Román, una sonrisa adherida a un traje de luces, un hombre disciplinado, un torero pasional

Román, a hombros en la plaza de Valencia. el pasado 21 de julio.

Román Collado (Valencia, 31 años) es mucho más que una amplia sonrisa pegada a un traje de luces; se define a sí mismo como un hombre disciplinado y trabajador, optimista y feliz, y un torero pasional, comprometido e impaciente; hijo de madre francesa y padre español, se siente muy apegado a su tierra, aunque desde hace tiempo vive en Madrid, donde recaló por motivos sentimentales y ahí se quedó.

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Román, durante la pasada Feria de San Isidro, ante un toro de Fuente Ymbro. “Me considero una persona muy seria y trabajadora; mi carrera está basada en el esfuerzo, y así he salido adelante después de percances graves y de épocas de paro”, dice el matador  

Román Collado (Valencia, 31 años) es mucho más que una amplia sonrisa pegada a un traje de luces; se define a sí mismo como un hombre disciplinado y trabajador, optimista y feliz, y un torero pasional, comprometido e impaciente; hijo de madre francesa y padre español, se siente muy apegado a su tierra, aunque desde hace tiempo vive en Madrid, donde recaló por motivos sentimentales y ahí se quedó.

En primera persona se muestra tan jovial como en la plaza, natural y transparente, que solo esconde su sonrisa para dejar claro que es una persona seria, voluntariosa, que ha conseguido sus metas gracias a un esfuerzo permanente.

Delante de un café aparenta que sigue siendo el niño travieso que dice que fue, hijo de un matrimonio alejado del toro, y totalmente comprometido con la droga del toreo que le inoculó un hermano de su padre.

Cuenta Román que acaba de volver de Perú, que dentro de unos días viajará a México, y lo expresa con verdadero entusiasmo.

“Me gusta disfrutar la vida; en realidad, disfruto de todo, me gusta exprimir cada momento y trato de ser muy positivo”

“Perú es un país muy vivo taurinamente”, comenta, “hay ganaderías que embisten, se celebran muchos festejos y pagan muy bien”. “Me gusta América”, prosigue, “no paras y estás en contacto permanente con el animal, y es bueno torear en invierno porque la Feria de Fallas pesa mucho y se nota si llevas varios meses sin ponerte el traje de luces”.

Dice que se siente muy valenciano, “en mi tierra noto un calor brutal y la gente me quiere y me sigue”, pero, curiosamente, su madre, de apellido Gouinguenet, es originaria de la Bretaña francesa, y su padre natural de la localidad conquense de Villarejo de Fuentes. Y ambos, sin conexión alguna con el mundo de los toros.

Fue un tío suyo, abonado a la plaza de Valencia, el que lo aficionó, de modo que a los 12 años se apuntó a la escuela taurina de la capital, “y a partir de ahí, el toreo se convirtió en un veneno para mí”.

Explica Román que sus padres siempre vieron su cercanía al mundo del toro como una diversión, ajenos a las andanzas de su hijo, como una ‘locura’ más de un chaval hiperactivo que en el colegio se apuntaba a todas las actividades extraescolares. Su abuela materna murió hace unos pocos años, y Román dice estar convencido de que nunca tuvo claro a qué se dedicaba su nieto.

“Yo diría que mis padres no fueron verdaderamente conscientes de lo que yo hacía hasta la grave cornada que sufrí en Las Ventas en 2019, cuando un toro de Baltasar Ibán me partió la femoral; y ya llevaba varios años como matador de toros… Creo que entonces supieron de verdad que ser torero no era un juego, sino algo muy serio”.

Román, durante la pasada Feria de San Isidro, ante un toro de Fuente Ymbro.
Román, durante la pasada Feria de San Isidro, ante un toro de Fuente Ymbro.Alfredo Arévalo (Imagen cedida por Plaza 1)

Para entonces, hacía tiempo que Román se había independizado. “Siempre he mantenido una buena relación con mi familia, pero me fui de casa siendo novillero, y mis apoderados de entonces, Simón Casas y Santiago López, me pagaban un sueldo mensual para mis gastos, dinero que les devolví cuando tomé la alternativa”.

Y toda su historia la cuenta Román sin perder la sonrisa.

“Puedo dar la impresión de que estoy siempre de broma”, afirma el torero, “pero, aunque soy risueño, me considero una persona muy seria y disciplinada, muy trabajadora, en una palabra; creo que mi fortaleza es la voluntad, y gracias a ella he conseguido lo poco que soy. Mi carrera está basada en el tesón y en el esfuerzo, y así he salido adelante después de percances graves o de épocas de paro”.

“Pero me gusta disfrutar la vida”, añade; “en realidad, disfruto de todo, me gusta exprimir cada momento y trato de ser muy positivo; la vida se puede enfocar de muchas formas y yo prefiero dar prioridad a lo bueno sobre lo malo”.

Román Collado tomó la alternativa en la ciudad francesa de Nimes el 7 de junio de 2014 -ha cumplido 10 años como matador de toros-, ha triunfado en Valencia, Madrid y otras plazas de importancia, pero también ha sufrido etapas de olvido.

“Pienso a menudo en mi futuro”, comenta. “No sé el tiempo que me queda en esta profesión, es verdad que ya no soy una novedad, pero lo que tengo claro es que quiero dar el máximo de mí; sí, creo que a mi carrera aún le queda mucho camino, y que, salvo en contadas ocasiones, los toreros necesitamos un tiempo de madurez, y prueba de lo que digo es que este año me he sentido mejor que nunca”.

Román recuerda que en marzo se encerró con seis toros en Fallas, cortó oreja en Madrid y Pamplona, indultó un toro en la feria de julio de Valencia…

“Me he sentido mejor que nunca porque me preparé a conciencia”, continúa, “y he comprobado que cuando más trabajo, mejor me salen las cosas”.

Pregunta. ¿Qué es lo que ha conseguido?

Respuesta. Algo muy importante, que consiste en no engañar a nadie; soy una persona muy transparente en la plaza, y se me nota si estoy o no a gusto delante de un toro. He conseguido una marca, un sello, y es que el que va a verme, sabe a lo que va.

“No estoy siendo el torero que quiero ser, me noto un poco pegapases, y no me gusta; quiero dar un paso más”

P. ¿Y qué es lo que ve quien va a la plaza?

R. Soy un torero que trata de dar lo máximo de mí mismo. Me gusta que el toro galope y venga de lejos. Me gusta torear lo más despacio posible, pero, en ocasiones, mi impaciencia y mi ansiedad no me lo permiten; que me pueden las ganas, quiero decir. Y trato de torear muy cerca, y a veces lo consigo.

Repasa Román su carrera, y reconoce que ha habido momentos en los que parecía que iba a romper, y otros en los que ha desaprovechado oportunidades.

“Sí, pero todos son necesarios”, añade. “He aprendido más de las tardes malas que de los triunfos, te fortalecen más”.

P. Quizá, le cogen demasiado los toros…

R. Tengo 12 o 13 cornadas, unas cuantas, sí, pero la razón habría que buscarla en que soy un torero que se compromete mucho en las tardes importantes. Soy consciente de ello, pero no sé esconderme. El valor es como un vaso lleno de agua que hay que saber administrar; y a mí, cuando no doy el cien por cien, se me nota.

Me encanta torear, es lo que me da vida, y me gustaría ser el número uno, pero las ferias son cortas y están cerradas con mucha antelación; no es nada fácil

“De todos modos, no estoy siendo el torero que quiero ser”, termina; “debo profundizar más en mi toreo porque me noto un poco pegapases, y no me gusta. Pero también me siento un afortunado de la vida…”

Román se despide con la misma sonrisa que llegó a la cita, recuerda que viajará mucho a América, y reitera que su preparación será tan intensa como la del año pasado. “Quiero dar un paso más”, asegura, y se marcha tan feliz.

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