<p>La realidad es casi por definición insatisfactoria. Decía Philip K. Dick, gran ilusionista de mundos imposibles, que lo real es todo aquello que queda cuando ya no miramos. Y ahí permanece. Es ella la que nos mira cuando nos damos la vuelta. La ficción en cambio es otra cosa. En las fabulaciones, además de ser lo que hemos sido, podemos aspirar a ser lo que alguna vez soñamos. Pero, más importante aún, en la ficción tenemos la posibilidad de ser también lo que no nos hemos atrevido ni a soñar ni a vivir. <i>Por donde pasa el silencio, </i><strong>la deslumbrante ópera prima firmada por Sandra Romero</strong> es real con la misma claridad que sueño; es ficción construida con los elementos más duros de lo real. Y ahí, en su condición híbrida, a un lado y otro del espejo, nos devuelve la mirada desafiante en el momento preciso de contemplarla.</p>
Tras su colaboración con Rodrigo Sorogoyen en la serie ‘Los años nuevos’, Sandra Romero se convierte en la directora debutante del año con el soberbio drama familiar ‘Por donde pasa el silencio’
La realidad es casi por definición insatisfactoria. Decía Philip K. Dick, gran ilusionista de mundos imposibles, que lo real es todo aquello que queda cuando ya no miramos. Y ahí permanece. Es ella la que nos mira cuando nos damos la vuelta. La ficción en cambio es otra cosa. En las fabulaciones, además de ser lo que hemos sido, podemos aspirar a ser lo que alguna vez soñamos. Pero, más importante aún, en la ficción tenemos la posibilidad de ser también lo que no nos hemos atrevido ni a soñar ni a vivir. Por donde pasa el silencio, la deslumbrante ópera prima firmada por Sandra Romero es real con la misma claridad que sueño; es ficción construida con los elementos más duros de lo real. Y ahí, en su condición híbrida, a un lado y otro del espejo, nos devuelve la mirada desafiante en el momento preciso de contemplarla.
«Hay elementos autobiográficos, sin duda. Es una película que he vivido, aunque toda ella no sea más que una fabulación», dice la directora entre críptica, comedida y solo entusiasta. En verdad, la película no cuenta nada más que un reencuentro. O, mejor, un regreso. Antonio, al que da vida Antonio Araque, vuelve al pueblo del que quizá huyó para ver de nuevo a su hermano Javier, Javier Araque. Son mellizos y, a su manera, tan distintos que se diría idénticos. Todo lo que le falta a uno, lo es el otro. Digamos que cada uno de ellos se define a la perfección por las ausencias del otro. «Quiero creer que es una película sobre, en efecto, la identidad; sobre herida que al nacer condena a dos hermanos a ser distintos en el futuro», aclara la directora. Todo lo que sucede en la pantalla procede de un guion y, sin embargo, por las grietas se cuela la luz de lo real con una claridad que, por momentos, se diría insoportable. La película responde a los códigos, planificación y planos con los que se ordena la fabulación y, contra la intuición, cada secuencia se antoja indistinguible de lo más evidente y hasta cruelmente real. Y duro.
Javier, el que quedó atrapado en el refugio de su pueblo (Écija para más señas), sufre Cifoescoliosis, una enfermedad degenerativa que le dobla la columna vertebral y la misma vida en un dolor que no admite ni el menor amago de ficción. Duele dentro de la pantalla y duele fuera. «Una persona dependiente en la familia hace que reenfoques la vida», comenta la directora como preámbulo de una explicación sobre sí misma y sobre su vinculación algo más que solo personal con la historia narrada. «Yo también, como el protagonista, he vivido el volver a una casa que ya no es la tuya y donde tu habitación es, de repente, un almacén donde va a parar todo lo que sobra. Un buen día, te ves durmiendo al lado de un frigorífico», dice. Y sigue: «Por otro lado, la historia con mi madre no es muy diferente a la narrada en la película. Por culpa de la esquizofrenia, mi madre acabó por ser un poco mi hermana también. Cuando una persona adulta tiene una discapacidad no pierde sino que le quitamos el papel de autoridad que tenía antes con su hija. Me doy cuenta ahora que soy adulta. De golpe le ocultas menos cosas, le cuentas lo que le contarías a una hermana… Una persona dependiente lo cambia todo».
Por donde pasa el silencio se atreve así a ser un sueño, pero perfectamente real; una fabulación pero infectada de verdad. Y ahí se queda a vivir como la deslumbrante e inclasificable película que es. «No creo que haya mucha diferencia entre el trabajo en esta película y lo logrado en la serie Los años nuevos. Es una cuestión de compromiso, de implicación, de hacer de lo narrado algo completamente personal. Todo el esfuerzo es conectar con la vida», razona la que también ha sido responsable de la dirección de los capítulos 2, 3 y 4 de los diez que componen la serie de Rodrigo Sorogoyen, Paula Fabra y Sara Cano a punto de estrenarse en Movistar+.
Cuenta Romero que su película surgió tras darse cuenta de lo todo aquello que no narraba un corto del mismo título detenido en Antonio, que no Javier («Éste apenas aparecía unos segundos», dice). Y en esa intuición, en el punto intermedio entre un hermano actor y otro que no lo es, entre una invención y su contrario, habita la ópera prima del año. Y eso es absolutamente cierto, por real, por simplemente verdad.
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