El Desembarco de Normandía es la batalla más famosa de la Segunda Guerra Mundial. Un colosal desafío a la capacidad de organización, lucha y sacrificio del ser humano, una operación militar de unas dimensiones jamás vistas por la cantidad de barcos, aviones y hombres implicados. Su importancia estratégica es semejante a la de la Batalla de Stalingrado, aunque ésta se la adelantase en el tiempo y marcara el punto en que la guerra cambió de signo. Si Stalingrado fue la vuelta de la tortilla en el frente del Este, Normandía lo sería en el frente occidental.
Los aliados que habían huido de Europa por Dunkerke regresaron a la lucha en el frente principal por Normandía. Tras el Día D los aliados –que ahora contaban con la potencia inmensa de Estados Unidos– se convirtieron en una amenaza directa para Alemania, tenían al territorio del Reich al alcance y se mostraban capaces de arrollar a las fuerzas alemanas que intentasen detenerlos. Los propios generales alemanes lo comprendieron, vieron perdida la guerra y quisieron matar a Hitler al mes siguiente del Desembarco, para poder hacer un arreglo de paz con los aliados. Por desgracia, su atentado contra el Führer falló y la guerra se prolongaría un año más.
El Día D y el Desembarco de Normandía son de sobra conocidos por cualquier aficionado a la Historia, ningún acontecimiento de la Segunda Guerra Mundial es tan mediático, se le han dedicado una legión de libros, reportajes, documentales, películas… No vamos a volver a contar lo tantas veces contado, pero aprovecharemos este 80 aniversario para evocar ciertos antecedentes históricos en los que, curiosamente, aparece la figura de España, ausente en el Día D, pero presente y protagonista en tantos otros momentos estelares de la Historia.
Empecemos por una sombra que planeó sobre la operación, aquel rumor… En vísperas del Día D por los pasillos del Almirantazgo había comenzado a pasearse un inquietante fantasma que atormentaba a los marinos británicos desde hacía dos siglos. Le llamaban el «Medio Hombre».
Los aliados norteamericanos no sufrían esa preocupación adicional al enorme problema de llevar a cabo el Desembarco de Normandía, pero la Royal Navy británica estaba exageradamente apegada a sus tradiciones, manías y supersticiones. El gato de nueve colas, una pena de azotes increíblemente cruel, se usó hasta la década de 1870, y la distribución de un cuartillo diario de ron a cada marinero, que hoy sería un escándalo nutricional, se mantuvo desde 1655 hasta 1970. Cuando en 1845 el capitán Franklin se perdió entre los hielos polares con sus dos buques, Erebus y Terror, su búsqueda fue una tarea prioritaria para el Almirantazgo durante 30 años, aunque no hubiera la menor posibilidad de encontrar supervivientes.
En esta línea de mantenimiento del pasado, los marinos británicos tenían muy presente lo ocurrido dos siglos antes, cuando la imponente flota del almirante Vernon partió a la conquista de Cartagena de Indias. Inglaterra y España se habían enzarzado en la Guerra del Asiento, un conflicto atizado por las pugnas internas de la política inglesa. El liberal Walpole llevaba 22 años de primer ministro, y los conservadores no vieron otra forma de echarlo que provocar una guerra con España, puesto que Walpole era pacifista e hispanófilo.
Cartagena de Indias, en la actual Colombia, cuya bahía formaba un soberbio puerto interior, estaba considerada «la llave de las Indias», y constituía, por tanto, un objetivo estratégico, así que los ingleses reunieron la flota más imponente que había contemplado la Historia… hasta que se lanzara el Desembarco de Normandía. La formaban 180 barcos –80 más que la Armada Invencible de Felipe II– con 15.000 marineros y una potente fuerza de desembarco de otros 15.000 soldados.
Esa fuerza naval llegó al Caribe en octubre de 1739, e intentó la primera acción de la Guerra del Asiento, tomar el puerto venezolano de La Guaira, pero fracasó. Rabioso por su primera derrota, el almirante Vernon atacó entonces Portobello, en Panamá. Era un importante puerto comercial, pero no estaba defendido, de modo que Vernon lo arrasó sin oposición, aunque ni siquiera consiguió un botín apreciable. Pero envió despachos a Londres presentando la incursión de Portobello como una gran victoria, y en Inglaterra se desató la histeria nacionalista, hasta el punto de celebrarlo estrenando la composición Rule Britannia (Britania domina), que se convertiría en el himno oficial del imperialismo británico.
Fracaso en Cartagena
Tras estos prolegómenos, la flota británica apareció frente a Cartagena de Indias el 15 de marzo de 1741. Frente a los 180 barcos y 30.000 combatientes de Vernon, los españoles contaban con seis barcos y poco más de 3.000 hombres. Pero al frente de esa exigua defensa estaba Mediohombre, o sea el almirante Blas de Lezo. Su apodo le venía de haber perdido una pierna en combate cuando solamente tenía 15 años. A los 17 lo dejaron tuerto y a los 25, cuando participaba en el asedio de Barcelona, perdió el brazo derecho.
Pero además de su valor, Lezo era un gran estratega naval. Dada la desproporción de fuerzas, no podía seguir más táctica que una defensa correosa, hundió sus barcos a la entrada de la bahía, formando un dique que no podían atravesar las naves inglesas y fue sacrificando sus fuertes. Todo ello, junto a conversaciones con los ingleses para un hipotético acuerdo, eran maniobras dilatorias, pues sabía que pronto llegaría la estación lluviosa, y con ella infecciones y enfermedades para las que no estaban aclimatados los ingleses.
Vernon se vio envuelto por los ardides de Lezo, cuando conquistó el primer fuerte creyó que ya estaba hecho todo y transmitió a Londres unas noticias tan optimistas como irreales, hasta el punto que en Inglaterra acuñaron una medalla que decía «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741», y en el reverso «El orgullo español humillado por Vernon», con la imagen de Mediohombre de rodillas.
La realidad es que llegaron las lluvias, los hombres de Vernon comenzaron a enfermar y, cuando hizo recuento, habían muerto ya 4.500, entre combates y enfermedades. Entonces reembarcó y se volvió a Inglaterra con el rabo entre las piernas, aunque, en un claro fraude para la Historia, la propaganda británica lo presentaría como vencedor. Pero a los hombres del Almirantazgo, que conocían la verdad, el fantasma de Mediohombre les recordaba el fracaso de su mayor flota antes de la del Día D.
Otra curiosa conexión del Desembarco de Normandía con la Historia de España es su complejo carácter de operación combinada. No solamente a tres bandas, naval, terrestre y aérea, sino también coordinando fuerzas de distintas naciones. Porque resulta que la primera operación militar de esta naturalerza tripartita y multinacional fue realizada por las Fuerzas Armadas Españolas. Se trata de del desembarco de Alhucemas, del que precisamente este año se cumple el centenario.
El 8 de septiembre de 1925, al amanecer, tras un bombardeo de la artillería naval, comienza el desembarco de Alhucemas, una bahía por la que se puede acceder fácilmente a Axdir, capital de la rebelión del Rif, que desde principio de los años 20 ha sido el mayor quebradero de cabeza de la política española, con miles de soldados muertos en una guerra durísima. Hablaremos de su trascendencia cuando se cumpla su próximo centenario, pero aquí vamos a destacar sus concomitancias con el Día D.
Por primera vez en la Historia se utiliza a la aviación de combate para apoyar un desembarco naval, pues se utilizan 162 aviones, incluidos seis enormes bombarderos franceses tipo F-60 Goliath. La fuerza naval presenta asimismo ese carácter multinacional que prefigura la operación del Día D, pues junto a los 75 barcos españoles, que incluyen un portaviones y dos acorazados, hay ocho barcos franceses, incluido un acorazado.
También es la primera vez que se emplean tanques para apoyar a la infantería que desembarca en la primera oleada, dos banderas (batallones) de la Legión al mando del coronel Franco. Pero las barcazas que transportan los tanques no llegan a alcanzar la playa, y no pueden intervenir en la batalla que libra la infantería. Curiosamente, es lo mismo que sucedería en Normandía con los tanques anfibios que debían apoyar la primera oleada, la mayoría se hundieron, lo que propicio la matanza de la infantería americana en la famosa playa de Omaha, llamada por ello «la Sangrienta».
El Desembarco de Normandía es la batalla más famosa de la Segunda Guerra Mundial. Un colosal desafío a la capacidad de organización, lucha y sacrificio del
El Desembarco de Normandía es la batalla más famosa de la Segunda Guerra Mundial. Un colosal desafío a la capacidad de organización, lucha y sacrificio del ser humano, una operación militar de unas dimensiones jamás vistas por la cantidad de barcos, aviones y hombres implicados. Su importancia estratégica es semejante a la de la Batalla de Stalingrado, aunque ésta se la adelantase en el tiempo y marcara el punto en que la guerra cambió de signo. Si Stalingrado fue la vuelta de la tortilla en el frente del Este, Normandía lo sería en el frente occidental.
Los aliados que habían huido de Europa por Dunkerke regresaron a la lucha en el frente principal por Normandía. Tras el Día D los aliados –que ahora contaban con la potencia inmensa de Estados Unidos– se convirtieron en una amenaza directa para Alemania, tenían al territorio del Reich al alcance y se mostraban capaces de arrollar a las fuerzas alemanas que intentasen detenerlos. Los propios generales alemanes lo comprendieron, vieron perdida la guerra y quisieron matar a Hitler al mes siguiente del Desembarco, para poder hacer un arreglo de paz con los aliados. Por desgracia, su atentado contra el Führer falló y la guerra se prolongaría un año más.
El Día D y el Desembarco de Normandía son de sobra conocidos por cualquier aficionado a la Historia, ningún acontecimiento de la Segunda Guerra Mundial es tan mediático, se le han dedicado una legión de libros, reportajes, documentales, películas… No vamos a volver a contar lo tantas veces contado, pero aprovecharemos este 80 aniversario para evocar ciertos antecedentes históricos en los que, curiosamente, aparece la figura de España, ausente en el Día D, pero presente y protagonista en tantos otros momentos estelares de la Historia.
Empecemos por una sombra que planeó sobre la operación, aquel rumor… En vísperas del Día D por los pasillos del Almirantazgo había comenzado a pasearse un inquietante fantasma que atormentaba a los marinos británicos desde hacía dos siglos. Le llamaban el «Medio Hombre».
Los aliados norteamericanos no sufrían esa preocupación adicional al enorme problema de llevar a cabo el Desembarco de Normandía, pero la Royal Navy británica estaba exageradamente apegada a sus tradiciones, manías y supersticiones. El gato de nueve colas, una pena de azotes increíblemente cruel, se usó hasta la década de 1870, y la distribución de un cuartillo diario de ron a cada marinero, que hoy sería un escándalo nutricional, se mantuvo desde 1655 hasta 1970. Cuando en 1845 el capitán Franklin se perdió entre los hielos polares con sus dos buques, Erebus y Terror, su búsqueda fue una tarea prioritaria para el Almirantazgo durante 30 años, aunque no hubiera la menor posibilidad de encontrar supervivientes.
En esta línea de mantenimiento del pasado, los marinos británicos tenían muy presente lo ocurrido dos siglos antes, cuando la imponente flota del almirante Vernon partió a la conquista de Cartagena de Indias. Inglaterra y España se habían enzarzado en la Guerra del Asiento, un conflicto atizado por las pugnas internas de la política inglesa. El liberal Walpole llevaba 22 años de primer ministro, y los conservadores no vieron otra forma de echarlo que provocar una guerra con España, puesto que Walpole era pacifista e hispanófilo.
Cartagena de Indias, en la actual Colombia, cuya bahía formaba un soberbio puerto interior, estaba considerada «la llave de las Indias», y constituía, por tanto, un objetivo estratégico, así que los ingleses reunieron la flota más imponente que había contemplado la Historia… hasta que se lanzara el Desembarco de Normandía. La formaban 180 barcos –80 más que la Armada Invencible de Felipe II– con 15.000 marineros y una potente fuerza de desembarco de otros 15.000 soldados.
Esa fuerza naval llegó al Caribe en octubre de 1739, e intentó la primera acción de la Guerra del Asiento, tomar el puerto venezolano de La Guaira, pero fracasó. Rabioso por su primera derrota, el almirante Vernon atacó entonces Portobello, en Panamá. Era un importante puerto comercial, pero no estaba defendido, de modo que Vernon lo arrasó sin oposición, aunque ni siquiera consiguió un botín apreciable. Pero envió despachos a Londres presentando la incursión de Portobello como una gran victoria, y en Inglaterra se desató la histeria nacionalista, hasta el punto de celebrarlo estrenando la composición Rule Britannia (Britania domina), que se convertiría en el himno oficial del imperialismo británico.
Tras estos prolegómenos, la flota británica apareció frente a Cartagena de Indias el 15 de marzo de 1741. Frente a los 180 barcos y 30.000 combatientes de Vernon, los españoles contaban con seis barcos y poco más de 3.000 hombres. Pero al frente de esa exigua defensa estaba Mediohombre, o sea el almirante Blas de Lezo. Su apodo le venía de haber perdido una pierna en combate cuando solamente tenía 15 años. A los 17 lo dejaron tuerto y a los 25, cuando participaba en el asedio de Barcelona, perdió el brazo derecho.
Pero además de su valor, Lezo era un gran estratega naval. Dada la desproporción de fuerzas, no podía seguir más táctica que una defensa correosa, hundió sus barcos a la entrada de la bahía, formando un dique que no podían atravesar las naves inglesas y fue sacrificando sus fuertes. Todo ello, junto a conversaciones con los ingleses para un hipotético acuerdo, eran maniobras dilatorias, pues sabía que pronto llegaría la estación lluviosa, y con ella infecciones y enfermedades para las que no estaban aclimatados los ingleses.
Vernon se vio envuelto por los ardides de Lezo, cuando conquistó el primer fuerte creyó que ya estaba hecho todo y transmitió a Londres unas noticias tan optimistas como irreales, hasta el punto que en Inglaterra acuñaron una medalla que decía «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741», y en el reverso «El orgullo español humillado por Vernon», con la imagen de Mediohombre de rodillas.
La realidad es que llegaron las lluvias, los hombres de Vernon comenzaron a enfermar y, cuando hizo recuento, habían muerto ya 4.500, entre combates y enfermedades. Entonces reembarcó y se volvió a Inglaterra con el rabo entre las piernas, aunque, en un claro fraude para la Historia, la propaganda británica lo presentaría como vencedor. Pero a los hombres del Almirantazgo, que conocían la verdad, el fantasma de Mediohombre les recordaba el fracaso de su mayor flota antes de la del Día D.
Otra curiosa conexión del Desembarco de Normandía con la Historia de España es su complejo carácter de operación combinada. No solamente a tres bandas, naval, terrestre y aérea, sino también coordinando fuerzas de distintas naciones. Porque resulta que la primera operación militar de esta naturalerza tripartita y multinacional fue realizada por las Fuerzas Armadas Españolas. Se trata de del desembarco de Alhucemas, del que precisamente este año se cumple el centenario.
El 8 de septiembre de 1925, al amanecer, tras un bombardeo de la artillería naval, comienza el desembarco de Alhucemas, una bahía por la que se puede acceder fácilmente a Axdir, capital de la rebelión del Rif, que desde principio de los años 20 ha sido el mayor quebradero de cabeza de la política española, con miles de soldados muertos en una guerra durísima. Hablaremos de su trascendencia cuando se cumpla su próximo centenario, pero aquí vamos a destacar sus concomitancias con el Día D.
Por primera vez en la Historia se utiliza a la aviación de combate para apoyar un desembarco naval, pues se utilizan 162 aviones, incluidos seis enormes bombarderos franceses tipo F-60 Goliath. La fuerza naval presenta asimismo ese carácter multinacional que prefigura la operación del Día D, pues junto a los 75 barcos españoles, que incluyen un portaviones y dos acorazados, hay ocho barcos franceses, incluido un acorazado.
También es la primera vez que se emplean tanques para apoyar a la infantería que desembarca en la primera oleada, dos banderas (batallones) de la Legión al mando del coronel Franco. Pero las barcazas que transportan los tanques no llegan a alcanzar la playa, y no pueden intervenir en la batalla que libra la infantería. Curiosamente, es lo mismo que sucedería en Normandía con los tanques anfibios que debían apoyar la primera oleada, la mayoría se hundieron, lo que propicio la matanza de la infantería americana en la famosa playa de Omaha, llamada por ello «la Sangrienta».
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