Percival Everett: «El negacionismo de la esclavitud se propaga por Estados Unidos»

<p><strong>Percival Everett </strong>nació en el profundo sur de Estados Unidos (Georgia, 1956) pero lleva tiempo afincado en California. Desde allí se asoma al presente y al pasado de su país con su mirada «patológicamente irónica», capaz de contar con humor la trágica era de los linchamientos (<i>Los árboles</i>), de denunciar el racismo en el mundo editorial (<i>Cancelado</i>, <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/cine/2024/02/29/65e0a348fdddffd05c8b45b4.html»>adaptada al cine como <i>American Fiction</i></a>) o de navegar contra la corriente en James, el audaz remake de Las Aventuras de Huckleberrry Finn desde la perspectiva del esclavo publicado por De Conatus. El doble finalista del Booker Prize -<a href=»https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2024/11/12/6733d6fde85ece011a8b45b8.html»>premio que la semana pasada reconoció a Samantha Harvey con su obra Orbital</a>- habla con<a href=»https://www.elmundo.es/»> EL MUNDO</a> en Londres. Desde allí hace un fugaz repaso a su extensa obra literaria, a las secuelas de la esclavitud en el que país que le vio nacer y al <a href=»https://www.elmundo.es/internacional/2024/11/10/67305783fdddffc67d8b456e.html»>retorno de Donald Trump</a>, el presidente electo de los Estados Unidos del que su equipo reconoce que no lee libros.</p>

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 El autor, doble finalista del Booker, acaba de publicar ‘James’, el audaz ‘remake’ de ‘Las Aventuras de Huckleberrry Finn’ desde la perspectiva del esclavo  

Percival Everett nació en el profundo sur de Estados Unidos (Georgia, 1956) pero lleva tiempo afincado en California. Desde allí se asoma al presente y al pasado de su país con su mirada «patológicamente irónica», capaz de contar con humor la trágica era de los linchamientos (Los árboles), de denunciar el racismo en el mundo editorial (Cancelado, adaptada al cine como American Fiction) o de navegar contra la corriente en James, el audaz remake de Las Aventuras de Huckleberrry Finn desde la perspectiva del esclavo publicado por De Conatus. El doble finalista del Booker Prize –premio que la semana pasada reconoció a Samantha Harvey con su obra Orbital– habla con EL MUNDO en Londres. Desde allí hace un fugaz repaso a su extensa obra literaria, a las secuelas de la esclavitud en el que país que le vio nacer y al retorno de Donald Trump, el presidente electo de los Estados Unidos del que su equipo reconoce que no lee libros.

Un crítico dijo que usted «nació para escribir James», no sé si está de acuerdo con esa afirmación.
Tal vez sea mucho decir. Yo diría que he nacido para escribir libros, y James hace el número 30.
¿No tiene una predilección especial por la que ha sido considerada como la mejor novela del 2024 en muchas listas literarias?
Realmente no. Un premio o una crítica no logra que tu trabajo sea mejor. Para mí no es muy diferente a mis otros libros, ni siento un vínculo especial. Ha tenido su propia vida, tal vez más larga que otros. Pero yo ya he pasado de página.
Ha reconocido sin embargo que no lo habría podido escribir antes, que llegó en su momento, como escritor y como persona.
Los libros suceden por razones que a veces se nos escapan. Si lo hubiera escrito hace diez años, no sería la misma novela, posiblemente habría sido peor.
¿Es cierto que la idea original le vino jugando un partido de tenis, al golpear un revés cruzado que se salió de la pista?
Fue así, efectivamente. Y la bola salió fuera yo diría que por más de un metro… En ese momento me paré y pensé: ‘¿Alguien ha escrito alguna vez Las Aventuras de Huckleberry Finn desde el punto de vista del esclavo?’. Hice unas pesquisas en la biblioteca, vi que había muchos estudios sobre Jim, pero no la novela narrada desde su punto de vista. Estaba deseando leerla y por eso me lancé a escribirla.
¿Queda algo de su vieja admiración por Mark Twain después de leer 15 veces seguidas su novela?
Tenía que hacerlo para lograr una inmersión total en el tiempo y en el lugar. Pero reconozco que acabé harto del libro, y sería incapaz de leerlo por decimosexta vez. Sigo creyendo que es una obra importante en su contexto histórico, pero hay muchos clichés sobre la figura del esclavo Jim que no aguantan en el tiempo.
Su bisabuela fue esclava.
Sí, en Texas. Consiguió la libertad en 1864. Así de cerca estamos aún de la esclavitud, que fue la base de la prosperidad económica de mi país. Se compensó a los dueños de esclavos, pero ha tenido que pasar siglo y medio para que se hablen de las reparaciones para quienes soportaron la carga.

«Trump no tiene ideología, más allá de la avaricia y de la de servir a sus propios intereses»

En los Estados del Sur empieza a haber un revisionismo histórico.
Sí, hay un tipo de negacionismo de la esclavitud que se propaga por Estados Unidos, con Texas a la cabeza. Se ha propuesto incluso sustituir la palabra esclavitud en el currículum educativo por la de «relocalización involuntaria». A ese punto estamos llegando.
¿Es Donald Trump un supremacista blanco?
Creo que Trump no tiene ideología, más allá de la avaricia y de la de servir a sus propios intereses. Todo lo que quiere es más dinero y más poder.
Tras su elección hubo una avalancha de mensajes racistas en las redes sociales contra los afroamericanos incitándoles a «volver a la plantación».
Ese es el problema: Trump no es la enfermedad, es el síntoma. En el mejor de los escenarios, su reelección nos puede servir para que los americanos despierten. En el peor de los casos, será el fin de la democracia tal y como la conocemos.
Sus colaboradores han revelado que Trump no lee libros.
Lo primero que hacen en los regímenes fascistas es prohibir y quemar libros.
¿La raza sigue siendo la gran línea divisoria que existe en Estados Unidos?
Siempre ha sido así. La raza es nuestra gran asignatura pendiente. Lo ha sido con los afroamericanos y lo sigue siendo con la gente de color que sostiene nuestra economía.
¿Cómo se explica el voto latino a favor de Trump?
Cuando la gente tiene miedo, cree en las mentiras que le dicen.
¿Y el fiasco de la demócrata Kamala Harris?
Kamala Harris no ha sido elegida porque los hombres no la querían como presidenta. Hay también un problema de misoginia en nuestro país que no hemos querido reconocer.

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