Alfonso Lanza, codirector del Primavera Sound, apareció en el Hotel SLS de Sant Adrià de Besòs con un dato que ya vibraba en el aire: 293.000 asistentes, veinticinco mil más que en 2024. Aunque nunca como la edición de dos fines de semana en 2022. Una cifra que no necesita maquillaje, pero que sí define a esta edición: la sofisticación de las mujeres cabezas de cartel y un festival tan globalizado como el Coachella.
Tres nombres bendecidos por la gala del Met, tres cabezas de cartel que agotaron entradas y abonos del Primavera Sound meses antes. No falta presentarles a estas superpoderosas: Charli XCX, Sabrina Carpenter y Chappell Roan. No es de extrañar que una escultura de los dibujos animados de las famosas «Supernenas» que estaba en la entrada del festival fuera una declaración para lo que se venía.

Ascensión femenina: el nuevo relato del pop
El jueves, Charli XCX trajo parte de su Brat Summer o su Sweat Tour —con cómplice Troye Sivan— a Barcelona, armando un set de dance divertido donde la poca ropa, las bragas y las coreografías evocadoras de los bailarines de Sivan daban de comer a la curiosidad del público. XCX —quien ya ha venido varias veces al festival— derrochó sexualidad y desparpajo a partir de Brat, esa palabra inclasificable que le da título al que fue considerado el mejor disco de dance pop del año en 2024. Su set, donde también se coló Chappell Roan para recrear el viral Apple Girl, al día siguiente se encontraba reseñado en todos los medios a nivel internacional.
Más que un concierto compartido, lo que Charli XCX y Troye Sivan ofrecieron fue una sucesión de reinados independientes, un desfile de sudor con dominios privados donde cada uno reclamaba su espacio sin preocuparse demasiado por la cohesión. Solo hacia el final, como si recordaran que alguna vez fueron cómplices de estudio, se reconciliaron para compartir micrófono en 1999 y Talk Talk, dos reliquias de Charli XCX donde Sivan dejó su huella de invitado de lujo.

Ese mismo día, Kate Bollinger abría el escenario Revolut con su folk-pop de susurros, frente a un público más pendiente de las pantallas verticales que del escenario, mientras que Beabadoobee, con su indie noventero y decorado de cortinas de ducha y naranjos, recuperó el instinto de las guitarras sin filtros. Por su parte, Cassandra Jenkins, desde el escenario Amazon —un escenario en disputa legal con los vecinos—, ofreció un concierto refinado de folk-pop con destellos de Joni Mitchell, sinfonías perfectas para escuchar un domingo por la tarde en casa.
La auténtica combustión llegó con IDLES. Joe Talbot gritó “¡Palestina libre!” apenas abrió el show, creando un pogo frente al escenario, de donde algunos asistentes tuvieron que salir a comprar camisetas de merchandising luego de sudar dándolo todo dentro de los bailes habituales del punk. Un show que para muchos fue un recuerdo de la vieja usanza, una transferencia de energía sin matices.

Justo antes de que la headliner Charli XCX entrara en el escenario Estrella Damm —una de las siempre fichadas pero con varias cancelaciones anteriores—, FKA twigs recordó la belleza del pop con un show elegante y sexy, con bailes de pole dance por la propia artista y covers de Madonna.
Sabrina Carpenter tuvo su momento de gloria el viernes. A medianoche, su pop dorado de lentejuelas convirtió la plataforma marina en un hormiguero humano. Frente al escenario Revolut, un océano de adolescentes esperaba pacientemente mientras consumían hamburguesas a doce euros, kebabs a nueve o Aperol Spritz a siete: almuerzos sentados frente al escenario Estrella Damm con brumas de la marca Sol de Janeiro o descansos en almohadones de Levi’s. Para quien necesitase efectivo, ahí estaba el cajero de Revolut, en su nuevo rol como banquero de festival. El concierto de Carpenter arrancó con un noticiario falso de bienvenida, luces intensas, estética de videoclip ochentero y un setlist que incluyó Manchild, su single lanzado apenas 24 horas antes, junto a una versión lúdica de It’s Raining Men.

Ese mismo día, conciertos con propuestas nuevas como YOASOBI con su fantasía J-pop o el indie de Wolf Alice que sigue enalteciendo al género. El toque francés no se hizo esperar con Zaho de Sagazan, a quien ya conocíamos por su viral versión de Modern Love de David Bowie en la gala de apertura en Cannes de 2024. Una voz que podría ser un desayuno vigorizante. Carolina Durante, como toque nacional, hizo corear a los espectadores —Rosalía incluida— a partir de la gracia de su cantante, Diego Ibáñez, quien aún se encuentra recuperándose de un ligamento y hace sus presentaciones con muletas.
El sábado fue territorio de la estadounidense Chappell Roan. Desde su castillo de cartón y dragones de fantasía, recordando al Disney de los años 60, coronó su historia con Pink Pony Club como estandarte. Un concierto donde no faltó Subway, tema inédito, ni los rituales ya marca de la casa: line dance, sorteos de excusas de exnovios recopilados en su Instagram y mucha épica queer encapsulada en territorio pop. En la explanada, sombreros de cowboy rosas, diademas de ponys, unicornios hinchables, sombreros de habas y lágrimas de purpurina certificaban la liturgia de una de las estandartes más originales del pop actual.
La jornada sabatina también se vivió en clave política de nuevo con Fontaines D.C. Menos rabia y más contención: menos pub punk, más ecos de Blur. Grian Chatten, sin embargo, sigue abrazando su carisma desgarbado mientras las pantallas declaraban: «Palestina libre» y «Israel está cometiendo un genocidio». Un público fragmentado entre los que esperaban sentados el pop festivo de Chappell Roan y los que veían en el festival una trinchera reivindicativa global para un público más internacional que local.

Dentro de los artistas nacionales del festival, Amaia tomó el liderazgo del escenario Cupra con la sensibilidad y autenticidad que definen su propuesta, tocando diferentes instrumentos en un concierto íntimo donde las canciones de su último álbum, Cuando no sé quién soy, fueron coreadas con fervor por los asistentes más cercanos a la tarima, a pesar de la intensa jornada de calor.
Por su parte, Anohni —quien siempre ha usado la música como catarsis y rechazo a toda forma de opresión— ofreció la noche del sábado, en su regreso al Primavera Sound con su banda The Johnsons después de diez años, una presentación para reflexionar sobre la opresión que nosotros mismos infligimos sobre la Tierra con el show Mourning the Great Barrier Reef, una llamada de atención sobre la degradación de la Gran Barrera de Coral de Australia. Lo que resultaba especialmente contradictorio al, horas después, ver cómo tras el cierre del escenario Revolut con el dance-punk de LCD Soundsystem o los bramidos de Turnstile en el escenario Amazon, todo quedaba lleno de basura que iban recogiendo el personal de limpieza.
Este año el playback se popularizó en los escenarios más grandes, lo que le da a las chicas del pop otras oportunidades, ya no necesitan cantar y bailar al mismo tiempo para ser estrellas, el mercado premia el talento al presentar un concepto en la producción musical y escenográfica, algo que en el pasado -o que aún- podía estar mal visto.
El futuro del festival en juego
La globalización de Primavera es un hecho: el 65 % de los asistentes son internacionales, con Reino Unido, Estados Unidos e Italia a la cabeza. La diversidad lingüística convierte el Parc del Fòrum en una torre de Babel donde el español suena extranjero, lo que confirma el éxito del festival, pero visibiliza las grandes diferencias que se están generando en la ciudad de Barcelona.
Este año, cada día 70.000 personas peregrinaron por el Parc del Fòrum, haciendo del festival una ciudad efímera para los asistentes o una ciudad invivible para los ciudadanos del día a día que utilizan las líneas de transporte de la L4 del metro o el Tram, lo que lleva a preguntarle al alcalde barcelonés cómo llevará la logística de la ciudad si siguen creciendo los asistentes.
Vale recalcar que el convenio actual del Ayuntamiento con el Primavera Sound garantiza el festival en Barcelona hasta 2026, pero el futuro es incierto: el plan urbanístico amenaza con colocar un campo de fútbol en la plataforma marina, pieza clave del evento. «El Primavera Sound no podría hacerse sin la plataforma marítima», advierte Lanza. Sin esa estructura, el festival podría convertirse en otra reliquia más de una Barcelona que alguna vez fue capital cultural antes de volverse parque temático.
Alfonso Lanza, codirector del Primavera Sound, apareció en el Hotel SLS de Sant Adrià de Besòs con un dato que ya vibraba en el aire: 293.000
Alfonso Lanza, codirector del Primavera Sound, apareció en el Hotel SLS de Sant Adrià de Besòs con un dato que ya vibraba en el aire: 293.000 asistentes, veinticinco mil más que en 2024. Aunque nunca como la edición de dos fines de semana en 2022. Una cifra que no necesita maquillaje, pero que sí define a esta edición: la sofisticación de las mujeres cabezas de cartel y un festival tan globalizado como el Coachella.
Tres nombres bendecidos por la gala del Met, tres cabezas de cartel que agotaron entradas y abonos del Primavera Sound meses antes. No falta presentarles a estas superpoderosas: Charli XCX, Sabrina Carpenter y Chappell Roan. No es de extrañar que una escultura de los dibujos animados de las famosas «Supernenas» que estaba en la entrada del festival fuera una declaración para lo que se venía.

El jueves, Charli XCX trajo parte de su Brat Summer o su Sweat Tour —con cómplice Troye Sivan— a Barcelona, armando un set de dance divertido donde la poca ropa, las bragas y las coreografías evocadoras de los bailarines de Sivan daban de comer a la curiosidad del público. XCX —quien ya ha venido varias veces al festival— derrochó sexualidad y desparpajo a partir de Brat, esa palabra inclasificable que le da título al que fue considerado el mejor disco de dance pop del año en 2024. Su set, donde también se coló Chappell Roan para recrear el viral Apple Girl, al día siguiente se encontraba reseñado en todos los medios a nivel internacional.
Más que un concierto compartido, lo que Charli XCX y Troye Sivan ofrecieron fue una sucesión de reinados independientes, un desfile de sudor con dominios privados donde cada uno reclamaba su espacio sin preocuparse demasiado por la cohesión. Solo hacia el final, como si recordaran que alguna vez fueron cómplices de estudio, se reconciliaron para compartir micrófono en 1999 y Talk Talk, dos reliquias de Charli XCX donde Sivan dejó su huella de invitado de lujo.

Ese mismo día, Kate Bollinger abría el escenario Revolut con su folk-pop de susurros, frente a un público más pendiente de las pantallas verticales que del escenario, mientras que Beabadoobee, con su indie noventero y decorado de cortinas de ducha y naranjos, recuperó el instinto de las guitarras sin filtros. Por su parte, Cassandra Jenkins, desde el escenario Amazon —un escenario en disputa legal con los vecinos—, ofreció un concierto refinado de folk-pop con destellos de Joni Mitchell, sinfonías perfectas para escuchar un domingo por la tarde en casa.
La auténtica combustión llegó con IDLES. Joe Talbot gritó “¡Palestina libre!” apenas abrió el show, creando un pogo frente al escenario, de donde algunos asistentes tuvieron que salir a comprar camisetas de merchandising luego de sudar dándolo todo dentro de los bailes habituales del punk. Un show que para muchos fue un recuerdo de la vieja usanza, una transferencia de energía sin matices.

Justo antes de que la headliner Charli XCX entrara en el escenario Estrella Damm —una de las siempre fichadas pero con varias cancelaciones anteriores—, FKA twigs recordó la belleza del pop con un show elegante y sexy, con bailes de pole dance por la propia artista y covers de Madonna.
Sabrina Carpenter tuvo su momento de gloria el viernes. A medianoche, su pop dorado de lentejuelas convirtió la plataforma marina en un hormiguero humano. Frente al escenario Revolut, un océano de adolescentes esperaba pacientemente mientras consumían hamburguesas a doce euros, kebabs a nueve o Aperol Spritz a siete: almuerzos sentados frente al escenario Estrella Damm con brumas de la marca Sol de Janeiro o descansos en almohadones de Levi’s. Para quien necesitase efectivo, ahí estaba el cajero de Revolut, en su nuevo rol como banquero de festival. El concierto de Carpenter arrancó con un noticiario falso de bienvenida, luces intensas, estética de videoclip ochentero y un setlist que incluyó Manchild, su single lanzado apenas 24 horas antes, junto a una versión lúdica de It’s Raining Men.

Ese mismo día, conciertos con propuestas nuevas como YOASOBI con su fantasía J-pop o el indie de Wolf Alice que sigue enalteciendo al género. El toque francés no se hizo esperar con Zaho de Sagazan, a quien ya conocíamos por su viral versión de Modern Love de David Bowie en la gala de apertura en Cannes de 2024. Una voz que podría ser un desayuno vigorizante. Carolina Durante, como toque nacional, hizo corear a los espectadores —Rosalía incluida— a partir de la gracia de su cantante, Diego Ibáñez, quien aún se encuentra recuperándose de un ligamento y hace sus presentaciones con muletas.
El sábado fue territorio de la estadounidense Chappell Roan. Desde su castillo de cartón y dragones de fantasía, recordando al Disney de los años 60, coronó su historia con Pink Pony Club como estandarte. Un concierto donde no faltó Subway, tema inédito, ni los rituales ya marca de la casa: line dance, sorteos de excusas de exnovios recopilados en su Instagram y mucha épica queer encapsulada en territorio pop. En la explanada, sombreros de cowboy rosas, diademas de ponys, unicornios hinchables, sombreros de habas y lágrimas de purpurina certificaban la liturgia de una de las estandartes más originales del pop actual.
La jornada sabatina también se vivió en clave política de nuevo con Fontaines D.C. Menos rabia y más contención: menos pub punk, más ecos de Blur. Grian Chatten, sin embargo, sigue abrazando su carisma desgarbado mientras las pantallas declaraban: «Palestina libre» y «Israel está cometiendo un genocidio». Un público fragmentado entre los que esperaban sentados el pop festivo de Chappell Roan y los que veían en el festival una trinchera reivindicativa global para un público más internacional que local.

Dentro de los artistas nacionales del festival, Amaia tomó el liderazgo del escenario Cupra con la sensibilidad y autenticidad que definen su propuesta, tocando diferentes instrumentos en un concierto íntimo donde las canciones de su último álbum, Cuando no sé quién soy, fueron coreadas con fervor por los asistentes más cercanos a la tarima, a pesar de la intensa jornada de calor.
Por su parte, Anohni —quien siempre ha usado la música como catarsis y rechazo a toda forma de opresión— ofreció la noche del sábado, en su regreso al Primavera Sound con su banda The Johnsons después de diez años, una presentación para reflexionar sobre la opresión que nosotros mismos infligimos sobre la Tierra con el show Mourning the Great Barrier Reef, una llamada de atención sobre la degradación de la Gran Barrera de Coral de Australia. Lo que resultaba especialmente contradictorio al, horas después, ver cómo tras el cierre del escenario Revolut con el dance-punk de LCD Soundsystem o los bramidos de Turnstile en el escenario Amazon, todo quedaba lleno de basura que iban recogiendo el personal de limpieza.
Este año el playback se popularizó en los escenarios más grandes, lo que le da a las chicas del pop otras oportunidades, ya no necesitan cantar y bailar al mismo tiempo para ser estrellas, el mercado premia el talento al presentar un concepto en la producción musical y escenográfica, algo que en el pasado -o que aún- podía estar mal visto.
La globalización de Primavera es un hecho: el 65 % de los asistentes son internacionales, con Reino Unido, Estados Unidos e Italia a la cabeza. La diversidad lingüística convierte el Parc del Fòrum en una torre de Babel donde el español suena extranjero, lo que confirma el éxito del festival, pero visibiliza las grandes diferencias que se están generando en la ciudad de Barcelona.
Este año, cada día 70.000 personas peregrinaron por el Parc del Fòrum, haciendo del festival una ciudad efímera para los asistentes o una ciudad invivible para los ciudadanos del día a día que utilizan las líneas de transporte de la L4 del metro o el Tram, lo que lleva a preguntarle al alcalde barcelonés cómo llevará la logística de la ciudad si siguen creciendo los asistentes.
Vale recalcar que el convenio actual del Ayuntamiento con el Primavera Soundgarantiza el festival en Barcelona hasta 2026, pero el futuro es incierto: el plan urbanístico amenaza con colocar un campo de fútbol en la plataforma marina, pieza clave del evento. «El Primavera Sound no podría hacerse sin la plataforma marítima», advierte Lanza. Sin esa estructura, el festival podría convertirse en otra reliquia más de una Barcelona que alguna vez fue capital cultural antes de volverse parque temático.
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