“La vergüenza debe cambiar de bando”: el festival de Viena escenifica el ‘caso Pelicot’

El escenario elegido es la iglesia católica de St. Elisabeth junto al museo Belvedere, en el barrio vienés de Wieden. En lugar del retablo del pintor Franz Josef Dobiaschofsky de 1866 que retrata el milagro de las rosas, se ve una pantalla gigante con la imagen de Gisèle Pelicot. Entonces la actriz Mavie Hörbiger, sentada en una mesa en el altar mayor, comienza a leer: “Desde 2011 a 2020, Dominique Pelicot drogó a su mujer Gisèle y reclutó en la página web coco.fr a decenas de hombres para violarla. Los delitos ocurrieron principalmente en el domicilio del matrimonio y fueron filmados”.

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 El director Milo Rau y la dramaturga Servane Dècle reconstruyen en una pieza de teatro documental de siete horas el proceso vivido por la víctima de las violaciones de 51 hombres en Aviñón  

El escenario elegido es la iglesia católica de St. Elisabeth junto al museo Belvedere, en el barrio vienés de Wieden. En lugar del retablo del pintor Franz Josef Dobiaschofsky de 1866 que retrata el milagro de las rosas, se ve una pantalla gigante con la imagen de Gisèle Pelicot. Entonces la actriz Mavie Hörbiger, sentada en una mesa en el altar mayor, comienza a leer: “Desde 2011 a 2020, Dominique Pelicot drogó a su mujer Gisèle y reclutó en la página web coco.fr a decenas de hombres para violarla. Los delitos ocurrieron principalmente en el domicilio del matrimonio y fueron filmados”.

La propuesta es ambiciosa, “tal vez un poco kitsch”, en palabras del director Milo Rau: que la función se prolongue “desde el anochecer hasta el amanecer”. Dura siete horas. Como en un estudio sociológico, dicen los autores, Milo Rau y la dramaturga francesa Servane Dècle, el caso Pelicot demuestra que en una ciudad de Europa Occidental perfectamente normal —Mazan, al sur de Francia, cerca de Aviñón—, hombres corrientes de todas las clases sociales y edades son capaces de un crímen tan extremo como la violación repetida de una mujer inconsciente. Y con la obra El proceso Pelicot. Un tributo a Gisèle Pelicot, dentro del Festival de Viena, pretenden reconstruirlo en su totalidad en un acto político de memoria.

La entrada es libre, pero el aforo limitado del templo (260 escaños) obliga a entregar los pases por orden de llegada. Durante la velada se asignarán los espacios libres a la parroquia que espera en la puerta, junto a una mesa con termos de café y una enorme sábana blanca donde han escrito: “La vergüenza debe cambiar de bando”.

El atrio de las iglesia de St. Elisabeth en Viena, la noche de la representación del espectáculo 'El proceso Pelicot. Un tributo a Gisèle Pelicot'.

No hubo ensayos. Por el altar neogótico desfilan 30 actores, que leen y leen. La puesta en escena del montaje es mínima y se reduce a la lectura escenificada. ¿Como en un oratorio, el género dramático sin representación escénica, cosido a partir de los textos y que suele montarse en iglesias? “Ese era el nombre que manejamos al principio”, responde Milo Rau horas antes de la función en la Funkhaus de Viena, sede histórica de la radio pública austriaca, donde se ha instalado el cuartel general del festival. El despacho recuerda a las dependencias de una asociación universitaria, entre libros, cafeteras, sofás viejos que se hunden y un taladro. “Durante la investigación pensaba en el oratorio de Peter Weiss, La indagación, que trata esencialmente de desmitificar el Holocausto. Describió a gente común haciendo cosas que sabía que estaban mal, pero que aún así hacían. Veo un paralelismo con el caso Pelicot”.

Es un modelo diferente de dramaturgia para despertar el estremecimiento que se arma con un laborioso trabajo de documentación. Lee la actriz Safira Robens en las acotaciones: “La siguiente lectura es un montaje de varios documentos y materiales: extractos de libros, artículos periodísticos, el sumario del juicio, entrevistas y correos electrónicos con periodistas. Algunos pasajes, especialmente los que describen el juicio, han sido reconstruidos a partir de las notas de periodistas”.

El juicio duró más de tres meses entre septiembre y diciembre de 2024 y no se permitieron las grabaciones de audio en el tribunal de Aviñón. En total, trabajaron con las anotaciones de más de 600 horas de audiencias. Contaron con el apoyo de la familia desde el primer momento. La potencia de este drama documental alcanza su cima, en una iglesia católica, con la descripción, tal y como se presenta en el sumario del juicio, de los vídeos de las violaciones en serie de Gisèle Pelicot en estado comatoso que fueron filmados por su marido, la persona con la que llevaba casada 50 años.

Safira Robens, Mavie Hörbiger (sentadas) y Stephan Rehm (de pie) en un momento del espectáculo 'El proceso Pelicot. Un tributo a Gisèle Pelicot', en la iglesia de St. Elisabeth, en Viena.

La decisión de Gisèle Pelicot de hacer público su juicio para que la vergüenza cambiase de bando, como pronunció en las primeras sesiones, la convirtió en un símbolo del movimiento feminista. Pero durante le gestación de la pieza teatral a Servane Dècle le preocupaba el relato de “la buena víctima”. “¿Qué hubiera pasado si no se la considerase ‘una mujer impecable’?”, se pregunta Dècle. “Si tuviera preferencia, por ejemplo, por prácticas sexuales poco convencionales. ¿Los crímenes cometidos contra ella hubieran sido menos crueles?”. En el libro La llamada, Leila Guerriero reconstruye la historia de Silvia Labayru, superviviente de la dictadura argentina que fue torturada y violada reiteradamente por un oficial. Denunció las violaciones en 2014. “Hijos de puta, no lo conté porque… porque me daba vergüenza”, se desahoga Labayru en un pasaje del libro, que cuenta que en esas circunstancias, esclava en un secuestro, es compresible incluso tener placer sexual, lo que en absoluto cambia el hecho de que siga siendo una violación.

— ¿Cómo traslada al texto teatral esa exigencia perversa de ejemplaridad?

— Muchas preguntas en el interrogatorio del tribunal giran en torno a ese tema —responde Dècle—. También usamos el trabajo de un equipo de antropólogos del centro de investigación Norbert Elias, que hizo entrevistas callejeras en Aviñón para analizar el nacimiento de un icono: “Sainte Gisèle”. Para poder identificarse con la víctima y crear un icono, su moralidad debe estar limpia. Y resulta muy peligroso.

Y añade:

— También quisimos incluir un pasaje de Contra la inocencia de la académica y poeta Jackie Wang, que al final tuvimos que cortar.

— Creo que siete horas de lectura son suficientes para el espectador —dice con sorna Milo Rau—. Pero lo hacemos convencidos de la idea de servicio público propia del teatro.

El público, en la iglesia St. Elisabeth de Viena.

Rau, un polemista enriquecedor que suele trabajar con historias reales y dirige el Festival de Viena (Wiener Festwochen), concibió el fin de semana pasado un congreso para debatir durante tres días sobre la violencia sexual en el arte a partir de tres casos: Otto Mühl, uno de los principales exponentes del accionismo vienés; el actor Florian Teichtmeister, antigua estrella del Burgtheater; y la banda en lengua alemana más famosa del mundo, Rammstein.

El próximo 18 de julio, El proceso Pelicot se representará en francés en el Festival de Aviñón, el lugar donde pasó todo. Y en otoño llegará en portugués a la Bienal de Artes Contemporáneas (BoCA) de Lisboa. Rau estará en julio en el Festival Grec de Barcelona con la obra Los niños de Medea, donde retoma un caso criminal real, el de una madre desesperada que decide matar a sus hijos y quitarse la vida, pero sobrevive.

Cuando se acerca el solsticio vernal, en Viena amanece a las cuatro y media. A esa hora el oratorio ya ha acabado, quedan unas 50 personas en los bancos. La función se despide con el Agnus Dei, la composición coral de Samuel Barber. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

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