El antisemitismo del Gobierno de Sánchez y de sus aliados no empezó con la respuesta de Israel a la guerra declarada por Hamás, sino mucho antes. No solo apoyan a los que piden el boicot a los productos israelíes, sino que también desprecian el Holocausto. Por ejemplo, cada año la Asamblea de Madrid hace un homenaje a las víctimas de la Shoá, y sistemáticamente los grupos de la izquierda se ausentan, salvo algunas personalidades.
En el año 2023 se presentó en el Congreso de los Diputados una iniciativa para homenajear al español Ángel Sanz Briz, que salvó a 5.000 judíos húngaros de una muerte segura a mano de los nazis. El PSOE, Podemos y el resto de partidos izquierdistas y nacionalistas votaron en contra. Solo votaron a favor Vox -que presentó la iniciativa-, el Partido Popular y Ciudadanos. Gabriel Rufián, el portavoz de ERC, dijo que Sanz Briz era un «fascista» y que hacerle un homenaje era «blanquear el franquismo».
Tan estúpido resulta decir que Largo Caballero fue feminista porque votó a favor del sufragio de las mujeres, cuando se sabe que fue enemigo de la democracia, un guerracivilista y un totalitario que permitió la organización de checas y la vulneración de los derechos humanos, como sostener que Ángel Sanz Briz era un «fascista» sin atender a sus actos.
Repasemos. En la Europa de entreguerras muchos tomaron partido por uno de los dos bandos totalitarios. Por ejemplo, el poeta Rafael Alberti o la filósofa María Zambrano lo hicieron por el comunismo. A estas alturas no vamos a cancelar a ninguno de estos dos por apoyar las purgas comunistas durante la Guerra Civil y más allá. Aquella época era así, y hoy es preciso tomar distancia y valorar sus actos personales.
Ángel Sanz Briz nació en Zaragoza en 1910. Estudió Derecho e inició la carrera diplomática en 1933, con tan solo 23 años. Simpatizó con el golpe del 18 de julio de 1936, por lo que el Gobierno de la República le separó del servicio el 1 de abril de 1937. Esto no detuvo a Sanz Briz, que en agosto del año siguiente comenzó a trabajar para el bando franquista.
A punto de cumplir 34 años fue enviado como diplomático a Hungría, tras la ocupación nazi del país en marzo de 1944. Alemania había decidido la invasión para evitar que el gobierno húngaro de Horthy (JORTI) se rindiera a los aliados. Los judíos ya estaban sometidos en Hungría a las leyes represivas de 1938, 1939 y 1941, pero desde la invasión se aplicó la Solución Final; es decir, el exterminio sistemático de los judíos.
En dos meses, según los informes del nazi Edmund Veesenmayer, de las SS y ocupado en la Solución Final, fueron trasladados 437.402 judíos a campos de exterminio. Las operaciones las dirigió Adolf Eichmann, el famoso ‘funcionario’ de las SS juzgado en 1961 en Israel y sobre el que escribió Hannah Arendt. El 15 de junio de 1944 se decretó la concentración de 200.000 judíos en Budapest, en casas señaladas con una estrella amarilla. Fue entonces cuando el embajador español actuó.
Sanz Briz consiguió la autorización del ministerio de Exteriores para proteger a los judíos y comenzó a presionar al gobierno húngaro. Los momentos más difíciles fueron entre octubre y diciembre de 1944, cuando el golpe de Estado perpetrado por el partido Cruz Flechada dio una vuelta de tuerca a la represión. Los nazis se apresuraron a matar a los judíos como podían y donde fuera. Sanz Briz, sin embargo, logró el permiso para 100 judíos. Fue entonces cuando jugándose el pellejo y falseando papeles, expidió 358 pasaportes provisionales, 45 ordinarios, 1.892 cartas de protección, hasta superar las más de 5.000 vidas salvadas. Usó un decreto-ley caducado de los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera para dar pasaportes a supuestos judíos sefardíes. A esto sumó pisos protegidos por la embajada. En su propia casa acogió a 60 personas, con el consiguiente peligro para su seguridad y la de su familia. Todo terminó para él cuando abandonó Budapest a principios de diciembre, poco tiempo antes de que la ciudad fuera «liberada» por los soviéticos.
Es cierto que Franco no persiguió a los judíos, pero tampoco los acogió convirtiéndolos en ciudadanos españoles. Su objetivo era la supervivencia de su propio régimen. Nada más. Por eso España se convirtió en un puente seguro para escapar de la Europa nazi. No obstante, Sanz Briz fue mucho más allá de sus atribuciones con el único fin de salvar personas, y eso merece el reconocimiento que no obtuvo en vida.
Ángel Sanz Briz murió en Roma el 11 de junio de 1980 a los setenta años de edad, después de una larga vida diplomática. A partir de ahí vino el reconocimiento. Fue llamado el «Schindler» español, aunque salvó más vidas que Schilnder y el «Ángel de Budapest». El primer homenaje lo recibió del gobierno socialista de Felipe González, en 1989, cuando se entregó una medalla a su viuda, la misma que quiso entregarle la ONU en 1966 y que no le dejaron recoger. En Israel ha sido homenajeado en varias ocasiones, como en Hungría, donde hay una estatua suya. También lo han hecho Zaragoza, Madrid y Cádiz ya en el siglo XXI. Incluso en 2020 se hizo otro homenaje gubernamental en colaboración con el Centro Sefarad-Israel. Sin embargo, el Gobierno de Sánchez y sus aliados se negaron a reconocer su labor. Puro antisemitismo.
[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a comercial@theobjective.com]
El antisemitismo del Gobierno de Sánchez y de sus aliados no empezó con la respuesta de Israel a la guerra declarada por Hamás, sino mucho antes.
El antisemitismo del Gobierno de Sánchez y de sus aliados no empezó con la respuesta de Israel a la guerra declarada por Hamás, sino mucho antes. No solo apoyan a los que piden el boicot a los productos israelíes, sino que también desprecian el Holocausto. Por ejemplo, cada año la Asamblea de Madrid hace un homenaje a las víctimas de la Shoá, y sistemáticamente los grupos de la izquierda se ausentan, salvo algunas personalidades.
En el año 2023 se presentó en el Congreso de los Diputados una iniciativa para homenajear al español Ángel Sanz Briz, que salvó a 5.000 judíos húngaros de una muerte segura a mano de los nazis. El PSOE, Podemos y el resto de partidos izquierdistas y nacionalistas votaron en contra. Solo votaron a favor Vox -que presentó la iniciativa-, el Partido Popular y Ciudadanos. Gabriel Rufián, el portavoz de ERC, dijo que Sanz Briz era un «fascista» y que hacerle un homenaje era «blanquear el franquismo».
Tan estúpido resulta decir que Largo Caballero fue feminista porque votó a favor del sufragio de las mujeres, cuando se sabe que fue enemigo de la democracia, un guerracivilista y un totalitario que permitió la organización de checas y la vulneración de los derechos humanos, como sostener que Ángel Sanz Briz era un «fascista» sin atender a sus actos.
Repasemos. En la Europa de entreguerras muchos tomaron partido por uno de los dos bandos totalitarios. Por ejemplo, el poeta Rafael Alberti o la filósofa María Zambrano lo hicieron por el comunismo. A estas alturas no vamos a cancelar a ninguno de estos dos por apoyar las purgas comunistas durante la Guerra Civil y más allá. Aquella época era así, y hoy es preciso tomar distancia y valorar sus actos personales.
Ángel Sanz Briz nació en Zaragoza en 1910. Estudió Derecho e inició la carrera diplomática en 1933, con tan solo 23 años. Simpatizó con el golpe del 18 de julio de 1936, por lo que el Gobierno de la República le separó del servicio el 1 de abril de 1937. Esto no detuvo a Sanz Briz, que en agosto del año siguiente comenzó a trabajar para el bando franquista.
A punto de cumplir 34 años fue enviado como diplomático a Hungría, tras la ocupación nazi del país en marzo de 1944. Alemania había decidido la invasión para evitar que el gobierno húngaro de Horthy (JORTI) se rindiera a los aliados. Los judíos ya estaban sometidos en Hungría a las leyes represivas de 1938, 1939 y 1941, pero desde la invasión se aplicó la Solución Final; es decir, el exterminio sistemático de los judíos.
En dos meses, según los informes del nazi Edmund Veesenmayer, de las SS y ocupado en la Solución Final, fueron trasladados 437.402 judíos a campos de exterminio. Las operaciones las dirigió Adolf Eichmann, el famoso ‘funcionario’ de las SS juzgado en 1961 en Israel y sobre el que escribió Hannah Arendt. El 15 de junio de 1944 se decretó la concentración de 200.000 judíos en Budapest, en casas señaladas con una estrella amarilla. Fue entonces cuando el embajador español actuó.
Sanz Briz consiguió la autorización del ministerio de Exteriores para proteger a los judíos y comenzó a presionar al gobierno húngaro. Los momentos más difíciles fueron entre octubre y diciembre de 1944, cuando el golpe de Estado perpetrado por el partido Cruz Flechada dio una vuelta de tuerca a la represión. Los nazis se apresuraron a matar a los judíos como podían y donde fuera. Sanz Briz, sin embargo, logró el permiso para 100 judíos. Fue entonces cuando jugándose el pellejo y falseando papeles, expidió 358 pasaportes provisionales, 45 ordinarios, 1.892 cartas de protección, hasta superar las más de 5.000 vidas salvadas. Usó un decreto-ley caducado de los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera para dar pasaportes a supuestos judíos sefardíes. A esto sumó pisos protegidos por la embajada. En su propia casa acogió a 60 personas, con el consiguiente peligro para su seguridad y la de su familia. Todo terminó para él cuando abandonó Budapest a principios de diciembre, poco tiempo antes de que la ciudad fuera «liberada» por los soviéticos.
Es cierto que Franco no persiguió a los judíos, pero tampoco los acogió convirtiéndolos en ciudadanos españoles. Su objetivo era la supervivencia de su propio régimen. Nada más. Por eso España se convirtió en un puente seguro para escapar de la Europa nazi. No obstante, Sanz Briz fue mucho más allá de sus atribuciones con el único fin de salvar personas, y eso merece el reconocimiento que no obtuvo en vida.
Ángel Sanz Briz murió en Roma el 11 de junio de 1980 a los setenta años de edad, después de una larga vida diplomática. A partir de ahí vino el reconocimiento. Fue llamado el «Schindler» español, aunque salvó más vidas que Schilnder y el «Ángel de Budapest». El primer homenaje lo recibió del gobierno socialista de Felipe González, en 1989, cuando se entregó una medalla a su viuda, la misma que quiso entregarle la ONU en 1966 y que no le dejaron recoger. En Israel ha sido homenajeado en varias ocasiones, como en Hungría, donde hay una estatua suya. También lo han hecho Zaragoza, Madrid y Cádiz ya en el siglo XXI. Incluso en 2020 se hizo otro homenaje gubernamental en colaboración con el Centro Sefarad-Israel. Sin embargo, el Gobierno de Sánchez y sus aliados se negaron a reconocer su labor. Puro antisemitismo.
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