Concluida Oposición (Editorial Anagrama). Y la primera nota que tomo, a vuelapluma con el móvil, dice que no se le puede negar el oficio a quien nos mantiene tensos con una historia que transcurre en un espacio tan anodino y yermo como la Administración pública. Luego leo la carta que Sara Mesa nos ha enviado a los periodistas que vamos a escribir sobre su última novela –canjea las posibles entrevistas por una gavilla de reflexiones ahí recogida– y compruebo que eso mismo es lo que más la desafiaba: «Como ya señaló David Foster Wallace al hablar de El rey pálido, su novela póstuma ambientada en una agencia tributaria, escribir sobre el tedio sin resultar tedioso es dificilísimo. Este, junto con el de la verosimilitud, fueron los dos retos más importantes a los que me enfrenté en Oposición».
En su última historia, Mesa invoca el larriano Vuelva usted mañana, pero con un renovador punto de vista: la administración pública como verdugo no solo del ciudadano, sino de sus propios trabajadores. Así, por sus páginas desfila un catálogo de personajes desamparados y huérfanos de sus propias vidas por haberlas ofrecido en sacrificio al sistema, desde una «obediencia acrítica» como expone la autora en su carta. El paroxismo llega cuando un tipo jubilado regresa diariamente al edificio a pasar las horas, pues no sabe conducir sus pasos hacia otro lugar.
Es esa actitud acomodada la que los lleva a acatar sinsentidos que, si bien todos hemos podido experimentar en otros ámbitos laborales, incluso privados, proliferan en la administración pública. A Sara, la narradora (aclara la autora que la historia la cuenta alguien que no es ella pero que observa cosas que ella observó durante su propia experiencia como trabajadora pública), le informan desde un primer momento de que es preciso solicitar cualquier cosa por nota interna a través de un sistema específico. Para que se lo instalen, necesita solicitarlo por nota interna a través de ese mismo sistema. El bucle está servido.
La identificación es fácil para cualquiera que haya sufrido en un trabajo de oficina, y por eso acompañamos en el viaje a Sara aportando nuestra propia carga emocional. Está lo de sentirse inseguro ante lo nuevo (tartamudear, no dar pie con bola, dejar que el frenillo tome el mando y presentarse como Sada); lo de sentirse alienado (y buscar escapar a través de los huecos de nuestra creatividad, con poemas y dibujos en su caso); lo de permanecer anhelantes de tener trabajo (no tenerlo es una condena mayor); lo de estar temerosos de que, de pronto, sea demasiado. Y lo de no encontrar satisfacción y sentir en lo más profundo un reconcome de malestar que enferma despacio los cuerpos.
Digitalización del papeleo
Por eso, a medida que la trama avanza, la protagonista –«al principio todavía ignorante y al acecho» dice en su misiva la autora– va encontrando su propia forma de afirmarse, y aun rebelarse, ante la disciplina estéril que le impone su cargo. No revelaremos cómo, pero sí que la fórmula elegida le permite desplegar a Mesa una buena dosis de comicidad soterrada, y de mala uva. Y su mordacidad se torna útil para denunciar, por ejemplo, el ampuloso lenguaje administrativo: «A la capacidad de aguante se la denominaba resiliencia. Los informes estaban motivados y sustentados. Los problemas nunca se estancaban, se debatían eternamente en paneles formativos con participación de agentes implicados» escribe en su obra.
Otra de sus denuncias nos lleva a la Seguridad Social pospandemia, en la que conseguir una cita previa era una entelequia, como sufrió en primera persona quien firma este artículo. «Oposición no es una novela contra la Administración, sino contra los fallos de la Administración en una sociedad cada vez más burocratizada, con la creciente digitalización del papeleo, oficinas virtuales, plataformas de gestión e innumerables trámites circulares. Si esta realidad no impregna más la ficción literaria actual quizá se deba, como decía David Graeber, a que hemos terminado por no verla porque es el agua en la que nadamos» escribe Mesa en su carta.
Y sí, aquí lo que encontramos es la normalidad más pasmosa que revela su esperpento mediante la observación extrema y minuciosa. La normalidad narrada al milímetro para encontrar su despropósito cotidiano que, a fuerza de costumbre, ya nos parece legítimo. Ella lo vivió desde dentro y ahora le saca punta y rédito editorial. Después de éxitos como Un amor o Cicatriz, Sara Mesa ha ido más lejos todavía en su capacidad de retratar la sordidez. A sus páginas nos asomamos con un ojo entrecerrado, como a las pelis de terror, por cuanto esa sordidez dice de nuestra condición más íntima.
Concluida Oposición (Editorial Anagrama). Y la primera nota que tomo, a vuelapluma con el móvil, dice que no se le puede negar el oficio a quien
Concluida Oposición (Editorial Anagrama). Y la primera nota que tomo, a vuelapluma con el móvil, dice que no se le puede negar el oficio a quien nos mantiene tensos con una historia que transcurre en un espacio tan anodino y yermo como la Administración pública. Luego leo la carta que Sara Mesa nos ha enviado a los periodistas que vamos a escribir sobre su última novela –canjea las posibles entrevistas por una gavilla de reflexiones ahí recogida– y compruebo que eso mismo es lo que más la desafiaba: «Como ya señaló David Foster Wallace al hablar de El rey pálido, su novela póstuma ambientada en una agencia tributaria, escribir sobre el tedio sin resultar tedioso es dificilísimo. Este, junto con el de la verosimilitud, fueron los dos retos más importantes a los que me enfrenté en Oposición».
En su última historia, Mesa invoca el larriano Vuelva usted mañana, pero con un renovador punto de vista: la administración pública como verdugo no solo del ciudadano, sino de sus propios trabajadores. Así, por sus páginas desfila un catálogo de personajes desamparados y huérfanos de sus propias vidas por haberlas ofrecido en sacrificio al sistema, desde una «obediencia acrítica» como expone la autora en su carta. El paroxismo llega cuando un tipo jubilado regresa diariamente al edificio a pasar las horas, pues no sabe conducir sus pasos hacia otro lugar.
Es esa actitud acomodada la que los lleva a acatar sinsentidos que, si bien todos hemos podido experimentar en otros ámbitos laborales, incluso privados, proliferan en la administración pública. A Sara, la narradora (aclara la autora que la historia la cuenta alguien que no es ella pero que observa cosas que ella observó durante su propia experiencia como trabajadora pública), le informan desde un primer momento de que es preciso solicitar cualquier cosa por nota interna a través de un sistema específico. Para que se lo instalen, necesita solicitarlo por nota interna a través de ese mismo sistema. El bucle está servido.
La identificación es fácil para cualquiera que haya sufrido en un trabajo de oficina, y por eso acompañamos en el viaje a Sara aportando nuestra propia carga emocional. Está lo de sentirse inseguro ante lo nuevo (tartamudear, no dar pie con bola, dejar que el frenillo tome el mando y presentarse como Sada); lo de sentirse alienado (y buscar escapar a través de los huecos de nuestra creatividad, con poemas y dibujos en su caso); lo de permanecer anhelantes de tener trabajo (no tenerlo es una condena mayor); lo de estar temerosos de que, de pronto, sea demasiado. Y lo de no encontrar satisfacción y sentir en lo más profundo un reconcome de malestar que enferma despacio los cuerpos.
Por eso, a medida que la trama avanza, la protagonista –«al principio todavía ignorante y al acecho» dice en su misiva la autora– va encontrando su propia forma de afirmarse, y aun rebelarse, ante la disciplina estéril que le impone su cargo. No revelaremos cómo, pero sí que la fórmula elegida le permite desplegar a Mesa una buena dosis de comicidad soterrada, y de mala uva. Y su mordacidad se torna útil para denunciar, por ejemplo, el ampuloso lenguaje administrativo: «A la capacidad de aguante se la denominaba resiliencia. Los informes estaban motivados y sustentados. Los problemas nunca se estancaban, se debatían eternamente en paneles formativos con participación de agentes implicados» escribe en su obra.
Otra de sus denuncias nos lleva a la Seguridad Social pospandemia, en la que conseguir una cita previa era una entelequia, como sufrió en primera persona quien firma este artículo. «Oposición no es una novela contra la Administración, sino contra los fallos de la Administración en una sociedad cada vez más burocratizada, con la creciente digitalización del papeleo, oficinas virtuales, plataformas de gestión e innumerables trámites circulares. Si esta realidad no impregna más la ficción literaria actual quizá se deba, como decía David Graeber, a que hemos terminado por no verla porque es el agua en la que nadamos» escribe Mesa en su carta.
Y sí, aquí lo que encontramos es la normalidad más pasmosa que revela su esperpento mediante la observación extrema y minuciosa. La normalidad narrada al milímetro para encontrar su despropósito cotidiano que, a fuerza de costumbre, ya nos parece legítimo. Ella lo vivió desde dentro y ahora le saca punta y rédito editorial. Después de éxitos como Un amor o Cicatriz, Sara Mesa ha ido más lejos todavía en su capacidad de retratar la sordidez. A sus páginas nos asomamos con un ojo entrecerrado, como a las pelis de terror, por cuanto esa sordidez dice de nuestra condición más íntima.
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