Hay una jaula con un pajarito. El mago se prepara para su truco ante una platea expectante. ¿Acaso hará que se esfume y aparezca en el bolsillo de su colaborador? Nada de eso: la jaula es aplastada y todos entienden que es imposible que el ave haya sobrevivido. El estupor es total y los rostros están desencajados entre el horror y la incredulidad. En ese momento el mago se acerca al niño que llora y hace aparecer al pajarito. Sin embargo, el niño descree del mago y lo acusa de utilizar un reemplazo. La escena culmina cuando se observa al colaborador del mago, en soledad, tirando el pajarito aplastado a la basura.
El Truco final (The Prestige) es el nombre de la película al que pertenece este fragmento, Christopher Nolan su director, y el filósofo esloveno, Slavoj Zizek, quien lo utiliza como metáfora para describir su mirada acerca del progreso en su más reciente libro, editado por Paidós y titulado, justamente, Contra el progreso.
«El truco no podía hacerse sin violencia y muerte, pero su efectividad depende de la ocultación de los residuos rotos y escuálidos de lo que ha sido sacrificado, deshaciéndose de ellos donde nadie importante los vea. Ahí reside la premisa básica de la noción dialéctica de progreso: cuando llega una etapa nueva y superior, debe de haber un pájaro aplastado en algún lugar».
Esta concepción del progreso recuerda a aquella que Walter Benjamin describiera a través del ángel de la historia, aquel que tiene los ojos fuera de sus órbitas mirando un pasado en el que solo ve catástrofe, escombros y muerte, pero sobre el cual no puede volver porque la tempestad que sopla desde el Paraíso prometido le enreda las alas y lo obliga a continuar aun cuando el precio a pagar por esa continuidad sea más muerte y más catástrofe.
Contra el progreso es un libro desparejo, conformado por una serie de artículos de distinto nivel, extensión y profundidad: a veces demasiado coyunturales, a veces demasiado inasibles cuando a la influencia lacaniana de siempre, ahora Zizek le agrega elementos de la física cuántica para explicar, por ejemplo, la lucha de clases o la relación entre las dos Coreas. Dicho esto, hay una cosa encomiable en este libro del autor de El sublime objeto de la ideología, y es su intento de, autodefiniéndose un «comunista moderadamente conservador», evitar lecturas lineales del marxismo, criticar a la izquierda progresista y denunciar las injusticias existentes sin salirse del paradigma occidental.
En este sentido, afirma categóricamente que no existe una teleología, esto es, una finalidad determinada de antemano con etapas que han de cumplirse siempre en aras de esa meta, y, con ello, pretende quitarse de encima desde Hegel, Marx y la Escuela de Frankfurt, hasta lecturas más de derecha como las de Fukuyama, los tecnócratas de la IA, y el aceleracionismo de la dialéctica oscura de Nick Land.
Para Zizek no existe el progreso en general, sino que, en todo caso, existen progresos relativos a un sistema, una cosmovisión, un paradigma, una civilización. Progresar, en este sentido, es hacer efectivas las potencialidades de cada sistema.
Pensemos, por ejemplo, en cuántos de los ideales de la revolución francesa se han cumplido. Será materia discutible, pero, en todo caso, podría acordarse que tan solo una parte de esas reivindicaciones son hoy una realidad. ¿Qué ha pasado, entonces, con todo aquello que ha quedado en promesa?
«La tarea consiste en desenterrar la potencialidad oculta, los potenciales emancipatorios utópicos, que fueron traicionados en la realidad de la revolución y el resultado final, el surgimiento del capitalismo de mercado utilitarista».
En esta misma línea, en otro de los artículos del libro, el autor refuerza la idea a partir de la metáfora de una historia holográfica:
«La mecánica cuántica define un holograma como la imagen de un objeto que no solo atrapa su estado real, sino también su patrón de interferencia con otras posibilidades que se perdieron cuando se hizo realidad su estado final».
Dicho más fácil, Zizek está afirmando que nuestra actualidad es contingente y es solo la efectivización de una de las tantas opciones potenciales que ofrecía nuestro paradigma. Fue esto, pero podría haber sido otra cosa y es allí donde hay que ir a buscar, esto es, en esas potencias que se quedaron en el camino, aquellas que, por las razones que fueran, se frustraron.
Ahí se ve claramente la apuesta de Zizek por no quitar los pies del paradigma civilizacional occidental: la solución no está afuera ni en el relativismo tan propio de la izquierda progresista que le sirve en bandeja el escenario a la crítica certera de la derecha. Es más, Zizek denuncia con claridad cómo, por ejemplo, en África, el discurso descolonizador que se invoca contra Occidente es generalmente utilizado por dictadores para justificar aberraciones que el paradigma occidental jamás permitiría.
De aquí que, según Zizek, la izquierda debe abandonar esa actitud culpógena cada vez que se la acusa de eurocentrista y asumirse como tal. La razón es que es en esos valores occidentales donde, por un lado, existe el potencial emancipador y donde, por el otro, se ha hecho realidad una serie de derechos y una concepción de la igualdad y la libertad que brinda a Occidente las herramientas de autocrítica para reconocer su pasado colonizador, racista y sexista, el mismo de otras civilizaciones que, sin embargo, no lo reconocen como tal.
De esta manera, en la asunción de ese legado y en la búsqueda de alianzas con los movimientos de los países periféricos, habría una llave capaz de encontrar nuevas respuestas a un paradigma en crisis con un Estado de Bienestar que observa desde atrás las mutaciones vertiginosas del capitalismo.
Así, entonces, lejos de cualquier mirada decrecentista, de hecho dedica un artículo a despotricar contra la variante del comunismo ecologista de Kohei Saito, Zizek invita a frenar el tren del progreso tal como la entendemos hoy, esto es, como un camino inexorable hacia la catástrofe climática.
¿Cómo lograrlo? Buscando en los valores de nuestra civilización alternativas para, sin caer en el relativismo, ser capaces de redimir a todos esos pájaros aplastados que representaron aquellos progresos emancipatorios que quisieron, pero nunca pudieron llegar a ser.
Hay una jaula con un pajarito. El mago se prepara para su truco ante una platea expectante. ¿Acaso hará que se esfume y aparezca en el
Hay una jaula con un pajarito. El mago se prepara para su truco ante una platea expectante. ¿Acaso hará que se esfume y aparezca en el bolsillo de su colaborador? Nada de eso: la jaula es aplastada y todos entienden que es imposible que el ave haya sobrevivido. El estupor es total y los rostros están desencajados entre el horror y la incredulidad. En ese momento el mago se acerca al niño que llora y hace aparecer al pajarito. Sin embargo, el niño descree del mago y lo acusa de utilizar un reemplazo. La escena culmina cuando se observa al colaborador del mago, en soledad, tirando el pajarito aplastado a la basura.
El Truco final (The Prestige) es el nombre de la película al que pertenece este fragmento, Christopher Nolan su director, y el filósofo esloveno, Slavoj Zizek, quien lo utiliza como metáfora para describir su mirada acerca del progreso en su más reciente libro, editado por Paidós y titulado, justamente, Contra el progreso.
«El truco no podía hacerse sin violencia y muerte, pero su efectividad depende de la ocultación de los residuos rotos y escuálidos de lo que ha sido sacrificado, deshaciéndose de ellos donde nadie importante los vea. Ahí reside la premisa básica de la noción dialéctica de progreso: cuando llega una etapa nueva y superior, debe de haber un pájaro aplastado en algún lugar».
Esta concepción del progreso recuerda a aquella que Walter Benjamin describiera a través del ángel de la historia, aquel que tiene los ojos fuera de sus órbitas mirando un pasado en el que solo ve catástrofe, escombros y muerte, pero sobre el cual no puede volver porque la tempestad que sopla desde el Paraíso prometido le enreda las alas y lo obliga a continuar aun cuando el precio a pagar por esa continuidad sea más muerte y más catástrofe.
Contra el progreso es un libro desparejo, conformado por una serie de artículos de distinto nivel, extensión y profundidad: a veces demasiado coyunturales, a veces demasiado inasibles cuando a la influencia lacaniana de siempre, ahora Zizek le agrega elementos de la física cuántica para explicar, por ejemplo, la lucha de clases o la relación entre las dos Coreas. Dicho esto, hay una cosa encomiable en este libro del autor de El sublime objeto de la ideología, y es su intento de, autodefiniéndose un «comunista moderadamente conservador», evitar lecturas lineales del marxismo, criticar a la izquierda progresista y denunciar las injusticias existentes sin salirse del paradigma occidental.
En este sentido, afirma categóricamente que no existe una teleología, esto es, una finalidad determinada de antemano con etapas que han de cumplirse siempre en aras de esa meta, y, con ello, pretende quitarse de encima desde Hegel, Marx y la Escuela de Frankfurt, hasta lecturas más de derecha como las de Fukuyama, los tecnócratas de la IA, y el aceleracionismo de la dialéctica oscura de Nick Land.
Para Zizek no existe el progreso en general, sino que, en todo caso, existen progresos relativos a un sistema, una cosmovisión, un paradigma, una civilización. Progresar, en este sentido, es hacer efectivas las potencialidades de cada sistema.
Pensemos, por ejemplo, en cuántos de los ideales de la revolución francesa se han cumplido. Será materia discutible, pero, en todo caso, podría acordarse que tan solo una parte de esas reivindicaciones son hoy una realidad. ¿Qué ha pasado, entonces, con todo aquello que ha quedado en promesa?
«La tarea consiste en desenterrar la potencialidad oculta, los potenciales emancipatorios utópicos, que fueron traicionados en la realidad de la revolución y el resultado final, el surgimiento del capitalismo de mercado utilitarista».
En esta misma línea, en otro de los artículos del libro, el autor refuerza la idea a partir de la metáfora de una historia holográfica:
«La mecánica cuántica define un holograma como la imagen de un objeto que no solo atrapa su estado real, sino también su patrón de interferencia con otras posibilidades que se perdieron cuando se hizo realidad su estado final».
Dicho más fácil, Zizek está afirmando que nuestra actualidad es contingente y es solo la efectivización de una de las tantas opciones potenciales que ofrecía nuestro paradigma. Fue esto, pero podría haber sido otra cosa y es allí donde hay que ir a buscar, esto es, en esas potencias que se quedaron en el camino, aquellas que, por las razones que fueran, se frustraron.
Ahí se ve claramente la apuesta de Zizek por no quitar los pies del paradigma civilizacional occidental: la solución no está afuera ni en el relativismo tan propio de la izquierda progresista que le sirve en bandeja el escenario a la crítica certera de la derecha. Es más, Zizek denuncia con claridad cómo, por ejemplo, en África, el discurso descolonizador que se invoca contra Occidente es generalmente utilizado por dictadores para justificar aberraciones que el paradigma occidental jamás permitiría.
De aquí que, según Zizek, la izquierda debe abandonar esa actitud culpógena cada vez que se la acusa de eurocentrista yasumirse como tal. La razón es que es en esos valores occidentales donde, por un lado, existe el potencial emancipador y donde, por el otro, se ha hecho realidad una serie de derechos y una concepción de la igualdad y la libertad que brinda a Occidente las herramientas de autocrítica para reconocer su pasado colonizador, racista y sexista, el mismo de otras civilizaciones que, sin embargo, no lo reconocen como tal.
De esta manera, en la asunción de ese legado y en la búsqueda de alianzas con los movimientos de los países periféricos, habría una llave capaz de encontrar nuevas respuestas a un paradigma en crisis con un Estado de Bienestar que observa desde atrás las mutaciones vertiginosas del capitalismo.
Así, entonces, lejos de cualquier mirada decrecentista, de hecho dedica un artículo a despotricar contra la variante del comunismo ecologista de Kohei Saito, Zizek invita a frenar el tren del progreso tal como la entendemos hoy, esto es, como un camino inexorable hacia la catástrofe climática.
¿Cómo lograrlo? Buscando en los valores de nuestra civilización alternativas para, sin caer en el relativismo, ser capaces de redimir a todos esos pájaros aplastados que representaron aquellos progresos emancipatorios que quisieron, pero nunca pudieron llegar a ser.
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