‘Una quinta portuguesa’: cómo sobrevivir al desasosiego de quedarse solo sin explicación

Por aquello de que últimamente en la vida real estamos viviendo momentos históricos a cada rato, esta semana les recomiendo ir al cine para experimentar una agradable evasión, sin sobresaltos y de la mano de María de Medeiros. Ella, un Portugal casi onírico y un tipo que desaparece de sí mismo es un buen cóctel cinematográfico. Hablemos de Una quinta portuguesa, de la directora Avelina Prat.

El actor Manolo Solo interpreta a un profesor de universidad que recibe un golpe vital inesperado, tan chocante como seco. De un día para otro, su mujer desaparece sin dejar rastro. ¿Asesinada? ¿Secuestrada? No, eso sería en una peli de Alberto Rodríguez. En esta de Avelina Prat, la desaparecida ha hecho lo que popularmente se conoce como ir a por tabaco. El hombre queda cual pollo sin cabeza, preguntándose qué ha hecho él para merecer eso. Y no sólo los pilares incuestionados de su vida, eso que Ortega llamaba «creencias», se le desmoronan.

¿Cómo funcionan esas certidumbres que damos por sentado y se instalan en nuestra psique? Todos contamos con que al salir por la puerta de casa haya un suelo sólido que pisar, que forma parte de una calle y esa calle de la población donde vivimos. Bueno, pues a este tipo le desaparecieron los adoquines debajo de los pies. Solo le queda deambular. Y así acaba en la costa portuguesa. Un sitio fantástico para que suceda algo interesante en un relato. El azar le lleva a suplantar la identidad de un jardinero que va a comenzar a trabajar en una fantástica villa en el interior del país. De esa quinta –la del título, obviamente– es dueña María de Medeiros, una mujer de pasado colonial que vive como encapsulada en una formidable belleza natural.

María de Medeiros es verdaderamente el mayor de los aciertos de la película. Es una delicia disfrutar de su hipnótica elegancia rodeada de un entorno tan evocador como esa quinta de piedra y hiedra. El misterio que arrastra, su tolerancia a los misterios ajenos y el tiempo sostenido dentro de la quinta se convierten en los elementos de una fórmula seductora que liberan al protagonista de sí mismo. Y no añado más porque se trata de abrirles el apetito, no de destripar la película. Una quinta portuguesa ofrece, al fin y al cabo, eso tan cinematográfico de ver proyectados nuestros más íntimos e inconfesables deseos como el de cambiar por completo de vida de la noche a la mañana sin herir a nadie por el camino.

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 Por aquello de que últimamente en la vida real estamos viviendo momentos históricos a cada rato, esta semana les recomiendo ir al cine para experimentar una  

Por aquello de que últimamente en la vida real estamos viviendo momentos históricos a cada rato, esta semana les recomiendo ir al cine para experimentar una agradable evasión, sin sobresaltos y de la mano de María de Medeiros. Ella, un Portugal casi onírico y un tipo que desaparece de sí mismo es un buen cóctel cinematográfico. Hablemos de Una quinta portuguesa, de la directora Avelina Prat.

El actor Manolo Solo interpreta a un profesor de universidad que recibe un golpe vital inesperado, tan chocante como seco. De un día para otro, su mujer desaparece sin dejar rastro. ¿Asesinada? ¿Secuestrada? No, eso sería en una peli de Alberto Rodríguez. En esta de Avelina Prat, la desaparecida ha hecho lo que popularmente se conoce como ir a por tabaco. El hombre queda cual pollo sin cabeza, preguntándose qué ha hecho él para merecer eso. Y no sólo los pilares incuestionados de su vida, eso que Ortega llamaba «creencias», se le desmoronan.

¿Cómo funcionan esas certidumbres que damos por sentado y se instalan en nuestra psique? Todos contamos con que al salir por la puerta de casa haya un suelo sólido que pisar, que forma parte de una calle y esa calle de la población donde vivimos. Bueno, pues a este tipo le desaparecieron los adoquines debajo de los pies. Solo le queda deambular. Y así acaba en la costa portuguesa. Un sitio fantástico para que suceda algo interesante en un relato. El azar le lleva a suplantar la identidad de un jardinero que va a comenzar a trabajar en una fantástica villa en el interior del país. De esa quinta –la del título, obviamente– es dueña María de Medeiros, una mujer de pasado colonial que vive como encapsulada en una formidable belleza natural.

María de Medeiros es verdaderamente el mayor de los aciertos de la película. Es una delicia disfrutar de su hipnótica elegancia rodeada de un entorno tan evocador como esa quinta de piedra y hiedra. El misterio que arrastra, su tolerancia a los misterios ajenos y el tiempo sostenido dentro de la quinta se convierten en los elementos de una fórmula seductora que liberan al protagonista de sí mismo. Y no añado más porque se trata de abrirles el apetito, no de destripar la película. Una quinta portuguesa ofrece, al fin y al cabo, eso tan cinematográfico de ver proyectados nuestros más íntimos e inconfesables deseos como el de cambiar por completo de vida de la noche a la mañana sin herir a nadie por el camino.

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