El abogado y escritor inglés Philippe Sands (Londes, 1960) es fino en las conexiones y hábil con las coincidencias, casi se puede decir incluso, como afirma su editora española Isabel Obiols, «que es una especie de imán, al que le pasan cosas, pero son coincidencias porque se las trabaja». Ello, sumado a su sensibilidad por el detalle, la profundidad de su prosa y la seriedad de sus temas hace que sus libros tengan un marcado carácter literario.
Lo demostró ya con el inicio de su trilogía nazi, Calle Este-Oeste (Anagrama, 2017), donde trenza la historia de su abuelo con la de dos abogados judíos y un acusado alemán en el juicio de Núremberg. Siguió Sands con sus pesquisas nazis en Ruta de escape (Anagrama, 2021), un libro que nos narra la historia de un hombre que se hace pasar por un tal Reinhdardt, al ser ingresado en 1949 en un hospital de Roma, con una afección hepática aguda y que resulta se Otto Wächter, un nazi en fuga, criminal de guerra, pero, al tiempo, perfecto esposo y padre de familia.
Ahora, con Calle Londres, 38 (Anagrama, 2025) Philippe Sands parte de una nueva casualidad, la de ese número de la calle Londres de Santiago de Chile (antaño un centro de tortura, represión y exterminio y hoy un sitio de memoria recuperado), que fue donde coincidieron los dos protagonistas de esta historia: Pinochet y el nazi Walther Rauff, un nazi acusado de crímenes de guerra, creador de las cámaras de gas ambulantes y huido a Chile, a Punta Arenas, a quien mencionan ya Roberto Bolaño y Bryce Chatwin en algunos de sus libros. Cuenta Philippe Sands que conoció a un hombre llamado León Gómez, detenido en Londres 38 que le confesó que había sido interrogado y torturado personalmente por Walter Rauff. Así, el libro trata las conexiones entre Pinochet y el nazi Rauff, que eran conocidas por la gente, pero que no se habían podido documentar de manera testimonial.
La gestación del libro, sin embargo, tiene que ver con dos cuestiones: de un lado, el hecho de, a raíz del arresto del dictador chileno Augusto Pinochet en Londres, en 1998, Sands fue contratado como abogado por Human Rights Watch, por lo que tuvo la ocasión de participar en este caso único. De otro lado, documentándose para su libro anterior, encontró Sands una carta de un tal Walther Rauff dirigida a Otto Wächter, donde le daba consejo para huir de Europa. Entonces, Sands se preguntó: ¿puede que haya alguna conexión entre ambos? Y, en efecto, sí, la encontró. Afirma Sands que Pinochet y Rauff se conocieron en Quito, Ecuador, en 1956, cuando ambos vivían allí, e incluso parece ser que Pinochet animó a Rauff a mudarse a Chile. Sands ha encontrado pruebas claras de que Rauff estuvo involucrado con la DINA, que era la policía secreta de la dictadura, con Manuel Contreras, el jefe de la misma, y con la desaparición de personas en furgones refrigerados a partir de 1974. Así, traza nuevamente en este su último libro Philippe Sands una línea entre la desaparición de personas en la Alemania de 1941 y el Chile de los años setenta, en la cual está involucrada el mismo personaje: Walther Rauff.
De visita en Barcelona para presentar su libro en el CCCB, confiesa Philippe Sands que, desde su punto de vista, y es algo que además ha podido comprobar en su reciente viaje a Chile para presentar el libro (por el enorme revuelo que ha causado), lo más destacado de Calle Londres, 38 es que ha demostrado que la enfermedad de Pinochet era falsa, y que había un acuerdo entre los gobiernos chileno y británico para sostener este pretexto de la enfermedad. Además, y en segundo lugar (y no menos importante), el libro demuestra también que el nazi Walther Rauff estuvo involucrado en atentados contra los derechos humanos bajo una dictadura latinoamericana, y es la primera vez que se puede documentar algo así. Por último, una tercera e importante revelación del libro es la connivencia entre los Estados Unidos y el gobierno de Pinochet.
El libro de Philippe Sands reflexiona profundamente sobre los límites y el alcance de la inmunidad, pero también de la impunidad. Para Sands, no son los juzgados el único lugar donde se deba lidiar e impartir justicia con los crímenes. «Hay otras formas en las que las sociedades pueden lidiar con los crímenes del pasado», afirma. Pone el ejemplo de África y Chile, y sus procesos de reconciliación. Lo importante es también que exista una responsabilidad y que exista un proceso institucional formal gracias al cual las historias puedan ser contadas. A este respecto, «la literatura y otras formas culturales pueden tener también un papel significativo para ayudar a la comunidad a entender lo que sucedió», afirma. Y sentencia: «La justicia no es solo un juzgado. La vida es mucho más compleja». En su opinión, «como humanos necesitamos historias, y la relación entre un juzgado y un libro es que ambos cuentan historias»; de ahí, de hecho, nace su afán por escribir los suyos propios.
A Philippe Sands le llama la atención que en España no se haya producido ese proceso de justicia y llama la atención sobre una paradoja que tiene que ver con el juez Garzón y la imputación de Pinochet. Y es que, irónicamente, fue Franco quien ratificó e implementó la Convención de Genocidio en la ley española, dejando afuera partes de la definición internacional, lo que permitió que lo que la ley trataba como genocidio fuera un simple crimen contra la humanidad, por lo que la jurisdicción era mucho más amplia. Y fue precisamente gracias a eso por lo que se pudo comenzar el caso contra Augusto Pinochet. Sobre el particular, afirma Sands que muchos españoles vieron en este caso una suerte de causa simbólica contra Franco y que ello, por esa razón, tuvo muchas implicaciones políticas.
Como sucede en todos sus libros, llenos de vida y casualidades, dice Philippe Sands que la vida está llena de ironías, y así le encantaría imaginar una conversación con Francisco Franco agradeciéndole que en 1969 adoptara esa ley en España más amplia respecto al genocidio y que ha sido precisamente la que causó que a su amigo Pinochet lo arrestaran treinta años después. «La vida es extraña», sentencia. Y a fe que así es.
El abogado y escritor inglés Philippe Sands (Londes, 1960) es fino en las conexiones y hábil con las coincidencias, casi se puede decir incluso, como afirma
El abogado y escritor inglés Philippe Sands (Londes, 1960) es fino en las conexiones y hábil con las coincidencias, casi se puede decir incluso, como afirma su editora española Isabel Obiols, «que es una especie de imán, al que le pasan cosas, pero son coincidencias porque se las trabaja». Ello, sumado a su sensibilidad por el detalle, la profundidad de su prosa y la seriedad de sus temas hace que sus libros tengan un marcado carácter literario.
Lo demostró ya con el inicio de su trilogía nazi, Calle Este-Oeste (Anagrama, 2017), donde trenza la historia de su abuelo con la de dos abogados judíos y un acusado alemán en el juicio de Núremberg. Siguió Sands con sus pesquisas nazis en Ruta de escape (Anagrama, 2021), un libro que nos narra la historia de un hombre que se hace pasar por un tal Reinhdardt, al ser ingresado en 1949 en un hospital de Roma, con una afección hepática aguda y que resulta se Otto Wächter, un nazi en fuga, criminal de guerra, pero, al tiempo, perfecto esposo y padre de familia.
Ahora, con Calle Londres, 38 (Anagrama, 2025) Philippe Sands parte de una nueva casualidad, la de ese número de la calle Londres de Santiago de Chile (antaño un centro de tortura, represión y exterminio y hoy un sitio de memoria recuperado), que fue donde coincidieron los dos protagonistas de esta historia: Pinochet y el nazi Walther Rauff, un nazi acusado de crímenes de guerra, creador de las cámaras de gas ambulantes y huido a Chile, a Punta Arenas, a quien mencionan ya Roberto Bolaño y Bryce Chatwin en algunos de sus libros. Cuenta Philippe Sands que conoció a un hombre llamado León Gómez, detenido en Londres 38 que le confesó que había sido interrogado y torturado personalmente por Walter Rauff. Así, el libro trata las conexiones entre Pinochet y el nazi Rauff, que eran conocidas por la gente, pero que no se habían podido documentar de manera testimonial.
La gestación del libro, sin embargo, tiene que ver con dos cuestiones: de un lado, el hecho de, a raíz del arresto del dictador chileno Augusto Pinochet en Londres, en 1998, Sands fue contratado como abogado por Human Rights Watch, por lo que tuvo la ocasión de participar en este caso único. De otro lado, documentándose para su libro anterior, encontró Sands una carta de un tal Walther Rauff dirigida a Otto Wächter, donde le daba consejo para huir de Europa. Entonces, Sands se preguntó: ¿puede que haya alguna conexión entre ambos? Y, en efecto, sí, la encontró. Afirma Sands que Pinochet y Rauff se conocieron en Quito, Ecuador, en 1956, cuando ambos vivían allí, e incluso parece ser que Pinochet animó a Rauff a mudarse a Chile. Sands ha encontrado pruebas claras de que Rauff estuvo involucrado con la DINA, que era la policía secreta de la dictadura, con Manuel Contreras, el jefe de la misma, y con la desaparición de personas en furgones refrigerados a partir de 1974. Así, traza nuevamente en este su último libro Philippe Sands una línea entre la desaparición de personas en la Alemania de 1941 y el Chile de los años setenta, en la cual está involucrada el mismo personaje: Walther Rauff.
De visita en Barcelona para presentar su libro en el CCCB, confiesa Philippe Sands que, desde su punto de vista, y es algo que además ha podido comprobar en su reciente viaje a Chile para presentar el libro (por el enorme revuelo que ha causado), lo más destacado de Calle Londres, 38 es que ha demostrado que la enfermedad de Pinochet era falsa, y que había un acuerdo entre los gobiernos chileno y británico para sostener este pretexto de la enfermedad. Además, y en segundo lugar (y no menos importante), el libro demuestra también que el nazi Walther Rauff estuvo involucrado en atentados contra los derechos humanos bajo una dictadura latinoamericana, y es la primera vez que se puede documentar algo así. Por último, una tercera e importante revelación del libro es la connivencia entre los Estados Unidos y el gobierno de Pinochet.
El libro de Philippe Sands reflexiona profundamente sobre los límites y el alcance de la inmunidad, pero también de la impunidad. Para Sands, no son los juzgados el único lugar donde se deba lidiar e impartir justicia con los crímenes. «Hay otras formas en las que las sociedades pueden lidiar con los crímenes del pasado», afirma. Pone el ejemplo de África y Chile, y sus procesos de reconciliación. Lo importante es también que exista una responsabilidad y que exista un proceso institucional formal gracias al cual las historias puedan ser contadas. A este respecto, «la literatura y otras formas culturales pueden tener también un papel significativo para ayudar a la comunidad a entender lo que sucedió», afirma. Y sentencia: «La justicia no es solo un juzgado. La vida es mucho más compleja». En su opinión, «como humanos necesitamos historias, y la relación entre un juzgado y un libro es que ambos cuentan historias»; de ahí, de hecho, nace su afán por escribir los suyos propios.
A Philippe Sands le llama la atención que en España no se haya producido ese proceso de justicia y llama la atención sobre una paradoja que tiene que ver con el juez Garzón y la imputación de Pinochet. Y es que, irónicamente, fue Franco quien ratificó e implementó la Convención de Genocidio en la ley española, dejando afuera partes de la definición internacional, lo que permitió que lo que la ley trataba como genocidio fuera un simple crimen contra la humanidad, por lo que la jurisdicción era mucho más amplia. Y fue precisamente gracias a eso por lo que se pudo comenzar el caso contra Augusto Pinochet. Sobre el particular, afirma Sands que muchos españoles vieron en este caso una suerte de causa simbólica contra Franco y que ello, por esa razón, tuvo muchas implicaciones políticas.
Como sucede en todos sus libros, llenos de vida y casualidades, dice Philippe Sands que la vida está llena de ironías, y así le encantaría imaginar una conversación con Francisco Franco agradeciéndole que en 1969 adoptara esa ley en España más amplia respecto al genocidio y que ha sido precisamente la que causó que a su amigo Pinochet lo arrestaran treinta años después. «La vida es extraña», sentencia. Y a fe que así es.
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