Con los devastadores incendios de Los Angeles aún quemándonos las retinas, Jordan Harper (Misuri, 1976) trae a España Silencios que matan (Salamandra). Elegida novela negra del año por The New York Times, The Guardian y The Times, recrea la podredumbre moral que anida bajo el brillo del star system hollywoodiense. Inmediatamente, se ha mencionado el referente de James Ellroy y su famoso LA Confidential, pero Harper prefiere apuntar a la actualidad y elige un estilo menos seco, más cercano, paradójicamente, a un clásico como Raymond Chandler.
Una fascinante tropa de magnates, policías corruptos, depredadores en busca de carne joven y misteriosas organizaciones al servicio del verdadero poder en la sombra desfilan por una trama que lideran dos héroes complementarios: Mae trabaja en una agencia de relaciones públicas como solucionadora de los múltiples marrones en los que se meten la mimada élite de la ciudad; Chris es un expolicía reconvertido en matón con pocos escrúpulos pero buen corazón y una historia pendiente con Mae. Ambos hacen equipo al verse envueltos en una espesa telaraña de chantajes, nombres demasiado conocidos y mucho dinero en juego. De fondo, la siniestra figura del «matamendigos», que se dedica a incendiar (precisamente) campamentos de los parias entre los parias: los sintecho.
Harper conversa con THE OBJECTIVE desde Los Ángeles, todavía herida por la tragedia. «Hay una profunda inquietud que aún no ha terminado. Todo el mundo conoce a alguien que perdió su casa; yo mismo conozco a cinco o seis. Pero Los Ángeles es un lugar de cataclismos –terremotos e incendios y corrimientos de tierra y crímenes espectaculares– y sabemos que soportarlos y tejerlos en nuestra historia forma parte del proceso de vivir aquí».
El inevitable The show must go on. La historia de la ciudad es, precisamente, una eterna caminata por un alambre en espiral. «Escribí Silencios que matan porque quería trasladar la gran tradición del cine negro épico de Los Ángeles (Chinatown, LA Confidential) al siglo XXI». Harper reconoce que «quería escribir una historia extensa y escabrosa». Pero considera su estilo «art pulp: escabroso y bello a la vez, literario y apasionante al mismo tiempo».
Los puntos de vista de los dos protagonistas en capítulos alternos abrochan las dos capas que componen el escenario completo de ese LA del glamur y la depravación: «Para mí, las manipulaciones de Mae son un reflejo de la violencia suave y oculta del mundo moderno. Chris representa el tipo de violencia brutal que siempre está esperando detrás de ella». Dice el narrador de la novela que, llegada de su Misuri natal (la del autor, por cierto), Mae «aprendió a redactar comunicados de prensa, a meterse a los periodistas en el bolsillo. Se dio cuenta de que buena parte de nuestra vida es tan solo el relato que nos contamos los unos a los otros, y a nosotros mismos».
Crimen y fortuna
Ya bien integrada en la maquinaria, Mae aconseja a una becaria de su empresa que deje su trabajo porque le ha «preguntado sobre el bien y el mal». ¿Es tan difícil que el comportamiento ético prospere en ese contexto? Antes de dedicarse a la literatura, Harper ha trabajado en publicidad, periodismo musical, crítica de cine y televisión, y como guionista. «En mi carrera en Hollywood he intentado ser la buena persona en un sistema malo, y al final creo que es infructuoso. Este libro, me di cuenta después de escribirlo, fue mi forma de lidiar con mi propia y profunda ambivalencia sobre trabajar dentro de ese sistema».
Ese sistema se alimenta de dinero. Mucho dinero. «En el origen de toda fortuna hay un crimen», dice uno de los personajes de la novela. «Estoy totalmente de acuerdo», dice Harper. «El mundo que hemos construido recompensa los impulsos equivocados y, como estamos viendo hoy en Estados Unidos, cuando el impulso de acumular se desboca es profundamente perjudicial». Las mansiones de los magnates son, para un escritor como él, algo así como un mapa moral: «El jardín de Leonard DePaulo es tan grande como un campo de fútbol. Más allá del patio con enlosado de mármol, se extiende un inmenso naranjal. Desde el despacho de DePaulo, Chris cuenta seis jardineros metidos en faena. Más allá del muro que rodea la propiedad, matorrales secos puntean las colinas agostadas. Frente a éstas, los naranjos se alzan como un corte de mangas a los dioses. Su naturaleza pecaminosa solo lo hace más espectacular aún». Conclusión: «Leonard DePaulo es mitad hombre, mitad dinero».
Pero Chris, el buen matón, tiene un olfato especial. Detecta el mal olor incluso en semejantes paraísos. Siempre tapado, claro, pero… «Aparta la lona de un tirón. Miles de naranjas podridas, de un tono marronoso, rezuman líquido en la caja de la camioneta. Chris rompe a reír. Acker sonríe asustado; nunca se sabe quién puede estar escuchando. —Las tiran todas —concluye Chris sin parar de reír. —Supongo que sólo quiere los naranjos, no las naranjas. Chris arroja su naranja a la caja del camión y se desternilla de risa. Todo es demasiado perfecto. Los naranjos son espectaculares; sólo hueles la podredumbre si te acercas mucho».
Chris y Mae se acercan mucho a un núcleo de podredumbre especialmente nauseabunda. El sexo en según qué alturas es una cuestión de estatus. La mayor exquisitez es la inocencia más fresca, la fruta prohibida. El Weinstein de turno aquí se llama Eric Algar, productor de series con actrices adolescentes.
Los Ángeles, hermosa y terrible
¿Pero esto no se había acabado con el Metoo? «Como digo en la novela», responde Harper, «el Metoo pasó de ser un movimiento a ser un momento. Mientras no se cambien las estructuras de la sociedad, los poderosos alimentarán cualquier apetito que tengan sin restricciones. De vez en cuando alguno puede ser sacrificado públicamente, como Harvey Weinstein, pero eso es solo para apaciguar al público y que los otros monstruos puedan continuar su festín». Porque la Bestia se ocupa de que todo siga su curso. «Es como denomino a la red de empresas de seguridad privada, abogados y empresas de relaciones públicas que protegen a la clase dirigente de su comportamiento. Es muy real. Mi novela es pulp y, por tanto, ligeramente exagerada, pero solo ligeramente».
Pese a todo, Los Ángeles sigue brillando, fascinante. «Es la ciudad más americana, para bien o para mal. Es América soñándose a sí misma, y por eso es a la vez hermosa y terrible. Es la América entre la espada y la pared (el Océano Pacífico, el fin de la expansión hacia el Oeste). Es la capital mundial de la ficción y el cine negro, y me encanta».
Aunque algunas de sus excrecencias amenacen con cruzar la última línea del horror: «El Matamendigos se basa en varios incidentes diferentes de gente que quema campamentos de indigentes en Los Ángeles (creo que hubo otro el mes pasado). Representa el desdén con el que tratamos aquí a nuestros pobres, y también cómo este desdén siempre perjudicará a todos, porque los incendios se propagan…»
Con los devastadores incendios de Los Angeles aún quemándonos las retinas, Jordan Harper (Misuri, 1976) trae a España Silencios que matan (Salamandra). Elegida novela negra del
Con los devastadores incendios de Los Angeles aún quemándonos las retinas, Jordan Harper (Misuri, 1976) trae a España Silencios que matan (Salamandra). Elegida novela negra del año por The New York Times, The Guardian y The Times, recrea la podredumbre moral que anida bajo el brillo del star system hollywoodiense. Inmediatamente, se ha mencionado el referente de James Ellroy y su famoso LA Confidential, pero Harper prefiere apuntar a la actualidad y elige un estilo menos seco, más cercano, paradójicamente, a un clásico como Raymond Chandler.
Una fascinante tropa de magnates, policías corruptos, depredadores en busca de carne joven y misteriosas organizaciones al servicio del verdadero poder en la sombra desfilan por una trama que lideran dos héroes complementarios: Mae trabaja en una agencia de relaciones públicas como solucionadora de los múltiples marrones en los que se meten la mimada élite de la ciudad; Chris es un expolicía reconvertido en matón con pocos escrúpulos pero buen corazón y una historia pendiente con Mae. Ambos hacen equipo al verse envueltos en una espesa telaraña de chantajes, nombres demasiado conocidos y mucho dinero en juego. De fondo, la siniestra figura del «matamendigos», que se dedica a incendiar (precisamente) campamentos de los parias entre los parias: los sintecho.
Harper conversa con THE OBJECTIVE desde Los Ángeles, todavía herida por la tragedia. «Hay una profunda inquietud que aún no ha terminado. Todo el mundo conoce a alguien que perdió su casa; yo mismo conozco a cinco o seis. Pero Los Ángeles es un lugar de cataclismos –terremotos e incendios y corrimientos de tierra y crímenes espectaculares– y sabemos que soportarlos y tejerlos en nuestra historia forma parte del proceso de vivir aquí».
El inevitable The show must go on. La historia de la ciudad es, precisamente, una eterna caminata por un alambre en espiral. «Escribí Silencios que matan porque quería trasladar la gran tradición del cine negro épico de Los Ángeles (Chinatown, LA Confidential) al siglo XXI». Harper reconoce que «quería escribir una historia extensa y escabrosa». Pero considera su estilo «art pulp: escabroso y bello a la vez, literario y apasionante al mismo tiempo».
Los puntos de vista de los dos protagonistas en capítulos alternos abrochan las dos capas que componen el escenario completo de ese LA del glamur y la depravación: «Para mí, las manipulaciones de Mae son un reflejo de la violencia suave y oculta del mundo moderno. Chris representa el tipo de violencia brutal que siempre está esperando detrás de ella». Dice el narrador de la novela que, llegada de su Misuri natal (la del autor, por cierto), Mae «aprendió a redactar comunicados de prensa, a meterse a los periodistas en el bolsillo. Se dio cuenta de que buena parte de nuestra vida es tan solo el relato que nos contamos los unos a los otros, y a nosotros mismos».
Ya bien integrada en la maquinaria, Mae aconseja a una becaria de su empresa que deje su trabajo porque le ha «preguntado sobre el bien y el mal». ¿Es tan difícil que el comportamiento ético prospere en ese contexto? Antes de dedicarse a la literatura, Harper ha trabajado en publicidad, periodismo musical, crítica de cine y televisión, y como guionista. «En mi carrera en Hollywood he intentado ser la buena persona en un sistema malo, y al final creo que es infructuoso. Este libro, me di cuenta después de escribirlo, fue mi forma de lidiar con mi propia y profunda ambivalencia sobre trabajar dentro de ese sistema».
Ese sistema se alimenta de dinero. Mucho dinero. «En el origen de toda fortuna hay un crimen», dice uno de los personajes de la novela. «Estoy totalmente de acuerdo», dice Harper. «El mundo que hemos construido recompensa los impulsos equivocados y, como estamos viendo hoy en Estados Unidos, cuando el impulso de acumular se desboca es profundamente perjudicial». Las mansiones de los magnates son, para un escritor como él, algo así como un mapa moral: «El jardín de Leonard DePaulo es tan grande como un campo de fútbol. Más allá del patio con enlosado de mármol, se extiende un inmenso naranjal. Desde el despacho de DePaulo, Chris cuenta seis jardineros metidos en faena. Más allá del muro que rodea la propiedad, matorrales secos puntean las colinas agostadas. Frente a éstas, los naranjos se alzan como un corte de mangas a los dioses. Su naturaleza pecaminosa solo lo hace más espectacular aún». Conclusión: «Leonard DePaulo es mitad hombre, mitad dinero».
Pero Chris, el buen matón, tiene un olfato especial. Detecta el mal olor incluso en semejantes paraísos. Siempre tapado, claro, pero… «Aparta la lona de un tirón. Miles de naranjas podridas, de un tono marronoso, rezuman líquido en la caja de la camioneta. Chris rompe a reír. Acker sonríe asustado; nunca se sabe quién puede estar escuchando. —Las tiran todas —concluye Chris sin parar de reír. —Supongo que sólo quiere los naranjos, no las naranjas. Chris arroja su naranja a la caja del camión y se desternilla de risa. Todo es demasiado perfecto. Los naranjos son espectaculares; sólo hueles la podredumbre si te acercas mucho».
Chris y Mae se acercan mucho a un núcleo de podredumbre especialmente nauseabunda. El sexo en según qué alturas es una cuestión de estatus. La mayor exquisitez es la inocencia más fresca, la fruta prohibida. El Weinstein de turno aquí se llama Eric Algar, productor de series con actrices adolescentes.
¿Pero esto no se había acabado con el Metoo? «Como digo en la novela», responde Harper, «el Metoo pasó de ser un movimiento a ser un momento. Mientras no se cambien las estructuras de la sociedad, los poderosos alimentarán cualquier apetito que tengan sin restricciones. De vez en cuando alguno puede ser sacrificado públicamente, como Harvey Weinstein, pero eso es solo para apaciguar al público y que los otros monstruos puedan continuar su festín». Porque la Bestia se ocupa de que todo siga su curso. «Es como denomino a la red de empresas de seguridad privada, abogados y empresas de relaciones públicas que protegen a la clase dirigente de su comportamiento. Es muy real. Mi novela es pulp y, por tanto, ligeramente exagerada, pero solo ligeramente».
Pese a todo, Los Ángeles sigue brillando, fascinante. «Es la ciudad más americana, para bien o para mal. Es América soñándose a sí misma, y por eso es a la vez hermosa y terrible. Es la América entre la espada y la pared (el Océano Pacífico, el fin de la expansión hacia el Oeste). Es la capital mundial de la ficción y el cine negro, y me encanta».
Aunque algunas de sus excrecencias amenacen con cruzar la última línea del horror: «El Matamendigos se basa en varios incidentes diferentes de gente que quema campamentos de indigentes en Los Ángeles (creo que hubo otro el mes pasado). Representa el desdén con el que tratamos aquí a nuestros pobres, y también cómo este desdén siempre perjudicará a todos, porque los incendios se propagan…»
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