‘Padre no hay más que uno 5’: Santiago Segura cierra la saga con una ensalada a la que le falla el aliño

Que coincida en las salas el cierre de dos sagas tan populares, y por ende, tan taquilleras, como Misión: Imposible y Padre no hay más que uno probablemente quiera decir algo de un cambio de paradigma. Sin embargo, Tom Cruise y Santiago Segura (sus respectivos motores cinematográficos) ya han hablado de sus próximos proyectos, y con ellos ambos vuelven a sus esencias, lo que subraya que saben cuál es su público y lo miman (el madrileño ha apuntado la posibilidad de Torrente presidente). Más aún, los dos defienden a uñas y dientes las salas de cine y las alimentaron según acabó el confinamiento. Recibieron, a cambio, el cariño de los espectadores: en el caso de la saga Padre no hay más que uno, que se clausura ahora con su quinta entrega, ha vendido más de nueve millones de entradas. Y el cierre dejará buen sabor de boca a sus fans, porque su creador sabe hacer la ensalada; ahora bien, le falla el aliño.

Para los pocos que lleguen a las salas sin saber mucho de Padre —su inicio se basó en la argentina Mamá se fue de viaje—, Javier García (Santiago Segura) y Marisa Loyola (Toni Acosta) tienen seis hijos, y de acoplados albergan a la pareja de su hija mayor y a la consuegra, y de satélites pasean por la casa la madre de él, el padre de ella (van y vienen por culpa de unas obras) y los cuñados, además de una criada desbordada por tanta boca que alimentar. De ahí el subtítulo, Nido repleto. Nadie se emancipa, todos se quedan. Con ocho basta aunque en desbaratado. Por supuesto, son de clase media/alta —viven en un chalet donde cada noche duermen 10 personas, eso sí, con un único baño— gracias al colchón económico obtenido con la creación, por Javier, de una asistente virtual llamada Conchy.

Segura y su coguionista, Marta González de Vega, olfatean como pocos los gustos de su público. Desde el primer Torrente, como hacía Rafael Azcona cuando viajaba en autobús por Madrid, el cómico ha sabido inspirarse en lo que escucha y ve: las salidas de los coles, las fiestas de cumpleaños infantiles, las colas de los conciertos de las swifties, la incomunicación familiar causada por las redes sociales… De todo hay en Padre 5.

En ese terreno triunfa Segura. Mientras la película se mantiene en casa, mientras juega con los niños, los choques generacionales, las diferencias paterno-filiales, la plasmación de los sueños de cada uno de los personajes principales, la comedia avanza. Su primera hora deja muy buen sabor de boca, y son los mejores 60 minutos de la saga. En cuanto abre la mano y multiplica los cameos, en cuanto se lanza a los chistes físicos, el engranaje explota.

Es en ese aliño donde la ensalada se estropea. Un ejemplo: Segura tiende, como cineasta, a subrayar dos veces cada gag, lo que atranca la narración. Otro: los diferentes ritmos y tonos de los actores, que dan la sensación de estar habitando distintas películas o, al menos, de interpretar a diferentes velocidades. Chirría. Y, finalmente, el desequilibrio entre el talento de cada uno de ellos. Del futbolista Michael Robinson decían que era capaz de rematar de cabeza a gol hasta si le centraban un cochinillo; en la saga Padre Toni Acosta ha sacado petróleo de cada réplica.

Segura ha llegado tarde a resolver su propio personaje, Javier. Su progenitor protagonista ya no es un negado en la quinta entrega, sino, sencillamente, un hombre con muchas pistas de circo a las que atender. La complejidad no es enemiga de la comedia, y el fruto de esa apuesta es que si eso pasa en la pantalla, se alarga la sonrisa.