Un nuevo Le Carré (pero a la americana) planea sobre la Rusia de Putin

«Un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». La archiconocida definición de Rusia por Sir Winston Churchill resume la mezcla de fascinación y temor de Occidente hacia un país inabarcable, enorme en todos los sentidos, que la megalomanía de Vladimir Putin ha devuelto a las primeras páginas de los diarios. Una buena novela de espías no sustituye la información rigurosa al respecto, pero nos proporciona un entretenido paseo por sus entretelas.

Eso es lo que propone Moscú X (Salamandra), de David McCloskey. Como analista de la CIA, el autor escribió para el President’s Daily Brief, prestó testimonio clasificado ante comités del Congreso e informó a altos funcionarios de la Casa Blanca, embajadores, militares y miembros de la realeza árabe. Además, trabajó en estaciones de campo de la CIA en todo Oriente Medio. Retirado de tan excitante mundo, escribió Estación Damasco, un pelotazo que le valió la comparación con John Le Carré de medios como The New York Times o Publishers Weekly. Palabras mayores. Podría estar en ello, pero con un matiz importante: frente al británico, McCloskey es un producto claramente made in USA. In Langley, concretamente…

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Moscú X
David McCloskey

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Sabe de lo que habla. Evidentemente, no dice todo lo que sabe. A Moscú X le aplica una doble perspectiva. La de la CIA se parece bastante a lo que consumimos a toneladas en películas y series, pero con un punto de cotidianeidad laboral muy sugerente (un poco a lo Slow Horses, salvando las distancias). La rusa se nutre fundamentalmente de un personaje muy interesante, Anna, una rusa en el más hondo sentido de la palabra entrillada entre el legendario fatalismo del país y el desprecio al turbio presente de oligarcas y demás podredumbres. También hay personajes guapos y valientes, malos malísimos, lujo y exotismo, bastantes tópicos, y mucha acción y adrenalina, incluida su dosis de casquería. Reiteramos: se trata de un entretenimiento. Y, como tal, funciona a la perfección. Pero, además, aquí y allá aparecen detalles más interesantes sobre ese gran juego de ajedrez que los comunes de los mortales apenas intuimos.

Detalles técnicos   

McCloskey nos habla de su novela desde su retiro en Texas. «Moscú X surgió de una imagen impactante que se instaló en mi mente durante un largo paseo: una mujer a caballo se aleja de una granja en llamas. Pensé que los rusos estarían implicados. No sabía cómo, ni por qué, ni cuándo. Tampoco sabía por qué cabalgaba la mujer, ni cómo se había iniciado el incendio. No sabía su nombre. Pero allí, en aquella imagen, percibí la posibilidad de un mundo, y sentí que debía ser yo quien fuera a descubrirlo». Sugerente. El desarrollo de esa imagen cuenta con muchos detalles técnicos y narrativos que dan verosimilitud, pero lo sensible del material dispara la pregunta. ¿Por qué permite la CIA que un antiguo agente escriba novelas como esta? «Por la primera enmienda. Dentro de los límites de mis acuerdos de confidencialidad, tengo derecho a la libertad de expresión. Aunque estoy obligado a presentar mis manuscritos a lo que se conoce como la Junta de Revisión de Publicaciones por adelantado».

Aparecen protocolos de actuación, gadgets, estilos de formación, caracteres dominantes en la organización… Pero sin idealizaciones, con despachos en los que los muebles son de «madera algo desconchada» y profesionales altamente cualificados que, sin embargo, cometen errores e incluso hacen caer la conexión varias horas en medio de una operación de alto riesgo. «Para mí siempre ha sido importante explorar los aspectos más burocráticos y procedimentales de los servicios de inteligencia. Y parte de ello consiste en evitar personajes que sean ‘superhéroes espías’. Moscú X es fantasía basada firmemente en la realidad. Espero que no haya caricaturas. Por ejemplo, la CIA de Moscú X, al igual que su homóloga en la vida real, está luchando con el oficio de reunir inteligencia humana en una era de vigilancia técnica omnipresente».

Aunque la estrella de la novela es, por supuesto, Rusia. Al principio, una agente de la CIA sentencia: «Un nuevo siglo (…) un nuevo balón de oxígeno a los productores rusos de ataúdes de zinc. Lo que fue será, amén». ¿Podría entenderse como una premonición de la actual política de Trump con Putin? «El personaje de Procter es una agente de la vieja escuela que se crió en un mundo en el que los rusos no eran nuestros amigos. Ella y su grupo de jefes amigos han desarrollado sus carreras en una guerra encubierta contra ellos. Cree que los servicios de seguridad rusos son ‘bárbaros sin límites ni moral’. Chekistas que presionarán con cualquier ventaja que puedan hasta que se les detenga. No creo que esto sea prescriptivo, pero sí refleja cierta cohorte de oficiales de inteligencia que ciertamente miran con recelo el aparente deseo de la Administración Trump de algún tipo de acercamiento con Moscú».

Círculo íntimo de Putin

La trama gira en torno a una oportunidad única de desestabilizar el «círculo íntimo de Putin». El presidente de EEUU da el visto bueno. Sin embargo, McCloskey duda mucho que el de la vida real (Biden cuando escribía) lo hubiera hecho: «Supongo que, entre el riesgo de desestabilizar políticamente a Rusia, la posibilidad de violencia involuntaria y los tejemanejes con los flujos financieros internacionales, muy pocos presidentes autorizarían jamás una operación así. Pero un escritor puede soñar, ¿no?». Un sueño poblado de gente peligrosa: «A lo largo de 25 años, Putin se ha convertido en el gobernante indiscutible de Rusia. Él y su círculo controlan los flujos de dinero. Controlan las palancas de la coerción, el ejército, las milicias, los servicios de seguridad y similares». 

Los famosos oligarcas, obsesionados con asegurar su posición y sus inmensas riquezas. Aunque la novela incluye otro arquetipo casi más inquietante. Chernov, teniente coronel del FSB (antigua KGB) y esbirro del principal oligarca del momento, es un lunático para el que Dios y la patria rusa se confunden. «Este tipo de fanáticos son quizás influyentes o, más concretamente, integrados por Putin porque ofrecen una visión de Rusia que se alinea con sus visiones neoimperiales, chekistas y expansionistas de un Estado central fuerte que gobierne más territorio y controle una esfera de influencia en su extranjero cercano». 

Cualquiera diría que lo está consiguiendo… «El sistema, por ahora, parece estar firmemente en sus manos. Aunque, como vimos con el motín abortado perpetrado por Prighozin, los cortesanos descontentos con fuertes bases de poder son una amenaza persistente para Putin». Gente como Anna… Esa mujer a caballo, puro fuego, hija de oligarca, pertenece a otra generación y desprecia lo que ve en su país. ¿Un atisbo de esperanza? «No tengo muchas esperanzas en las perspectivas de un verdadero cambio político en Rusia, ni en una nueva forma de hacer negocios con Occidente. A un nivel muy básico, en una amplia generalización, la cultura política rusa tiene una definición menos expansiva y más restringida de la libertad y la agencia individual que la que poseemos en gran parte de Occidente».

Personaje más complejo 

En ese contexto, «la libertad es escapar robando a un ladrón, como dice Anna en la novela. Y como Rusia, Anna es una mujer atrapada entre muchos dilemas: quiere a su padre, pero desprecia el control que ejerce sobre su vida. Disfruta de los frutos de vivir en círculos de élite, pero odia al marido que los mantiene flotando ahí. Ama su trabajo, pero odia a los hombres que determinan su destino profesional. Es una rusa leal y una traidora. Es sin duda el personaje más complejo de la novela». 

En el otro lado, uno de los secundarios con mayor morbo es Harry Hamilton, un multimillonario al servicio de la CIA por patriotismo. «Modelé ese personaje –o, al menos, el concepto– a partir de la cooperación de la CIA con Howard Hughes». Que murió en 1976… ¿Hay casos más actuales? «Efectivamente, aunque supongo que son raros». No se le escapa ningún nombre. Casi mejor, no sea que después tenga que matarme y no pueda escribir la entrevista. Lo dejo trabajar: «Estoy terminando de editar mi cuarta novela, una historia sobre una guerra de asesinatos entre Israel e Irán. Y ahora estoy escribiendo una quinta, a la que espero dar un toque español…».

Interesante… Pero se me olvidaba: ¿Le halaga, le estresa o le aburre que le comparen constantemente con John Le Carré? «Todo eso. Sobre todo me parece ridículo, aunque por supuesto es útil desde el punto de vista del márketing».

 «Un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». La archiconocida definición de Rusia por Sir Winston Churchill resume la mezcla de fascinación y temor  

«Un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». La archiconocida definición de Rusia por Sir Winston Churchill resume la mezcla de fascinación y temor de Occidente hacia un país inabarcable, enorme en todos los sentidos, que la megalomanía de Vladimir Putin ha devuelto a las primeras páginas de los diarios. Una buena novela de espías no sustituye la información rigurosa al respecto, pero nos proporciona un entretenido paseo por sus entretelas.

Eso es lo que propone Moscú X (Salamandra), de David McCloskey. Como analista de la CIA, el autor escribió para el President’s Daily Brief, prestó testimonio clasificado ante comités del Congreso e informó a altos funcionarios de la Casa Blanca, embajadores, militares y miembros de la realeza árabe. Además, trabajó en estaciones de campo de la CIA en todo Oriente Medio. Retirado de tan excitante mundo, escribió Estación Damasco, un pelotazo que le valió la comparación con John Le Carré de medios como The New York Times o Publishers Weekly. Palabras mayores. Podría estar en ello, pero con un matiz importante: frente al británico, McCloskey es un producto claramente made in USA. In Langley, concretamente…

Sabe de lo que habla. Evidentemente, no dice todo lo que sabe. A Moscú X le aplica una doble perspectiva. La de la CIA se parece bastante a lo que consumimos a toneladas en películas y series, pero con un punto de cotidianeidad laboral muy sugerente (un poco a lo Slow Horses, salvando las distancias). La rusa se nutre fundamentalmente de un personaje muy interesante, Anna, una rusa en el más hondo sentido de la palabra entrillada entre el legendario fatalismo del país y el desprecio al turbio presente de oligarcas y demás podredumbres. También hay personajes guapos y valientes, malos malísimos, lujo y exotismo, bastantes tópicos, y mucha acción y adrenalina, incluida su dosis de casquería. Reiteramos: se trata de un entretenimiento. Y, como tal, funciona a la perfección. Pero, además, aquí y allá aparecen detalles más interesantes sobre ese gran juego de ajedrez que los comunes de los mortales apenas intuimos.

McCloskey nos habla de su novela desde su retiro en Texas. «Moscú X surgió de una imagen impactante que se instaló en mi mente durante un largo paseo: una mujer a caballo se aleja de una granja en llamas. Pensé que los rusos estarían implicados. No sabía cómo, ni por qué, ni cuándo. Tampoco sabía por qué cabalgaba la mujer, ni cómo se había iniciado el incendio. No sabía su nombre. Pero allí, en aquella imagen, percibí la posibilidad de un mundo, y sentí que debía ser yo quien fuera a descubrirlo». Sugerente. El desarrollo de esa imagen cuenta con muchos detalles técnicos y narrativos que dan verosimilitud, pero lo sensible del material dispara la pregunta. ¿Por qué permite la CIA que un antiguo agente escriba novelas como esta? «Por la primera enmienda. Dentro de los límites de mis acuerdos de confidencialidad, tengo derecho a la libertad de expresión. Aunque estoy obligado a presentar mis manuscritos a lo que se conoce como la Junta de Revisión de Publicaciones por adelantado».

Aparecen protocolos de actuación, gadgets, estilos de formación, caracteres dominantes en la organización… Pero sin idealizaciones, con despachos en los que los muebles son de «madera algo desconchada» y profesionales altamente cualificados que, sin embargo, cometen errores e incluso hacen caer la conexión varias horas en medio de una operación de alto riesgo. «Para mí siempre ha sido importante explorar los aspectos más burocráticos y procedimentales de los servicios de inteligencia. Y parte de ello consiste en evitar personajes que sean ‘superhéroes espías’. Moscú X es fantasía basada firmemente en la realidad. Espero que no haya caricaturas. Por ejemplo, la CIA de Moscú X, al igual que su homóloga en la vida real, está luchando con el oficio de reunir inteligencia humana en una era de vigilancia técnica omnipresente».

Aunque la estrella de la novela es, por supuesto, Rusia. Al principio, una agente de la CIA sentencia: «Un nuevo siglo (…) un nuevo balón de oxígeno a los productores rusos de ataúdes de zinc. Lo que fue será, amén». ¿Podría entenderse como una premonición de la actual política de Trump con Putin? «El personaje de Procter es una agente de la vieja escuela que se crió en un mundo en el que los rusos no eran nuestros amigos. Ella y su grupo de jefes amigos han desarrollado sus carreras en una guerra encubierta contra ellos. Cree que los servicios de seguridad rusos son ‘bárbaros sin límites ni moral’. Chekistas que presionarán con cualquier ventaja que puedan hasta que se les detenga. No creo que esto sea prescriptivo, pero sí refleja cierta cohorte de oficiales de inteligencia que ciertamente miran con recelo el aparente deseo de la Administración Trump de algún tipo de acercamiento con Moscú».

La trama gira en torno a una oportunidad única de desestabilizar el «círculo íntimo de Putin». El presidente de EEUU da el visto bueno. Sin embargo, McCloskey duda mucho que el de la vida real (Biden cuando escribía) lo hubiera hecho: «Supongo que, entre el riesgo de desestabilizar políticamente a Rusia, la posibilidad de violencia involuntaria y los tejemanejes con los flujos financieros internacionales, muy pocos presidentes autorizarían jamás una operación así. Pero un escritor puede soñar, ¿no?». Un sueño poblado de gente peligrosa: «A lo largo de 25 años, Putin se ha convertido en el gobernante indiscutible de Rusia. Él y su círculo controlan los flujos de dinero. Controlan las palancas de la coerción, el ejército, las milicias, los servicios de seguridad y similares». 

Los famosos oligarcas, obsesionados con asegurar su posición y sus inmensas riquezas. Aunque la novela incluye otro arquetipo casi más inquietante. Chernov, teniente coronel del FSB (antigua KGB) y esbirro del principal oligarca del momento, es un lunático para el que Dios y la patria rusa se confunden. «Este tipo de fanáticos son quizás influyentes o, más concretamente, integrados por Putin porque ofrecen una visión de Rusia que se alinea con sus visiones neoimperiales, chekistas y expansionistas de un Estado central fuerte que gobierne más territorio y controle una esfera de influencia en su extranjero cercano». 

Cualquiera diría que lo está consiguiendo… «El sistema, por ahora, parece estar firmemente en sus manos. Aunque, como vimos con el motín abortado perpetrado por Prighozin, los cortesanos descontentos con fuertes bases de poder son una amenaza persistente para Putin». Gente como Anna… Esa mujer a caballo, puro fuego, hija de oligarca, pertenece a otra generación y desprecia lo que ve en su país. ¿Un atisbo de esperanza? «No tengo muchas esperanzas en las perspectivas de un verdadero cambio político en Rusia, ni en una nueva forma de hacer negocios con Occidente. A un nivel muy básico, en una amplia generalización, la cultura política rusa tiene una definición menos expansiva y más restringida de la libertad y la agencia individual que la que poseemos en gran parte de Occidente».

En ese contexto, «la libertad es escapar robando a un ladrón, como dice Anna en la novela. Y como Rusia, Anna es una mujer atrapada entre muchos dilemas: quiere a su padre, pero desprecia el control que ejerce sobre su vida. Disfruta de los frutos de vivir en círculos de élite, pero odia al marido que los mantiene flotando ahí. Ama su trabajo, pero odia a los hombres que determinan su destino profesional. Es una rusa leal y una traidora. Es sin duda el personaje más complejo de la novela». 

En el otro lado, uno de los secundarios con mayor morbo es Harry Hamilton, un multimillonario al servicio de la CIA por patriotismo. «Modelé ese personaje –o, al menos, el concepto– a partir de la cooperación de la CIA con Howard Hughes». Que murió en 1976… ¿Hay casos más actuales? «Efectivamente, aunque supongo que son raros». No se le escapa ningún nombre. Casi mejor, no sea que después tenga que matarme y no pueda escribir la entrevista. Lo dejo trabajar: «Estoy terminando de editar mi cuarta novela, una historia sobre una guerra de asesinatos entre Israel e Irán. Y ahora estoy escribiendo una quinta, a la que espero dar un toque español…».

Interesante… Pero se me olvidaba: ¿Le halaga, le estresa o le aburre que le comparen constantemente con John Le Carré? «Todo eso. Sobre todo me parece ridículo, aunque por supuesto es útil desde el punto de vista del márketing».

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