se centró en lo que ocurría antes de cruzar, en el territorio como lugar de incertidumbre”, señala Romero Beltrán. “En ese paraje que parece adquirir un grosor y se extiende como una identidad interfronteriza. Allí me percaté de que el flujo migratorio había dejado muchas herencias culturales. Por ejemplo, las relacionadas con la música en lo referente a Colombia”.

La fotografía de Romero Beltrán se sitúa en los límites de lo documental. Trabaja de forma intuitiva y su interés se centra en escenarios atravesados por tensiones que le sirven como reflexión visual. Su aproximación al conflicto se caracteriza por una sobriedad que se enriquece con el diálogo con otros componentes cercanos a lo pictórico y lo performativo. Así, la viva paleta de color desempeña un papel importante dentro de la estética de ese territorio inhóspito, en las habitaciones desnudas donde el tiempo parece haber quedado suspendido. Es en los retratos de quienes habitan esos espacios —rostros inmóviles, miradas quietas— donde parece concentrarse el peso de esa espera indefinida, como si sus cuerpos fuesen el eco silencioso de los muros que los rodean.

'Martel' (2021-2024).

“Lo bonito del acto fotográfico —y también lo misterioso— es que no es verbal”, advierte. “Uno no le pone palabras a la imagen. En ese sentido, hay una especie de inconsciencia a la hora de establecer vínculos con la historia de la imagen: con la pintura, el cine, la escultura. Es durante el proceso de edición cuando suelo descubrir que estas referencias aparecen una y otra vez, de forma recurrente y no premeditada”.

La exposición se estructura en tres partes: Cierres, compuesta por los espacios interiores que el autor ha frecuentado, donde los límites entre los escasos enseres y las paredes parecen convertirse en fronteras y se presentan como escenarios donde algo ha tenido lugar. Cuerpos, donde los retratos se intercalan con arquitecturas que integran objetos —con frecuencia piedras—, que evocan la resistencia de la experiencia migratoria, y por último, Brechas, que alude tanto a los caminos no oficiales que conducen al río como a las cicatrices que dejaron las vivencias.

Es solo en El cruce, una pieza audiovisual que completa el proyecto, donde el río se convierte en un eje principal y se presenta claramente como frontera a través de cinco historias que desdibujan su función jurisdiccional y desplazan su significado como límite. De igual forma que sucedía en su anterior proyecto, Dialecto, la publicación que acompaña la muestra integra una serie de voces corales. Como la del salvadoreño Domincik Bermúdez en su desasosegante relato sobre su trayectoria hasta alcanzar la ciudad de Monterrey, donde reside en la actualidad, así como las ilustraciones de Thom Díaz, o las reflexiones de Albert Corbí y las de Alejandra Aragón. “Vale la pena insistir en que los textos no dan palabras a las imágenes, más bien lo contrario, acentúan su silencio y al mismo tiempo posibilitan una lectura más amplia que se me escapa incluso a mí”.

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