Aquel Bloomsday en Madrid

Días apocalípticos. Aunque puede que no haya para tanto. Porque ya el ineludible Frank Kermode advirtió en El sentido de un final que ese tipo de días venía en realidad de muy lejos, de la eterna idea de caos y crisis, uno de los grandes enigmas de nuestra cultura.

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 En días apocalípticos en los que todo parece haberse situado en el desastre, permito que una suave brisa me traiga el recuerdo de la inauguración de ese evento  

Café Perec
Columna

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En días apocalípticos en los que todo parece haberse situado en el desastre, permito que una suave brisa me traiga el recuerdo de la inauguración de ese evento

Celebración del Bloomsday, el pasado 16 de junio, en la madrileña Cuesta de Moyano.
Enrique Vila-Matas

Días apocalípticos. Aunque puede que no haya para tanto. Porque ya el ineludible Frank Kermode advirtió en El sentido de un final que ese tipo de días venía en realidad de muy lejos, de la eterna idea de caos y crisis, uno de los grandes enigmas de nuestra cultura.

En días apocalípticos en los que todo parece haberse situado en el desastre, permito por momentos que una suave brisa me traiga el recuerdo de la apertura, el pasado 16 de junio, de la quinta edición del Bloomsday madrileño. Una apertura alegre, feliz por la variedad de signos de resistencia cultural que en ella se mezclaron: el Dublín de Joyce con el centenario, por ejemplo, de las casetas de la cuesta de Moyano. Cerca de ellas, convocados por Lara Sánchez, nos habíamos reunido bajo un sol africano que parecía un homenaje al Gibraltar joyceano. Y recuerdo estar escuchando el monólogo de Molly Bloom en la maravillosa interpretación de Marta Martínez cuando sentí que aquellas palabras finales del Ulises me devolvían al comienzo mismo del intrincado libro y, por tanto, al escenario de la Torre Martello y a la generosa perspectiva inicial que la gran novela abre desde allí.

Y créanme, fue como si las palabras de Molly Bloom, dirigiéndose hacia el mítico final del libro, estuvieran devolviéndome al complejo entramado de los capítulos que habían precedido al monólogo. No sé, fue raro, pero me llegó la sospecha de que todo aquello no había hecho más que empezar.

¿Y si leer el Ulises de Joyce, como pasa con la Odisea, pudiera ser como emprender un viaje de regreso y a la vez de renovación como lector, incluso una solución para hallar una fórmula para salir de un fin de crisis cualquiera? Después de todo, ¿por qué para renovarse no valorar la posibilidad de partir de cero?

Tal vez nada había empezado todavía y me hallaba en situación parecida a la de la última página de aquella novela de Philip Roth en la que el personaje central se sentía cada vez más atormentado y de pronto, sintiéndonos todos acongojados con él, oíamos la inesperada voz de alguien que parecía estar lejos y sin embargo intervenía: “Bueno (dijo el doctor). Entonces ahora quizá podamos comenzar, ¿no le parece?”.

Me pregunté si a todo narrador no le llega lo raro cuando éste, al sentirse ya en el final de su libro, se ve obligado, con la misma intensidad a ignorar esa continuidad. Sabe que ningún relato puede eludir su particular momento apocalíptico, la necesidad del cierre que puede que dé sentido a todo. Pero también que ese cierre es el que va a empujarle a decir que adora la continuidad, aunque ella no le quiera. Y si es así, ¿cómo no pensar entonces que ante semejante crisis nada puede haber mejor que la continuidad del partir de cero?

, dijo Molly Bloom, nada mejor que resetear. El sol africano seguía allí, sin querer acabarse. Y en el propio personaje de Ulises se notaba la voluntad de no querer apagarse. , dijo Marta Martínez, nada mejor que la continuidad que nos permite partir de cero, volver a empezar, leer eternamente este Bloomsday de hoy en Madrid, .

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Sobre la firma

Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas (1948). Narrador que mezcla ficción y ensayo. En su obra destacan ‘Historia abreviada de la literatura portátil’, ‘Bartleby y compañía’, ‘El mal de Montano’, ‘Kassel no invita a la lógica’, y ‘Montevideo’. Prix Médicis-Étranger, premio de la FIL Guadalajara, premio Formentor, premio Rómulo Gallegos. Traducido a 38 idiomas.

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