‘Y uno se cree’, una canción a cuatro manos de Jordi Soler y Serrat

«La propuesta me pareció tan maravillosa como inverosímil, y quizá sea para encontrar la verosimilitud que me he puesto a escribir esta historia», apunta Jordi Soler en una de las páginas de Y uno se cree (Alfaguara, 2025), el librito en el que cuenta el azaroso encargo que un buen día recibió de su ídolo Joan Manuel Serrat: escribir una canción a cuatro manos partiendo de un pájaro ficticio al que Soler había dado vida en una de sus novelas.

Esa es la premisa de esta original obra que enganchará, por supuesto, a los forofos del poeta catalán, pero también a todos los interesados en el proceso creativo de la escritura: «Ha habido alguna dificultad técnica porque yo me puse a escribir un poema, como fue su instrucción, de seis y ocho sílabas, pero cuando lo tenía nos dimos cuenta de que, cuando cantaba mis versos, a veces se quedaban cortos porque él alarga mucho la última frase, y en vez de 8 sílabas salían 12. Esto tuve que ir ajustándolo», explica el autor en conversación con THE OBJECTIVE, quien añade que gozó de una «libertad creativa absoluta» por parte del cantautor.

También durante el libro deja a la vista el andamiaje de esta particular obra explicando, por ejemplo, que los xirimicuatícuaros –los pájaros ficticios que habían enamorado a Serrat en la obra de Soler– fueron susceptibles de caer por el desfiladero una vez el proceso de escritura estaba avanzado: «Eran, desde luego, el origen de la canción, pero que no por eso tenían que llegar hasta el final, son parte del armazón del edificio, dije, una vez que aguanta sola la estructura, se retiran para que quede, en su solitario esplendor, el práctico xirimicuil», escribe.

Más allá de la composición, Y uno se cree es también la insospechada historia de una idolatría, insospechada por donde sucede: en la selva mexicana, donde creció el autor como hijo de exiliados catalanes y adonde llegaban con extrema dificultad los primeros discos de Serrat. Primero fue su padre quien compró dos de ellos en un concierto de otro cantante en Ciudad de México, y después fue el propio Jordi quien emprendió las pesquisas casi imposibles para hacerse con más ejemplares de la ansiada discografía, a la que define como «el talismán que nos decía que había mundo más allá de la selva».

Con el paso de los años y con la trayectoria consolidada de Soler como autor –tiene dos poemarios y más de 20 novelas- fue el propio Serrat quien se puso en contacto con él, naciendo entre ambos hombres una amistad que ahora fructifica en canción: «Si alguien me hubiera contado todo esto cuando era joven le hubiera dicho ‘sí, hombre. ¿Te sirvo otra?’», cuenta durante la entrevista, que eligió para el tono de este libro precisamente el de ese niño que admira con locura a un cantante: «Sin esa disparidad no sería tan bonito el encuentro con una persona que has esperado conocer durante décadas».

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Y uno se cree
Jordi Soler

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«Escritor de oído»

Aunque Soler no publica ahora mismo poesía –sólo escribe poemas cuando estos le «visitan», dice, y no poder programarlos le genera «cierta angustia»– también en sus novelas cultiva esa musicalidad que le ha resultado tan útil a la hora de cumplir este encargo: «Soy escritor de oído. Lo que más me seduce de la prosa es la música. Para mí es un elemento imprescindible de lo que escribo, y estoy convencido de que cuando logras la música en una página, logras también el sentido y el fondo. Una vez que lo has dicho con la entonación adecuada, con el color y el sonido que quieres que tenga, la página está indiscutiblemente bien escrita».

Y lo ha disfrutado mucho, porque en la canción compartida vio «la oportunidad de escribir un poema resguardado por el prestigio de Joan Manuel Serrat, un poema que no puede estar mal, puesto que lo va a cantar él». Además, reflexiona, la poesía tiene la característica de que se puede compartir más fácilmente que las novelas: «Tenía el placer añadido de ir compartiendo con mis hijos y mi mujer los progresos en la canción con Serrat, y de que ellos opinaran. Me refiero a esta parte comunitaria que tiene la poesía, que es originalmente un arte para decirse y compartirse».

Para finalizar la entrevista, le preguntamos al autor mexicano-catalán qué sintió al asistir a la última actuación de su amigo durante la gira de despedida, y nos revela un detalle emocionante: «Serrat tuvo que ponerse a trabajar mucho la voz porque llevaba la pandemia y todos esos años sin cantar. Era como un atleta de élite antes de la gira. Él me lo iba contando y yo era una especie de testigo, así que me encantó que me invitara al último concierto. Y fue superespecial: salió con el banco que le regaló el dueño de la discoteca Bocaccio cuando era joven y que usó en todas sus giras, y al terminar se fue del escenario con él y cerró el telón, como si fuera una obra de teatro. Pensé: ‘¡Qué sentido del drama tiene este hombre!’».

Y hubo lágrimas, claro, porque nuestros ídolos nos dejan huérfanos, a la intemperie de nuestras emociones sin el asidero de su voz y su directo: «Lloré, porque yo en los conciertos de Serrat lloro varias veces, hay canciones que me provocan eso después de haberlas oído durante décadas. Me sigue pareciendo un cantante muy conmovedor porque está conectado con mi infancia en la selva de Veracruz… Me estoy emocionando ahora que te lo cuento».

Si se lo están preguntando, no, la canción aún no ha visto la luz. «Él se fue a hacer su última gira y la canción ha quedado ahí, pero últimamente hemos estado hablando de que vamos a continuarla», revela Soler. De momento sí existe ya este libro que cuenta la hazaña impensable que cumplió un niño catalán crecido entre aves maravillosas.

 «La propuesta me pareció tan maravillosa como inverosímil, y quizá sea para encontrar la verosimilitud que me he puesto a escribir esta historia», apunta Jordi Soler  

«La propuesta me pareció tan maravillosa como inverosímil, y quizá sea para encontrar la verosimilitud que me he puesto a escribir esta historia», apunta Jordi Soler en una de las páginas de Y uno se cree (Alfaguara, 2025), el librito en el que cuenta el azaroso encargo que un buen día recibió de su ídolo Joan Manuel Serrat: escribir una canción a cuatro manos partiendo de un pájaro ficticio al que Soler había dado vida en una de sus novelas.

Esa es la premisa de esta original obra que enganchará, por supuesto, a los forofos del poeta catalán, pero también a todos los interesados en el proceso creativo de la escritura: «Ha habido alguna dificultad técnica porque yo me puse a escribir un poema, como fue su instrucción, de seis y ocho sílabas, pero cuando lo tenía nos dimos cuenta de que, cuando cantaba mis versos, a veces se quedaban cortos porque él alarga mucho la última frase, y en vez de 8 sílabas salían 12. Esto tuve que ir ajustándolo», explica el autor en conversación con THE OBJECTIVE, quien añade que gozó de una «libertad creativa absoluta» por parte del cantautor.

También durante el libro deja a la vista el andamiaje de esta particular obra explicando, por ejemplo, que los xirimicuatícuaros –los pájaros ficticios que habían enamorado a Serrat en la obra de Soler– fueron susceptibles de caer por el desfiladero una vez el proceso de escritura estaba avanzado: «Eran, desde luego, el origen de la canción, pero que no por eso tenían que llegar hasta el final, son parte del armazón del edificio, dije, una vez que aguanta sola la estructura, se retiran para que quede, en su solitario esplendor, el práctico xirimicuil», escribe.

Más allá de la composición, Y uno se cree es también la insospechada historia de una idolatría, insospechada por donde sucede: en la selva mexicana, donde creció el autor como hijo de exiliados catalanes y adonde llegaban con extrema dificultad los primeros discos de Serrat. Primero fue su padre quien compró dos de ellos en un concierto de otro cantante en Ciudad de México, y después fue el propio Jordi quien emprendió las pesquisas casi imposibles para hacerse con más ejemplares de la ansiada discografía, a la que define como «el talismán que nos decía que había mundo más allá de la selva».

Con el paso de los años y con la trayectoria consolidada de Soler como autor –tiene dos poemarios y más de 20 novelas- fue el propio Serrat quien se puso en contacto con él, naciendo entre ambos hombres una amistad que ahora fructifica en canción: «Si alguien me hubiera contado todo esto cuando era joven le hubiera dicho ‘sí, hombre. ¿Te sirvo otra?’», cuenta durante la entrevista, que eligió para el tono de este libro precisamente el de ese niño que admira con locura a un cantante: «Sin esa disparidad no sería tan bonito el encuentro con una persona que has esperado conocer durante décadas».

Aunque Soler no publica ahora mismo poesía –sólo escribe poemas cuando estos le «visitan», dice, y no poder programarlos le genera «cierta angustia»– también en sus novelas cultiva esa musicalidad que le ha resultado tan útil a la hora de cumplir este encargo: «Soy escritor de oído. Lo que más me seduce de la prosa es la música. Para mí es un elemento imprescindible de lo que escribo, y estoy convencido de que cuando logras la música en una página, logras también el sentido y el fondo. Una vez que lo has dicho con la entonación adecuada, con el color y el sonido que quieres que tenga, la página está indiscutiblemente bien escrita».

Y lo ha disfrutado mucho, porque en la canción compartida vio «la oportunidad de escribir un poema resguardado por el prestigio de Joan Manuel Serrat, un poema que no puede estar mal, puesto que lo va a cantar él». Además, reflexiona, la poesía tiene la característica de que se puede compartir más fácilmente que las novelas: «Tenía el placer añadido de ir compartiendo con mis hijos y mi mujer los progresos en la canción con Serrat, y de que ellos opinaran. Me refiero a esta parte comunitaria que tiene la poesía, que es originalmente un arte para decirse y compartirse».

Para finalizar la entrevista, le preguntamos al autor mexicano-catalán qué sintió al asistir a la última actuación de su amigo durante la gira de despedida, y nos revela un detalle emocionante: «Serrat tuvo que ponerse a trabajar mucho la voz porque llevaba la pandemia y todos esos años sin cantar. Era como un atleta de élite antes de la gira. Él me lo iba contando y yo era una especie de testigo, así que me encantó que me invitara al último concierto. Y fue superespecial: salió con el banco que le regaló el dueño de la discoteca Bocaccio cuando era joven y que usó en todas sus giras, y al terminar se fue del escenario con él y cerró el telón, como si fuera una obra de teatro. Pensé: ‘¡Qué sentido del drama tiene este hombre!’».

Y hubo lágrimas, claro, porque nuestros ídolos nos dejan huérfanos, a la intemperie de nuestras emociones sin el asidero de su voz y su directo: «Lloré, porque yo en los conciertos de Serrat lloro varias veces, hay canciones que me provocan eso después de haberlas oído durante décadas. Me sigue pareciendo un cantante muy conmovedor porque está conectado con mi infancia en la selva de Veracruz… Me estoy emocionando ahora que te lo cuento».

Si se lo están preguntando, no, la canción aún no ha visto la luz. «Él se fue a hacer su última gira y la canción ha quedado ahí, pero últimamente hemos estado hablando de que vamos a continuarla», revela Soler. De momento sí existe ya este libro que cuenta la hazaña impensable que cumplió un niño catalán crecido entre aves maravillosas.

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