Joseph Roth es un personaje fascinante y un escritor mayúsculo. La primera faceta sigue inspirando a los degustadores del corazón tan amargo como fascinante del siglo XX; la segunda tenía una cuenta pendiente en nuestro idioma que trata de redimir ahora una edición de sus Cuentos completos (Páginas de Espuma) traducidos por Alberto Gordo.
Nacido en 1894 en Brody, hoy parte de la Ucrania fronteriza con Polonia y entonces parte del Imperio Austrohúngaro, Joseph Roth murió en 1939 en París, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, alcoholizado y estigmatizado por su condición de judío. Periodista a la vieja usanza, acuciado por la precariedad económica (se ve que es cíclico), describió la Europa de su época en innumerables reportajes, pero alcanzó la inmortalidad con su obra narrativa, especialmente gracias a la novela La Marcha Radetzky (Alba y Alianza).
Sus muy notables relatos, sin embargo, carecían en español de la edición ordenada en la forma cronológica que pide la alineación privilegiada de biografía y talento literario. Algo menos de 400 páginas en pequeño formato permiten navegar ágilmente 19 cuentos y novelas cortas creados entre 1916, cuando el autor tenía poco más de 20 años, y la culminación apoteósica de La leyenda del santo bebedor, que como explica al útil apartado Referencias del libro se considera su «testamento literario», ya que se publicó en junio de 1939, apenas unos días después de su muerte.
Aparecen en el volumen historias publicadas de forma póstuma, algunas inéditas en castellano y otras en una nueva traducción, e incluso fragmentos de obras inacabadas pero de enorme valor narrativo: Carrera, La casa rica de enfrente y la maravillosa Mendel, el aguador, donde brilla con especial intensidad el talento de Roth para retratar a los parias de un Imperio Austrohúngaro en descomposición. La edición la rematan dos artículos periodísticos y una carta en el que el autor explica a su jefe en un periódico alemán: «Yo dibujo el rostro de la época».
Frase redonda que denota la plena conciencia por Roth de su talento. No todo el mundo ha sabido reconocerlo. Su traductor al español para este libro, Alberto Gordo, cree saber por qué: «A diferencia de otros clásicos del siglo XX en lengua alemana como Kafka o Zweig, los lectores de Roth son menos y más específicos. Kafka es ineludible porque pertenece al canon universal y a Zweig llegan lectores por diferentes vías: aficionados al folletín, a la indagación psicológica de raíz freudiana, al ensayo histórico narrativo, a la cultura centroeuropea de entreguerras. Tengo la sensación de que a Roth solo llegan los aficionados a esto último. En español, se han traducido sus novelas, sus cartas, parte de sus cuentos, selecciones ocasionales de artículos. No diría tampoco que es un autor desconocido. Pero es verdad que me he encontrado con buenos lectores que apenas sabían quién era y que, por supuesto, no lo habían leído».
Un mundo desaparecido
Un vacío intolerable porque «Roth es uno de los autores en alemán más importantes del siglo XX y está presente en el canon de esta lengua». Aunque «está peor editado en su idioma que otros autores menos significativos», también es cierto que «en idiomas como el francés, el italiano y el inglés hay ya, desde hace años, buenas ediciones de sus cuentos, de su correspondencia y artículos, y por supuesto de sus novelas. Nuestra edición nos acerca un poco más a lo que han hecho en otros países».
Quizá su obra quedó demasiado encasillada para la posteridad en su contexto histórico: «Supongo que en Roth se busca una reconstrucción de aquel mundo de judíos orientales sencillos, además de un testimonio del imperio desaparecido», reconoce Gordo, que también se pregunta «hasta qué punto su evolución ideológica no ha lastrado también su posteridad. Zweig, por ejemplo, es un autor ideológicamente mucho más afín a nuestra manera de pensar hoy: pacifismo, unión federal de Europa, etc.» Hasta el punto de que, «dibujando el rostro de su época, como él decía, dibuja también el de la nuestra. Como todo gran artista, tiene grandes intuiciones: leída hoy su obra, ¿no nos parece una espeluznante descripción de un mundo que se encaminaba sin remedio al Holocausto?»
En cualquier caso, la lectura de su obra gana enteros con los detalles de su peripecia vital. «Hay buenos libros en español: Esta canalla de literatura (Acantilado), de Eduardo Gil Bera, un gran conocedor de Roth. Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos), de Soma Morgenstern, al que toleramos que nos hable mucho de sí mismo, porque entre líneas retrata con gran vivacidad la época, y a Roth y su decadencia. O el reciente La leyenda del santo bebedor. Legado y testamento de Joseph Roth (Acantilado), de Berta Ares Yáñez, un ensayo fascinante que vincula a Roth con la tradición judía oriental, insoslayable para entender su obra. Y recomiendo la biografía de David Bronsen, bastante conocida entre rothianos, pero que, me parece, no está disponible en español».
Amargura final
Tras sumergirse en el mundo de Roth, Alberto Gordo tuvo que enfrentarse al reto de transmitir la esencia de su estilo: «Es de una naturalidad absoluta, de una gran efectividad expresiva. Todo parece fruto del talento. Mientras lo traducía tenía muy presente algo que dice en una de sus cartas: ‘Solo sé escribir bien y rápido’. Su estilo a menudo carece de ornamentos; cuando los detectamos, suele ser porque quiere parodiar el estilo elevado, ‘literario’ en el peor sentido, sobre todo del folletín vienés, como en El espejo ciego. Creo que logra mucho con muy poco, es alérgico a cualquier artificiosidad, prescinde de toda fórmula superflua, da mucha importancia al ritmo de las frases y piensa mucho en el lector: sabe que el consumidor de periódicos y revistas —donde publicó gran parte de su obra antes de ponerla en un libro: así la cobraba dos veces— tiene el tiempo tasado. No quiere aburrirle».
En todos estos Cuentos completos late esa cadencia tan especial que nos introduce en mundos entrañables, de espléndida decadencia, pero La leyenda del santo bebedor tiene algo especial que ha fascinado a generaciones de lectores. «Creo que el tono tiene algo que ver, además de la recreación de Andreas, un personaje inolvidable. Y luego está su íntima vinculación con el final de Roth, alcoholizado, en París. Y con todo lo que estaba pasando en Europa. Esto hace que el cuento sea tristísimo, con esa frase final antológica, tan emocionante, pero sin afectación y sin aspirar a engrosar ningún catálogo de citas literarias: puro Roth».
Aunque matiza su traductor que «esta edición merece la pena leerla en orden cronológico y verla avanzar desde las sátiras del principio a los relatos amargos, perfecto reflejo de la amargura que fue apoderándose de él, de los últimos años». La paciencia tiene premio. Tenemos que darle tiempo a Dios para que nos provea de una despedida «tan rápida y hermosa».
Joseph Roth es un personaje fascinante y un escritor mayúsculo. La primera faceta sigue inspirando a los degustadores del corazón tan amargo como fascinante del siglo
Joseph Roth es un personaje fascinante y un escritor mayúsculo. La primera faceta sigue inspirando a los degustadores del corazón tan amargo como fascinante del siglo XX; la segunda tenía una cuenta pendiente en nuestro idioma que trata de redimir ahora una edición de sus Cuentos completos (Páginas de Espuma) traducidos por Alberto Gordo.
Nacido en 1894 en Brody, hoy parte de la Ucrania fronteriza con Polonia y entonces parte del Imperio Austrohúngaro, Joseph Roth murió en 1939 en París, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, alcoholizado y estigmatizado por su condición de judío. Periodista a la vieja usanza, acuciado por la precariedad económica (se ve que es cíclico), describió la Europa de su época en innumerables reportajes, pero alcanzó la inmortalidad con su obra narrativa, especialmente gracias a la novela La Marcha Radetzky (Alba y Alianza).
Sus muy notables relatos, sin embargo, carecían en español de la edición ordenada en la forma cronológica que pide la alineación privilegiada de biografía y talento literario. Algo menos de 400 páginas en pequeño formato permiten navegar ágilmente 19 cuentos y novelas cortas creados entre 1916, cuando el autor tenía poco más de 20 años, y la culminación apoteósica de La leyenda del santo bebedor, que como explica al útil apartado Referencias del libro se considera su «testamento literario», ya que se publicó en junio de 1939, apenas unos días después de su muerte.
Aparecen en el volumen historias publicadas de forma póstuma, algunas inéditas en castellano y otras en una nueva traducción, e incluso fragmentos de obras inacabadas pero de enorme valor narrativo: Carrera, La casa rica de enfrente y la maravillosa Mendel, el aguador, donde brilla con especial intensidad el talento de Roth para retratar a los parias de un Imperio Austrohúngaro en descomposición. La edición la rematan dos artículos periodísticos y una carta en el que el autor explica a su jefe en un periódico alemán: «Yo dibujo el rostro de la época».
Frase redonda que denota la plena conciencia por Roth de su talento. No todo el mundo ha sabido reconocerlo. Su traductor al español para este libro, Alberto Gordo, cree saber por qué: «A diferencia de otros clásicos del siglo XX en lengua alemana como Kafka o Zweig, los lectores de Roth son menos y más específicos. Kafka es ineludible porque pertenece al canon universal y a Zweig llegan lectores por diferentes vías: aficionados al folletín, a la indagación psicológica de raíz freudiana, al ensayo histórico narrativo, a la cultura centroeuropea de entreguerras. Tengo la sensación de que a Roth solo llegan los aficionados a esto último. En español, se han traducido sus novelas, sus cartas, parte de sus cuentos, selecciones ocasionales de artículos. No diría tampoco que es un autor desconocido. Pero es verdad que me he encontrado con buenos lectores que apenas sabían quién era y que, por supuesto, no lo habían leído».
Un vacío intolerable porque «Roth es uno de los autores en alemán más importantes del siglo XX y está presente en el canon de esta lengua». Aunque «está peor editado en su idioma que otros autores menos significativos», también es cierto que «en idiomas como el francés, el italiano y el inglés hay ya, desde hace años, buenas ediciones de sus cuentos, de su correspondencia y artículos, y por supuesto de sus novelas. Nuestra edición nos acerca un poco más a lo que han hecho en otros países».
Quizá su obra quedó demasiado encasillada para la posteridad en su contexto histórico: «Supongo que en Roth se busca una reconstrucción de aquel mundo de judíos orientales sencillos, además de un testimonio del imperio desaparecido», reconoce Gordo, que también se pregunta «hasta qué punto su evolución ideológica no ha lastrado también su posteridad. Zweig, por ejemplo, es un autor ideológicamente mucho más afín a nuestra manera de pensar hoy: pacifismo, unión federal de Europa, etc.» Hasta el punto de que, «dibujando el rostro de su época, como él decía, dibuja también el de la nuestra. Como todo gran artista, tiene grandes intuiciones: leída hoy su obra, ¿no nos parece una espeluznante descripción de un mundo que se encaminaba sin remedio al Holocausto?»
En cualquier caso, la lectura de su obra gana enteros con los detalles de su peripecia vital. «Hay buenos libros en español: Esta canalla de literatura (Acantilado), de Eduardo Gil Bera, un gran conocedor de Roth. Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos), de Soma Morgenstern, al que toleramos que nos hable mucho de sí mismo, porque entre líneas retrata con gran vivacidad la época, y a Roth y su decadencia. O el reciente La leyenda del santo bebedor. Legado y testamento de Joseph Roth (Acantilado), de Berta Ares Yáñez, un ensayo fascinante que vincula a Roth con la tradición judía oriental, insoslayable para entender su obra. Y recomiendo la biografía de David Bronsen, bastante conocida entre rothianos, pero que, me parece, no está disponible en español».
Tras sumergirse en el mundo de Roth, Alberto Gordo tuvo que enfrentarse al reto de transmitir la esencia de su estilo: «Es de una naturalidad absoluta, de una gran efectividad expresiva. Todo parece fruto del talento. Mientras lo traducía tenía muy presente algo que dice en una de sus cartas: ‘Solo sé escribir bien y rápido’. Su estilo a menudo carece de ornamentos; cuando los detectamos, suele ser porque quiere parodiar el estilo elevado, ‘literario’ en el peor sentido, sobre todo del folletín vienés, como en El espejo ciego. Creo que logra mucho con muy poco, es alérgico a cualquier artificiosidad, prescinde de toda fórmula superflua, da mucha importancia al ritmo de las frases y piensa mucho en el lector: sabe que el consumidor de periódicos y revistas —donde publicó gran parte de su obra antes de ponerla en un libro: así la cobraba dos veces— tiene el tiempo tasado. No quiere aburrirle».
En todos estos Cuentos completos late esa cadencia tan especial que nos introduce en mundos entrañables, de espléndida decadencia, pero La leyenda del santo bebedor tiene algo especial que ha fascinado a generaciones de lectores. «Creo que el tono tiene algo que ver, además de la recreación de Andreas, un personaje inolvidable. Y luego está su íntima vinculación con el final de Roth, alcoholizado, en París. Y con todo lo que estaba pasando en Europa. Esto hace que el cuento sea tristísimo, con esa frase final antológica, tan emocionante, pero sin afectación y sin aspirar a engrosar ningún catálogo de citas literarias: puro Roth».
Aunque matiza su traductor que «esta edición merece la pena leerla en orden cronológico y verla avanzar desde las sátiras del principio a los relatos amargos, perfecto reflejo de la amargura que fue apoderándose de él, de los últimos años». La paciencia tiene premio. Tenemos que darle tiempo a Dios para que nos provea de una despedida «tan rápida y hermosa».
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