Otro hat-trick de don Miguel Pardeza

Parece mentira, pero, dado que estamos ya en 2025, en apenas un periquete se cumplirán diez años desde que Miguel Pardeza se destapó por fin como autor de libros en aquel fabuloso Torneo con el que debutó en 2016, tras otros varios debuts de su vida, mucho más mediáticos (en Primera División, en el Real Zaragoza, en el Real Madrid, en la selección nacional de fútbol, en la liga mexicana…). Tal vez me equivoque, porque yo, por motivos que explicaré en el tercer párrafo, soy incapaz de leer a alguien como él con las mismas gafas con las que leo a casi cualquier otro nuevo escritor, a cualquier desconocido, pero desde que la agarré encontré en aquella ópera prima una excelente y autoexigente novela de educación, una especie de atalaya privilegiada y creíble a un mundo socialmente omnipresente pero a la vez enigmático, muy expuesto y ruidoso pero a la vez, precisamente por ello, muy opaco, y además muy poco hospitalario a la mirada literaria.

En algún lugar de aquella crónica parcial de su adolescencia futbolera, sus primeras conquistas, su llegada a Madrid (siempre que paso por la plaza de Matute me acuerdo de él y de aquellas páginas suyas), afirmaba Pardeza que «Mi deseo constante de evadirme de la realidad», algo que francamente no podría decir si se refiriese exclusivamente a su obra literaria, ya que en su siguiente novela, Angelópolis, se iba al otro extremo de su exitosa carrera deportiva para contar el final, sus años epilogales en México, su retirada del fútbol. Y de verdad que hay algo revelador es que, al menos hasta hoy, Pardeza haya contado justo eso, los tramos menos glamurosos o gloriosos de sus años en el candelero, es decir los balbucientes y temerosos comienzos y su melancólico y agridulce final, y que se haya desentendido de los años buenos, los de los goles, los títulos, las ovaciones, «la Quinta del Buitre» o sus galones de estrella y leyenda en el Real Zaragoza.

Yo soy un zaragozano madridista nacido en 1980, así que para mí Pardeza es tan importante como Espinete o Indiana Jones en mi memoria sentimental, y, aunque soy muy poco mitómano, lo leo siempre con cierta devoción, y me conmovió conocerlo hace unos años, todavía en su despacho del Santiago Bernabéu, que me parece que ya empezaba a desalojar, al menos mentalmente. Había muchas afinidades en medio, muchos amigos y maestros comunes (el primero de ellos José-Carlos Mainer, que nos dirigió a los dos las respectivas tesis doctorales, ambas consagradas a escritores tan legibles como poco amigables), muchas cosas de las que hablar.

Pero lo que tenía que contar hoy es que a esas dos monumentales primeras obras, ese imponente díptico memorialístico formado por Torneo y Angelópolis, se han unido recientemente otros tres libros, que en este caso son más bien miniaturas, sin ser por ello obras menores. Son, creo, complementos, materiales adicionales, casi apéndices o «extras» o «caras B», pues, trayéndolos aquí en orden cronológico, se trata de un libro de aforismos (La cola del cometa, Sevilla, Renacimiento, 2023), un libro de artículos, columnas, reflexiones o recuerdos sobre asuntos estrictamente futbolísticos (A pie cambiado, Sevilla, El Paseo, 2023) y, sobre todo, el más bonito de todos, un repaso más nostálgico de lo que creo que él querría a determinados lugares, personas, objetos o emociones perdidas para siempre (Teoría general del abandono, Murcia, Newcastle, 2024). Tres libros, pues, como tres goles, y se trata de goles de cabeza.

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Teoría general del abandono
Miguel Pardeza

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En uno de los aforismos de La cola del cometa (y entre otros mucho más certeros y tan impecables como aquel que advertía que «Releer rejuvenece»…), Pardeza arremetía contra los críticos que a veces califican una novela de «preciosa»: cuando lo leí no supe si sentirme un poco aludido, porque yo recurro a ese adjetivo bastante, cuando el libro en cuestión lo merece, y no me importa en absoluto decir que esa Teoría… es un librito, sí, precioso, por modesto, por limpio y por certero, y tiene esa cosa como del mejor José María Conget (con los tebeos o las películas) o del mejor José Antonio Garriga Vela (con los mejores kioscos, las más misteriosas chicas…).

La casa de la infancia, allá en La Palma del Condado, las plantas y los jilgueros de la madre, los negocios del padre, los álbumes de cromos, los primeros cuentos en la biblioteca municipal de su pueblo, los viajes, el hostal de Madrid que sus lectores ya le conocemos, los libros viejos, algunos amigos, su extraña obsesión con las psicologías y el psicoanálisis (una de sus fijaciones más inexplicables, o tal vez uno de los más significativos rasgos de su carácter o de su personalidad), esa actitud y esos silencios suyos tan famosos, que ya llamaban la atención y casi preocupaban en sus años de vestuarios, hectáreas de césped y salas de prensa. 

Pardeza siempre pasó por ser alguien reservado, introvertido, un poco huidizo, imprevisible en todos los contextos, muy lector, es decir, alguien extraño no sólo en el ámbito del deporte de alta competición sino, en general, en el mundo. Y aunque sus libros son enormemente amables y humildes y contienen un humor no cacareante ni obvio, sino tácito, melodioso, todas esas, digamos, sombras o timideces de su mente, o esas oscuridades y cautelas de su temperamento van disparándose al papel y tomando cuerpo, no de forma directa sino con rodeos probablemente indeliberados, como decía Emily Dickinson que hay que acceder a la verdad.

Quiero decir que quienes admiramos a Pardeza encontramos en todos estos libros una explicación, vemos al hombre. Y quienes no lo conozcan o a quienes no les interesa el fútbol encontrarán en él a un escritor distinto, confesional pero pudoroso, confidencial pero no a toda costa, muy personal, muy culto y con muchas cosas que decir sobre sí mismo o sobre lo de fuera. Es un moralista en el buen sentido, ya que insiste mucho en hablar del comportamiento, de los deberes y obligaciones, de la filosofía del trabajo, de la relación con los demás, de lo que en una reflexión de A pie cambiado llama «la presencia moral de los otros»… y en todo ello se adivinan inseguridades antiguas, pero también certezas firmes que sabe explicar muy bien.

Para quien leyese Torneo, la Teoría general del abandono es, ya lo he dicho, algo así como una pequeña colección de descartes, de variantes. Pero me parece que quien lea antes esta Teoría… correrá inmediatamente a buscar la versión larga, la ampliación, el desarrollo novelístico y amplio de lo que aquí son estampas privadas, recuerdos transferibles, fotografías de unos primeros años 80 que, en lo que respecta a España, él contribuiría enseguida a glorificar.

 Parece mentira, pero, dado que estamos ya en 2025, en apenas un periquete se cumplirán diez años desde que Miguel Pardeza se destapó por fin como  

Parece mentira, pero, dado que estamos ya en 2025, en apenas un periquete se cumplirán diez años desde que Miguel Pardeza se destapó por fin como autor de libros en aquel fabuloso Torneo con el que debutó en 2016, tras otros varios debuts de su vida, mucho más mediáticos (en Primera División, en el Real Zaragoza, en el Real Madrid, en la selección nacional de fútbol, en la liga mexicana…). Tal vez me equivoque, porque yo, por motivos que explicaré en el tercer párrafo, soy incapaz de leer a alguien como él con las mismas gafas con las que leo a casi cualquier otro nuevo escritor, a cualquier desconocido, pero desde que la agarré encontré en aquella ópera prima una excelente y autoexigente novela de educación, una especie de atalaya privilegiada y creíble a un mundo socialmente omnipresente pero a la vez enigmático, muy expuesto y ruidoso pero a la vez, precisamente por ello, muy opaco, y además muy poco hospitalario a la mirada literaria.

En algún lugar de aquella crónica parcial de su adolescencia futbolera, sus primeras conquistas, su llegada a Madrid (siempre que paso por la plaza de Matute me acuerdo de él y de aquellas páginas suyas), afirmaba Pardeza que «Mi deseo constante de evadirme de la realidad», algo que francamente no podría decir si se refiriese exclusivamente a su obra literaria, ya que en su siguiente novela, Angelópolis, se iba al otro extremo de su exitosa carrera deportiva para contar el final, sus años epilogales en México, su retirada del fútbol. Y de verdad que hay algo revelador es que, al menos hasta hoy, Pardeza haya contado justo eso, los tramos menos glamurosos o gloriosos de sus años en el candelero, es decir los balbucientes y temerosos comienzos y su melancólico y agridulce final, y que se haya desentendido de los años buenos, los de los goles, los títulos, las ovaciones, «la Quinta del Buitre» o sus galones de estrella y leyenda en el Real Zaragoza.

Yo soy un zaragozano madridista nacido en 1980, así que para mí Pardeza es tan importante como Espinete o Indiana Jones en mi memoria sentimental, y, aunque soy muy poco mitómano, lo leo siempre con cierta devoción, y me conmovió conocerlo hace unos años, todavía en su despacho del Santiago Bernabéu, que me parece que ya empezaba a desalojar, al menos mentalmente. Había muchas afinidades en medio, muchos amigos y maestros comunes (el primero de ellos José-Carlos Mainer, que nos dirigió a los dos las respectivas tesis doctorales, ambas consagradas a escritores tan legibles como poco amigables), muchas cosas de las que hablar.

Pero lo que tenía que contar hoy es que a esas dos monumentales primeras obras, ese imponente díptico memorialístico formado por Torneo y Angelópolis, se han unido recientemente otros tres libros, que en este caso son más bien miniaturas, sin ser por ello obras menores. Son, creo, complementos, materiales adicionales, casi apéndices o «extras» o «caras B», pues, trayéndolos aquí en orden cronológico, se trata de un libro de aforismos (La cola del cometa, Sevilla, Renacimiento, 2023), un libro de artículos, columnas, reflexiones o recuerdos sobre asuntos estrictamente futbolísticos (A pie cambiado, Sevilla, El Paseo, 2023) y, sobre todo, el más bonito de todos, un repaso más nostálgico de lo que creo que él querría a determinados lugares, personas, objetos o emociones perdidas para siempre (Teoría general del abandono, Murcia, Newcastle, 2024). Tres libros, pues, como tres goles, y se trata de goles de cabeza.

En uno de los aforismos de La cola del cometa (y entre otros mucho más certeros y tan impecables como aquel que advertía que «Releer rejuvenece»…), Pardeza arremetía contra los críticos que a veces califican una novela de «preciosa»: cuando lo leí no supe si sentirme un poco aludido, porque yo recurro a ese adjetivo bastante, cuando el libro en cuestión lo merece, y no me importa en absoluto decir que esa Teoría… es un librito, sí, precioso, por modesto, por limpio y por certero, y tiene esa cosa como del mejor José María Conget (con los tebeos o las películas) o del mejor José Antonio Garriga Vela (con los mejores kioscos, las más misteriosas chicas…).

La casa de la infancia, allá en La Palma del Condado, las plantas y los jilgueros de la madre, los negocios del padre, los álbumes de cromos, los primeros cuentos en la biblioteca municipal de su pueblo, los viajes, el hostal de Madrid que sus lectores ya le conocemos, los libros viejos, algunos amigos, su extraña obsesión con las psicologías y el psicoanálisis (una de sus fijaciones más inexplicables, o tal vez uno de los más significativos rasgos de su carácter o de su personalidad), esa actitud y esos silencios suyos tan famosos, que ya llamaban la atención y casi preocupaban en sus años de vestuarios, hectáreas de césped y salas de prensa. 

Pardeza siempre pasó por ser alguien reservado, introvertido, un poco huidizo, imprevisible en todos los contextos, muy lector, es decir, alguien extraño no sólo en el ámbito del deporte de alta competición sino, en general, en el mundo. Y aunque sus libros son enormemente amables y humildes y contienen un humor no cacareante ni obvio, sino tácito, melodioso, todas esas, digamos, sombras o timideces de su mente, o esas oscuridades y cautelas de su temperamento van disparándose al papel y tomando cuerpo, no de forma directa sino con rodeos probablemente indeliberados, como decía Emily Dickinson que hay que acceder a la verdad.

Quiero decir que quienes admiramos a Pardeza encontramos en todos estos libros una explicación, vemos al hombre. Y quienes no lo conozcan o a quienes no les interesa el fútbol encontrarán en él a un escritor distinto, confesional pero pudoroso, confidencial pero no a toda costa, muy personal, muy culto y con muchas cosas que decir sobre sí mismo o sobre lo de fuera. Es un moralista en el buen sentido, ya que insiste mucho en hablar del comportamiento, de los deberes y obligaciones, de la filosofía del trabajo, de la relación con los demás, de lo que en una reflexión de A pie cambiado llama «la presencia moral de los otros»… y en todo ello se adivinan inseguridades antiguas, pero también certezas firmes que sabe explicar muy bien.

Para quien leyese Torneo, la Teoría general del abandono es, ya lo he dicho, algo así como una pequeña colección de descartes, de variantes. Pero me parece que quien lea antes esta Teoría… correrá inmediatamente a buscar la versión larga, la ampliación, el desarrollo novelístico y amplio de lo que aquí son estampas privadas, recuerdos transferibles, fotografías de unos primeros años 80 que, en lo que respecta a España, él contribuiría enseguida a glorificar.

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