Pelos largos. Bikinis cortos. Pantalones vaqueros de palmo luciendo muslamen velludo. Cigarros de la risa despachando fumata lisérgica. Mostachos dandis. Patillas de torero. Pantalones de campana blancos. Gafas de mosca galáctica. Jaquetonas negras, caucásicas y pecosas pelifuego reventando el suelo pélvico hasta la madrugada. Estrellas de cine. Sexualidad casquivana y desprejuiciada. ¿Acaso hablo de una party en las arenas más cool de California? ¿Los Ángeles, 1975? Para nada. Como dirían los reggaetoneros, este flow asesino pertenece a los años sesenta. A una pequeña localidad de la provincia de Málaga, llamada Torremolinos.
Esa exótica tierra marciana, tan fuera de su tiempo y de su país, ha sido el escenario escogido por la escritora y periodista, Silvia Grijalba, para su última novela Aquellas noches eternas (2025, Ediciones B). Un retrato de una época pirotécnica y magnética, que el lector desvela a través de los ojos de la protagonista; una joven embarazada que abandona su Oviedo natal para arrimarse a su prima, afincada en Torremolinos.
En la sede de Penguin Random House, Grijalba, aterrizada de un vuelo proveniente de Albuquerque, Estados Unidos, donde dirige el Instituto Cervantes, responde a unas preguntas a THE OBJECTIVE
PREGUNTA- Empecemos por algo lógico: ¿por qué los años sesenta y por qué Torremolinos?
RESPUESTA.- Porque me crie allí. Nací en Madrid, pero mi padre era regidor en Torremolinos y pasé toda mi infancia en ese lugar. La novela arranca en 1963, un poco antes. Siempre supe que lo que yo había vivido de pequeña no era normal; era un mundo absolutamente maravilloso, como otro planeta, no solo en España, sino en Europa. Era un privilegio.
P.- ¿Y por qué Oviedo?
R.- Parte de mi familia es de allí, así que lo conozco bien. Además, me interesaba el contraste simbólico entre Vetusta —por la novela de Clarín— y Torremolinos, que representaba todo lo contrario. Me parecía un viaje muy bonito, desde lo tradicional hacia la libertad y la modernidad.
P.- Hablando de nombres, lo de Covadonga me ha sorprendido. No lo había escuchado más que en un chiste.
R.- ¡Pues en Asturias hay muchas Covadonga! Es un nombre común allí. Y me gustaba el contraste: Covadonga es un personaje moderno, lesbiana, que ha vivido en Londres… pero tiene un nombre tradicional. Esa tensión me interesaba.
P.- Siguiendo con Covadonga, hay una escena interesante: ella apoya mucho a Maite en su decisión de continuar con el embarazo. ¿No resulta algo contradictorio para una mujer tan liberal?
R.- El tema del aborto en la novela no se plantea sólo como algo moral. Covadonga apoya a Maite por varias razones. Primero, el novio de Maite le pone una condición que la marca profundamente. Decidir oponerse y no abortar la lleva a Torremolinos. Si lo hubiera hecho, quizá se habría casado con él y habría sido un desastre. Además, en el ambiente hippie de la época –y su novia Anja también lo era– el aborto no estaba necesariamente aceptado. Era todo muy peace and love, la Madre Tierra… Había menos politización que hoy.
P.- Es verdad que en la novela los hombres no salen especialmente bien parados.
R.- Bueno, en realidad, nadie sale bien parado. Todos los personajes tienen sus contradicciones, incluida la protagonista
«Torremolinos fue un oasis. Aunque, ojo, sólo para determinadas mujeres de cierta clase social»
P.- Algo que me ha llamado la atención es la importancia que das a la estética, la comida, los pequeños detalles. Me recordaba a cómo uno imagina los locos años 20.
R.- Totalmente. Intento describirlo todo con precisión: los muebles, los coches, los vestidos… Todo tiene una carga simbólica. Y claro, me esfuerzo mucho con la documentación. Por ejemplo, si menciono una canción o un diseño de moda, tiene que corresponderse con el año exacto. No puedes poner a T-Rex en 1963.
P.- Ese debe de haber sido tu trabajo de documentación más arduo, ¿no?
R.- Fue divertido, pero sí, muy meticuloso. Es una novela histórica, aunque cercana. Y aunque me baso en recuerdos, he tenido que revisar muchas cosas porque la memoria falla.
P.- En ese sentido, ¿cómo escribes? ¿Planificas todo?
R.- No, escribo de un tirón, y luego voy corrigiendo, depurando. Pongo marcas para volver a revisar detalles. Si me paro en cada dato, no avanzo. Me ha llevado diez años poder concentrarme del todo y publicarla.
P.- ¿No crees que hay cierta idealización de los años 60? Esa sensación de oasis de libertad…
R.- En Torremolinos, sí, fue un oasis. Aunque, ojo, sólo para determinadas mujeres: de cierta clase social, con formación. Las pescadoras de La Carihuela no vivían esa libertad. Pero muchas mujeres sí encontraron oportunidades: en la hostelería, en negocios… Era una época en la que surgieron cosas impensables, incluso para ellas mismas.
«Ese misterio que envolvía a los famosos, que era parte del glamur, ya no existe»
P.- También mencionas temas como la homosexualidad con una naturalidad sorprendente para la época.
R.- Es que se vivía así. Una de las mejores amigas de mis padres era lesbiana y vivía con su pareja. Nadie lo cuestionaba. Torremolinos era un lugar de reinvención: si eras gay, allí podías serlo con libertad; si no, también podías empezar de cero. Se mezclaba todo tipo de gente, y eso lo hacía único.
P.- Hablando de mujeres libres… mencionas a Ava Gardner. ¿Crees que hoy en día una actriz podría permitirse vivir como ella?
R.- No lo creo. Hoy todo está más controlado. La vida privada y la imagen pública se mezclan mucho. Tampoco existirían figuras como John Huston. Se ha perdido parte de esa libertad. Antes había otro tipo de hostilidad, como la que se vivía con Frank Sinatra o esa jet set tan intensa. Ahora ya nadie se atreve. Y claro, ese misterio que envolvía a los famosos, que era parte del glamur, ya no existe. Hemos mitificado a Ava Gardner, por ejemplo, pero si la hubiéramos visto tirada en la entrada de un hotel, borracha como a Kate Moss, tal vez no sería un mito tan grande.
P.- Muchos cambios…
R.- Como las infidelidades. Estaban asumidas en muchas relaciones, incluso se justificaban. Los matrimonios eran muchas veces por conveniencia: te casabas con alguien millonario y tu «trabajo» era aguantar.
P.- Igual que aguantar a un jefe que no te gusta…
R.- El marido era ese jefe. Y ellos también aguantaban al suyo. Era una situación durísima, pero era lo que había. Muchas mujeres no tenían otra salida, no tenían independencia económica. Separarse era un acto de valentía.
P.- ¿Tuviste algún caso cercano?
R.- Mi abuela, por ejemplo. Ella se separó antes de que el divorcio fuera legal. Luego, ya en los años 40, cuando se aprobó, formalizó su situación. Pero claro, echarle narices en esa época no era nada fácil.
«Eran gente excéntrica, aristócratas que rompieron con todo y se fueron a vivir una vida hippie. Cada uno era una novela»
P.- Volviendo a la jet set, ¿qué ha cambiado y qué sigue igual?
R.- El misterio. Antes lo que no se mostraba se imaginaba, y eso era parte del encanto. Lo segundo es que los personajes eran más revolucionarios. Gente excéntrica, aristócratas que rompieron con todo y se fueron a vivir una vida hippie, con flores en la cabeza, monóculos, fiestas interminables. Cada uno era una novela.
P.- ¿Y hoy?
R.- Hoy eso ha quedado en las influencers, que no han revolucionado nada. No hay vida que quieras imitar ahí, más allá de los retoques y los selfies. Yo de pequeña veía esas figuras y decía: «Yo quiero ser así de libre, tan ideal, tan atrevida». Ahora nadie sueña con ser influencer para vivir, solo para mostrar.
P.- Se ha perdido la erótica del misterio…
R.- Totalmente. No tiene que ver con enseñar el cuerpo. En los 70 había topless en las playas, pero no era pornográfico. Era más como una foto de David Hamilton. Hoy todo es explícito, sin sutileza, sin poesía visual.
P.- Me da la sensación de que tú también tienes algo de mitómana.
R.- ¡Claro! Yo lo viví desde muy pequeña. Tendría 3 o 4 años, y estaba en sitios como el Pez Espada o el Marbella Club. Veía a Sean Connery en la piscina sin saber quién era, solo que era un señor altísimo, guapo. Luego supe quién era, claro.
P.- ¿Y eso dejó huella?
R.- Sí, por supuesto. Mi padre trabajaba en el concesionario de Rolls-Royce y Jaguar. Era cubano, hablaba inglés perfecto, había estudiado en EE UU, y vendía coches de lujo a toda esa gente. Eso me permitía ver cosas que no eran normales para una niña. Ir a casa de Sean Connery, por ejemplo. Para mí era solo el trabajo de mi padre. Pero ahora lo pienso y digo: ¡Madre mía!
P.- ¿Alguna anécdota más que no esté en el libro?
R.- Hay muchas. Por ejemplo, Macho, un profesor de tenis muy famoso en Torremolinos. Le llamaban así porque saludaba a todo el mundo diciendo «¡Hombre, macho!». Era una especie de playboy setentero, muy icónico. Y claro, crecer en medio de eso te marca.
«Ese estilo de vida marcó una forma de ver el mundo, con sol, ironía y escepticismo»
P.- ¿Y esa frase que dices que te repite tu amigo?
R.- «Tú tienes mucha Costa del Sol». Lo dice cuando no me creo las tonterías de la gente. Porque claro, yo he visto de todo desde muy joven. Ese estilo de vida marcó una forma de ver el mundo, con sol, ironía y escepticismo.
P.- En tu novela hay mucha música: Lennon, Dylan, T-Rex… ¿Cuánto hay de ti como periodista musical ahí?
R.- Muchísimo. El personaje de Roberto, el mánager de un grupo ficticio está inspirado en Los Íberos, un grupo malagueño de los 60. Yo no podría haberlo creado sin haber estado tan metida en la música.
P.- En definitiva, la novela también es un homenaje a esa época, ¿no?
R.- Quería retratar una España que estaba cambiando, que era muy rica culturalmente, musicalmente, y donde los límites entre lo popular, lo sofisticado y lo excéntrico se diluían en una costa llena de luz, excesos y mitos.
Pelos largos. Bikinis cortos. Pantalones vaqueros de palmo luciendo muslamen velludo. Cigarros de la risa despachando fumata lisérgica. Mostachos dandis. Patillas de torero. Pantalones de campana
Pelos largos. Bikinis cortos. Pantalones vaqueros de palmo luciendo muslamen velludo. Cigarros de la risa despachando fumata lisérgica. Mostachos dandis. Patillas de torero. Pantalones de campana blancos. Gafas de mosca galáctica. Jaquetonas negras, caucásicas y pecosas pelifuego reventando el suelo pélvico hasta la madrugada. Estrellas de cine. Sexualidad casquivana y desprejuiciada. ¿Acaso hablo de una party en las arenas más cool de California? ¿Los Ángeles, 1975? Para nada. Como dirían los reggaetoneros, este flow asesino pertenece a los años sesenta. A una pequeña localidad de la provincia de Málaga, llamada Torremolinos.
Esa exótica tierra marciana, tan fuera de su tiempo y de su país, ha sido el escenario escogido por la escritora y periodista, Silvia Grijalba, para su última novela Aquellas noches eternas (2025, Ediciones B). Un retrato de una época pirotécnica y magnética, que el lector desvela a través de los ojos de la protagonista; una joven embarazada que abandona su Oviedo natal para arrimarse a su prima, afincada en Torremolinos.
En la sede de Penguin Random House, Grijalba, aterrizada de un vuelo proveniente de Albuquerque, Estados Unidos, donde dirige el Instituto Cervantes, responde a unas preguntas a THE OBJECTIVE
PREGUNTA- Empecemos por algo lógico: ¿por qué los años sesenta y por qué Torremolinos?
RESPUESTA.- Porque me crie allí. Nací en Madrid, pero mi padre era regidor en Torremolinos y pasé toda mi infancia en ese lugar. La novela arranca en 1963, un poco antes. Siempre supe que lo que yo había vivido de pequeña no era normal; era un mundo absolutamente maravilloso, como otro planeta, no solo en España, sino en Europa. Era un privilegio.
P.- ¿Y por qué Oviedo?
R.- Parte de mi familia es de allí, así que lo conozco bien. Además, me interesaba el contraste simbólico entre Vetusta —por la novela de Clarín— y Torremolinos, que representaba todo lo contrario. Me parecía un viaje muy bonito, desde lo tradicional hacia la libertad y la modernidad.
P.- Hablando de nombres, lo de Covadonga me ha sorprendido. No lo había escuchado más que en un chiste.
R.- ¡Pues en Asturias hay muchas Covadonga! Es un nombre común allí. Y me gustaba el contraste: Covadonga es un personaje moderno, lesbiana, que ha vivido en Londres… pero tiene un nombre tradicional. Esa tensión me interesaba.
P.- Siguiendo con Covadonga, hay una escena interesante: ella apoya mucho a Maite en su decisión de continuar con el embarazo. ¿No resulta algo contradictorio para una mujer tan liberal?
R.- El tema del aborto en la novela no se plantea sólo como algo moral. Covadonga apoya a Maite por varias razones. Primero, el novio de Maite le pone una condición que la marca profundamente. Decidir oponerse y no abortar la lleva a Torremolinos. Si lo hubiera hecho, quizá se habría casado con él y habría sido un desastre. Además, en el ambiente hippie de la época –y su novia Anja también lo era– el aborto no estaba necesariamente aceptado. Era todo muy peace and love, la Madre Tierra… Había menos politización que hoy.
P.- Es verdad que en la novela los hombres no salen especialmente bien parados.
R.- Bueno, en realidad, nadie sale bien parado. Todos los personajes tienen sus contradicciones, incluida la protagonista
«Torremolinos fue un oasis. Aunque, ojo, sólo para determinadas mujeres de cierta clase social»
P.- Algo que me ha llamado la atención es la importancia que das a la estética, la comida, los pequeños detalles. Me recordaba a cómo uno imagina los locos años 20.
R.- Totalmente. Intento describirlo todo con precisión: los muebles, los coches, los vestidos… Todo tiene una carga simbólica. Y claro, me esfuerzo mucho con la documentación. Por ejemplo, si menciono una canción o un diseño de moda, tiene que corresponderse con el año exacto. No puedes poner a T-Rex en 1963.
P.- Ese debe de haber sido tu trabajo de documentación más arduo, ¿no?
R.- Fue divertido, pero sí, muy meticuloso. Es una novela histórica, aunque cercana. Y aunque me baso en recuerdos, he tenido que revisar muchas cosas porque la memoria falla.
P.- En ese sentido, ¿cómo escribes? ¿Planificas todo?
R.- No, escribo de un tirón, y luego voy corrigiendo, depurando. Pongo marcas para volver a revisar detalles. Si me paro en cada dato, no avanzo. Me ha llevado diez años poder concentrarme del todo y publicarla.
P.- ¿No crees que hay cierta idealización de los años 60? Esa sensación de oasis de libertad…
R.- En Torremolinos, sí, fue un oasis. Aunque, ojo, sólo para determinadas mujeres: de cierta clase social, con formación. Las pescadoras de La Carihuela no vivían esa libertad. Pero muchas mujeres sí encontraron oportunidades: en la hostelería, en negocios… Era una época en la que surgieron cosas impensables, incluso para ellas mismas.
«Ese misterio que envolvía a los famosos, que era parte del glamur, ya no existe»
P.- También mencionas temas como la homosexualidad con una naturalidad sorprendente para la época.
R.- Es que se vivía así. Una de las mejores amigas de mis padres era lesbiana y vivía con su pareja. Nadie lo cuestionaba. Torremolinos era un lugar de reinvención: si eras gay, allí podías serlo con libertad; si no, también podías empezar de cero. Se mezclaba todo tipo de gente, y eso lo hacía único.
P.- Hablando de mujeres libres… mencionas a Ava Gardner. ¿Crees que hoy en día una actriz podría permitirse vivir como ella?
R.- No lo creo. Hoy todo está más controlado. La vida privada y la imagen pública se mezclan mucho. Tampoco existirían figuras como John Huston. Se ha perdido parte de esa libertad. Antes había otro tipo de hostilidad, como la que se vivía con Frank Sinatra o esa jet set tan intensa. Ahora ya nadie se atreve. Y claro, ese misterio que envolvía a los famosos, que era parte del glamur, ya no existe. Hemos mitificado a Ava Gardner, por ejemplo, pero si la hubiéramos visto tirada en la entrada de un hotel, borracha como a Kate Moss, tal vez no sería un mito tan grande.
P.- Muchos cambios…
R.- Como las infidelidades. Estaban asumidas en muchas relaciones, incluso se justificaban. Los matrimonios eran muchas veces por conveniencia: te casabas con alguien millonario y tu «trabajo» era aguantar.
P.- Igual que aguantar a un jefe que no te gusta…
R.- El marido era ese jefe. Y ellos también aguantaban al suyo. Era una situación durísima, pero era lo que había. Muchas mujeres no tenían otra salida, no tenían independencia económica. Separarse era un acto de valentía.
P.- ¿Tuviste algún caso cercano?
R.- Mi abuela, por ejemplo. Ella se separó antes de que el divorcio fuera legal. Luego, ya en los años 40, cuando se aprobó, formalizó su situación. Pero claro, echarle narices en esa época no era nada fácil.
«Eran gente excéntrica, aristócratas que rompieron con todo y se fueron a vivir una vida hippie. Cada uno era una novela»
P.- Volviendo a la jet set, ¿qué ha cambiado y qué sigue igual?
R.- El misterio. Antes lo que no se mostraba se imaginaba, y eso era parte del encanto. Lo segundo es que los personajes eran más revolucionarios. Gente excéntrica, aristócratas que rompieron con todo y se fueron a vivir una vida hippie, con flores en la cabeza, monóculos, fiestas interminables. Cada uno era una novela.
P.- ¿Y hoy?
R.- Hoy eso ha quedado en las influencers, que no han revolucionado nada. No hay vida que quieras imitar ahí, más allá de los retoques y los selfies. Yo de pequeña veía esas figuras y decía: «Yo quiero ser así de libre, tan ideal, tan atrevida». Ahora nadie sueña con ser influencer para vivir, solo para mostrar.
P.- Se ha perdido la erótica del misterio…
R.- Totalmente. No tiene que ver con enseñar el cuerpo. En los 70 había topless en las playas, pero no era pornográfico. Era más como una foto de David Hamilton. Hoy todo es explícito, sin sutileza, sin poesía visual.
P.- Me da la sensación de que tú también tienes algo de mitómana.
R.- ¡Claro! Yo lo viví desde muy pequeña. Tendría 3 o 4 años, y estaba en sitios como el Pez Espada o el Marbella Club. Veía a Sean Connery en la piscina sin saber quién era, solo que era un señor altísimo, guapo. Luego supe quién era, claro.
P.- ¿Y eso dejó huella?
R.- Sí, por supuesto. Mi padre trabajaba en el concesionario de Rolls-Royce y Jaguar. Era cubano, hablaba inglés perfecto, había estudiado en EE UU, y vendía coches de lujo a toda esa gente. Eso me permitía ver cosas que no eran normales para una niña. Ir a casa de Sean Connery, por ejemplo. Para mí era solo el trabajo de mi padre. Pero ahora lo pienso y digo: ¡Madre mía!
P.- ¿Alguna anécdota más que no esté en el libro?
R.- Hay muchas. Por ejemplo, Macho, un profesor de tenis muy famoso en Torremolinos. Le llamaban así porque saludaba a todo el mundo diciendo «¡Hombre, macho!». Era una especie de playboy setentero, muy icónico. Y claro, crecer en medio de eso te marca.
«Ese estilo de vida marcó una forma de ver el mundo, con sol, ironía y escepticismo»
P.- ¿Y esa frase que dices que te repite tu amigo?
R.- «Tú tienes mucha Costa del Sol». Lo dice cuando no me creo las tonterías de la gente. Porque claro, yo he visto de todo desde muy joven. Ese estilo de vida marcó una forma de ver el mundo, con sol, ironía y escepticismo.
P.- En tu novela hay mucha música: Lennon, Dylan, T-Rex… ¿Cuánto hay de ti como periodista musical ahí?
R.- Muchísimo. El personaje de Roberto, el mánager de un grupo ficticio está inspirado en Los Íberos, un grupo malagueño de los 60. Yo no podría haberlo creado sin haber estado tan metida en la música.
P.- En definitiva, la novela también es un homenaje a esa época, ¿no?
R.- Quería retratar una España que estaba cambiando, que era muy rica culturalmente, musicalmente, y donde los límites entre lo popular, lo sofisticado y lo excéntrico se diluían en una costa llena de luz, excesos y mitos.
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