‘Wicked’: de regreso a la tierra de Oz de la mano de la perfecta vacuna contra ‘Gladiator’ (****)

<p>Para los recién llegados (como yo mismo), la revisión que el escritor Gregory Maguire hizo en su momento del mito de Oz (luego musical) cabe perfectamente en el célebre poema o canción de cuna de José Agustín Goytisolo <i>El Lobito bueno</i>. No por fuerza los que nos dijeron que eran los buenos lo eran de verdad. Y no, por puro sentido común, los que nos vendieron como malvados eran los verdaderos responsables de nuestras desdichas. Y así, y no necesariamente en un mundo al revés, el príncipe podía ser malo, además de muy machista; la bruja, hermosa, además de tierna y muy lista; el lobo, una excelente persona y amigo de sus amigos, y el pirata… bueno ése, diga lo que diga el poema, acabó montando un fondo buitre. <strong>La virtud de la saga </strong><i><strong>Wicked</strong></i><strong>, por tanto, es llevar la contraria</strong> y la película firmada por <strong>Jon M. Chu </strong>se hace cargo de ello con una soltura, energía y buen gusto que, si nadie lo remedia, está llamada a ser en la arena de los estrenos de fin de año el contrincante perfecto de ‘Gladiator 2’. Es más, si tomamos la secuela de Ridley Scott como lo que es, una infección, se podría decir que la cartelera ha encontrado la vacuna.</p>

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 El director Jon M. Chu confecciona una elegante, simpática, delicada, frenética y políticamente muy oportuna relectura del mito de las baldosas amarillas  

Para los recién llegados (como yo mismo), la revisión que el escritor Gregory Maguire hizo en su momento del mito de Oz (luego musical) cabe perfectamente en el célebre poema o canción de cuna de José Agustín Goytisolo El Lobito bueno. No por fuerza los que nos dijeron que eran los buenos lo eran de verdad. Y no, por puro sentido común, los que nos vendieron como malvados eran los verdaderos responsables de nuestras desdichas. Y así, y no necesariamente en un mundo al revés, el príncipe podía ser malo, además de muy machista; la bruja, hermosa, además de tierna y muy lista; el lobo, una excelente persona y amigo de sus amigos, y el pirata… bueno ése, diga lo que diga el poema, acabó montando un fondo buitre. La virtud de la saga Wicked, por tanto, es llevar la contraria y la película firmada por Jon M. Chu se hace cargo de ello con una soltura, energía y buen gusto que, si nadie lo remedia, está llamada a ser en la arena de los estrenos de fin de año el contrincante perfecto de ‘Gladiator 2’. Es más, si tomamos la secuela de Ridley Scott como lo que es, una infección, se podría decir que la cartelera ha encontrado la vacuna.

Wicked, para situarnos, viaja al pasado muy pasado. Es decir, se deja caer por la Tierra de Oz antes de que Dorothy lo hiciera desde Kansas por culpa del tornado color sepia más surrealista de la historia del cine. Lo que sigue es, sencillamente, el primer acto del musical de marras firmado por Stephen Schwartz donde descubriremos cómo la Malvada Bruja del Oeste y sus monos voladores llegaron a ser que lo son, que (y aquí entra el poema) pudiera ser que no coincida con lo que parece que es. Y así, el hada buena quizá sea una bruja y la bruja, llegado el caso, además de verde, es, como dijo Goytisolo, hermosa, escandalosamente hermosa.

La estrategia del director consiste en hacerse cargo del mito, pero sin abrumar. Muy consciente de que la fascinante y muy disruptiva película que todos recordamos, en verdad, nos dio mucho miedo y —ésta es su gracia— no cumple a fecha de hoy los parámetros mínimos no ya de la corrección política sino del gusto más básico. Digamos que la intención de Chu es justo la contraria a la de Sam Raimi, entregado a calcar una sensación sencillamente irreproducible, en Oz, un mundo de fantasía (2013). Ahora, la lectura es a la vez irónica y respetuosa; gamberra, pero muy conscientemente cursi; deslumbrante y chillona a la vez que equilibradamente armónica.

No olvidemos que, si hacemos abstracción de la mitología inabarcable que rodea a la producción de Victor Fleming filmada en un Technicolor atorrante en 1939 y la miramos con los mismos ojos con los que ahora contemplamos cualquier película infantil, todo es extraño. La cinta más que emocionar perturba. La ciudad de Pequeñilandia mirada de cerca es una aproximación bizarra al horror digna de figurar en La parada de los monstruos; las brujas, incluida la amable Hada Buena del Norte, aterran, y no ha nacido el niño que no se asuste con la sola presencia de los monos voladores. Todo lo que aleja a El mago de Oz de lo que hoy entendemos por cine infantil la acerca a su carácter de mito popular, de obra maestra. Pero, admitámoslo, no hay crío que no permanezca un par de noches sin dormir después de un alarde paternal de cinefilia militante. Tengo pruebas.

Wicked se hace cargo de todo lo anterior sin renunciar a nada. Y cada uno de sus personajes se exhiben en una especie de competición por ver quién se ríe mejor de sí mismo. Cynthia Erivo enamora en su permanente estado de cabreo con la misma soltura y gracia con la que Ariana Grande se demuestra capaz de usurpar el trono a la Margot Robbie del año pasado en Barbie. Y en verdad, si a alguien se parece este Wicked es a la película de Greta Gerwig en modales, sofismas y hasta proclamas. Si Gladiator 2 es la película que la era de un triunfante Trump merece en su lúbrico derroche de testosterona plagado de bulos históricos, Wicked puede y debe pasar por la réplica perfecta. Dice uno de los personajes que la forma de mantener unida a la gente (léase engañarla) es inventándose un enemigo al que odiar. Y así no cuesta un segundo ver reflejada en la suerte de los animales desterrados del Oz de entonces a todos y cada uno de los inmigrantes, menas, okupas o lo que sea de ahora. En efecto, todos los que pasan por héroes patriotas bien podrían ser príncipes muy, pero que muy malos. Aunque esto es otra historia.

Director: Jon M. Chu. Intérpretes: Cynthia Erivo, Ariana Grande, Jonathan Bailey, Michelle Yeoh, Jeff Goldblum. Duración: 160 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.

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