‘Tiempo compartido’: una deliciosa comedia intimista sobre la pandemia

Algún día, en el futuro, alguien escribirá un libro o una tesis doctoral sobre cómo influyó la pandemia en la literatura, el cine y otras artes. De momento, Olivier Assayas (París, 1955) ha dirigido Tiempo compartido, en la que recrea en clave intimista y autobiográfica, con toques de comedia, los días del confinamiento. Es una película tan modesta como deliciosa.

Vincent Macaigne da vida a un director de cine que se confina con su hermano y las respectivas parejas de ambos, en la casa familiar en el campo. Aunque el personaje responde a un nombre diferente, tiene mucho de autorretrato paródico del propio Assayas, lo cual se confirma por dos vías. Por un lado, el mismo actor ya interpretó a otro realizador que se parecía mucho a Assayas en la serie Irma Vep (puede verse en Max) que contaba los mil y un líos de un rodaje. Y por otro, a lo largo de la cinta se intercalan fragmentos de una voz en off que evoca episodios de la historia de la familia, cuyos datos coinciden de forma diáfana con los de la del cineasta. Y por si hace falta algún elemento más: la casa en la que se ha filmado es su verdadera residencia de verano.

El protagonista es un tipo neurótico, que se conecta periódicamente con su terapeuta por videollamada con el móvil y que vive de forma obsesiva el miedo al contagio. Ese pánico le lleva a tomar decisiones cuando menos peculiares, siguiendo las contradictorias teorías sobre cómo se transmite el virus que va oyendo por la radio o leyendo en los periódicos. Vistas con la distancia del tiempo, este tipo de exageradas medidas profilácticas que, en mayor o menor medida, todos aplicamos, resultan francamente cómicas, sobre todo porque estaban plagadas de incongruencias. En Tiempo compartido provocan además airados enfrentamientos con el hermano —crítico de rock radiofónico—, que tiene menos manías y acaba harto de las neuras del otro.

Más allá de esta vertiente cómica, la película es también —a través de la mencionada voz en off— la emotiva rememoración de una historia familiar representada por la casa en la campiña, ubicada en uno de esos pueblos que han ido pasando de la agricultura al cultivo de segundas residencias para urbanitas. Assayas también explora el pasado compartido por los hermanos, aquello que los unía y lo que los fue separando. Y las relaciones con sus respectivas parejas, en ambos casos una segunda oportunidad tras una ruptura. Por último, con la aparición al final de la hija del protagonista, que vuelve con él tras pasar una temporada con su madre, asoma el futuro de esa residencia familiar llena de recuerdos.

El cineasta ya había retratado en 2008 un reencuentro familiar en Las horas del verano, con varios hermanos que se citaban por una herencia en la casa de verano, donde emergían las memorias compartidas y los conflictos. Pero aquel era un largometraje mucho menos personal, sin asomo de pinceladas autobiográficas. Después de ese título, rodó algunas de sus obras mayores: la serie televisiva Carlos, sobre el célebre terrorista internacional; Viaje a Sils María, prodigioso ejercicio de exploración de las interioridades de una actriz a la que daba vida Juliette Binoche, y Personal Shopper, historia de fantasmas protagonizada por Kristen Stewart.

Cierto aire a Rohmer

Con Tiempo compartido consigue manejarse en el difícil equilibro entre lo ligero y lo profundo, entre lo desenfadado y lo conmovedor, gracias al buen oficio de los cuatro actores, entre los que hay que destacar la presencia de la joven Nine D’Urso (hija de Inés de la Fressange, por si les interesa el chisme), que aporta una espontaneidad muy rohmeriana. A primera vista, toda la película tiene cierto aire rohmeriano de aparente improvisación, pero la gran diferencia es que aquí los personajes son menos dados a las peroratas y los diálogos, muy bien trabajados, son más dinámicos.

El confinamiento que retrata la cinta es amable, incluso idílico. Una reclusión campestre y privilegiada, que el neurótico protagonista vive en estado de felicidad, porque en ese mundo detenido, en el que no se oyen coches ni se ven aviones cruzando el cielo, siente que regresa al paraíso protegido de la infancia, casi al útero materno. Por eso vive con cierta decepción el anuncio del progresivo regreso a la normalidad y, por tanto, a las rutinas y responsabilidades.

La cinta discurre con liviandad y en apariencia apenas pasa nada: los personajes conversan, discuten, leen, ven películas, comen en el jardín, juegan al tenis y pasean por caminos rurales en los que no hay ni un alma. No suceden grandes cosas, pero en realidad sucede todo: la vida misma.

 Algún día, en el futuro, alguien escribirá un libro o una tesis doctoral sobre cómo influyó la pandemia en la literatura, el cine y otras artes.  

Algún día, en el futuro, alguien escribirá un libro o una tesis doctoral sobre cómo influyó la pandemia en la literatura, el cine y otras artes. De momento, Olivier Assayas (París, 1955) ha dirigido Tiempo compartido, en la que recrea en clave intimista y autobiográfica, con toques de comedia, los días del confinamiento. Es una película tan modesta como deliciosa.

Vincent Macaigne da vida a un director de cine que se confina con su hermano y las respectivas parejas de ambos, en la casa familiar en el campo. Aunque el personaje responde a un nombre diferente, tiene mucho de autorretrato paródico del propio Assayas, lo cual se confirma por dos vías. Por un lado, el mismo actor ya interpretó a otro realizador que se parecía mucho a Assayas en la serie Irma Vep (puede verse en Max) que contaba los mil y un líos de un rodaje. Y por otro, a lo largo de la cinta se intercalan fragmentos de una voz en off que evoca episodios de la historia de la familia, cuyos datos coinciden de forma diáfana con los de la del cineasta. Y por si hace falta algún elemento más: la casa en la que se ha filmado es su verdadera residencia de verano.

El protagonista es un tipo neurótico, que se conecta periódicamente con su terapeuta por videollamada con el móvil y que vive de forma obsesiva el miedo al contagio. Ese pánico le lleva a tomar decisiones cuando menos peculiares, siguiendo las contradictorias teorías sobre cómo se transmite el virus que va oyendo por la radio o leyendo en los periódicos. Vistas con la distancia del tiempo, este tipo de exageradas medidas profilácticas que, en mayor o menor medida, todos aplicamos, resultan francamente cómicas, sobre todo porque estaban plagadas de incongruencias. En Tiempo compartido provocan además airados enfrentamientos con el hermano —crítico de rock radiofónico—, que tiene menos manías y acaba harto de las neuras del otro.

Más allá de esta vertiente cómica, la película es también —a través de la mencionada voz en off— la emotiva rememoración de una historia familiar representada por la casa en la campiña, ubicada en uno de esos pueblos que han ido pasando de la agricultura al cultivo de segundas residencias para urbanitas. Assayas también explora el pasado compartido por los hermanos, aquello que los unía y lo que los fue separando. Y las relaciones con sus respectivas parejas, en ambos casos una segunda oportunidad tras una ruptura. Por último, con la aparición al final de la hija del protagonista, que vuelve con él tras pasar una temporada con su madre, asoma el futuro de esa residencia familiar llena de recuerdos.

El cineasta ya había retratado en 2008 un reencuentro familiar en Las horas del verano, con varios hermanos que se citaban por una herencia en la casa de verano, donde emergían las memorias compartidas y los conflictos. Pero aquel era un largometraje mucho menos personal, sin asomo de pinceladas autobiográficas. Después de ese título, rodó algunas de sus obras mayores: la serie televisiva Carlos, sobre el célebre terrorista internacional; Viaje a Sils María, prodigioso ejercicio de exploración de las interioridades de una actriz a la que daba vida Juliette Binoche, y Personal Shopper, historia de fantasmas protagonizada por Kristen Stewart.

Con Tiempo compartido consigue manejarse en el difícil equilibro entre lo ligero y lo profundo, entre lo desenfadado y lo conmovedor, gracias al buen oficio de los cuatro actores, entre los que hay que destacar la presencia de la joven Nine D’Urso (hija de Inés de la Fressange, por si les interesa el chisme), que aporta una espontaneidad muy rohmeriana. A primera vista, toda la película tiene cierto aire rohmeriano de aparente improvisación, pero la gran diferencia es que aquí los personajes son menos dados a las peroratas y los diálogos, muy bien trabajados, son más dinámicos.

El confinamiento que retrata la cinta es amable, incluso idílico. Una reclusión campestre y privilegiada, que el neurótico protagonista vive en estado de felicidad, porque en ese mundo detenido, en el que no se oyen coches ni se ven aviones cruzando el cielo, siente que regresa al paraíso protegido de la infancia, casi al útero materno. Por eso vive con cierta decepción el anuncio del progresivo regreso a la normalidad y, por tanto, a las rutinas y responsabilidades.

La cinta discurre con liviandad y en apariencia apenas pasa nada: los personajes conversan, discuten, leen, ven películas, comen en el jardín, juegan al tenis y pasean por caminos rurales en los que no hay ni un alma. No suceden grandes cosas, pero en realidad sucede todo: la vida misma.

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