Afortunadamente ya no hay ruido de sables en España. Los militares no creen que deban poner orden en un país cuya clase política lo lleva al desastre. Pensemos que una situación actual, marcada por un gobierno autoritario y corrupto y unos nacionalistas al borde de la independencia, habría sido suficiente en los siglos XIX y XX para que un grupo de militares se pronunciara, iniciara una revolución o diera un golpe de Estado. El Ejército era concebido también como un agente de orden interno, y se le atribuía una voz política que debía ser escuchada. De ahí su participación en los avatares de nuestro país.
El general Sanjurjo nació el 28 de marzo de 1872 en Pamplona. Era hijo de un coronel carlista fallecido en la Tercera Guerra Carlista, y heredó su vocación militar, por lo que ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, donde se graduó en la promoción de 1893-94. De ahí marchó a Cuba, donde se enfrentó a los independentistas cubanos, consiguiendo el ascenso a capitán. La derrota del 98 y el regeneracionismo marcaron a Sanjurjo, como a muchos otros militares, políticos e intelectuales. Esto fue importante en su idea política de España, porque creyó que el país había entrado en una fase de decadencia por una política equivocada, y que era preciso una mano firme, un «cirujano de hierro», como escribió Joaquín Costa, para enderezar a la nación.
Sanjurjo siguió su carrera militar en Marruecos, convirtiéndose por derecho propio en un miembro destacado de los ‘africanistas’, de aquellos oficiales forjados en el combate y en la victoria. En las campañas del norte de África, Sanjurjo destacó en la guerra de Melilla, en 1909, y en la campaña del Kert dos años después, por las que obtuvo varias condecoraciones por méritos de guerra. En 1921, tras el desastre de Annual, fue nombrado comandante general de Melilla, y lideró la reconquista del territorio perdido.
Su momento más importante llegó en julio de 1925, cuando dirigió el desembarco de Alhucemas, una operación decisiva contra las fuerzas de Abd el-Krim. Por esta victoria, el rey Alfonso XIII le otorgó el título de marqués del Rif, consolidando su prestigio como uno de los grandes militares africanistas.
Sanjurjo tuvo también su faceta política, como gran parte de aquella generación de militares forjados en el 98 y África. Así, en 1923 apoyó el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, convirtiéndose en uno de los pilares de la dictadura. Ocupó cargos clave como alto comisario de España en Marruecos y director general de la Guardia Civil. Se ganó entonces la fama de hombre serio y eficaz también en política, aunque no muy apegado a la monarquía. Quizá por eso, el general Damaso Berenguer lo apartó en 1930, tras la marcha de Primo de Rivera. Sanjurjo pensó que el rey no había tratado bien al dictador. Hay quien dice que aquello separó definitivamente a Sanjurjo de Alfonso XIII, dando a entender que la regeneración del país pasaba por un poder firme que no por necesidad debía ser un rey. De hecho, siendo Director de la Guardia Civil en abril de 1931 se negó a movilizar a la benemérita para defender el orden constitucional monárquico. Sanjurjo dijo entonces que la Guardia Civil no estaba para disparar contra manifestantes.
Así, tras la proclamación de la Segunda República en abril de 1931, Sanjurjo fue confirmado como director de la Guardia Civil. Sin embargo, pronto vio que los proyectos de reforma militar de Manuel Azaña eran un despropósito, y así lo hizo ver al Gobierno.
Pero pronto llegaron dos sucesos que determinaron la relación de Sanjurjo con la recién nacida República. El 31 de diciembre de 1931, en Castilblanco, un pueblo de Badajoz, cuatro guardias civiles fueron linchados por jornaleros del sindicato socialista Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT). Los hechos causaron una conmoción nacional y Sanjurjo, como director de la Guardia Civil, protestó enérgicamente. Sin embargo, cinco días después, el 5 de enero de 1932, la Guardia Civil, seguramente asustada y en recuerdo de lo que había pasado en Badajoz, disparó a unos manifestantes en Arnedo, La Rioja, matando a once personas, entre ellas mujeres, niños y ancianos, y dejando más de 30 heridos. El Gobierno reaccionó destituyendo a Sanjurjo el 3 de febrero de 1932, y poco después conmutó las penas de muerte de los asesinos de guardias civiles de Castilblanco.
Sanjurjo consideró entonces que la República necesitaba una rectificación, más orden para que el país no se fuera por el sumidero de la revolución. Incluso llegó a declararlo así el 9 de abril a una revista francesa. Empezó entonces a preparar el golpe.
En agosto de 1932, Sanjurjo lideró el intento de golpe de Estado conocido como la Sanjurjada. Los planes eran los siguientes. En Madrid, los generales Cavalcanti y Goded tenían la misión de apoderarse del Palacio de Comunicaciones y del ministerio de la Guerra, donde detendrían a Manuel Azaña. Tras este acto, se levantarían el general González Carrasco en Granada; el general Miguel Ponte en Valladolid; el coronel Varela en Cádiz y el general Barrera en Pamplona, cuyas tropas marcharían sobre Madrid.
Sanjurjo había viajado a Sevilla el 9 de agosto. Llegó al día siguiente de madrugada. Se instaló en la casa del marqués de Esquivel, en el conocido como Villa Casa Blanca. Allí se le unieron el general García de la Herrán y una veintena de jefes y oficiales. Se les unió una compañía de la Guardia Civil y un batallón de ingenieros. Con estas fuerzas tomaron el ayuntamiento y el gobierno civil para proclamar el estado de guerra. Sanjurjo quería constituir un gobierno dictatorial transitorio, que convocara Cortes y un referéndum sobre la forma de Estado; esto es, la consulta que no se produjo en abril de 1931. Con este plan se sumó el resto de la guarnición sevillana salvo las fuerzas del aeródromo de Tablada.
Al mismo tiempo, en Madrid, un escuadrón de 70 hombres y cien civiles quisieron tomar el Palacio de Comunicaciones y el Ministerio de la Guerra a las 3:30 de la mañana del 10 de agosto. Aquella fuerza era numéricamente ridícula y cobarde. Fueron detenidos por los guardias de asalto, eso sí, tras provocar diez muertes. Tres horas después, a las 6, se produjo la detención de Goded y Cavalcanti. Cuando esto se supo en Sevilla, la tropa abandonó el golpe y dejó sola a la Guardia Civil, que recibió la noticia de que desde Madrid se acercaban las fuerzas gubernamentales para sofocar el golpe.
Al tiempo, la UGT declaró que era un «golpe fascista» y organizó una huelga revolucionaria con la formación de un Comité de Salud Pública y el bautizo del ‘Moscú sevillano’. Tomaron armas, liberaron presos, mataron a un guardia civil, atacaron a la prensa conservadora y monárquica, como ABC y La Unión, y luego asaltaron las iglesias de San Ildefonso, San Juan de la Palma y San Martín para acabar en la Iglesia y hospital de la Caridad.
Ante esta situación, los oficiales dijeron a Sanjurjo que no se enfrentarían a las tropas gubernamentales. Así, Sanjurjo abandonó Sevilla camino de Portugal, pero fue detenido antes de cruzar la frontera.
La Sanjurjada fue la excusa para hacer una purga en la administración y en el ejército, cerrar 109 periódicos, detener a más de 5.000 personas, y bendecir el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Luego se produjo el juicio a Sanjurjo, que fue condenado a muerte, aunque se le conmutó por cadena perpetua. Más de 140 implicados fueron deportados a Villa Cisneros, en el Sáhara Occidental. Cuando la derecha llegó al poder democráticamente, el gobierno de Lerroux indultó a Sanjurjo, que se exilió en Portugal. Para entonces este militar era el punto de referencia para todos los que querían rectificar la República o acabar con ella.
En 1936, Sanjurjo era considerado por muchos como el líder natural del golpe militar que se gestaba. Los generales Emilio Mola y Francisco Franco lo reconocían como jefe moral del alzamiento. El 20 de julio, debía volar desde Portugal a Burgos para asumir el mando del bando sublevado. El aviador Juan Antonio Ansaldo, falangista, militar con amplia experiencia en la guerra del Rif, llegó con una avioneta De Havilland Puss Moth para hacer el viaje. La historia cuenta que era un avión poco adecuado para transportar pasajeros con equipaje voluminoso. Sanjurjo insistió en llevar consigo una pesada maleta con uniformes y efectos personales, convencido de que debía presentarse en España con la dignidad que su rango exigía. Ansaldo advirtió del riesgo, pero el general no cedió.
A las pocas horas del mediodía, la avioneta intentó despegar desde un improvisado aeródromo en Cascais. Apenas levantó vuelo, el aparato perdió sustentación y se estrelló contra unos árboles. Ansaldo logró sobrevivir, pero Sanjurjo, que iba atado al asiento, murió carbonizado.
Hay quien dice que fue una conspiración para dejar el mando en Franco, pero otros historiadores han descartado la hipótesis del sabotaje, señalando que el accidente fue resultado de una combinación de factores técnicos y decisiones personales. La muerte de Sanjurjo no solo privó al alzamiento de su líder natural, sino que alteró el equilibrio interno entre los conspiradores, y dejó el campo a los generales Mola, que murió también en un accidente de aviación, y a Franco.
El régimen franquista reconoció el papel de Sanjurjo. Lo nombró capitán general a título póstumo, y dio su nombre a numerosas calles por todo el país, hasta 45. En Madrid era la que hoy es conocida como José Abascal, que fue renombrada en 1980. En Barcelona era la que hoy es la Carrer de Pi i Margall, que fue rebautizada en 1979. Todavía existen municipios donde se conserva el nombre. En fin, esta ha sido la historia de un militar que como otros, incluidos políticos, quiso rectificar la República en el sentido del orden.
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Afortunadamente ya no hay ruido de sables en España. Los militares no creen que deban poner orden en un país cuya clase política lo lleva al
Afortunadamente ya no hay ruido de sables en España. Los militares no creen que deban poner orden en un país cuya clase política lo lleva al desastre. Pensemos que una situación actual, marcada por un gobierno autoritario y corrupto y unos nacionalistas al borde de la independencia, habría sido suficiente en los siglos XIX y XX para que un grupo de militares se pronunciara, iniciara una revolución o diera un golpe de Estado. El Ejército era concebido también como un agente de orden interno, y se le atribuía una voz política que debía ser escuchada. De ahí su participación en los avatares de nuestro país.
El general Sanjurjo nació el 28 de marzo de 1872 en Pamplona. Era hijo de un coronel carlista fallecido en la Tercera Guerra Carlista, y heredó su vocación militar, por lo que ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, donde se graduó en la promoción de 1893-94. De ahí marchó a Cuba, donde se enfrentó a los independentistas cubanos, consiguiendo el ascenso a capitán. La derrota del 98 y el regeneracionismo marcaron a Sanjurjo, como a muchos otros militares, políticos e intelectuales. Esto fue importante en su idea política de España, porque creyó que el país había entrado en una fase de decadencia por una política equivocada, y que era preciso una mano firme, un «cirujano de hierro», como escribió Joaquín Costa, para enderezar a la nación.
Sanjurjo siguió su carrera militar en Marruecos, convirtiéndose por derecho propio en un miembro destacado de los ‘africanistas’, de aquellos oficiales forjados en el combate y en la victoria. En las campañas del norte de África, Sanjurjo destacó en la guerra de Melilla, en 1909, y en la campaña del Kert dos años después, por las que obtuvo varias condecoraciones por méritos de guerra. En 1921, tras el desastre de Annual, fue nombrado comandante general de Melilla, y lideró la reconquista del territorio perdido.
Su momento más importante llegó en julio de 1925, cuando dirigió el desembarco de Alhucemas, una operación decisiva contra las fuerzas de Abd el-Krim. Por esta victoria, el rey Alfonso XIII le otorgó el título de marqués del Rif, consolidando su prestigio como uno de los grandes militares africanistas.
Sanjurjo tuvo también su faceta política, como gran parte de aquella generación de militares forjados en el 98 y África. Así, en 1923 apoyó el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, convirtiéndose en uno de los pilares de la dictadura. Ocupó cargos clave como alto comisario de España en Marruecos y director general de la Guardia Civil. Se ganó entonces la fama de hombre serio y eficaz también en política, aunque no muy apegado a la monarquía. Quizá por eso, el general Damaso Berenguer lo apartó en 1930, tras la marcha de Primo de Rivera. Sanjurjo pensó que el rey no había tratado bien al dictador. Hay quien dice que aquello separó definitivamente a Sanjurjo de Alfonso XIII, dando a entender que la regeneración del país pasaba por un poder firme que no por necesidad debía ser un rey. De hecho, siendo Director de la Guardia Civil en abril de 1931 se negó a movilizar a la benemérita para defender el orden constitucional monárquico. Sanjurjo dijo entonces que la Guardia Civil no estaba para disparar contra manifestantes.
Así, tras la proclamación de la Segunda República en abril de 1931, Sanjurjo fue confirmado como director de la Guardia Civil. Sin embargo, pronto vio que los proyectos de reforma militar de Manuel Azaña eran un despropósito, y así lo hizo ver al Gobierno.
Pero pronto llegaron dos sucesos que determinaron la relación de Sanjurjo con la recién nacida República. El 31 de diciembre de 1931, en Castilblanco, un pueblo de Badajoz, cuatro guardias civiles fueron linchados por jornaleros del sindicato socialista Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT). Los hechos causaron una conmoción nacional y Sanjurjo, como director de la Guardia Civil, protestó enérgicamente. Sin embargo, cinco días después, el 5 de enero de 1932, la Guardia Civil, seguramente asustada y en recuerdo de lo que había pasado en Badajoz, disparó a unos manifestantes en Arnedo, La Rioja, matando a once personas, entre ellas mujeres, niños y ancianos, y dejando más de 30 heridos. El Gobierno reaccionó destituyendo a Sanjurjo el 3 de febrero de 1932, y poco después conmutó las penas de muerte de los asesinos de guardias civiles de Castilblanco.
Sanjurjo consideró entonces que la República necesitaba una rectificación, más orden para que el país no se fuera por el sumidero de la revolución. Incluso llegó a declararlo así el 9 de abril a una revista francesa. Empezó entonces a preparar el golpe.
En agosto de 1932, Sanjurjo lideró el intento de golpe de Estado conocido como la Sanjurjada. Los planes eran los siguientes. En Madrid, los generales Cavalcanti y Goded tenían la misión de apoderarse del Palacio de Comunicaciones y del ministerio de la Guerra, donde detendrían a Manuel Azaña. Tras este acto, se levantarían el general González Carrasco en Granada; el general Miguel Ponte en Valladolid; el coronel Varela en Cádiz y el general Barrera en Pamplona, cuyas tropas marcharían sobre Madrid.
Sanjurjo había viajado a Sevilla el 9 de agosto. Llegó al día siguiente de madrugada. Se instaló en la casa del marqués de Esquivel, en el conocido como Villa Casa Blanca. Allí se le unieron el general García de la Herrán y una veintena de jefes y oficiales. Se les unió una compañía de la Guardia Civil y un batallón de ingenieros. Con estas fuerzas tomaron el ayuntamiento y el gobierno civil para proclamar el estado de guerra. Sanjurjo quería constituir un gobierno dictatorial transitorio, que convocara Cortes y un referéndum sobre la forma de Estado; esto es, la consulta que no se produjo en abril de 1931. Con este plan se sumó el resto de la guarnición sevillana salvo las fuerzas del aeródromo de Tablada.
Al mismo tiempo, en Madrid, un escuadrón de 70 hombres y cien civiles quisieron tomar el Palacio de Comunicaciones y el Ministerio de la Guerra a las 3:30 de la mañana del 10 de agosto. Aquella fuerza era numéricamente ridícula y cobarde. Fueron detenidos por los guardias de asalto, eso sí, tras provocar diez muertes. Tres horas después, a las 6, se produjo la detención de Goded y Cavalcanti. Cuando esto se supo en Sevilla, la tropa abandonó el golpe y dejó sola a la Guardia Civil, que recibió la noticia de que desde Madrid se acercaban las fuerzas gubernamentales para sofocar el golpe.
Al tiempo, la UGT declaró que era un «golpe fascista» y organizó una huelga revolucionaria con la formación de un Comité de Salud Pública y el bautizo del ‘Moscú sevillano’. Tomaron armas, liberaron presos, mataron a un guardia civil, atacaron a la prensa conservadora y monárquica, como ABC y La Unión, y luego asaltaron las iglesias de San Ildefonso, San Juan de la Palma y San Martín para acabar en la Iglesia y hospital de la Caridad.
Ante esta situación, los oficiales dijeron a Sanjurjo que no se enfrentarían a las tropas gubernamentales. Así, Sanjurjo abandonó Sevilla camino de Portugal, pero fue detenido antes de cruzar la frontera.
La Sanjurjada fue la excusa para hacer una purga en la administración y en el ejército, cerrar 109 periódicos, detener a más de 5.000 personas, y bendecir el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Luego se produjo el juicio a Sanjurjo, que fue condenado a muerte, aunque se le conmutó por cadena perpetua. Más de 140 implicados fueron deportados a Villa Cisneros, en el Sáhara Occidental. Cuando la derecha llegó al poder democráticamente, el gobierno de Lerroux indultó a Sanjurjo, que se exilió en Portugal. Para entonces este militar era el punto de referencia para todos los que querían rectificar la República o acabar con ella.
En 1936, Sanjurjo era considerado por muchos como el líder natural del golpe militar que se gestaba. Los generales Emilio Mola y Francisco Franco lo reconocían como jefe moral del alzamiento. El 20 de julio, debía volar desde Portugal a Burgos para asumir el mando del bando sublevado. El aviador Juan Antonio Ansaldo, falangista, militar con amplia experiencia en la guerra del Rif, llegó con una avioneta De Havilland Puss Moth para hacer el viaje. La historia cuenta que era un avión poco adecuado para transportar pasajeros con equipaje voluminoso. Sanjurjo insistió en llevar consigo una pesada maleta con uniformes y efectos personales, convencido de que debía presentarse en España con la dignidad que su rango exigía. Ansaldo advirtió del riesgo, pero el general no cedió.
A las pocas horas del mediodía, la avioneta intentó despegar desde un improvisado aeródromo en Cascais. Apenas levantó vuelo, el aparato perdió sustentación y se estrelló contra unos árboles. Ansaldo logró sobrevivir, pero Sanjurjo, que iba atado al asiento, murió carbonizado.
Hay quien dice que fue una conspiración para dejar el mando en Franco, pero otros historiadores han descartado la hipótesis del sabotaje, señalando que el accidente fue resultado de una combinación de factores técnicos y decisiones personales. La muerte de Sanjurjo no solo privó al alzamiento de su líder natural, sino que alteró el equilibrio interno entre los conspiradores, y dejó el campo a los generales Mola, que murió también en un accidente de aviación, y a Franco.
El régimen franquista reconoció el papel de Sanjurjo. Lo nombró capitán general a título póstumo, y dio su nombre a numerosas calles por todo el país, hasta 45. En Madrid era la que hoy es conocida como José Abascal, que fue renombrada en 1980. En Barcelona era la que hoy es la Carrer de Pi i Margall, que fue rebautizada en 1979. Todavía existen municipios donde se conserva el nombre. En fin, esta ha sido la historia de un militar que como otros, incluidos políticos, quiso rectificar la República en el sentido del orden.
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